La justicia popular y David Romero Ellner

24/07/2015
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Casi es imposible seguir el vértigo político de los escenarios de la lucha popular enfrentada a la dictadura recia, sistemática, y cruel. Los analistas sólo pueden seguir los acontecimientos con la pluma en ristre exponiendo el pensamiento dialéctico y también lógico que corresponde, ante la avalancha de la dinámica social y su enfrentamiento a la tiranía totalizante.

 

 La dictadura ha usado  —para sostenerse a tontas, locas y represoras—  las cuatro armas de su investidura dictatorial: el poder judicial, el poder legislativo, el poder ejecutivo y el poder fáctico mediático y policial.

 

 No deja fisura en cada uno de ellos. Con el poder judicial defiende su corrupción omnímoda, vergonzosa y asquerosa; con el poder legislativo detiene todo el clamor del soberano y lo anquilosa con leyes anti patriotas, usando para ello, las minúsculas inteligencias de los vendedores de toda dignidad patriótica; con el poder ejecutivo golpea el bolsillo doméstico, enriquece al poder económico, envilece al pueblo y lo manipula de manera enajenada, superficialmente y con hipocresía calculada hasta embobarlo como a un pobre idiota analfabeto.

 

 Y así, recogiendo todos los líderes anticomunistas, conservadores, y hasta traidores del pensamiento revolucionario, ubicados en distintas instancias del poder nacional, ha logrado configurar una claque multiforme, pero, todos a la voz de una, respondiendo a sus requerimientos de fraude, manoseo vulgar y maniobra política oportuna, lo respaldan y aplauden sin la más mínima vergüenza moral o ética.

 

 En este contexto, David Romero Ellner se propuso, cual fiscal popular —y tomando como suya la causa de un pueblo agredido por la élite inmoral que gobierna la nación—, acusar a Juan Orlando Hernández, el fiscal general y adjunto, los jueces venales, y el partido de gobierno nacionalista, de los  más degradantes actos de  corrupción nunca antes observado por el pueblo hondureño.

 

 David Romero Ellner, apoyado en las pruebas contundentes  que mostró en la pantalla chica de la televisión para cientos de miles de espectadores de su programa  de información periodística, desnudó por entero las partes íntimas de una voracidad enfermiza por el  poder público.

 

 En medio de todo este asunto político, mezclado —por la parte querellante— con venganza personal de la acusadora esposa del fiscal adjunto, el periodista Romero Ellner,   ha sido conducido  a los tribunales penales  del país, para amarrarlo al poste de la  ignominia humillante y encarcelarlo a toda costa, utilizando los más deleznables mecanismos del poder político, judicial y policial hasta ahora concebidos por la mente morbosa y desquiciada del Presidente de la república Juan Orlando Hernández.

 

 El plan macabro y sus diversas maquinaciones tenebrosas, incluían no solo el encarcelamiento sino además el asesinato en las ergástulas penitenciarias por un sicario anónimo contratado para tal efecto.

 

 El pueblo que está en plena efervescencia de indignación en las calles y en las huelgas de hambre en muchos rincones de la nación,  acompañó al periodista patriota y cuando supo que los verdugos judiciales nombrados para el asesinato jurídico del comunicador más querido por la ciudadanía hondureña, lo enviarían a la cárcel a toda costa, se enfureció tanto que decidió derribar las puertas del palacio nacional de la injusticia y en masa ingresó a la sala del juicio correspondiente, arrebatándolo de las garras de sus detractores, marionetas del poder omnímodo de la dictadura.

 

 Más tarde lo introdujo a la sede del Comisionado de los Derechos Humanos. Lo que habrá de acontecer en el decurso del tiempo no se sabe a ciencia cierta, sólo se intuye que más temprano que tarde la crisis se generalizará hasta niveles de violencia  gubernamental que habrá de reprimir con fuerza desmedida la voz popular y sus protagonistas encolerizados.

 

 El pueblo con este acto demostró que existe la justicia popular, la justicia de la colectividad, la justicia de los sin voz, la justicia de los marginados, de los postergados del bien común, de los relegados de toda equidad social.

 

 Bien se puede colegir que existe la voz de Dios que es la voz del pueblo en esta gesta histórica de indignados contra la dictadura férrea de un presidente que como buen alienado por el poder total, sigue su camino como si no existiera en esta faz de la tierra, otra voz si no la suya que retumba en los oídos de los súbditos, trasportando órdenes superiores de muerte, represión y desolación social.

 

 En verdad existe la justicia popular atenta (para la respuesta respetiva) a los desmanes del oprobio de la tiranía de Juan Orlando Hernández, el orgiástico autócrata intolerante de Honduras.

 

Galel Cárdenas es escritor hondureño

 

https://www.alainet.org/es/articulo/171318
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