Maracaibo ancestral: “la tinaja del sol”

12/09/2018
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Asistimos agradecidos al acto organizado por la alcaldía de Maracaibo, donde su titular, el licenciado Willy Casanova, nos honró con la novísima Orden Cacique Nigale, y el gobernador Omar Prieto engalanó el evento con su presencia y su distinción honorífica al joven burgomaestre.

 

Se trató de un espacio de reflexión sobre nuestro devenir histórico, un ejercicio liberador en tanto dedicamos este tiempo a buscar la verdad, más allá de los hábitos impuestos y de la flojera para pensar en lo trascendente. Esto fue lo que hizo Bolívar: un inmenso esfuerzo de memoria histórica de nuestro pueblo, lo que le dio sustento, razón e inspiración a su gesta insuperable. Porque al hurgar en los enmohecidos baúles de la historia, la que se nos negó para dominarnos, estamos combatiendo el colonialismo, la explotación, la opresión, y estamos promoviendo el conocimiento, la igualdad, la libertad, la soberanía, la ética, la educación, la cultura; y esa fue la lucha fundamental del Libertador. 

 

La oportunidad fue propicia para exponer –como Orador de Orden- mi tesis sobre la falsa “fundación” de la ciudad el 8 de septiembre de 1529, ni en ninguna fecha de las que la historiografía oficial ha sostenido contra toda convicción científica. Tales “ceremonias”, herencias de la dominación colonial que dan continuidad a rutinas manidas, trocadas en costumbres abominables, como ésta de celebrar la invasión extranjera que esclavizó a nuestros antepasados y cometió un genocidio en esta patria lacustre contra los primeros maracaiberos: los añú.

 

Tres de mis libros editados con mucho esfuerzo personal y familiar, resumen mi aporte concreto para el redescubrimiento de nuestras verdaderas raíces históricas y la reivindicación de nuestra ancestralidad. Son ellos: 1) El Cacique Nigale y la ocupación europea de Maracaibo (2001); 2) La Infundada “fundación” de Maracaibo (2014); 3) Añun Nuku Karu, El Libro del Pueblo Añú (2015).

 

Soy militante de la historia como caminata hacia las verdades más ocultas, a la vez que instrumento de conciencia social transformadora. Creo, con el maestro Francisco Pividal, que “La historia refleja siempre los intereses de la clase que está en el poder. Los explotadores la desfiguran para llevar a los explotados a la sumisión política, económica y social. La historia de los explotados es siempre la anti-historia de los explotadores”.

 

Los pueblos que pierden la conexión con su ancestralidad, se debilitan como nación, y son presa fácil de las apetencias foráneas. El espíritu colectivo se desvanece, y sus genuinos iconos identitarios son suplantados por mitos alienantes. De allí viene la transculturación como proceso de dominación que demuele valores raigales y hace naufragar la pertinencia de la pertenencia. El resultado son masas desideologizadas, más amorfas que heterogéneas, más dispersas que diversas, más desprevenidas que empoderadas.

 

Ser militante de esta necesidad de la verdad -“La verdad es siempre revolucionaria”, dice Lenin- lleva implícito un inmenso esfuerzo personal, doloroso y solitario, devorador de horas y sembrador de insomnios. Pero irrenunciable obsesión, la cual, a decir de Marc Bloch “Sería infligir a la humanidad una extraña mutilación si se le negase el derecho de buscar, fuera de toda preocupación de bienestar, cómo sosegar su hambre intelectual”.

 

Me formé desde muy joven leyendo en Marx y Engels que “las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época”; y aprendí en 1976, con el discurso “Reformemos nuestro estudio” del camarada Mao Tse Tung, que “hay quienes no conocen en absoluto o conocen muy poco la historia del país, pero no consideran esto una vergüenza…Muchos eruditos, siempre que hablan, lo hacen sobre la Europa; pero en cuanto a sus propios antepasados, desgraciadamente, ya los han olvidado”.

 

Por eso sé que sólo la promoción masiva de la memoria histórica, formará a nuestro pueblo para que sea realmente libre. Ello exige políticas de Estado en educación y comunicación, que ya no se pueden seguir posponiendo.

 

II

 

Esta búsqueda insaciable de verdades truncadas, nos empuja por igual al encuentro con las etimologías de nuestros idiomas ancestrales. Descifrar las nombradías que la resistencia salvó del arrase colonialista, es una tentación constante, una necesidad de reconocernos desde el embrión más elemental de la palabra.

 

Quienes se acercan recién a estas andanzas, me increpan sobre el significado de Maracaibo. Les he dicho: voy a responderles cuidadosamente.

 

Según Alfreso Jahn: “Todos los cronistas que han descrito los grupos aborígenes del Lago, están de acuerdo en reconocer que la denominación de Maracaibo fue tomada por los españoles del nombre de un importante cacique o principal que tenía dominio sobre la mayoría de las poblaciones indígenas del Lago (Simón, 1882, pp.37. Oviedo y Baños, 1940, pp. 22. Aguado, 1950, pp. 37. Arguellez y Párraga, 1579, pp. 157. Oviedo y Valdez, 1959, pp.) Según otros autores como Crevaux, la denominación de Maracaibo provendría del vocablo indígena “Maracai”, el cual significa “tigre” (Crevaux, 1883, pp. 446). Por su parte, Ernst sugiere que el término podría derivar del vocablo indígena “Maracayar-mbo”, el cual significa “pie de tigre” (Ernst, 1914, pp. 7)”.

 

Adolfo Salazar Quijada señala que “no se conoce a ciencia cierta el motivo, ni el significado exacto de esta voz que, desde sus comienzos sirvió de nombre a la actual capital del estado Zulia. La versión de Mara…cayó, no es más que una especulación popular, que ha tomado fuerza por la dificultad de la ciencia toponímica para explicar su etimología con precisión. El nombre de Maracaibo, aparece en la cartografía histórica del Zulia desde el año 1552, con una ortografía casi invariable. Un estudio toponímico a profundidad es necesario para saber el origen y significado del enigmático nombre de Maracaibo; sin embargo, existe la versión del doctor Adolfo Ernst, quien señala que esta voz significa en lengua guaraní y Caribe mano de tigre, cuestión que se habrá de precisar mejor”.

 

Este autor presenta dos posibles significados de “Mara”: “Mara es voz Caribe con que se denomina a un árbol maderable, cuyas ramas gruesas y tronco están casi todo el año desnudos de hojas, por lo que se le conoce más comúnmente con el nombre de indio desnudo (bursera simaruba). Mara, también es voz Caribe con que se denomina a una especie de canasto”.

 

El Hermano Nectario, escribe: “Sobre el origen del nombre de Maracaibo, los historiadores han emitido opiniones en las cuales la imaginación campea a veces más que la documentación histórica”.

 

Dice Nectario que “algunos han creído acertar en el significado de “Mano de Tigre” que dan al vocablo Maracaibo, al apuntar que Maracayar, en idioma Guaraní, significaría tigre o jaguar, y el sufijo bo, mano; mientras otros, con Juan de O’Leary, citado por Carlos Medina Chirinos, afirman que en Guaraní la voz Maracaibo quiere decir “río de los loros”…Esto evidencia que, para poder acertar en la recta interpretación de este y otros nombres, el conocimiento de la lengua de los Onotos sería requisito indispensable”.

 

El muy acucioso Nectario María da con la clave del asunto: el conocimiento del idioma del pueblo originario de Maracaibo, que él reincide en llamar –como los que llegaron con Alfinger- Onotos, pero que son los Añú, mal llamados Paraujanos. En cierto modo reconoce la imposibilidad de descifrar el asunto: “Por carecer totalmente de documentos y bases para el estudio de este idioma, no podemos formular un criterio acertado, lo cual nos obliga a reservar nuestro asentimiento sobre el valor de las interpretaciones expuestas, que sólo se dan con carácter informativo”.

 

Respecto del lago, el primer nombre hispano con que lo bautizó Ojeda, fue San Bartolomé. La palabra Maracaibo –en la escritura invasora- comenzó a usarse a partir de la invasión de 1529: “En la boca del lago estaba una isla situada más arriba de la de Toas, y a la cual los indios decían Maracaibo, por ser el nombre del jefe o cacique principal de aquella isla”.

 

El grupo de Alfinger llamó al lago “de Nuestra Señora”, por la coincidencia del 8 de septiembre con la Natividad de la Virgen. Sigue Nectario: “con el nombre de Maracaibo, los Pemones-Bubures del sur del lago designaban a una de sus poblaciones situada a la orilla de un río principal, probablemente el Zulia”.

 

Detengamos un momento la atención en estos dos últimos párrafos, y destaquemos el hecho de que los españoles escucharon la palabra Maracaibo en diversos lugares del lago. Primero la oyeron entrando por la actual isla San Carlos, luego en la angostura del estuario en alguna orilla del municipio Mara, y, para rematar, también se las pronunciaron en el sur del lago. ¿Qué deberíamos inferir de estas “coincidencias”? Que Maracaibo no es el nombre de un punto específico en el lago, sino la denominación ancestral del Lago mismo.

 

Hemos indagado en la etimología de la palabra y en la complejidad del término, notando su aproximación al vocablo “Maraca”, que guarda gran relación con Maracay y Maracapana. Esta voz Maraca tiene una similar connotación en guaraní y taíno: instrumento musical de percusión hecho con cáscara de calabaza y rellena de semillas secas. Es la imitación humana del cascabel de la serpiente del mismo nombre.

 

Por eso versioné en el año 2000 la tesis que vincula el nombre de Maracaibo con la abundancia de especies ofídicas en el bosque seco tropical de la planicie circundante. “Al sur horizonte iba aquella expedición comercial entusiasta guiada serenamente por el gran cacique Maarak, líder de la lacustre nación Añú, que gobernaba bajo el influjo del tótem de la serpiente cascabel, en nombre del clan Maarak’iwo, que daba el nombre a la región de los que viven sobre el agua”, se lee en las primeras líneas del Cacique Nigale y la ocupación europea de Maracaibo.

 

Mara o Maraca son vocablos cuyo estudio debemos seguir profundizando a la luz de las últimas investigaciones sobre el añúnnuku, idioma de los añú. Un hallazgo que me sorprendió gratamente, lo encontré en los apuntes de Alfredo Jahn, antropólogo que visitó los pueblos “paraujanos” como jefe de una comisión del gobierno nacional entre 1910 y 1912, regresando por voluntad propia en los lapsos 1914-1917 y 1921-1922.

 

Jahn realizó un cuadro comparativo de los idiomas indígenas del occidente, y en el caso añú logró recoger los sonidos “Hara o Mara”, que traduce vasija de barro o tinaja. Este aporte ha trastocado toda mi apreciación del verdadero significado de Maracaibo, ya que el prefijo “Mara” es la mitad del topónimo lacustre que nos ocupa; pero aún si tomásemos los dos fonemas como una sola palabra compuesta, el sonido “Marahara”, mal escuchado, mal pronunciado y mal recordado por los invasores –que no eran precisamente lingüistas- bien pudiera ser el origen de Maracaibo.

 

La arqueología etimológica de la palabra, nos asombra con la causalidad –que no casualidad- de que en la cosmovisión añú, civilización acuática que tiene por hábitat ancestral al estuario, la forma cóncava de la vasija y su función vital como recipiente de agua y alimento, reproduce la forma y función del Lago, como dador de todo sustento material y espiritual.

 

Esta raíz “Mara” la encontraremos relacionada a Maracay, lugar adosado al lago de los Tacariguas, y a Maracapana, que también es un sitio pegado a un reservorio de aguas, en este caso al Golfo de Paria.

 

No se trata de simples coincidencias; estamos en presencia de un sustantivo venido del tronco común de los idiomas originarios de la fachada costera del país, vale decir el arahuaco, más los aportes caribe venidos casi siempre del tupi-guaraní, como el caso de “paráa”, que es el mar o una aglomeración de aguas.

 

Rescatemos entonces la aportación de Lizandro Alvarado que en su obra Glosario de voces indígenas, reseña la palabra “mara” como aguadera, según conoció de su uso por indígenas del oriente venezolano, entre los que se cuenta a los guaqueríes de costas anzoatiguenses y de Paraguachoa (Isla Margarita).

 

Conclusión, el significado de Maracaibo como fusión de “mara”: tinaja y “kai”: sol, es “tinaja del sol”. El sufijo “mbo” es impronta caribe, y lo encontramos en Paramaribo, Tacuarembó, y otras localidades suramericanas, jugando el papel de señalador geográfico.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/195279
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