La hermana Elsie: Paño de lágrimas de un pueblo entero

22/08/2013
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“Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.”
Mateo 5, versículos 9 a 12.
 
 “Me envió a traer la Buena Nueva a los pobres, a anunciar a los cautivos su libertad, a despedir libres a los oprimidos.”?
Lucas 4, versículo 18.
 
“Maldito quien recibe dones para herir de muerte una vida, sangre inocente; todo el pueblo responderá. Así será”
Deuteronomio 27, versículo 25.
 
“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.”
Mateo 24, 35.
 
“La más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena.”
Mahatma Gandhi.
 
“El mundo no está en peligro por las malas personas sino por aquellas que permiten la maldad.”
Albert Einstein.
 
“Quien acepta pasivamente el mal es tan responsable como el que lo comete. Quien ve el mal y no protesta ayuda a hacer el mal.”
Martin Luther King.
 
Testimonio de una vida
 
La hermana Elsie Monge Yoder, de la Congregación Misionera de Meryknoll (Colina de María), católica, nació en Quito el 18 de agosto del 1933; celebramos por lo tanto, con ánimo festivo, sus primeros ochenta años de maravillosa compañía leal, abnegada, generosa y desinteresada junto a la sufrida colectividad ecuatoriana.

Elsie Monge. Foto: http://www.comisiondeverdadhonduras.org/?q=node/4

 
 En nuestro país, ella ha sido la más importante defensora de los Derechos Humanos, encargada de reclamar por los indefensos y excluidos, perseguidos y abusados. Dicha tarea asumió la religiosa católica hace varias décadas. Su principal formación académica formal la recibió en los Estados Unidos donde cursó en el Junior College del Nazareth Academy, en Kentucky. Se graduó de licenciada en Educación en el Maryknoll Teachers College, y obtuvo su licenciatura en Sociología por el Mary Rogers College. Dispone de dos postgrados: en Antropología Social e Historia de la Civilización, así como en Antropología Cultural. Ella fue maestra escolar en Panamá y Guatemala antes de regresar a su país para asumir este singular reto e histórico apostolado. En este último país centroamericano tuvo a su cargo el Centro Catequístico Diocesano en Huehuetenango.
 
Sin ninguna exageración ha sido, durante décadas, en las condiciones más duras y adversas, en un mar de incomprensiones interesadas, de manera permanente y apacible, la viva voz de quienes no tienen voz, la fraternal comprensión con los desamparados, el refugio confiable de los perseguidos, el consuelo cristiano de los afligidos, el firme escudo para custodiar a los inermes, la fuerza inagotable de los desanimados, la esperanza y el ánimo siempre presto para los abatidos, sus familias y comunidades; un auténtico e incomparable paño de lágrimas de un pueblo entero. Siempre, absolutamente siempre, con la mayor discreción y humildad.
 
 
La conocí en forma muy cercana durante el gobierno del Ing. León Febres Cordero (1984-1988) cuando con una valentía admirable denunciaba, en forma precisa y sustentada, sin temor ni favor, los crímenes y todas las graves violaciones a los Derechos Humanos de ese período, cuando incluso algunos legisladores temerosos se abstenían de actuar –como les ordenaba la Constitución-, o incluso se negaban a firmar un simple comunicado pidiendo información sobre la suerte de seres humanos.
 
Ha dirigido durante décadas la Comisión Ecuménica de Derechos Humanos, la CEDHU, entidad conformada por iniciativa de religiosos sensibles y creyentes solidarios de las iglesias luterana, presbiteriana y católica ante los inmensos y descarados abusos del poder, así como por la total indefensión de los estratos más pobres, humildes e indefensos de la sociedad ecuatoriana ante las políticas represivas de los regímenes de turno. Nació pues del infinito clamor de Justicia y firme exigencia del cese a tanto abuso y tropelía, con el sustento del formidable humanismo germinado en el Evangelio, del más elemental respeto a la vida, a la integridad y a los más elementales Derechos Humanos.
 
Los miembros de esta memorable Comisión, en singular testimonio para la historia del país, denunciaron siempre, sin guardar nunca su testimonio de verdad y solidaridad, los asesinatos, homicidios, ejecuciones extrajudiciales, desapariciones forzadas, torturas, detenciones sin fórmulas de juicio, y toda forma de atropello y persecución. Se pusieron en la senda de Cristo, persuadidos por su fe inquebrantable, sin concesiones, junto a los pobres, indefensos e injustamente perseguidos, encarcelados o lastimados.
 
Desde 1973 realizaron su labor gallarda y valiente junto a la hermana de la misma comunidad Laura Glynn, quien falleciera hace una década en un lamentable y doloroso accidente de tránsito. Las hermanas de la orden de Maryknoll jamás se dejaron intimidar, por nada ni por nadie, a pesar de las feroces campañas de amenazas, presiones, retaliaciones, injurias y calumnias que se levantaron en su contra.
 
Su limpia trayectoria y autoridad moral llevó a la hermana Elsie Monge a presidir la llamada Comisión de la Verdad –en el 2010-, para averiguar una enorme cantidad de crímenes, tormentos y atropellos de las últimas décadas y muchos gobiernos, sin excepción alguna, incluido el presente. En forma lamentable sus conclusiones y proceso de justicia no han avanzado luego de presentarse el resumen de los mismos, porque pareciera que, en los círculos del poder, no les interesa la reparación de esas graves violaciones a los Derechos Humanos, sino, sobre todo, manejar la grave información recabada como elemento inmovilizador o espada de Damocles para las fracciones dominantes y los políticos que los precedieron en el dominio del país. Una metodología similar se percibe sobre los estudios, documentos, análisis y conclusiones de otras dos importantes comisiones: la que indagó sobre el Atraco Bancario de 1998 y 1999 y sus responsables; y la que se organizó para analizar el manejo delincuencial de décadas de la Deuda Externa con el apoyo del experto argentino Alejandro Olmos Gaona.
 
Resulta notorio y evidente que las transparentes labores de solidaridad de la hermana Elsie tuvieron siempre el soporte de las enseñanzas y tareas evangélicas. En una reseña realizada por Mery Ellen Manz, para la publicación cristiana “Liberación”, ella manifestaba firme y muy convencida: “Cuando tomas una opción, aceptas lo que viene con ella. Mi fe católica me da mucha fortaleza espiritual que me ayuda a superar obstáculos y frustraciones.”
 
“En el trabajo de Derechos Humanos –reconocía- uno de los requisitos es la perseverancia porque lleva tiempo ver resultados, especialmente si se afectan intereses económicos y políticos.” Es que conoce que atrás de todos los abusos y muchos crímenes están siempre esos colosales poderes económicos y políticos. Los humildes nunca atropellan; a ellos los atropellan en forma cotidiana. Pero también sabe que el día de los pueblos siempre llega aunque sea en forma parcial. Por ello pasaron o están en cárceles de América Latina muchos dictadores y contumaces violadores de los Derechos Humanos que se creían dueños y señores de sus países y sus pobladores. Es que los pueblos se pueden olvidar de muchas cosas, menos de las sangre infamemente derramada. Desde el primer libro de la Biblia, en el Génesis (Cap. 4, versículo 10) a raíz del crimen de Caín sobre su hermano Abel, está presente el reclamo: “Y él le dijo: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mi desde la tierra.”
 
Es el poder de esa convicción irreductible nacida de una doctrina maravillosa, solidaria y humana por excelencia, que es incompatible con la indiferencia o la complicidad, como es el Evangelio de Jesús, el que ha sustentado y mantenido durante décadas ese trabajo durísimo, ejemplar y muy valiente, al que muy pocos se atreven y al que grandes poderes pretenden desprestigiar, de la respetada hermana Elsie.
 
Cuando existen misioneros o religiosas que visitan a los leprosos o curan a los enfermos olvidados –en todas partes del mundo-, en muy importante y noble tarea, todos aplauden –y con plena razón-, incluso desde la cúpula del poder; pero cuando se levanta la voz de la solidaridad tangible para defender a los oprimidos y desprotegidos, a los perseguidos y a las víctimas de la injusticia y de la dominación implacable, el aplauso oficial se transforma en agravio, la alabanza en injuria, la sonrisa complaciente cede el paso al rictus del odio, y surgen los ánimos perversos de la venganza injustificada.
 
La dominación social –siempre anti cristiana- se molesta con quienes defienden a los ofendidos, excluidos e irredentos. Por ello sus labores son mucho más admirables, porque entrañan valentía sin par y una convicción humanística incomparable y vigorizante. Recordaba a este propósito –he buscado la cita textual- que “El que escucha la palabra de Dios y la pone en práctica, será tan firme como un edificio construido sobre una roca. Felices los que escuchen la palabra de Dios y la ponen en práctica …” (Mateo 5, 25 y Lucas 11, 28). ¿Hemos olvidado cuántos creyentes fueron con la frente en alto al sacrificio e inmolación, sin ninguna manifestación de debilidad, en los campos de concentración de la II Guerra Mundial?
 
Una limpia y firme convicción religiosa, como quizá lo podría ser una de carácter cívica, moral o patriótica, es una poderosa fuente de robustecimiento espiritual. Junto al ejemplo de las hermanas Elsie Monge y Laura Glynn, podemos recordar, entre otros, en nuestro propio país, a monseñor Leonidas Proaño, al arzobispo Luis Alberto Luna Tobar, al obispo amazónico Gonzalo López Marañón, a monseñor Alejandro Lavaka, o sacerdotes solidarios como José Gómez Izquierdo, Fabián Vázquez o Pedro Soto, o sor Inés Arango en sus labores misionales, con la disculpa de tantas omisiones.
 
Entre los seglares no puede dejar de mencionarse la valerosa e importante labor, desde Guayaquil, de Nelsa Curbelo. Sus vidas de singular bondad y cotidiana entrega a la esencia solidaria y humana de la doctrina evangélica, más allá de absurdas incomprensiones y gratuitas malquerencias, hablan por ellos y devuelven la ilusión de que el humanismo y la solidaridad fraterna existen, que su presencia es vigorosa, y que es un poderoso bálsamo de promesa esperanzadora en este mundo.
 
Hablando de Derechos Humanos, donde la mayoría absoluta de sus defensores en forma nada casual son personas de arraigado convencimiento religioso, no podemos olvidar a algunas personas laicas en esta titánica y sacrificada labor, como ha sido el caso de Pedro Restrepo y su familia, ejemplos conmovedores de tenacidad y valor invencibles. Tampoco podemos dejar de mencionar el generoso voluntariado que ejerce desde hace años el doctor César Zea en los pueblos del Sur de la República. Todas las personas que se dedican a esta nobilísima tarea merecen todo el respeto, consideración y aprecio de sus conciudadanos.
 
Solidaridad maravillosa y llena de riesgos e incomprensiones
 
Defender los Derechos Humanos ha sido, y lo será siempre, una tarea durísima porque todos los gobiernos de turno se sienten aludidos, y cuando son nombrados se desatan todos sus rencores acumulados y resentimientos escondidos. Pero es imposible no establecer el nombre y apellido de cada gobernante, porque en el ejercicio del poder, y de la política en general, son personas precisas las que ejercen el dominio y control social, con sus responsabilidades por acción u omisión, con todos los métodos –legales y no legales- a su orden.
 
No es ánimo de molestar o fastidiar. Simplemente se los designa e identifica con el ejercicio de gobierno durante el lapso de su dirección del Estado. Si no fuesen o no hubiesen sido gobernantes nadie les habría nombrado. Pero todo lo que sucede en el campo de los Derechos Humanos, y del ejercicio del poder político, se desarrolla en un tiempo, sitio y lapso preciso. Nada es personal ni gratuita animadversión con dedicatoria sesgada como algunos aluden; es la objetividad irrefutable de los hechos e instantes en que se cometieron. Si no existiesen violaciones a los Derechos Humanos nadie se referiría a ellas. “La culpa del crimen nunca es del cuchillo, sino del que lo maneja”, dice un viejo adagio. Si no se consumasen estos abusos y atropellos nadie se referiría a ellos.
 
Los nobles organismos y valientes defensores de los Derechos Humanos sólo exigen el cese de los atropellos y arbitrariedades, el respeto a los instrumentos jurídicos internacionales sobre la materia y a las prescripciones y derechos garantizados en la propia Constitución de cada República, la existencia de una Justicia transparente y sin la perversa y antievangélica manipulación del poder político de turno, lejos de las inauditas venganzas y de tantas infames injusticias e impunidades.
 
No existe –ni ha existido nunca-, por lo tanto, ningún afán de molestar por parte de alguna organización de Derechos Humanos ni de sus voceros. Nadie habla del régimen de Juan Piguave o de Eulogio Machado, porque nunca estas personas y nombres tuvieron responsabilidad en el ejercicio del mando político y social. Y si alguien nombró los excesos de cada uno de los regímenes –de las últimas décadas- ha sido porque sucedieron determinados hechos en cada gobierno, y todos ellos disponen de responsabilidad –moral, política y jurídica- por acción u omisión.
 
Cabe analizarlo con una comparación gráfica: ¿Alguien podría transmitir un partido de fútbol sin poder referirse a los nombres, apellidos y funciones de los jugadores? Igual situación sucede sobre los hechos políticos, sociales, económicos, culturales, o de Derechos Humanos. Si alguien hubiese deseado que nadie le nombre ni aluda a su persona, por ninguna razón, lo más lógico era que jamás ingrese a la actividad política. Nadie transmite un partido de fútbol con jugadores que no están en la cancha. ¡Sería imposible!
 
En defensa de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos
 
Con pleno conocimiento y versación sustentada en la experiencia de los que sufren, la hermana Elsie ha defendido la permanencia del Ecuador dentro de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, al igual que la mayoría absoluta de abogados y todos los organismos de defensa de los Derechos Humanos del país.
 
En la defensa de los Derechos Humanos no existen inventos y sus voceros verdaderos son personas muy serias y que hablan con la fundamentación de los documentos y la realidad. Y cuando no obtienen protección jurídica dentro de un país acuden ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Cosa muy distinta es que las verdades incomodan. No al acaso dictaduras como las del Cono Sur, caso de Augusto Pinochet en Chile o Jorge Rafael Videla en Argentina, si algo temían era que el mundo se enterara de sus crímenes y atrocidades, como sucedió para espanto y estremecimiento del planeta entero. Sus países fueron condenados a reparar la impunidad sobre sus reclamos ciudadanos desatendidos. El caso de la desaparición de los jóvenes hermanos Restrepo Arismendi y de otros crímenes no se lo decidió en el Ecuador; fue la Comisión y Corte Internacional de Derechos Humanos las que enmendaron la injusticia y desprotección escandalosa dentro del país.
 
Por ello los regímenes fascistas de América Latina odiaban tanto la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, como luego les disgustó al de Alberto Fujimori del Perú o Álvaro Uribe Vélez de Colombia, para que ninguno de sus conciudadanos desprotegidos, sobre todo las familias de las víctimas de procedimientos atroces o de sentencias infames, acudiera clamando Justicia y reparación ante la misma y pidiera cuentas, a sus Estados y gobiernos, por su acción u omisión, ante la situación de calamidad jurídica prevaricadora en cada país.
 
En forma increíble ese proceder contra la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, donde acuden los ciudadanos indefensos de toda América, hoy tienen algunos seguidores pertinaces “progresistas”, en proceder inaceptable, en la misma e idéntica línea de las dictaduras fascistas de Pinochet, Videla, Stroessner, Bánzer, y otros, para someter a la más absoluta indefensión a sus propios ciudadanos; para que no tengan ningún tribunal donde acudir en busca de amparo y justicia una vez consumado el abuso jurídico y la injusticia al interior de cada “República”.
 
Lo que maliciosamente ocultan es que según la Convención Interamericana sobre Derechos Humanos, o “Pacto de San José de Costa Rica”, suscrito en esta ciudad con el beneplácito del Ecuador el 22 de noviembre de 1969, de los siete miembros de la Corte Interamericana –y de su Comisión- ningún país puede disponer de más de un magistrado, que su votación es secreta y que requiere del apoyo de más de la mitad de los votos de los países miembros, así como que cada país puede presentar una terna en la cual debe constar siempre un jurista reconocido que sea oriundo de otro país. (Arts. 52 a 60 de la referida Convención, ratificada por el Ecuador el 24 de julio de 1984, publicada en el Registro Oficial 801, del 6 de agosto de 1984).
 
El argumento de que Estados Unidos y otros países no han ratificado esta Convención se debe a que los mismos disponen en su legislación interna de la pena de muerte, condena que inviabiliza esa posibilidad mientras mantengan esa vigencia. El primer derecho humano es el respeto a la vida e integridad de las personas. Por lo tanto deberían cambiar su legislación interna en forma previa. No obstante en el año 2011 la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) dictó once medidas cautelares contra el gobierno de Estados Unidos, que las tuvo que cumplir, doce contra Honduras y una contra Ecuador, Venezuela y Bolivia.
 
El argumento de que la Corte Interamericana de Derechos Humanos no ha condenado la infame cárcel y procedimientos criminales en Guantánamo, que todo el mundo rechaza y repudia, merecen algunas preguntas: ¿Qué país perteneciente a la OEA ha puesto en conocimiento de ese organismo jurídico esa brutal prisión e inhumanos procedimientos? ¿Alguien ha conocido que el gobierno del Ecuador hubiese pedido formalmente, siguiendo los procedimientos jurídicos de rigor, ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, el enjuiciamiento y la sanción formal a los Estados Unidos por esta conducta de lesa humanidad? ¿Cuándo, en qué fecha precisa, presentó esa acusación formal y acción jurídica, que nadie la ha conocido? ¿Por qué en vez de excusarse de asistir a alguna de las reuniones de la OEA no va a debatir y exigir, con las pruebas pertinentes, cuando menos una resolución de condena política y moral, al margen de los resultados, contra esta conducta criminal y que merece el repudio del planeta entero?
 
La Comisión Ecuménica de los Derechos Humanos, encabezada por la hermana Elsie, y todos los organismos serios de Derechos Humanos del país tienen toda la razón: ¡La argumentación capciosa del régimen, para dejar en la mayor indefensión a la ciudadanía ecuatoriana, debe ser desmantelada y refutada con la verdad! ¡Por ello buscan que nadie pueda disponer del derecho de opinión libre y réplica sin cortapisas a las versiones oficiales interesadas e inexactas!
 
Poderosos adversarios y permanentes difamadores
 
Es necesario recordar que una de las más conocidas puntas de lanza en contra de la hermana Elsie (y de los organismos serios de defensa de Derechos Humanos) fueron siempre sobre todo ciertas compañías extranjeras o multinacionales empeñadas en depredar los recursos naturales de nuestro país –con la descarada complicidad de los regímenes de turno-, sobre todo en áreas de riquísimos recursos de flora, fauna y agua. Estas grandes corporaciones están advertidas para la respuesta inmediata cuando ella ha levantado su voz, de tono apacible y firme, a favor de las comunidades desplazadas, acosadas o perseguidas, así como de sus dirigentes.
 
Un aspecto muy visible ha sido contemplar como muchas veces los verdaderos portavoces de los intereses de estas gigantescas corporaciones transnacionales, sus alfiles más empeñados y afilados, son los mismos gobiernos de turno –que hablan en defensa de esos intereses antinacionales e inhumanos-, en conducta que recuerda la conocida observación del ex presidente de Argentina Arturo Illía: “No les tengo miedo a los de afuera que siempre nos quieren comprar; sino a los de adentro que siempre nos quieren vender.”
 
El proceder solidario y genuinamente cristiano de la hermana Elsie nunca ha dejado de desatar injustas campañas de furor calumnioso en su contra; y estamos persuadidos que seguirán en ese obsesivo y malsano empeño, como también creemos que sus convicciones evangélicas no le harán retroceder un solo centímetro porque sus estandartes son la verdad, la justicia, el humanismo y la solidaridad. En varias décadas jamás lograron amilanarle.
 
Ella, como cristiana, sabe que está a buen recaudo dentro de su fe, “Porque todo el que invoque el nombre del Señor será salvo.” (Romanos 10, 13). Poderosa vertiente de valor, para intentar saciar el hambre y sed de justicia de los creyentes, es el Evangelio. Allí la explicación de su inquebrantable tenacidad en la defensa de los más pobres y enfrentándose a los abusadores de turno, sin amilanarse jamás. ¿Existe algún otro caso similar, a este nivel y con esta cotidianidad, en toda la República? ¡Difícil de encontrar!
 
Sobre su vida muy sacrificada, y durísima en incomprensiones muchas veces interesadas, cabría recordar los siguientes versículos de los Salmos 3 y 4:
 
“¡Oh Jehová, cuánto se han multiplicado mis adversarios! Muchos son los que se levantan contra mí. Muchos son los que dicen: No hay para él (ella) salvación en Dios. Más tú, Jehová, eres escudo alrededor de mí. Mi gloria, y el que levanta mi cabeza. Con mi voz clamé a Jehová. Y él me respondió desde su monte santo. Y me acosté y dormí. Y desperté, porque Jehová me sustentaba. No temeré a diez millones de gente, que pusieren sitio contra mí. Levántate, Jehová; sálvame Dios mío; porque tu heriste a todos mis enemigos en la mejilla; los dientes de los perversos quebrantaste. La salvación es de Jehová; sobre tu pueblo sea tu salvación.”
 
“Respóndeme cuando clamo, oh Dios de mi Justicia. Cuando estaba en angustia, tú me hiciste ensanchar; ten misericordia de mí, y oye mi oración. Hijos de los hombres ¿hasta cuándo volveréis mi honra en infamia, amaréis la vanidad y buscaréis la mentira? Sabed pues que Jehová ha escogido al piadoso para sí; Jehová oirá cuando yo a él clamare.”
 
El Evangelio como fuente de solidaridad
 
Es notorio que han existido y persisten dos formas de interpretar el Evangelio. Una que propone una conducta intimista, individualista, centrada solo en sí mismo y en la oración, que a lo mucho se expresa en alguna obra de caridad si se dispone de algún sobrante, y que busca a toda costa –en los hechos- que este orden de grave injusticia social permanezca inalterable. Es una propuesta de una Iglesia pasiva, que no haga olas, al servicio del orden establecido, en la que cada quien debe priorizar y preocuparse sobre todo por la salvación de su propia alma y nada más. Resulta en los hechos una concepción adormecedora de una genuina solidaridad social trascendente, que se fomenta en ciertos semilleros o centros educativos exclusivos, encaminados a producir espíritus apacibles y desprovistos a futuro de cualquier cargo de conciencia. Esta es la Iglesia alabada y aplaudida desde el poder ominoso que, en forma cotidiana, afrenta, humilla y reprime con ferocidad inaudita a los pobres y escarnecidos.
 
Pero también existe otra lectura e interpretación bíblica; sobre todo del Nuevo Testamento. Muchos latinoamericanos, con una percepción evangélica distinta, emprendimos, como consecuencia natural de lo aprendido, por los hermosos caminos del humanismo solidario, e incursionamos en la política y en una práctica social fraternal porque esa es la natural consecuencia de una auténtica y genuina formación cristiana y de las enseñanzas evangélicas que hemos recibido en nuestros hogares y establecimientos donde nos colocaron nuestros padres creyentes. ¿No es lo más natural y lógico que si estudiamos en debida forma el cristianismo y el Evangelio, aprendamos, e intentemos practicar, su doctrina fraternal y profundamente humana?
 
¿No nos enseñaron acaso que Cristo era profundamente solidario y humano, que pedía y clamaba por dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, dar posada al peregrino, dar de vestir al desnudo? Nosotros dijimos entonces, y optamos en una militancia humanista, proclamando, sobre la base irrenunciable del estricto respeto a los Derechos Humanos, que debíamos estar resueltos a cualquier sacrificio –en bienes y persona- para dar de comer a un pueblo hambriento, que debíamos esforzarnos con todo empeño para saciar la sed de justicia de una comunidad desesperada por equidad, que aspirábamos no solo a dar posada al peregrino y protección al desnudo, sino que anhelábamos –como hermoso sueño realizable- otorgar un techo permanente para el desamparado y trabajo al desocupado, para impedir que el hambre y la falta de trabajo empujen a nuestros compatriotas angustiados por los tristes senderos de la delincuencia, prostitución, alcoholismo, y la lacerante migración de incontables hermanos hacia el extranjero donde los humillan o maltratan.
 
¿Quiénes nos enseñaron a nutrirnos desde las fuentes de la más limpia solidaridad evangélica y asumir un compromiso fraternal –mucho más allá de las palabras- desde la vertiente limpia de su humanismo conmovedor, y desde la más tierna infancia, ¿cómo luego nos podían limitar, censurar o reprimir por intentar guiarnos en nuestras existencias por dichas sabias y luminosas enseñanzas?
 
¿No proclama Jesús en el Evangelio de Lucas 4, 18, en altas y claras voces, que “Me envió a traer la Buena Nueva a los pobres, a anunciar a los cautivos su libertad, a despedir libres a los oprimidos.”? Y no es verdad que Cristo evitó los compromisos y las definiciones. En Mateo 10, 34 proclama: “No penséis que he venido a poner paz en la tierra; no vine a poner paz sino la división.” En Lucas 12, 51 insiste: “¿Pensáis que he venido a traer paz sobre la tierra? Os digo que no, sino la división.” En el mismo Lucas 12, 49 advierte: “Yo he venido a echar fuego en la tierra ¿Y qué he de querer sino que se encienda?” No es ninguna casualidad que los poderosos de su tiempo, en conjunción con escribas y fariseos, lo crucificaron acusándolo de disociar y soliviantar a las masas oprimidas. ¿Cuál fue alguna acusación válida para su supuesto delito de amar y defender a los pobres y proclamar que no se puede servir a dos señores: al verdugo y a su víctima, al abusador y al abusado?
 
Todo cristiano verdadero –y la hermana Elsie lo es; su vida entera es la mejor prueba- debe reparar que el compromiso solidario con sus semejantes es una práctica bíblica y profética. ¿No dice acaso el Nuevo Testamento que no existe mayor amor que aquel que está resuelto a ofrendar su vida por su hermano? En el Evangelio de Juan, capítulo 15, versículo 13, textualmente manifiesta: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos y hermanos.”
 
¿Es correcta la pretensión de coartar la participación de los cristianos en el ejercicio de la fraternidad a su máximo nivel con los oprimidos y en la práctica de la abnegación con sus semejantes y su liberación? ¿Es que acaso los mismos profetas guardaron silencio cómplice ante las iniquidades de su tiempo e indiferencia ante los abusos inauditos en contra de los débiles? ¿Acaso no fueron los que, con valentía y frontalidad, asumían las denuncias en contra de las injusticias?
 
¿Moisés no combatió por su pueblo sometido a dominación y ante requerimiento expreso del mismo Yavé? ¡Yavé no le solicitó que solo se dedique a la oración, sino que organice y prepare a su pueblo para liberarlo de la implacable dominación faraónica! ¿Samuel no demandó enérgicamente tierra para sus hermanos? ¿Isaías no llamaba perversos a quienes pretendían acaparar las riquezas de la tierra, amenazando al que despoja al pobre, anunciando el reparto de las heredades injustamente concentradas y prediciendo la caída del gobierno abusivo, prepotente y opresor?
 
¿No fue Amós quien levantó la voz a favor de la Justicia social exigiendo el respeto al derecho de los pobres para vivir decorosa y dignamente? ¿No padeció Jeremías la injusta prisión de la cisterna de Melquías y no fue llevado cautivo y encadenado a Babilonia? ¿No contribuyó Jeremías en la conspiración contra el colonizador poder babilónico y paladeó el dolor indescriptible del exilio forzoso e injusto?
 
¿Deberían y debieron los profetas ser acusados de terrorismo y sabotaje por ejercer el derecho de expresarse como seres humanos, e interrogar de manera pública el origen amargo y triste del fruto usurpado por determinados poderosos y ricos de su tiempo allegados al poder abusivo y avasallador? ¿Fue acaso indiferente el mismo Yavé al clamor, gemidos y angustia de su pueblo oprimido y subyugado? ¿Fue imparcial y neutral en la lucha del joven David, el primer tirapiedras reconocido y no difamado de la historia, ante el vigoroso gigante Goliat? ¿Fue indiferente a las reivindicaciones de Moisés y Aarón, así como a la lucha de Josué por la tierra prometida?
 
De vivir ahora los profetas ¿preferirían participar en los cocteles y ceremonias oficiales de los poderosos, o curar las heridas, consolar y organizar a quienes padecen hambre y sed de justicia? ¿No levantarían su voz y condenarían a quienes someten a tanto acoso planificado y sufrimiento continuo a millones de “templos vivos del Espíritu Santo” como define el cristianismo a cada ser humano?
 
¿Los profetas y apóstoles se quedarían callados ante tantos “templos vivos del Espíritu Santo” sin trabajo, sin estabilidad laboral, sin garantía de sus libertades y restricciones a sus Derechos Humanos, o excluidos, en forma direccionada, con métodos sospechosos, de los estudios en las universidades que antes disponían de libre ingreso y gratuidad? ¿No merece llamarse esta forma de conducción de sobresalto y exclusión social planificada como el auténtico régimen del “mal vivir”?
 
¿Qué dice, en altas, firmes, precisas, claras, audibles y sinceras voces, la dirección de la Iglesia de esta exclusión organizada de millones incontables de “templos vivos del Espíritu Santo”? ¿Es que acaso existen “templos vivos del Espíritu Santo”, de primera, segunda, tercera, cuarta y enésima categoría? ¿Puede suponerse que alguien se calle ante el trato de “templos vivos del Espíritu Santo” de carácter desechable y que no merezcan la predicada solidaridad cristiana, o cuando menos una voz de pública solidaridad con los que gimen y sufren sus padecimientos indecibles e inenarrables?
 
¿No pueden influenciar de ninguna manera en regímenes que se llaman cristianos y católicos y cuyas prácticas deben ser corregidas y enmendadas de urgencia, antes que una sociedad entera se desbarranque en un precipicio de violencia fraternal ante tantas necesidades vigentes y un inminente colapso económico en medio de un endeudamiento desenfrenado? ¿Es que pretenden convertirnos a mediano plazo en la Grecia desesperada de Sudamérica? ¿Hemos olvidado la metáfora bíblica de las siete vacas flacas que se engulleron a las siete vacas gordas? No obstante todo se sabrá un día, y ojalá no sea muy tarde, porque “los más grandes secretos un día se vocearán en las terrazas.” ¡Hay silencios que duelen con hondura y que son difíciles de explicar! ¿Qué diría Jesús si un pastor abandona a sus ovejas en vez de rescatarlas y orientarlas para evitar los daños que puedan ocasionarlas los lobos al acecho?
 
¿Por qué no hablan con el Papa Francisco las Conferencias Episcopales de América Latina, África y Asia, del mundo entero, y le plantean la excomunión o exclusión de la Iglesia de Cristo a quienes desde los distintos niveles del poder despojan a sus pueblos de los bienes indispensables para su decorosa y justa sobrevivencia, y de quienes se han manchado las manos con la sangre de hermanos inocentes e indefensos? ¿No enseñaban en las clases escolares de Catecismo e Historia Sagrada que “sin restitución no hay salvación”? ¿Ya no están vigentes estas propuestas solidarias y cuando menos humanas?
 
Antes, cuando niño, cuando me enseñaban sobre las características del infierno, rezaba todos los días para que no existiese ese centro de terribles tormentos. Ahora, de viejo, mirando a los implacables angustiadores y verdugos de pueblos y familias, rezo y rezo mucho para que no exista un solo infierno. Y siempre, como lo hace Pablo Neruda en “El libro de las preguntas”, me repito: ¿Estará Hitler ahogándose con la sangre de los niños que mandó a matar? ¡A veces uno halla motivos para descorazonarse!
 
¿Los profetas aplaudirían el despojo y el entreguismo de los recursos naturales no renovables de una colectividad nacional entera para favorecer a intereses extranjeros colocando en riesgo las fuentes indispensables de sobrevivencia de varias generaciones? ¿Estarían de acuerdo que se permita e impulse la destrucción de la flora, la fauna y el agua de un territorio que antes lo llamaban Paraíso, tierra bendecida de la que se nutrieron incontables cientos de generaciones precedentes y único sustento de sus descendientes del porvenir? ¿Cómo puede vivir y sobrevivir una colectividad nacional si no se le garantiza el esmerado cuidado y protección infranqueable de la tierra y del agua, elementos insustituibles que han permitido alimentarse y perdurar a los seres humanos millones de años sobre la faz del planeta?
 
¿No fue el mismo Jesús acusado por los poderosos de su tiempo, por decir la verdad y defender a los excluidos e irredentos de este mundo, de ser agitador y de pervertir al pueblo, conforme lo relata Lucas en el capítulo 23, versículo 2, de su testimonio? ¿No fue esa vivencia entre el pueblo y su compromiso permanente con los que sufren, lo que hacía que escribas y fariseos tuviesen recelo de prenderlo, pues temían que el pueblo reaccionara, como lo narran los evangelistas Mateo (21, 46) y Lucas (22, 2)?
 
¡Si Cristo solo hubiese permanecido rezando en su casa jamás lo hubiesen crucificado, pero nunca habría sembrado entre los pueblos su maravillosa doctrina solidaria! ¿Puede un sembrador colocar sus semillas sin acercarse jamás al surco abierto o a los campos roturados?
 
Derechos Humanos y genuino cristianismo solidario
 
La conducta de la hermana Elsie Monge Yoder, analizada en la historia de las últimas décadas, en el campo de la defensa infranqueable de los Derechos Humanos, no es una excepción dentro del humanismo evangélico y solidario. Ha sido una versión singular para América Latina, similar al de varios referentes sociales históricos, en el marco de una auténtica práctica evangélica, dentro del mundo entero.
 
No puede haber un verdadero cristiano que sea insolidario o indiferente al dolor y carencias de sus semejantes; que pase solo ensimismado salvando su propia alma como pretenden determinadas entidades que anhelan debilitar al máximo las concepciones socialmente solidarias de los cristianos verdaderos y legítimos.
 
La defensa de los Derechos Humanos es una manifestación de extraordinario compromiso voluntario con sus semejantes. Si esta práctica tuviese que acogerse a las leyes laborales del Ecuador, impulsadas por la “revolución ciudadana”, la hermana Elsie debía retirarse de toda actividad a los 70 años en forma implacable. El propio Papa Francisco, elegido a los 78 años habría estado inhabilitado desde hace mucho tiempo. La Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948, garantiza la igualdad de todos los seres humanos ante la ley y la condena a toda forma de discriminación, incluyendo por razones de edad (Arts. 2 y 7), al igual que lo consagran todos los instrumentos internacionales de la materia y hasta la propia Constitución de la República (Art. 11, numeral 2). La hermana Elsie trabaja en forma tenaz todos los días, en la defensa imparable de los Derechos Humanos de los ecuatorianos y residentes en este país, en forma inalterable y apasionada, porque su fraternidad solidaria y sus convicciones no pueden ser castigadas ni limitada por leyes.
 
En varias biografías de Martin Luther King, como en su semblanza de Vicente Turri, de la colección Apóstoles, se puede leer una de sus principales opiniones y escritos a raíz que concluyó la lectura de la obra “Cristianismo y Crisis Social”, de Walter Rauschbenbusch, cuando señala y proclama:
 
“Llegué a la convicción, después de leer a Rauschbenbusch, de que cualquier religión que se precie de interesarse por las almas de los hombres y que no se interese por las condiciones sociales y económicas que mortifican el alma, es espiritualmente una religión moribunda.”
 
A raíz que el 1 de diciembre de 1955 empezó su lucha no violenta por los Derechos Humanos de los negros segregados terriblemente dentro de los Estados Unidos, a raíz del encarcelamiento de Sara Parks, escribió Martin Luther King:
 
“Nosotros uniremos nuestra capacidad para infringir sufrimientos con nuestra capacidad para resistirlos. Uniremos nuestra fuerza física con nuestra fuerza moral. No podemos odiarlos, pero no podemos con plena conciencia obedecer sus injustas leyes. Hagan lo que quieran y todavía seguiremos queriéndoles. Asalten nuestras casas y amenacen a nuestros niños; envíen a sus perpetradores de violencia encapuchados dentro de nuestras comunidades y arrástrennos a alguna calle lateral; péguennos y abandónenos medio muertos … y todavía seguiremos amándolos. Pero pronto los reduciremos con nuestra capacidad para sufrir. Y al obtener nuestra libertad, apelaremos de tal manera a sus corazones y conciencias que ustedes terminarán por unirse a nosotros en el mismo camino …”
 “La resistencia no violenta no es un sistema para cobardes; ya que se resiste. Si alguien usa este método porque tiene miedo o carece de instrumentos de violencia, no es un no-violento. Por este motivo Gandhi decía frecuentemente que si la cobardía es la única alternativa a la violencia, es mejor luchar. El resistente no-violento solo es pasivo en el sentido de que no es agresivo físicamente, pero es extraordinariamente activo espiritualmente”.
 
Ante una Carta de ocho pastores blancos, que, tiempo después, como dóciles instrumentos del poder, y con la intención de minimizar y desnaturalizar su trabajo social y cristiano, lo acusaban de organizar o respaldar manifestaciones de protesta de los negros segregados, desde la cárcel de Birmingham, en 1963, les respondió, entre otros, con el siguiente párrafo:
 
“Es posible que resulte fácil decir “espera”, para quienes nunca sintieron en sus carnes los acerados dardos de la segregación. Pero cuando se ha visto como muchedumbres enfurecidas linchaban a su antojo a madres y padres, y ahogaban a hermanas y hermanos por puro capricho; cuando se ha visto como maltrataban a nuestras hermanas y hermanos negros; cuando se ve la mazmorra sin aire por la pobreza, en medio de una sociedad opulenta; cuando, de pronto, se queda uno con la lengua paralizada, cuando balbucea al tratar de explicar a su hija de seis años el por qué no puede ir a un parque público de atracciones recién anunciado en la televisión y ve como le saltan las lágrimas cuando se le dice que el “País de las Maravillas” está vedado a los niños de color …; cuando se está luchando continuamente contra una sensación degeneradora, de despersonalización, entonces, y solo entonces, se comprende por qué nos parece tan difícil aguantar.”
 
Las incomprensiones al pastor Martin Luther King eran tan duras y constantes, incluso dentro de la Iglesia Bautista a la que pertenecía, cuya lucha no violenta era exigir que los negros sean tratados como personas comunes y seres humanos, que muy adolorido escribió:
 
“Tengo que reiterar honradamente que mi Iglesia me ha defraudado. No lo digo como uno de esos críticos negativos que siempre saben encontrar algo equivocado en la Iglesia. Lo digo en mi calidad de ministro del Evangelio, que ama a la Iglesia; en mi calidad de eclesiástico amamantado en su pecho; que se ha sostenido gracias a sus bendiciones espirituales y que seguirá siendo leal mientras le quede un hálito de vida …”
 
“Profundamente desalentado, he llorado sobre la laxitud de mi Iglesia. Pero sepan que mis lágrimas eran lágrimas de amor. No cabe un profundo desaliento sino donde falta un amor profundo. Sí, la Iglesia es para mí el cuerpo de Cristo. Más, ¡ay!, como hemos envilecido y herido este cuerpo con la negligencia social y con el temor de convertirnos en posibles miembros desconformes.”
 
“Hubo una época en la que la Iglesia era muy poderosa: cuando los cristianos primitivos se regocijaban de que se los considere dignos de sufrir por sus convicciones. En aquella época, la Iglesia no era mero termómetro que medía las ideas y los principios de la opinión pública. Era más bien un termostato que transformaba las costumbres de la sociedad. Dondequiera que un cristiano penetraba en una ciudad, las personas que entonces detentaban las riendas del poder, se perturbaban, e inmediatamente trataban de procesar a los cristianos por ser “perturbadores de la paz” y “agitadores forasteros”. Pero los cristianos no cejaban en su empeño, convencidos que eran una “comunidad celestial”, destinados a obedecer a Dios antes que a los hombres. Su número era limitado pero grande su entrega. Estaban demasiado ebrios de Dios para sentirse “astronómicamente intimidados”. Con su esfuerzo y ejemplo pusieron fin a prejuicios tan remotos como el abominable infanticidio y los funestos combates de gladiadores.”
 
En su lucha a favor del principio evangélico de la fraternidad e igualdad de los seres humanos desaprueba la actitud acomodaticia de una Iglesia débil, permisiva y conciliadora con los abusos; por ello agrega:
 
“En la actualidad todo ocurre de modo distinto. Y es que la Iglesia contemporánea es a menudo una voz débil y sin timbre, de sonido incierto. Es que con frecuencia es defensora a todo tranco del “status quo”. En vez de sentirse perturbada por la presencia de la Iglesia, la estructura del poder de la comunidad se beneficia del espaldarazo tácito, y aún a veces verbal, de la Iglesia a la situación imperante.”
 
“Pero el juicio de Dios rige para la Iglesia más que nunca. Si la Iglesia de hoy no recobra el espíritu de sacrificio de la Iglesia primitiva, perderá autenticidad, echará a perder la lealtad de millones de personas, y acabará desacreditada como si se tratara de algún club social irrelevante, desprovisto de sentido para el siglo XX. Todos los días me encuentro con jóvenes cuyo desengaño por la actitud de la Iglesia se ha convertido en un auténtico asco.”
 
Estas sentidas apreciaciones de Martin Luther King evidencian que, en todas partes, en las más distintas comunidades cristianas, existen varias maneras de entender y aplicar las fraternales enseñanzas evangélicas. Pero en todas ellas, sin duda, las más avanzadas posiciones humanitarias no se excluyen de los problemas sociales, económicos, políticos y culturales de la comunidad. Cristo predicaba a las muchedumbres –a cielo abierto- no se escondía con timidez en un rincón de su casa.
 
Este auténtico pastor evangélico y formidable defensor de los derechos civiles y humanos, Premio Nobel de la Paz de 1964, a sus 39 años, fue cruelmente asesinado, con un francotirador, en la ciudad de Memphis, el 4 de abril de 1968, alrededor de las 17 horas, en un crimen que tiene muchos aspectos todavía por aclarar, precisamente por la noble causa que encarnaba, situación que conmovió al mundo entero. Solo en los Estados Unidos, esa misma noche, se encendió de manera simultánea, por la indignación ante tamaña injusticia contra un hombre bueno y pacífico, y como un volcán en erupción se desató en forma simultánea una terrible violencia en ciento diez ciudades, con secuelas espantosas de muertes, heridos, incendios, depredaciones y pillajes impresionantes.
 
El impacto de su lucha evangélica por el derecho al respeto e igualdad de los seres humanos, y de sus concepciones religiosas enlazadas con el compromiso social, fueron de tal profundidad, que el propio Senado de los Estados Unidos, acordó, por unanimidad, a partir de 1986, el tercer lunes de enero de todos los años, declarar Fiesta Nacional, en conmemoración de su nacimiento (15 de enero de 1929). Se le incorporó entre los grandes héroes nacionales junto a George Washington, Thomas Jefferson, Abraham Lincoln y John Kennedy. ¡Una vida solidaria, nutrida en las más puras fuentes del humanismo evangélico y en la lucha por la vigencia plena de los Derechos Humanos y libertades cívicas, verdaderamente ejemplar y excepcional!
 
Esta concepción evangélica solidaria, sustentada en una vital convicción cristiana, dedicada con pasión a la defensa de los Derechos Humanos, del humanismo y de una auténtica democracia, ha estado presente y vibrante en América Latina a través de importantes e inolvidables prelados y sacerdotes, como por ejemplo, entre otros, Helder Cámara, Paulo Evaristo Arns, Leonardo Boff y Pedro de Casaldáliga, en Brasil; Sergio Méndez Arceo y Samuel Ruiz en México; Oscar Arnulfo Romero en El Salvador; Gustavo Gutiérrez en Perú; Ernesto Cardenal en Nicaragua, y está presente en el Ecuador a través de las hermanas de la Congregación Misionera Maryknoll, y concretamente encarnada en la hermana Elsie Monge Yoder, en cuyos 80 años, anhelamos rendirle este público y humilde homenaje de reconocimiento y gratitud, expresándole nuestros parabienes y respetuoso afecto fraternal, porque conocemos de su enorme sacrificio y compromiso humanista germinado en la maravillosa doctrina del Evangelio. Allí radica su fortaleza invencible.
 
Estoy persuadido que todas estas generosas personas de formación evangélica han rezado, han leído y se han nutrido de la Biblia todos los días. Cuántas veces habrán repasado el Salmo 23 que los ha amparado y protegerá siempre, y que conviene transcribirlo:
 
“Jehová es mi pastor; nada me faltará. En lugares de delicados pastos me hará descansar; junto a aguas de reposo me cuidará. Confortará mi alma; me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre. Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento. Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores; unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando. Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa de Jehová moraré por largos días.”
 
¡Larga, saludable y vigorosa vida para la querida y respetada hermana Elsie, paño de lágrimas del sufrido, acosado, acorralado, fichado, necesitado e irrespetado pueblo ecuatoriano!
 
 Cuenca, agosto del 2013.
 
Diego C. Delgado Jara
Candidato socialista a la Presidencia de la República en el 2009.
 
Nota: El autor del presente trabajo fue legislador socialista en tres períodos; dos por la provincia del Azuay, de la que es oriundo, y una como representante nacional. En el lapso de 1986 a 1988, durante del régimen de Febres Cordero, presidió la Comisión Permanente de Derechos Humanos; fue secuestrado en la noche del 23 al 24 de septiembre de 1987, y golpeado ferozmente con toletes parecidos a palos de béisbol con el ánimo de eliminarlo; lo abandonaron creyéndolo fallecido. Fracturado el brazo con el que pretendió defenderse; fue cocido decenas de puntos en su cabeza y sus membranas subdurales del cerebro estaban llenas de sangre. Durante semanas solo estaba autorizado a mirar el tumbado y permanecer inmóvil; prohibido de leer y hasta de escuchar radio. Se salvó de milagro. El atentado se produjo vísperas del juicio político al ministro de Gobierno de Febres Cordero, Luis Robles Plaza, donde el legislador víctima del atentado era interpelante a ese régimen. Los agresores buscaban, por decisión al máximo nivel, que el país no conozca los espantosos crímenes, torturas y atropellos de esa época, incluyendo las graves circunstancias del fallecimiento del banquero Nahím Isaías Barquet, en operativo dirigido por el propio presidente de la República el 1 de septiembre de 1985. Según uno de los participantes en el atentado, en versión que consta en la Comisión de la Verdad, participaron 25 personas; doce de ellas pertenecían al grupo SIC 10. Sus estudios primarios los realizó en la Escuela “San José” de Cuenca, y el Colegio “Hermano Miguel” de la misma ciudad; regentados los dos por los Hermanos de las Escuelas Cristianas, fundados por San Juan Bautista de La Salle. Se graduó de abogado en la Universidad de Cuenca.
 
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