Trump contra Venezuela: la encarnación del monroísmo decadente

28/08/2017
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La primera de todas las tareas que tenemos hoy, es defendernos de las agresiones permanentes del gobierno de Estados Unidos.

 

Dicho gobierno mantiene una persecución feroz contra nuestro país. Cotidianamente se inmiscuyen en nuestros asuntos, haciendo declaraciones malsanas, promoviendo la violencia con grupos aupados por el Departamento de Estado, el Pentágono y la CIA, y, más recientemente, desatando una persecución financiera contra nuestros intereses económicos. El objetivo es asfixiarnos y derrocar al proyecto bolivariano. No podemos permitir esta afrenta.

 

El presidente Donald Trump ha exacerbado las agresiones, llegando a afirmar que no descartaba una acción militar contra Venezuela; hecho que todos los gobiernos del continente y otras potencias, rechazaron categóricamente, dejando muy mal parada la política exterior yanqui.

 

¿Acaso Trump puede jugar al ajedrez bélico con la suerte de miles de vidas humanas? ¿Posee este señor una patente de corso para andar blandiendo armas contra los pueblos del mundo?

 

¿Tiene el pueblo estadounidense que ir a morir y a asesinar en otras tierras para satisfacer la prepotencia de un gobernante desquiciado?

 

La ciudadanía estadounidense –incluidos los dirigentes políticos sensatos, si es que existen en aquél país enloquecido- tendrá que revisar su manera de relacionarse con sus vecinos de la América latina y caribeña. Porque el bolivarianismo regado en toda la extensión de Abya Yala, no estamos dispuestos a aguantarles una grosería más.

 

Tras el espejismo de la post verdad

 

Venezuela es un país en guerra, el asedio diplomático y el boicot económico no son más que tácticas de una estrategia de desgaste enmarcada en los manuales de la guerra de cuarta generación, donde el escenario de combate por excelencia es la mente, y donde la información puede ser más letal que varias toneladas de explosivo.

 

Una masa gobernada en sus emociones, egoísmos, prejuicios y miedos, por la transnacional mediática más poderosa de la historia, tendrá una venda gruesa y pastosa sobre sus ojos, que le impedirá ver la verdad que ocurre en sus narices.

 

Por eso, aunque parezca extraño decirlo una vez más, nuestra arma secreta es el apego al ideal, la cohesión en torno a unas razones que por justas y verdaderas se hacen poderosas. Tal es el mayor y mejor legado de Chávez: el pueblo chavista.

 

Esa energía salvadora se expresó en capítulos aciagos del proceso bolivariano: el 13 de abril de 2002 irrumpió en las calles con el pecho desnudo, en el “paro petrolero” perseveró estoico hasta vencer, y el 30 de julio de 2017 salió masivamente a gritar “existimos, somos, queremos respirar libertad, exigimos respeto”.

 

La maquinaria de guerra psicológica que son los medios de (des) información del capital transnacional, tenían sus titulares redactados previamente, pétreos, arrogantemente falsos. El objetivo: redundar en la matriz de una Venezuela ingobernable, violenta, caótica; y, por añadidura, negar la existencia del chavismo como fuerza popular disciplinada, coherente, consecuente.

 

Entonces la ANC debe llegar al alma de nuestros iguales, los pueblos que luchan en todo el mundo, los movimientos sociales, la izquierda cultural, los partidos y gobiernos amigos, la clase trabajadora y el campesinado, las juventudes y las naciones indígenas, el feminismo militante y el ecologismo profundo.

 

No perdamos tiempo con eso que el sistema llama “la opinión pública”, ni menos con el poder constituido a nivel global.

 

El falaz argumento de la ilegitimidad de la Constituyente

 

No parece legítimo que el país con la más pobre experiencia constitucional del continente, con el peor sistema electoral que burla la voluntad de la ciudadanía electora, y con el prontuario más atroz en violaciones a los Derechos Humanos en el mundo, nos venga a dar lecciones de legitimidad.

 

La legitimidad de origen que goza la Asamblea Nacional Constituyente en Venezuela tiene tres cualidades fundamentales:

 

1)    Ser continuidad del proceso constituyente de 1999 que parió la Constitución de la República Bolivariana. (Continuidad)

 

2)    Tener basamento constitucional explícito. (Constitucionalidad)

 

3)    Emerger de la soberanía popular expresada masivamente por más de ocho millones de electoras y electores el 30 de julio. (Soberanía)

 

Continuidad

 

Como continuidad del proceso constituyente de 1999 que nos legó la nueva Constitución y creó la República Bolivariana, la actual ANC es parte de un ciclo revolucionario en el cual se ha luchado por construir un Estado distinto al precedente, que no dudo en caracterizar como capitalista dependiente, burocrático-centralizado, liberal decadente, con sus específicos ribetes de economía periférica a la órbita del imperialismo estadounidense, suministradora de energía fósil barata y gran importadora de bienes procesados.  

 

El tiempo transitorio en que se desarrolla el modelo constituyente continuo iniciado en 1999, podemos identificarlo como un “interregno”, el cual Zygmunt Bauman, parafraseando a Gramsci, define de esta manera: “La antigua forma de hacer las cosas ya no funciona, pero aún no hemos encontrado la nueva forma de funcionar. Así que hay un vacío entre las reglas que ya no sirven y las que aún tenemos que imaginar”.

 

Ese descubrimiento del nuevo Estado, “imaginarlo” (o “soñarlo” como gustaba a la profesora Teresa Gamboa), sigue siendo una tarea pendiente, porque no basta mirar hacia atrás cuestionando el “Estado burgués” -tan mencionado sin definirlo que pareciera representar una entelequia- sino somos capaces de proponer y experimentar la nueva vida, el nuevo poder.

 

Semejante reto resulta tan cuesta arriba en tanto mengue la capacidad creadora, el atrevernos a romper con los moldes impuestos por la Colonia y el imperialismo petrolero, pero también por las tradiciones y costumbres que solapadamente reproducen el sistema de explotación de mayorías y privilegios de pocos.

 

El enemigo está allí al frente bloqueándonos y atacándonos, como es lógico, como todo el peso del pasado que se confabula para seguir existiendo.

 

Ahora tenemos que volver a Lasalle y a la teoría del poder constituyente originario (Sieyés) para afirmar que: las Constituciones no son sólo asuntos jurídicos, sino principalmente políticos, y que no basta redactarlas, sino que hay que establecerlas.

 

Constitucionalidad

 

Está claro que en Venezuela la Carta Magna vigente prevé la realización de consultas constituyentes, como claro está que la propia Constitución no es un freno para los propósitos transformadores del poder constituyente.

 

Cuando el presidente Nicolás Maduro anunció el 1 de mayo que activaría la iniciativa constitucional, estaba actuando estrictamente apegado al orden jurídico de la Nación, tal como también lo ha hecho la ANC una vez escogida por el pueblo e instalada oficialmente.

 

De manera que esta condición, suficientemente debatida, si no ha convencido a determinados voceros de la oposición nacional e internacional, es sencillamente porque su intencionalidad está predispuesta por el objetivo sedicioso que persiguen.

 

Soberanía

 

Hablamos de soberanía en términos nacionales y populares. El ejercicio de autodeterminación frente a la injerencia extranjera va fusionado medularmente a la expresión voluntaria del soberano pueblo venezolano, quien es el único depositario del poder constituyente, garante de la integridad territorial y la perpetuidad de la Patria.

 

Esa fuerza humana fue la que se expresó el 30 de julio en forma libérrima, haciendo uso legal y legítimo de los mecanismos democráticos naturales y establecidos para tales fines.

 

Dicho carácter participativo y protagónico alcanzó, incluso, para que quienes se oponen al Proyecto Bolivariano, se negaran a asistir al evento e intentaran hasta con acciones terroristas impedirlo, negándonos a la mayoría el derecho humano a practicar la política en paz.

 

Propuesta

 

Todo indica que es el momento propicio para que el presidente Nicolás Maduro, como heredero directo del papel histórico del Comandante Chávez, llame a la creación definitiva y formal de la QUINTA INTERNACIONAL que Hugo Chávez planteó pero que no pudo concretar, y en el marco de promover alianzas más amplias a nivel internacional, proponer la creación del Frente Anti Trump, como un movimiento de masas a escala mundial que aproveche la malísima imagen del “emperador” gringo, para proyectar la denuncia contra el imperialismo y todas sus lacras, como racismo, xenofobia, guerrerismo, misoginia, homofobia, depredación ambiental; así este Frente Anti Trump nos acercaría a la mayoría universal para polarizar con el mero centro del verdadero enemigo de la humanidad.

 

 

 

 

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/187673
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