¿Seremos sociedades mejores después de la pandemia?

19/05/2020
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El coronavirus cambiará el mundo. La normalidad a la que regresaremos con los desconfinamientos y reactivación de la actividad económica no será igual a la que había antes de la covid-19. Desde Larry Flink, cabeza del principal fondo de inversión del mundo (BlackRock), hasta un líder social de un país del tercer mundo, ambos coinciden en que se viene algo diferente. Pero he aquí el fondo de la cuestión: las claves que impulsarán esos cambios, y, por consiguiente, las reconfiguraciones que implantarán en nuestras vidas, son muy diferentes en la perspectiva de un billonario que controla empresas y hasta países desde su mega estructura financiera, o la de un luchador social que defiende intereses populares. El mundo es uno para los de arriba -sobre todo, los vinculados al capitalismo financiero - y otro para los de abajo.

 

Por ello nuestra pregunta, ¿seremos mejores después de la pandemia? Esta interrogante viene al caso, precisamente, porque si partimos de que el mundo cambiará (hacia el panóptico de vigilancia digital a lo sudeste asiático de Chul-han o hacia la solidaridad proto-comunista de Zizek, o hacia el Estado-nación encerrado sobre sí mismo protector de la “raza auténtica” como persiguen los trumpistas), debemos reflexionar acerca de cuáles deberían ser las claves a partir de las cuales se conducirían esos cambios. Como hemos señalado en trabajos anteriores donde analizamos esta coyuntura de pandemia global, lo referido a la orientación de esos cambios será un terreno de fuertes disputas. Desde qué visión de mundo, prioridades, intereses y finalidades se determinarán esos cambios, será, así las cosas, la pugna más importante de lo que va de siglo.   

 

En ese contexto, proponemos una reflexión colocada en dos claves fundamentales: qué fue lo que realmente quedó al desnudo con la pandemia: las bases ideológicas que sostenían -y sostienen- el mundo y estilo de vida hegemónico existente; y los consensos post coronavirus que debemos hacer: en qué prioridades sustentar la sociedad futura tras la crisis sanitaria global.

 

Lo que desnudó la pandemia

 

¿Cómo nos encontró el coronavirus? La covid-19 conoció una humanidad que, sostiene Harari en su segundo bestseller mundial Homo Deus, nunca había vivido tan en paz y saludable (actualmente muere más gente por exceso de comida que por hambre, sentencia en su libro). Un mundo de “ilimitadas” posibilidades tecnológicas que le permitía a un genio audaz -y a la vez troglodita- como Elon Musk colocar un descapotable en el espacio y convencer a millones de que debemos colonizar Marte para convertirnos en una especie interplanetaria. Y que le pagaba a Messi, Cristiano Ronaldo y Lebron James casi 100 millones de dólares anuales a cada uno por patear y encestar balones. Entretanto, Jeff Bezos, el dueño de Amazon, nos decía la revista Forbes a mediados del año pasado, se convertía en el primer individuo en la historia cuya fortuna se situaba en los 100 mil millones de dólares (quien, junto a Bill Gates, Warren Buffet, Bernard Arnault, entre otros, completaba el ansiado top 10 de las mayores fortunas del planeta[i]). Asimismo, a finales del año anterior se anunciaba que para la segunda mitad de este 2020 Apple lanzaría su nueva línea de productos en su ya célebre evento en Silicon Valley, California. Así pues, vivíamos en un mundo de gigantescas fortunas individuales, tecnología casi sin límites y predicciones que nos hacían creer que estábamos en “el mejor momento” de nuestra historia humana.

 

Pero se escondía otra realidad debajo de todo ese “esplendor”. Una realidad que dejaba en entredicho los augurios de “mejor vida que nunca” y al obsceno listado de los billonarios de Forbes. La covid-19 encontró también un mundo plagado de desigualdades donde el 1% de la humanidad posee el 44% de riqueza del planeta[ii]. Dejando a una parte significativa de la población mundial, alrededor del 50%, prácticamente sin nada. De modo que las condiciones de posibilidad de la mega fortuna de Jeff Bezos y los desmanes futuristas de Elon Musk, se sustentan en un sistema que reproduce amplias desigualdades. Es decir, la minoría de millonarios dueños del 44% de la riqueza mundial no son tales porque son “mejores” sino porque se han beneficiado de un modelo que les da unas condiciones de posibilidad y privilegios inaccesibles para el resto de la humanidad; cuya mayoría apenas sobrevive o bien de sueldo en sueldo o bien en la pobreza.

 

Si bien el coronavirus potencialmente puede infectar y afectar a cualquier persona, por cuanto se trata de un fenómeno vírico que concierne a lo biológico, la realidad es que, ese mundo de desigualdad que encontró, está provocando que los pobres y precarizados estén sufriendo sus peores consecuencias. Actualmente, en los países donde la covid-19 se ha cobrado decenas de miles de vidas como Estados Unidos, España, Italia, Francia, Inglaterra y Brasil están muriendo los más vulnerables: ancianos olvidados en geriátricos, residentes de barrios pobres y personas de escasos recursos económicos con enfermedades preexistentes[iii]. Las desigualdades imperantes hacen que unos tengan menos posibilidades de evitar contagios (porque viven aglomerados en viviendas pequeñas o porque no pueden cumplir con las cuarentenas debido a que deben salir a buscarse la vida día a día en la calle) o de recibir adecuada atención médica una vez infectados con síntomas. Esto es, el contexto de desigualdad, frente a un virus de estas características, expone mucho más a uno que a otros. En España, por ejemplo, casi el 95% de los muertos son personas mayores de 80 años; y en ciudades como Madrid, de entre el total de fallecidos, una mayoría de casi cinco mil, fueron envejecientes residentes en viviendas para ancianos. Residencias que, de la mano de gobiernos locales conservadores, se habían convertido en un gran negocio de cara a la ganancia del capital financiero trasnacional en los últimos años[iv].

 

Y aquí llegamos al punto nodal de la cuestión: el capitalismo financiero convirtió la vida de los prescindibles de las sociedades, aquellos que no son “productivos” o no desempeñan un rol de cara a la ganancia de capital, en prescindibles. Esto es, son los que pueden morir. Esta pandemia, pues, dejó al desnudo un sistema que detrás de su narrativa de “meritocracia” y emprendedurismo oculta una pantagruélica lógica de la muerte. Porque siempre mueren los que pueden morir: a lo interno de los países centrales del norte global estos son los precarizados: pobres en general, migrantes, minorías no blancas y viejos. Y en las periferias del sistema-mundo son todos los que, de alguna manera, no disponen de medios materiales o simbólicos aceptados por el sistema: que pueden ser desde los millones de iraquíes y afganos muertos en guerras impulsadas por el imperialismo, hasta los brasileños de las favelas que la policía de su país mata por miles cada año. La pregunta que cabe es, ¿cómo un sistema así, basado en la muerte y la deshumanización, puede ser defendido y sostenido precisamente por sus principales víctimas?

 

Este sistema se ha impuesto no tanto por la fuerza, sino que más bien por el convencimiento. Gramsci nos dice que la condición de posibilidad de una ideología es, justamente, no mostrarse como una ideología. Así se estructura la hegemonía que teorizó. Pues bien, el capitalismo financiero hegemonizó porque sentó unas bases ideológicas que convencieron y asumieron millones de personas. Las cuales se explican en la promesa de la meritocracia de que cada quien obtiene lo que posee según su esfuerzo. Y del emprendedurismo individualista donde cada persona cree que depende de sí mismo para el logro de sus objetivos de vida. Así, la gente compró la promesa neoliberal de que reduciendo lo público para fortalecer lo privado se alcanzaba una mejor sociedad. Lo público fue, por tanto, presentado como un obstáculo (lo concerniente a lo limitado y “atrasado”) en tanto que lo privado fue planteado como un horizonte de posibilidades ilimitadas. Porque cada quien “puede” ser rico y feliz si se esfuerza. Entonces, el mundo quedó divido maniqueamente entre “perdedores” y “ganadores”. Siendo tendencialmente los primeros la gente ideológica de izquierdas, así como los críticos que protestan. Y los segundos, los que “no tienen ideología” porque “emprenden” y en lugar de reclamar a la sociedad se realizan a sí mismo. Vemos, pues, como una estructuración completamente ideológica se impuso como lo no ideológico. Por ello, las derechas actuales se presentan como el futuro y a la izquierda o progresismos como lo referido al pasado. De ahí las promesas de un mundo “meritocrático” de los conservadores “sin ideología” al estilo de Macri en Argentina y ultraliberales de todo pelaje alrededor del mundo. Ellos, los neoliberales, avanzaron con su agenda porque lograron desideologizar desde lo específicamente ideológico. Y, a su vez, ganaron en gran medida la disputa por la definición del futuro.

 

Pero vino el coronavirus y desnudó esa operación ideológica. Porque, como hemos señalado en otros trabajos, lo que ha salvado a la gente, en esta crisis donde está amenazada la vida, es lo público. Esto es, la negación de la lógica neoliberal: la solidaridad y lo común. Pero se encuentra tan metida en la mente de la gente la narrativa meritocrática neoliberal que, para que esto último quede develado, hay que disputar. Es decir, conducir esta crisis para que el desnudamiento del modelo existente se vea con claridad.

 

Los consensos post coronavirus

 

Para quienes nos asumimos desde un posicionamiento crítico con respecto al orden imperante en el mundo, es evidente que, antes que del virus en sí, la mayoría de la gente está muriendo a causa del neoliberalismo. Porque este modelo es el responsable de que, por un lado, en países ricos como Estados Unidos sus mayorías vivan plagadas de enfermedades preexistentes debido a condiciones sociales concretas, y por otro, de que en lugares como España e Italia los sistemas públicos hayan sido sistemáticamente vaciados en nombre de la “eficiencia” bajo gobiernos conservadores. Y ni hablar del Brasil del psicópata Bolsonaro (personaje todavía aupado por buena parte de la clase media alta blanca y profundamente racista brasileña) donde, en promedio, ya mueren unas 800 personas diariamente de covid-19: la mayoría negros y pobres. El neoliberalismo, como vemos, en dos sentidos expuso a esas poblaciones; esto es, las tiró a morir. Eso está ahí y si vamos a los datos (por ejemplo, más de la mitad de los muertos por covid-19 en New York son latinos y negros[v]) es todavía más apabullante lo que sostenemos.

 

Pero vivimos en los tiempos de los fake news y los Trump, Bolsonaro y Vox en España. Donde la verdad en sí no importa tanto pues lo que convence son los efectos de verdad. Es decir, la capacidad que tenga una “noticia” o “información” de meterse en la mente de la gente y convencerla. ¿Y qué es lo que hay en la mente de la mayoría de la gente? Muchos prejuicios. En tal sentido, como demuestran estudios del caso, la gente normalmente presta atención a aquello que apele a sus prejuicios y preconcepciones. Por consiguiente, si en una sociedad de fuerte penetración evangelista como Brasil se difunde por WhatsApp la mentira de que la izquierda quiere “enseñar homosexualismo” a los niños en las escuelas, pues eso se convierte “en verdad”. Y termina ganando la presidencia una candidatura improbable como la del extremista Bolsonaro. O si Trump dice que “los chinos inventaron el virus en un laboratorio”, mientras la ciencia sostiene lo totalmente contrario, eso lo cree mucha gente porque ya hemos asumido que los chinos son “raros”. Así operan los efectos de verdad. Terreno fértil para los discursos de odio basados en prejuicios y descalificaciones contra los “otros”. Las derechas populistas viven de inventarse unos otros que son “enemigos” de la patria y de las “buenas costumbres”. El que exista un Trump dirigiendo la máxima potencia económica y militar mundial, o un Bolsonaro al frente de un país de las dimensiones y potencialidades de Brasil, o un Boris Johnson en Inglaterra, no es casualidad. Son lideratos paradigmáticos de estos tiempos donde las redes sociales y la hiper información (que es una forma de desinformación) dominan lo que piensan y sienten millones de personas de los estratos medios y humildes.

 

Debemos tener en cuenta ese contexto difícil a la hora de encarar la disputa post coronavirus que se viene. Considerando, estratégicamente, lo siguiente: las derechas populistas apelan al pueblo -y logran el aval de las capas medias y bajas precarizadas por el neoliberalismo- pero en la realidad, a través de sus medidas económicas y sociales, gobiernan en beneficio de las élites de siempre. Lo cual implica que, desde imaginarios anti élites y estéticas populares, hacen creer que algo cambia cuando lo esencial, que son las relaciones de poder, más bien se profundizan a favor de los arriba. En nombre del pueblo gobiernan contra el pueblo. Trump es un ejemplo manifiesto de esto puesto que, como señala Stiglitz, ha afianzado la subalternidad socioeconómica de las mayorías estadunidenses al tiempo que apuntala la acumulación del 1% más rico.   

 

Frente a eso nos preguntamos, ¿qué posibilidades para el surgimiento de nuevas subjetividades plantea la pandemia? Las élites tratarán de que lo fundamental no cambie; y para ello cambiarán algunas cosas para que lo esencial se quede igual. Contarán con los populistas de derecha para, como vimos, en nombre del pueblo garantizar sus intereses. Lo harán, sobre todo, a través de la manipulación de mentalidades con sus aparatos mediáticos. Y ahí entra lo que enunciamos al principio: las prioridades. Las subjetividades que surjan tras esta crisis, que los progresistas debemos conducir hacia otros sentidos contrarios a los imperantes, deben partir de un reordenamiento de las prioridades. ¿Qué es lo esencial en la vida? ¿La ganancia y lo material o lo básico que tiene que ver con la vida en su sentido más profundo? Estos días de encierros y limitaciones a la movilidad hemos vividos con lo básico: comida, techo y salud. Sólo eso hemos necesitado para sortear una coyuntura inédita e insondable. La inmensa mayoría de las cosas que compramos, y que el marketing nos presentó como “necesarias”, resultaron inservibles estos días de apremio. ¿Volveremos a esas cosas cuando regrese “la normalidad”? A esos objetos materiales de placeres pasajeros para cuya producción se requiere alterar los equilibrios naturales del planeta; y cuyo consumo en masa enriquece al 1% que nos convenció de que eran “necesarios”. ¿Volveremos al punto donde nuestro consumo y nivel de vida amenazaba seriamente al planeta? El virus actual que nos afecta pasó de animales a seres humanos por el contacto de nosotros con los primeros. En la medida de que sigamos destruyendo selvas y bosques para “desarrollarnos” y “crecer” estaremos más expuestos a nuevos virus. Porque estamos rompiendo con el equilibrio natural donde los humanos somos sólo una especie más y los virus son parte intrínseca de dicho orden. Sólo que nuestro “progreso” cada vez nos expone más a aquellos, al tiempo que potencia la capacidad de diseminación de éstos mediante aviones, trenes, etc.  

 

Tenemos que hacer evidente que no podemos volver al punto del que partimos. Que fue lo que nos trajo hasta aquí y expuso millones de vidas precarizadas, empobrecidas y prescindibles a morir de la covid-19. Mientras el 1% y las clases acomodadas en general y se resguardaron en sus fortines de privilegios. Y ese punto a cuál no podemos regresar, salvo que seamos suicidas, es el neoliberalismo. A su estructuración ideológica que puso la ganancia por encima de la vida mientras nos prometía “meritocracia” y “progreso” infinito. Que nos individualizó cuando incluso lo consustancial a la vida es la cooperación y lo colectivo. Porque nadie por sí solo logra nada en la vida. Somos nosotros antes que muchos yo andando por ahí. Somos en la medida de que vivimos con los otros. El neoliberalismo que se presenta como lo natural, es más bien, lo antinatural. El egoísmo que justifica las posturas insolidarias y la lógica suicida del sálvese quien pueda, es lo opuesto a lo humano. Lo vimos estos días donde lo público, esto es, lo colectivo fue lo que salvó vidas y se la jugó por nosotros. El esfuerzo mundial de cooperación en información y tecnología que se está dando para encontrar una vacuna contra a covid-19, antes que la competencia que proclama el decadente Trump, es lo que está permitiendo que en tiempo récord caminemos hacia una solución mundial frente al virus. No son esfuerzos individuales ni excepcionales sino colectivos. Haciendo lo que los humanos hemos hecho desde que recorríamos bosques y sabanas como cazadores-recolectores: cooperar entre sí.

 

El neoliberalismo es lo contrario a la vida. Los gobiernos que, en esta coyuntura, se han dedicado a achicar lo público y hacer cálculos en función de la ganancia privada, son mercaderes de la muerte. En sí mismos niegan la vida. Si ellos y a quienes representan ganan, no habremos cambiado nada realmente tras esta crisis. Debemos ganar los que creemos y luchamos por la vida. Y para ello hay que disputar los sentidos comunes post coronavirus. Con un nunca más al neoliberalismo y su base ideológica. Nunca más a un modelo que nos llevó al abismo mientras nos llenaba de objetos innecesarios, deudas e individualismo. Tiene que imponerse la vida, y todo lo material y simbólico que la sustenta, para que seamos mejores después de esta pandemia.

 

https://twitter.com/elvin_calcano24

 

 

 

 

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/206653
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