A 192 años del 25 de septiembre de 1828: historia de traición y asesinato en Colombia

25/09/2020
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Introito

 

¿Qué novedad podría agregarse a un tema tan lejano en el tiempo, que ha sido relatado en muchas obras escritas y audiovisuales? La respuesta: un análisis histórico-jurídico.

 

Propondré en este artículo un nuevo enfoque que trabaja cuatro hipótesis:

 

-       Que la culpabilidad de Santander en el intento de magnicidio contra El Libertador durante la noche del 25 de septiembre de 1828, no sólo quedó demostrada en el juicio sumario llevado impecablemente por el General en Jefe Rafael Urdaneta, sino también en las declaraciones y actuaciones posteriores del traidor.

 

-       Que más allá de la envidia enfermiza que Santander engendró contra Bolívar, la acción criminal de esa noche fue concebida como parte de un plan político para revertir los contenidos emancipatorios, igualitarios y antiimperialistas de la revolución de independencia concebida por El Libertador.

 

-       Que este movimiento retrógrado pro oligárquico y pro imperialista, es el mismo que ejecuta en Berruecos el vil asesinato del Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre, inaugurando la práctica terrorista del sicariato y las masacres aplicada hasta la actualidad contra quienes representan en Colombia la opción popular progresista.

 

-       Que, al tomar el poder tras la muerte del Padre de la Patria, este grupo de megalómanos serviles de la Doctrina Monroe, aplicó el terrorismo de Estado contra el pueblo trabajador de la ciudad y el campo, favoreciendo la acumulación de las tierras y las riquezas en muy pocas familias oligarcas, mientras en el plano internacional servía como peón de los peores intereses estadounidenses. 

 

Reitero sí, que lo repetitivo pero necesario respecto de esta fecha, es nunca olvidar el suceso por constituir una marca muy profunda en el devenir de los pueblos de Nuestra América, que debería ser estudiada en todos los niveles educativos para que cada nueva generación comprenda la podredumbre espiritual que representa la traición, y las consecuencias nefastas de mezclar el delito de asesinato con las ambiciones de poder. 

 

I

 

Santander tuvo tres versiones sobre su vinculación al suceso de la “Noche Septembrina”, en que se intentó asesinar al Libertador Simón Bolívar:

 

-       Primero dijo que no sabía nada del complot.

 

-       Cuando algunos testigos manifestaron haberle informado el plan al susodicho, entonces dijo que si supo algo pero que se opuso…

 

-       Luego que las evidencias lo fueron acorralando, fue soltando fragmentos de veracidad como ese de haber sugerido que no era el momento oportuno y que mejor pospusieran la acción hasta después de emprender su viaje a Estados Unidos, para que no se pensase que él tenía algo que ver...¡vaya descaro!

 

Lo que no hizo fue cumplir su deber ciudadano, ni su obligación de militar y funcionario diplomático recién nombrado por el Gobierno Bolivariano. Porque Santander decía en privado objetar la dictadura (en la acepción romana) impuesta circunstancialmente por Bolívar, pero no se negó a aceptar ufano que esa “dictadura” lo nombrase embajador ante el gobierno gringo.

 

Un individuo tan soterrado y ladino, que nunca fue frontal sino intrigante, acostumbrado a usar plumíferos imberbes como espadachines entintados para verter opiniones ocultas, apenas se atrevió a mostrar sus verdaderos sentimientos al confirmarse la muerte del Libertador.

 

Otra fábula que pretendió argumentar hablaba de una supuesta carta anónima enviada por él a Bolívar advirtiendo de la inminente conspiración. Todo un creativo de la farsa el señor. En el viaje a la costa Caribe para salir expatriado, sostuvo este diálogo donde el oficial italiano que le acompañó y que reportaba a Manuela Sáenz los pormenores del recorrido, lo interpela sagazmente:

 

-       Montebrune. “Y sabiendo usted que se intentaba contra la persona que sostiene la república, deduzco que conocía fácilmente que se seguiría la destrucción del edificio; era, pues, un deber de usted delatar claramente al gobierno el plan que se formaba para lograr su exterminio, y este deber es tanto más positivo cuanto que usted, además de ser un general, acababa de recibir de su excelencia las pruebas de la más alta confianza con el destino que se le había conferido”.

 

-       Santander. “Siempre he creído que todo delator se envilece”.

 

-       Montebrune. “Mas no se envilece aquel ciudadano que salva a su patria; además yo, en lugar de usted, nunca aduciría o diría tal cuento de anónimo, porque usted sabe que en el reglamento de correos hay un artículo, y creo que no está anulado, por el cual se previene que todas las cartas que se introducen en el buzón y son dirigidas a individuos que habiten el lugar, deben quemarse y no dárseles curso; ahora mucho menos a una dirigida a su excelencia, por mil razones que no acabaría nunca de explicar si me pusiese a detallarlas”.

 

-       Santander. Yo ignoraba tal cosa (¿Cómo así? ¿el “Hombre de las Leyes” ignoraba un simple reglamento?), y como observé el silencio de París que me invitó la noche del 23, toqué el mismo negocio, aunque en términos generales y Herrán estaba presente.

 

-       Montebrune¿Usted dijo a Herrán y a París el contenido del anónimo?

 

-       Santander. “No, pero les hice entender que estábamos amenazados de una revolución, y París despreció mi proposición, riéndose de ella, sabiendo sin embargo yo que hablaba de buena fe”.

 

-       Montebrune. Señor, todas estas razones lo hacen a mis ojos más criminal; usted perdió la ocasión de probar a Colombia que desea su felicidad; usted tuvo en sus manos los medios de destruir la larga serie de cosas que se han escrito sobre usted y de dar pruebas al Libertador de que era digno de su confianza.

 

-       Santander“Yo jamás creía que los conspiradores fueran capaces de llevar adelante tal locura”.

 

-       Montebrune. ¿Y por qué les daba consejos?

 

El análisis de esta personalidad tan ponzoñosa queda para más estudio y reflexión. El derecho penal de todos los tiempos le señala por actuar con simulación, saña, alevosía, nocturnidad, y reincidencia.

 

II

 

Debo hacer una advertencia previa como investigador de procesos históricos: desde que fue captado por el aparato de inteligencia yanqui, Santander no trazaba línea sin calcular su efecto en el futuro, y en las comunicaciones con sus cómplices utilizó codificaciones y palabras claves cuyo significado sólo ellos manejaban; también está comprobado que ordenó el robo de correspondencia de Bolívar y de leales bolivarianos como Lara, Urdaneta, Manuela; y usó a expertos falsificadores para adulterar documentos, por lo que ninguna carta de algún prócer –especialmente las de Bolívar- proveniente de su archivo personal es confiable; lo más seguro es que haya sido manipulada con la agregación de alguna frase inadecuada para el remitente o favorable al tenedor.

 

Dicho esto, pasemos a revisar algunas expresiones que reflejan el odio exhalado por Santander contra el hombre que lo sacó del anonimato y lo subió con generosidad sincera al carruaje de la Historia.

 

La noticia de la muerte del Libertador es recibida por Santander el 1º de marzo de 1831 en Génova, Italia. Al día siguiente escribe a Francisco Soto con despreciable cinismo: “muerto Bolívar, ya no queda ni pretextos para estar echando abajo las constituciones y nombrando dictadores”. A Vicente Azuero, le habla con abierta fruición: “¿Con que al fin murió don Simón? El tiempo nos dirá si su muerte ha sido útil o no a la paz y a la libertad; para mí tengo que no sólo ha sido útil, sino necesaria”. Son las palabras de un asesino. Luego a Herrán, en otra fecha desde Londres: “la muerte del general Bolívar ha allanado los dos tercios del camino para resolver (diferencias políticas) sin acudir a las armas”.

 

El tiempo lo desmintió categóricamente: la muerte de Bolívar y el ascenso de esos canallas al poder, sólo trajo ausencia de paz y libertad al pueblo colombiano, que aún hoy es masacrado por las armas, habiendo sufrido dos siglos de indetenible guerra interna.

 

¿Con quiénes gobernó Santander al regresar a Bogotá, luego que Estados Unidos cuadrara su llegada triunfal como (sub) presidente de la Nueva Granada?

 

Al primero que premió con el cargo de Ministro de Guerra fue al asesino de Sucre. El 1º de junio de 1830 los santanderistas publicaron una arenga al magnicidio contra el Mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre: “Puede ser que Obando haga con Sucre lo que no hicimos con Bolívar”. ¿Díganme si esto no es una apología del magnicidio? El periódico de los sicarios ostentaba el nombre de “El Demócrata”. Son los mismos matones de septiembre 1828 y junio 1830 que hasta hoy se hacen llamar “demócratas”. La lista sigue con Azuero, los “Pachos” Soto y González, Lorenzo María, el primero de la antivenezolana familia Lleras, y una pandilla de asesinos en serie, antecesores de tipos como el alias “Popeye”, típicos en la Colombia secuestrada por ese santanderismo.

 

III

 

En la acera de la justicia y el honor, perfectamente hilada con las razones y evidencias que hemos expuesto, estuvo la Sentencia de Urdaneta, en cuyo numeral 3º dictaba:

 

-       Que el expresado general no sólo se manifiesta sabedor de una conspiración, sino también de aconsejador y auxiliador de ella, sin que pueda valerle de ningún modo el que no haya estado en su ánimo la conspiración del 25, pues él mismo confiesa haber aprobado una rebelión, y aun haber aconsejado los medios de realizarla por el establecimiento de la sociedad republicana, circunstancia que le califica de cómplice en la conjuración del 25, pues poco importa para su defensa que haya estallado en aquél día o en cualquiera otro la revolución que aconsejaba y caracterizaba de justa, porque lo que se deduce es que abortó su plan por la opinión del capitán Benedicto Triana, cuyo acontecimiento no dio lugar a que se efectuase cuando el general Santander se pusiese en marcha para los Estados Unidos del Norte, según él lo deseaba. Por estos fundamentos, y lo más que resulta de cierto, se concluye que el general Francisco de Paula Santander ha infringido el artículo 26 del tratado 8, título 10, de las ordenanzas del ejército, que impone pena de horca a los que intentasen una conjuración, y a los que sabiéndola, no la denunciaren; ha infringido el artículo 4 del decreto de 24 de noviembre del año 26, por el que se prohíben las reuniones clandestinas; y con más eficacia el decreto de 20 de febrero del presente año contra los conspiradores. En esta virtud se declara que el general Santander se halla incurso en la clasificación que comprende el segundo inciso del artículo 4 de este último decreto, y se le condena, a nombre de la República y por autoridad de dicho decreto, a la pena de muerte y confiscación de bienes en favor del estado, previa degradación conforme a ordenanza; consultándose esta sentencia para su aprobación o reforma con su excelencia el Libertador presidente.

 

La consulta implicó que el Consejo de Ministros sugiriera la conmutación de la pena por el exilio, y Bolívar, siempre elevado por encima de las miserias humanas, pensando en no echar más leña a la hoguera donde se avivaban rivalidades xenófobas contra los venezolanos fieles al Proyecto Bolivariano, lo aprobó, aunque después tuviera que exclamar: “Yo he conservado el título de magnánimo y la Patria se ha perdido”, reconociendo amargamente la imprudencia de “haber salvado a Santander”.

 

Y para más detalles de lo acontecido aquella noche trágica para la historia ejemplar que se venía escribiendo de la mano del Gran Genio de América, dejemos que sea Manuela Sáenz, quien nos relate lo sucedido, de primera mano:

 

-       “Serían las doce de la noche cuando latieron mucho dos perros del Libertador, y a más se oyó un ruido extraño que debe haber sido al chocar con los centinelas (...). Desperté al Libertador, y lo primero que hizo fue tomar su espada y una pistola y tratar de abrir la puerta. Le contuve y le hice vestir, lo que verificó con mucha serenidad y prontitud. Me dijo: “Bravo, vaya, pues, ya estoy vestido; y ahora ¿qué hacemos? ¿Hacernos fuertes?” volvió a querer abrir la puerta y lo detuve. Entonces se me ocurrió lo que había oído al mismo general un día: “¿Usted no dijo a Pepe París que esta ventana era muy buena para un lance de estos?” “Dices bien”, me dijo, y fue a la ventana. Yo impedí el que se botase, porque pasaban gentes, pero lo verificó cuando no hubo gente, y porque ya estaban forzando la puerta. Yo fui a encontrarme con ellos para darle tiempo a que se fuese; pero no tuve tiempo para verle saltar, ni cerrar la ventana. Desde que me vieron me agarraron: “¿Dónde está Bolívar?” Les dije que en Consejo, que fue lo primero que se me ocurrió; registraron la primera pieza con tenacidad, pasaron a la segunda, y viendo la ventana abierta exclamaron: “¡Huyó; se ha salvado!” Yo les decía: “No, señores, no ha huido, está en el Consejo”. “¿Y por qué está abierta la ventana?” “Yo la acabo de abrir porque deseaba saber qué ruido había”. Unos me creían y otros no. Pasaron al otro cuarto, tocaron a cama caliente, y más se desconsolaron, por más que yo les decía que estuve acostada en ella esperando que saliese del Consejo para darle un baño (…). El Libertador se fue con una pistola y con el sable que no se quien le había regalado en Europa. Al tiempo de caer en la calle iba pasando su repostero y lo acompañó. El general se quedó en el río (bajo las arcadas del puente del Carmen) y mandó a éste a saber cómo andaban los cuarteles; con el aviso que le llevó, salió y fue para el Vargas (al cuartel del batallón Vargas) (…). Por no ver curar a Ibarra me fui hasta la plaza, y allí encontré al Libertador a caballo, entre mucha tropa que daba vivas al Libertador. Cuando regresó a la casa me dijo: “Tu eres la Libertadora del Libertador” (…). Su primera opinión fue que se perdonase a todos; pero usted sabe que para esto tenía que habérselas con el general Urdaneta y Córdoba, que eran los que entendían en estas causas”. (Carta a O’Leary, 10 de agosto de 1850)

 

A juzgar por los hechos recientes, a 192 años del crimen histórico, podemos concluir que el régimen antibolivariano surgido de aquellas traiciones, es culpable de haber impuesto la cultura de la muerte como fuente de poder y de riqueza.

 

Los pueblos tenemos la palabra. Bolívar espera justicia, reparación y –sobre todo- que sus sueños de máxima felicidad, truncados por la manada sanguinaria, se hagan realidad.

 

Yldefonso Finol

Economista e historiador bolivariano

DEA en Historia Contemporánea de los Derechos Humanos

Experto en Derecho Internacional de los Refugiados

Constituyente de 1999

Cronista de Maracaibo

 

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/209065
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