Deslocalización empresarial
27/11/2006
- Opinión
“Nike, nosotros te hicimos. Y también podemos aniquilarte”. Un joven de 13 años del Bronx de Nueva York protestaba ante la cámara de una cadena de televisión estadounidense junto a otros 200 adolescentes, cuando se enteraron de que Nike sólo gastaba 5 dólares en fabricar unas zapatillas por las que ellos pagaban más de 100. Esto es efecto de la deslocalización empresarial, que consiste en el traslado de la totalidad o parte de la producción de una empresa a otro país. La deslocalización es una consecuencia natural de la libertad de movimiento de mercancías y capital que implica la globalización. Su finalidad está clara: reducción de costes y aumento de rentabilidad.
Las multinacionales invierten sumas millonarias en potenciar la imagen de sus marcas, mientras ahorran en la fase de producción. Para ello buscan economías emergentes en las que encuentran salarios mínimos bajos, condiciones de trabajo flexibles, legislaciones poco rigurosas con el medio ambiente, estabilidad política y cierto nivel de infraestructuras y cualificación profesional. Muchos países de la Europa del Este, Latinoamérica y Asia reúnen estas condiciones, lo que les convierte en destinos muy apetecibles para estas grandes empresas. En la mayoría de las ocasiones las multinacionales no abren nuevas fábricas en los países empobrecidos, sino que encargan la producción a contratistas para reducir costes y desentenderse de las condiciones laborales de los trabajadores.
Estos contratistas reciben alrededor del 12% del valor del producto en el mercado, a lo que tienen que descontar los costes de material y de producción. En estos costes, los salarios representan una parte insignificante: según un estudio realizado por la campaña Clean Clothes, una costurera recibe una media del 0,4% del valor de venta del producto. Si los 150.000 obreros textiles de Indonesia ganaran 11 euros más al mes podrían vivir en condiciones dignas y sus hijos podrían dejar de trabajar: esto sólo significaría un aumento de 0´36 euros en el valor de venta del producto.
Pero la responsabilidad no sólo es de las empresas. Los gobiernos de los países empobrecidos tienen la obligación de garantizar el cumplimiento de sus leyes laborales y medioambientales. Sin embargo, es frecuente que los gobiernos sean inoperantes a la hora de hacer cumplir la legislación por temor a que las multinacionales trasladen la producción a otros países. Este miedo a perder la inversión extranjera les ha llevado a crear las denominadas “zonas de procesamiento de exportaciones” o “zonas francas”, cuyo único objetivo es la producción de artículos para su exportación. Estos paraísos para las empresas, a las que los gobiernos conceden importantes exenciones fiscales, son verdaderos infiernos para sus trabajadores, en su mayoría mujeres, pues no están sometidos a la legislación laboral. Según la OIT, alrededor de 250 millones de niños menores de 14 años son forzados a trabajar en los países en vías de desarrollo: 153 millones en Asia, 80 millones en África y 17 millones en Latinoamérica. De esta cifra, unos 12 millones producen para el mercado mundial.
La deslocalización empresarial afecta al país de origen, donde aumenta el paro, pero las consecuencias más negativas se dan en los países receptores: creación de empleo de baja calidad que genera pobreza y explotación, violaciones de los derechos humanos, contaminación y destrucción del medio ambiente. Además, si una empresa consigue mayor competitividad marchándose al extranjero, obliga a la competencia a hacer lo mismo para poder colocar sus productos en el mercado. Sin embargo, la deslocalización no tendría por qué acarrear consecuencias negativas. Es importante tener en cuenta que muchas de las empresas deslocalizadas son deslocalizaciones previas: multinacionales que ahora trasladan su producción de España o México a países con condiciones económicas más favorables fueron deslocalizadas con anterioridad desde Alemania o Estados Unidos. La finalidad de una empresa es obtener los máximos beneficios, por lo que es lógico que intente producir al menor precio posible.
La deslocalización se corrompe cuando las multinacionales se desentienden de las condiciones laborales de las personas que confeccionan sus productos mientras invierten millones de dólares en publicidad; cuando los gobiernos de países en vías de desarrollo conceden exenciones fiscales a los mismos que condicionan su crecimiento y explotan a su población. La solución no es que las multinacionales retiren sus inversiones de los países empobrecidos, sino que garanticen un nivel de vida digno a aquellas personas que son la fuente de su riqueza.
- Juan Luis Gaona es periodista
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España.
ccs@solidarios.org.es
www.solidarios.org.es
Las multinacionales invierten sumas millonarias en potenciar la imagen de sus marcas, mientras ahorran en la fase de producción. Para ello buscan economías emergentes en las que encuentran salarios mínimos bajos, condiciones de trabajo flexibles, legislaciones poco rigurosas con el medio ambiente, estabilidad política y cierto nivel de infraestructuras y cualificación profesional. Muchos países de la Europa del Este, Latinoamérica y Asia reúnen estas condiciones, lo que les convierte en destinos muy apetecibles para estas grandes empresas. En la mayoría de las ocasiones las multinacionales no abren nuevas fábricas en los países empobrecidos, sino que encargan la producción a contratistas para reducir costes y desentenderse de las condiciones laborales de los trabajadores.
Estos contratistas reciben alrededor del 12% del valor del producto en el mercado, a lo que tienen que descontar los costes de material y de producción. En estos costes, los salarios representan una parte insignificante: según un estudio realizado por la campaña Clean Clothes, una costurera recibe una media del 0,4% del valor de venta del producto. Si los 150.000 obreros textiles de Indonesia ganaran 11 euros más al mes podrían vivir en condiciones dignas y sus hijos podrían dejar de trabajar: esto sólo significaría un aumento de 0´36 euros en el valor de venta del producto.
Pero la responsabilidad no sólo es de las empresas. Los gobiernos de los países empobrecidos tienen la obligación de garantizar el cumplimiento de sus leyes laborales y medioambientales. Sin embargo, es frecuente que los gobiernos sean inoperantes a la hora de hacer cumplir la legislación por temor a que las multinacionales trasladen la producción a otros países. Este miedo a perder la inversión extranjera les ha llevado a crear las denominadas “zonas de procesamiento de exportaciones” o “zonas francas”, cuyo único objetivo es la producción de artículos para su exportación. Estos paraísos para las empresas, a las que los gobiernos conceden importantes exenciones fiscales, son verdaderos infiernos para sus trabajadores, en su mayoría mujeres, pues no están sometidos a la legislación laboral. Según la OIT, alrededor de 250 millones de niños menores de 14 años son forzados a trabajar en los países en vías de desarrollo: 153 millones en Asia, 80 millones en África y 17 millones en Latinoamérica. De esta cifra, unos 12 millones producen para el mercado mundial.
La deslocalización empresarial afecta al país de origen, donde aumenta el paro, pero las consecuencias más negativas se dan en los países receptores: creación de empleo de baja calidad que genera pobreza y explotación, violaciones de los derechos humanos, contaminación y destrucción del medio ambiente. Además, si una empresa consigue mayor competitividad marchándose al extranjero, obliga a la competencia a hacer lo mismo para poder colocar sus productos en el mercado. Sin embargo, la deslocalización no tendría por qué acarrear consecuencias negativas. Es importante tener en cuenta que muchas de las empresas deslocalizadas son deslocalizaciones previas: multinacionales que ahora trasladan su producción de España o México a países con condiciones económicas más favorables fueron deslocalizadas con anterioridad desde Alemania o Estados Unidos. La finalidad de una empresa es obtener los máximos beneficios, por lo que es lógico que intente producir al menor precio posible.
La deslocalización se corrompe cuando las multinacionales se desentienden de las condiciones laborales de las personas que confeccionan sus productos mientras invierten millones de dólares en publicidad; cuando los gobiernos de países en vías de desarrollo conceden exenciones fiscales a los mismos que condicionan su crecimiento y explotan a su población. La solución no es que las multinacionales retiren sus inversiones de los países empobrecidos, sino que garanticen un nivel de vida digno a aquellas personas que son la fuente de su riqueza.
- Juan Luis Gaona es periodista
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España.
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https://www.alainet.org/es/articulo/118415
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