La Ruta Pacifica de las Mujeres

Convirtiendo el dolor de las mujeres en solidaridades y esperanzas

06/12/2005
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Opinión
-A +A
Llegué desde Buenos Aires, ciudad donde resido, a emprender el camino que nos conducía al Chocó con decenas de mujeres de diversos colores de piel, tamaños e historias que no aceptan que sus cuerpos sean nueva vez botines de guerra ni tampoco vientres reproductores de más soldados en el conflicto armado que ha durado más de 50 años en Colombia. Eramos alrededor de 2,800 personas, mujeres de Antioquia, Cauca, Putumayo, Risaralda, Santander, Valle, Bogotá, Cartagena y de las distintas regiones del Chocó. Otras y otros habíamos atravesado mares y océanos desde Costa Rica, Argentina, España, Francia, porque cuando se trata de dolor y de muerte, el internacionalismo se hace necesario y urgente para entretejer solidaridades. Desde muchas tierras emprendíamos la MOVILIZACIÓN NACIONAL DE LA RUTA PACIFICA DE LAS MUJERES AL CHOCO. El Chocó, situado en la zona occidental de Colombia, es rico en flora y fauna pero paradójicamente con un rostro de miseria humana cuyo índice se calcula en un 23.5% y esto se agrava desde 1996 con el conflicto armado y la instalación de megaproyectos del pacífico. La construcción de un puente oceánico, un poliducto, proyectos hidroeléctricos y la construcción de una ruta comercial y desarrollo industrial cuyos productos fundamentales son armas y narcóticos, hace que esta zona se convierta en interés económico de ciertos grupos de poder paramilitar, al tiempo que las necesidades de la población civil son desatendidas y olvidadas. El Chocó está constituido principalmente por poblaciones afrodescendientes (85% de la población) e indígenas Tule, Wounaan y Embera (52.7% de hombres y un 47.3% de mujeres). Allí, la esclavitud tiene rostros de modernidad, pero sus desastrosos efectos son los mismos de hace más de 500 años cuando se instaló la colonización europea. Hoy los colonizadores no son extranjeros, son los guerreros nacionales que promueven la muerte y la miseria. Las noches y mañanas nos despedían y nos recibían en los caminos. Caras dormidas y cansadas pero ansiosas y entusiasmadas en 28 autobuses constituían la caravana de la Ruta. Estábamos en noviembre, entre los días 22 y 26, mes en que la práctica feminista internacional concentra sus esfuerzos en los preparativos para conmemorar el Día Internacional de NO a la violencia contra las mujeres. En Colombia, desde la experiencia de la Ruta Pacífica de las Mujeres, se entiende que la guerra es la forma más brutal de violencia cuyas víctimas principales son mujeres, adolescentes y niñas. Los datos lo confirman: son el 70% de un total de 3 millones de personas desplazadas. La caravana salía desde distintos puntos del país y confluía en dos ciudades: en Medellín en donde participamos de un ritual colectivo y creativo de protección en el Parque San Antonio y horas más tarde llegamos a Ciudad Bolivar, donde esperábamos a las compañeras de Putumayo, Cauca, Valle y Risaralda. Hasta ahí, íbamos más o menos cómodas y cómodos. El entusiasmo nos atravesaba la piel y el corazón, a pesar del impacto horroroso que nos causaba la cantidad de soldados encontrados en el camino. Cuando entramos en carretera, luego de Ciudad Bolivar, empezamos a sentir en nuestros propios cuerpos el aislamiento, la exclusión, la marginación económica y social de la gente del Chocó. Una carretera estrecha y en las peores condiciones nos abría el camino cuando no había ningún camión quedado o hundido. En muchas ocasiones tuvimos que esperar horas para poder pasar y hacer cadenas de apoyo y solidaridad para sacar algún vehiculo atascado. En ese momento sabíamos que la construcción y apoyo colectivo era lo único que garantizaba la llegada y empezaron las cadenas de mujeres cargando piedras para poder tapar los grandes agujeros producidos por las intensas lluvias. A pesar de ello, se acrecentaba la certeza de que era necesario llegar a cualquier hora. Las consignas impregnadas en tela color amarillo en cada uno de los buses daban uniformidad a la caravana visibilizando la propuesta de la Ruta Pacífica: ¡Por la desmilitarización del territorio y la vida civil!, ¡Choco, territorio de vida y resistencia! Fueron entre 56 y 60 horas de camino en que cada una y cada uno de las que participábamos en la caravana empezó a sentir, aunque fuese por pocos días, la situación difícil de la población chocoana. En la temprana mañana del día 25 por fin logramos llegar a Quibdó, capital del Chocó. Pañuelos naranjas, verdes, azules, amarillos y blancos, simbolizaban la resistencia, la verdad, la justicia, la reparación, la esperanza, al compás de las bocinas de los autobuses que saludaban a la gente de esta tierra. Queríamos expresar con fuerza: estamos aquí mujeres de muchas partes, queremos abrir nuestros corazones y nuestra solidaridad a las mujeres desplazadas por el conflicto armado, a las niñas huérfanas, a las mujeres mutiladas, a las que tienen miedo pero que no se paralizan, a las que transforman las heridas en fuerza y esperanza. Estábamos allí para decir no más guerra y queríamos decirlo a una sola voz. La pobreza, los rostros y pies descalzos me hacían recordar a tantas comunidades afrodescendientes e indígenas de otros países latinoamericanos y caribeños. Era como estar en el Este de Santo Domingo o en las comunidades garífunas de Honduras pero aún con más miseria. Ahí también estaban mis raíces ancestrales que había dejado en República Dominicana. En el rostro de cada mujer que salía en las ventanas veía a mi abuela, a mi madre, a mis tías, a Doña Ramona, a Mamá Tingó, a las mujeres de la comunidad del Congo, a las indígenas de Chiapas, México, a las de Guatemala. Vi a tantas mujeres que en algún momento de la historia pusieron resistencia a algún poder patriarcal. Vestidas humildemente, con zapatos rotos o descalzas, probablemente sin saber que dar de comer a sus hijos e hijas en ese día, tal vez esperando sin quererlo el próximo desplazamiento hecho por los guerreros, todas, casi todas, tenían sonrisas en los labios al vernos llegar. A algunas pude verles las lágrimas rodando por sus mejillas por la emoción de ver 28 autobuses llenos de mujeres y hombres solidarios que querían aportar un grano de arena para ayudar a resonar su dolor a la sociedad colombiana y al mundo entero. Quibdó era y es el escenario que da para entender como se entrelaza la pobreza con el racismo institucional y como son las mujeres a quienes más le toca de cerca los efectos de la política neoliberal de exclusión y marginación y cuando a esto se le suma los efectos de la guerra es imposible no llorar frente a tal catástrofe humana. Las cifras que conocíamos del Chocó ya no eran números fríos ni estadísticos frente a la realidad que teníamos en nuestros ojos. Esa miseria no es posible contabilizarla con exactitud, ni hacer sumas y restas. Esa miseria es compacta y se hace real fundamentalmente en los cuerpos de las mujeres. Pero estos mismos cuerpos no se cruzan de brazos, las mujeres irrumpen desde el más recóndito rincón para mantener viva la memoria, el olvido nunca le llega a sus vidas y luchan por la desmilitarización de sus territorios y la vida civil porque entienden que NO HAY GUERRA QUE LAS DESTRUYA NI PAZ QUE LES OPRIMA. Estas posturas se hicieron escuchar en colectivo frente a la Alcaldía y la Gobernación de la ciudad. Las mujeres tomaron las calles porque es desde allí y desde sus propias casas que dicen NO a la guerra y SI a la vida, pero a una vida digna exenta de pobreza y desigualdades, de racismo y de sexismo. Las dificultades del viaje solo nos permitió quedarnos un día real en Quibdó, pero fue suficiente para ponernos a pensar y reflexionar sobre el rol político y social que nos toca a cada una y cada uno frente a lo que nos tocó ver y sentir. En horas de la mañana del día 26 la caravana se despedía de Chocó. Las decenas de rostros de mujeres, niñas, niños, adolescentes y hombres que salían de sus casas para alzar el brazo y decirnos adiós, mostraban un gran agradecimiento. Otra vez vi lágrimas en algunos ojos y también sonrisas, de esas que hacen perder el miedo y abren posibilidades de un sueño: una Colombia sin guerra, vidas de mujeres sin violencia, sin racismo, niñas y niños corriendo por las veredas, alzando cometas de papel, riendo a carcajadas. La Ruta Pacífica de las Mujeres, una experiencia feminista que se inicia en 1995 nos dio la oportunidad a aquellas que estamos en otras tierras, de entender de cerca cómo la guerra se apropia y se instala en los cuerpos y las historias de las mujeres y también entender la fuerza y la resistencia que sale de sus cuerpos. Quiero expresar mis agradecimientos a sus organizadoras y promotoras por esta posibilidad humana y solidaria, pues solo viviendo de cerca, aunque sea por algunos días esta realidad, podemos repensar un feminismo más comprometido y menos tecnócrata e institucional, un feminismo que entienda que existen mujeres que son los escudos principales del patriarcado neoliberal y guerrerista, como son las indígenas y afrodescendientes del Chocó. Si entendemos esto podemos comprender que el feminismo, como propuesta de mundo, puede ser realmente transformador de la vida de las mujeres y de muchos grupos humanos. Ese sigue siendo nuestro reto. Bogotá, 6 de diciembre, 2005. * Este artículo fue escrito para la revista Caja de Herramientas en Bogotá, Colombia. - Ochy Curiel, profesional de las ciencias sociales, activista feminista y antiracista nacida en Dominicana, residente en Buenos Aires.
https://www.alainet.org/es/articulo/113773
Suscribirse a America Latina en Movimiento - RSS