Corporativismo en México

22/03/2011
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El corporativismo mexicano ha sido definido por Philipe C. Schmitter como “un sistema de representación de intereses en el cual las unidades constitutivas se organizan en un limitado número de categorías singulares, compulsorias, no concurrentes, ordenadas jerárquicamente y diferenciadas funcionalmente, reconocidas y autorizadas (si no es que creadas) por el Estado, y a las que se les concede un exclusivo monopolio de la representación dentro de sus respectivas categorías, a cambio de observar ciertos controles en la selección de sus líderes y en la articulación de sus demandas y apoyos” (Véase Schmitter, en Alcántara Ocampo, R., coomp., Teoría del Corporativismo. Ensayos de Philipe C. Schmitter, ed. de la Universidad de Guadalajara, col. Laberintos, de Cristal, -Guadalajara, Jalisco 1992, p. 46).
 
No obstante lo dicho por Schmitter, hay que considerar las trasformaciones de la economía en México y la mayor parte de los países del mundo capitalista. Estos factores han debilitado sustancialmente la fuerza, el poder, de las organizaciones corporativas como la CTM que durante muchas décadas fue pilar de la estructura y el poder del PRI. La fuerza del corporativismo ha sido menguada, además, por el inusitado crecimiento de la economía informal y por el desempleo.
 
Las organizaciones sindicales sólo han sido capaces de organizar a los trabajadores, pero nunca le vieron futuro a la organización de los desempleados. Ello es entendible si tomamos en cuenta que los dirigentes sindicales no trabajan gratis. Reciben muy jugosas ganancias de la administración de las cuotas de sus agremiados. Lo hacen con total opacidad y sin rendir cuentas reales del manejo de los recursos. Ejecutan la representación de sus agremiados de forma oligárquica, sin democracia y perpetuándose en la dirección de sus organizaciones hasta que fallecen. Por si eso no fuera suficiente, lo hacen con el consentimiento del gobierno en turno, el cual, se administra el derecho de otorgar o negar el registro legal de las dirigencias sindicales mediante un formulismo que se conoce como “toma de nota”.
 
Lo raro de los sindicatos y sus dirigencias es que todos, o casi todos, han hecho caso omiso -o de plano son muy ignorantes e insensibles- en lo que respecta a la defensa de un salario mínimo general que en teoría se supone debería ser “suficiente para satisfacer las necesidades normales de un jefe de familia, en el orden material, social, cultural, y para proveer a la educación obligatoria de los hijos”.
 
El movimiento obrero sindical en México ha sido omiso, oscuro y “pro gobierno”. Jamás se ha ocupado de reivindicar banderas de lucha en favor de los trabajadores. Ha sido “disciplinado” porque cuando algún dirigente intentó en el pasado brincarse las trancas -sin permiso del gobierno- le aplicaron todo el rigor de la ley ante cualquier forma de acción positiva para sus agremiados o por alguna equivocación cometida desde el punto de vista del gobierno. Si alguno, aisladamente, hizo crecer un movimiento opositor al régimen, en su justo momento, les hicieron llegar órdenes de aprehensión y para algunos la cárcel inmediata sin juicio, ni procedimiento legal. La historia da cuenta de ello con Lázaro Cárdenas y Luis N. Morones; Adolfo López Mateos y Demetrio Vallejo; Carlos Salinas y La Quina, además de Carlos Jongitud; Vicente Fox vs. Napoleón Gómez Urrutia; Felipe Calderón vs. Martín Esparza entre varios más de los protagonistas de pleitos sindicales.
 
No obstante, las acciones de los sindicatos y sus dirigentes han sido pagadas por el régimen con todo tipo de prebendas que terminan por coartar no sólo las aspiraciones de sus agremiados, sino de los mismos dirigentes. Han aceptado posiciones políticas, tanto en el Congreso de la Unión, los congresos locales, los ayuntamientos y los gobiernos de los estados. A otros les han dado hasta registro como partido político. Para algunos más, el régimen ha permitido que desarrollen carreras políticas mezcladas con la administración pública. Se han hecho cargo -hace varios lustros- de subsecretarías, direcciones generales, direcciones de área y jefaturas de departamento en todos los niveles de gobierno, aunque la mayor fuente de riqueza y corrupción gremial la siguen obteniendo del cobro de cuotas sindicales, el manejo de cajas de ahorro, programas de vivienda, capacitación y becas que generalmente sólo llegan a los más allegados del círculo personal de los dirigentes cuya precaria formación académica, política y social -de la mayoría- los hace operar sin ningún tipo escrúpulos, mucho menos por principios o ideales, por lo cual se volvieron ciegos en insensibles de las demandas de sus compañeros de gremio. Lo peor es que muchos de ellos se volvieron serviles y déspotas.
 
Por lo pronto podemos afirmar que el corporativismo en México sigue vivo y coleando. Cuenta con estructuras de organización aunque muy anacrónicas y antidemocráticas; sus dirigentes se han enriquecido hasta el escándalo; los sindicatos no pagan impuestos y muchos de ellos se mantienen a la orden del gobierno en turno. ¿Y usted, cómo la ve?
 
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Francisco Velasco Zapata
 
Politólogo. Miembro del Consejo Nacional de Operación de Parlamento Ciudadano de México. Agradezco sus comentarios en Twitter: @parlamentariofv
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