El discurso golpista y destituyente de derechas latinoamericanas

20/01/2020
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Los grandes medios de comunicación, ahora potenciados por las redes sociales, tienen una enorme capacidad para construir verdad y, de ahí, sentido común. No es casualidad, pues, que en casi todos los países latinoamericanos una constante sea que los principales emporios mediáticos pertenezcan a determinadas familias multimillonarias; a su vez vinculadas a sectores económicos concentrados y al capital financiero internacional. Los medios de comunicación son un poder central y no se puede entender el rumbo de nuestros países sin ellos.

 

Los últimos años, desde 2015 en adelante, cuando comenzaron a ganar las presidencias figuras de perfil conservador tras poco más de una década de mayoría de gobiernos de izquierda o progresistas (2003 a 2015 aproximadamente), los medios de comunicación se enfocaron en la construcción de un tipo de sentido común en nuestras sociedades. Si bien siempre habían ejercido ese rol de constructores de sentido, esta vez la diferencia -y complejidad- estribó en que se hizo de manera coordinada en toda la región contra un enemigo común: todo lo que represente izquierda o esté vinculado a gobiernos progresistas de la década anterior. Y, a su vez, esta operación se hizo en el contexto de una coyuntura económica de estancamiento del crecimiento como resultado de la reducción de los precios de las materias primas. Y también, con vientos favorables desde el norte global a raíz del surgimiento de las extremas derechas europeas y de Trump en Estados Unidos. Esto es, una ola favorable para imaginarios conservadores, anti progresismo y que enunciaban desde la radicalidad de posturas reaccionarias.

 

Los sectores conservadores latinoamericanos que, tras las caídas de las dictaduras militares de los años 60, 70 y 80 habían asumido la convivencia con las izquierdas, se subieron a esta nueva ola ultraconservadora y de radicalidad de los posicionamientos. Perdieron aquella impronta desde la que asumían el consenso democrático según el cual gobernaba quien que ganara las elecciones, fuese un aliado de derechas o un izquierdista revolucionario, y donde se respetaban los mandatos. Toda vez que, en el fondo, esas derechas, en tanto representantes y miembros de las clases oligárquicas tradicionales latinoamericanas, podían salir de los gobiernos, pero nunca del poder real (aquel poder que está en el control del capital, de los términos económicos y financieros y de la opinión pública; y que tiene que ver también con la articulación al capital financiero transnacional). Sin embargo, después de la experiencia de más de una década donde en muchos países estuvieron fuera de los gobiernos, y tuvieron que convivir con Estados dirigidos por lideratos de corte populista y/o reformista con los cuales negociaban, pero no les ordenaban, estas derechas concluyeron que la democracia no es una opción. Esto es, se negaron a la convivencia democrática con sectores no afines ideológica ni políticamente. De ahí, el abandono de la democracia de la mayoría de las derechas latinoamericanas para enrolarse en un discurso golpista y destituyente contra toda opción política que no responda a sus intereses.

 

Desde los medios de comunicación privados, así las cosas, estas derechas han venido instalando un imaginario conservador que, en nuestro análisis, tiene tres ejes claves:

 

1. apropiarse de los conceptos libertad y democracia (por fuera del consenso conservador no hay ni lo uno ni lo otro),

 

2. la deslegitimación de la izquierda como constitutivo de “dictadura”, “corrupción” (la narrativa mediática de la “lucha contra la corrupción” ha desempeñado un papel fundamental en esto) y “castro-chavismo bolivariano”, y

 

3. la primacía de los valores morales frente a las ideologías (no se trata de derecha o izquierda, dicen, sino de tener valores). Desde esa estructuración discursiva, repetida día y noche en medios de comunicación, y acompañada de ciertas estéticas que apelan a lo individual en desmedro de lo colectivo, han logrado hacer hegemonía. Instalando un sentido común conservador profundamente anti todo lo que parezca de izquierda. Situando la izquierda en el marco de lo no legítimo, que, en tanto tal, no merece si quiera existir. Así, la izquierda pasó de ser un rival político al cual había que irle a ganar elecciones o la disputa ideológica, a ser algo a eliminar y negar en sí mismo.

 

Las derechas, por cuanto lograron construir hegemonía, crearon una verdad según la cual izquierda es sinónimo de ideologización siendo ésta última mala en sí misma pues tiene que ver con “chavismo” y “dictadura” o bien, desde una visión centrada en los valores morales, con “ideología de género”, “homosexualismo” y antivalores. Y, entonces, se requiere desideologizar, o lo que es lo mismo, eliminar todo vestigio de izquierda. Las derechas, en ese marco, han logrado presentarse como lo no ideológico, es decir, lo legítimo. Entonces vemos cómo desde narrativas conservadoras profundamente ideológicas, se nos dice en medios de comunicación y por mensajes en redes sociales que erradicar ideologías es como una suerte de restauración democrática o “apertura”. Siempre que sean ideologías de izquierda. Si son de derechas/conservadoras no son ideología: son “racionalidad” o valores.

 

Es una operación compleja que entraña un trabajo muy elaborado sobre el sentido común de la gente. Para instaurar un estado de opinión general en el que un Macri, empresario profundamente neoliberal (esto es, ideológico), se presente como paradigma de la racionalidad; donde lo que hace y dice no tiene que ver con ideologías, sino que con la “verdad”. Y donde una señora de extrema derecha como la golpista boliviana Jeanine Añez, dice que su trabajo consiste en erradicar las ideologías haciendo alusión a Evo Morales. O un Bolsonaro que, desde su concepción de mundo ultraconservadora, anuncia que sacará la “ideología” de las escuelas mientras aplica políticas macroeconómicas neoliberales de privatización y precarización laboral. Tres personajes profundamente ideológicos que hablan en nombre de la desideologización. Porque lo ideológico es de izquierda. Y la izquierda debe erradicarse.

 

En ese contexto, asistimos en la región a una guerra ideológica que rememora tiempos de Guerra Fría donde el mundo se dividía entre dos frentes ideológicos enfrentados. Con la particularidad de que ahora, como vimos, la derecha “no es ideológica” y la izquierda sí. Es decir, el progresismo lucha contra un enemigo que le va ganando la disputa de sentido, el cual, siendo ideológico, goza de la legitimidad suficiente para presentarse como el abanderado de la desideologización. Es una lucha difícil porque se da en el ámbito de imaginarios muy instalados, y, por consiguiente, donde los conservadores, desde sus aparatos mediáticos constructores de mentalidades, han avanzado mucho. Y también, en un contexto mundial de una despolitización que es sustituida por los valores morales y lo restaurativo.

 

Hay dos eventos políticos recientes en dos países de la región, que son paradigmáticos de la reflexión que hemos venido sosteniendo: la campaña electoral en Argentina y el golpe de Estado en Bolivia. El neoliberal Mauricio Macri fue un desastre económico y social para su paísi, sin embargo, fue un presidente altamente exitoso en lo que concierne a la construcción de sentido. Macri logró algo que en otra coyuntura fuera imposible de ante mano: que sectores sociales específicamente lastimados por sus políticas como buena parte de la clase media empobrecida, jubilados y pobres que pasaron a la indigencia, apoyaran con entusiasmo su intento de reelección. Sacó el 40% del voto en la segunda vuelta, a partir de un discurso centrado en el ideal de república y democracia -siendo su figura baluarte de aquello- y del imaginario de la meritocracia. Colocando la discusión en que el peronismo representaba la negación de esos valores republicanos y democráticos, al tiempo que era promotor de los “vagos” que no se “esfuerzan”. De ese modo, consiguió desplazar del orden de importancia de mucha gente la cuestión material de la economía, para sustituirla por ideales que tienen que ver con la mente. Colonizaron mentalidades desvinculando ciudadanos de las cosas concretas que afectaban su día a día, a fin de colocarlos en una visión proyectada al futuro; un futuro de república, democracia y esfuerzo que sólo con Macri asegurarían. La condición de posibilidad de esta compleja operación discursiva, constructora de sentido común, vino dada por ese imaginario conservador instalado que describimos antes; donde la izquierda en sí misma es ilegítima. Macri hizo eso mientras hambreaba su puebloii y sus propios votantes no podían llegar a final de mes. Pero para estos seguidores de Macri, más importante que eso, era ir a las “marchas por la república” a vociferar contra Cristina Fernández y el peronismo. Ese mismo sector, es el que ahora enarbola un agresivo discurso golpista y destituyente contra el recientemente iniciado gobierno progresista de Alberto Fernández y Cristina. Pues no le reconocen legitimidad desde el lugar y mentalidad con que ven la realidad.

 

El golpe de Estado en Bolivia no se pudo haber dado sin un estado de opinión construido desde las derechas bolivianas y regionales que lo fue impulsando. En Bolivia se dio el caso opuesto al de Macri, en el sentido de que Evo Morales lideró la mayor transformación económica y social en la historia de su paísiii. No obstante, desde la hegemonía discursiva de la derecha mediática se fue instalando una narrativa de desprecio al gobierno de Evo por ser de izquierda, lo cual lo vinculaba al “chavismo bolivariano” (cuando la realidad es que, tanto en materia de manejo macroeconómico como político, más opuestas no pueden ser la experiencia chavista en Venezuela y la boliviana) y “dictadura”. De ese modo, colocaron el debate en que Evo carecía de legitimidad, por su aproximación a la izquierda ilegítima la cual se debe erradicar, y por tanto cualquier gestión para sacarlo del poder era legítima. Incluyendo el golpe de Estado que se dio tras la preparación de meses (ya se conocen los acercamientos de la embajada estadounidense con los sectores golpistas desde principios de 2019iv) en el marco de un sentido común instalado que fue envalentonando importantes sectores sociales del país. Evo y sus principales aliados y colaboradores, al parecer, no vieron venir el golpe porque precisamente no entendieron a tiempo las implicaciones de la operación discursiva que se estaba fraguando. No vislumbraron que, si bien ganaron en materia de desarrollo económico y movilidad social, estaban perdiendo en el campo de la construcción de sentido.

 

A nivel latinoamericano el golpe de Estado en Bolivia nos mostró la fractura de la región. Gobiernos conservadores que apoyaron el golpe amparados en la “lucha democrática” pues Evo cometió “fraude electoral” (la narrativa del fraude fue científicamente desmontada por el Center for Economy and Policy Research de Washington, E.U.v) y por tanto “todo lo provocó él”. La OEA dirigida por el nuevo gendarme ideológico regional el uruguayo Luis Almagro, avaló, en primera instancia, la narrativa del “fraude electoral” y después fomentó el golpe emitiendo comunicados tendenciosos sacados en tiempos calculados para envalentonar los golpistas. Son los mismos actores (OEA y gobiernos de derechas) que no dijeron nada sobre la brutal represión en Ecuador y Chile durante las protestas recientes en estos países (hubo decenas de muertos entre ambos casos). Pero que un solo herido de la oposición venezolana genera que saquen comunicados de “indignación”.

 

Es la guerra ideológica de la derecha “desideologizada” contra la izquierda ilegítima. Donde ya vimos que hay gobiernos que pueden masacrar a sus pueblos y ello se entiende como lucha por “asegurar el Estado de Derecho”vi. Y de oposiciones en Argentina y México, contra gobiernos progresistas, que disputan desde discursos que no reconocen legitimidad a mandatos democráticos surgidos de elecciones. Es la idea, pues, de enfrentar una izquierda o progresismo que representa la negación de los ideales de república, democracia y libertad. Y que, por bien que lo haga en materia económica, de derechos e inclusión, no tiene ninguna legitimidad desde un sentido común conservador y reaccionario que ya no puede convivir con opciones diferentes; sobre todo si son de izquierda (o según lo que se entienda por izquierda/progresismo).

 

El golpe de Estado con masacres, persecuciones y discursos de exterminio físico y simbólico que hubo en Bolivia es como una suerte de culminación material de esa lógica de negación del otro de izquierda. En Bolivia se quiso hacer (y se gestó por momentos) un exterminio contra las fuerzas progresistas vinculadas a Evo Morales. Todo lo cual fue o bien apoyado explícitamente por el sentido común anti izquierda de los CNN y medios hegemónicos latinoamericanos, o bien fue matizado por cierto liberalismo que todavía guarda las formas. Es muy preocupante hacia donde se ha llevado esta lógica de enfrentamiento ideológico de la derecha “desideologizada”.

 

Precisamos derechas democráticas y responsables en la región. Que admitan los términos democráticos donde gobierna quien gana en buena lid las elecciones, no quien es el únicamente “legítimo”. Y que condenen abiertamente los golpes de Estado y semejantes atropellos antidemocráticos. Que se constituyan en sectores conservadores democráticos, fuera de la narrativa de negación de la izquierda. Lo cual es esencial para la convivencia pacífica y realmente democrática en nuestra América Latina. Hacemos votos por ello.

 

Notas

 

https://www.alainet.org/es/articulo/204280
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