Retos feministas en un mundo globalizado
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El futuro de las propuestas feministas en el contexto de la globalización

Sylvia Borren*

Cuando empecé a trabajar en NOVIB, el Oxfam holandés, poco antes de la Conferencia Mundial de la Mujer de la ONU (Beijing 1995), me preocupaba mi rol. ¿Desde qué posición debería hablar, desde mi posición lésbica/feminista, o como directora de una agencia de desarrollo holandés? Ahora puedo y hablo con ustedes desde posiciones diferentes: como activista feminista y lesbiana, como consultora organizativa y como directora de una agencia de desarrollo. Y, felizmente, esta coherencia no sólo está dentro mío, sino que es una parte importante de la política y práctica de desarrollo de NOVIB y OXFAM.

Nosotras, así como Oxfam, estamos trabajando hacia la Equidad Global y trabajamos en ello desde un enfoque basado en los derechos. Creemos que todas las personas deben tener derecho a: medios de subsistencia sostenibles; a servicios sociales básicos (salud y educación); a la vida y la seguridad (tanto en situaciones de emergencia y de conflicto, como en el hogar); a la participación social, cultural y política (a tener voz); a la identidad, garantizando que estos derechos se apliquen a las mujeres y a cualquiera de las llamadas “minorías”.

Es desde esas posiciones combinadas y desde mi posición como apasionada “globalista justa” (en lugar de “antiglobalista”) que trataré de brindarles algunas reflexiones sobre el futuro de las propuestas feministas en el contexto de la globalización. Para ello presentaré primero una breve visión general de los logros feministas obtenidos en los últimos treinta años. Después haré un análisis de por qué posiblemente sintamos que hemos perdido el enfoque o incluso el movimiento. Y por último, señalaré algunas de mis esperanzas sobre el futuro de los posicionamientos feministas.

1. Los logros feministas en los últimos treinta años

Hoy en día es difícil visualizar que durante los preparativos para la primera Conferencia de la Mujer de la ONU, en México, en 1975, las mujeres constantemente enfrentaban fuertes resistencias (políticas, sociales y de los medios de comunicación) por sugerir que era un error pensar que la posición de las mujeres era una y homogénea. De una manera similar a como en la actualidad erróneamente se nos tilda de “movimiento anti-globalización”, en esa época se decía que las feministas “odiaban a los hombres” y que eran lesbianas. Dicho sea de paso, en ese entonces la mayoría veía esto como una seria acusación que debía ser negada fervorosamente, al tiempo que proclamaban su lealtad eterna a esposo e hijos. El lesbianismo fue discutido abiertamente por primera vez en el Foro Mundial de Copenhague, en 1980, y a nivel oficial de la ONU recién en la III Conferencia Mundial de la Mujer de la ONU, en Nairobi, en 1985.

Sin embargo, en 1975 sí se difundió el mensaje: las mujeres existen, no son felices con el trato que reciben y demandan su espacio. El tema de las mujeres fue colocado en la agenda internacional, aunque aún no se había avanzado mucho en las tareas.

Para Nairobi, en 1985, esto había sido remediado y las cifras eran verdaderamente más asombrosas de lo que se imaginó. En esa conferencia se dijo que las mujeres realizaban un 80 ó 90 por ciento de los trabajos en el mundo y que no obstante eran dueñas de apenas el 1% de las propiedades. También se señaló que el 70% de los más pobres en el mundo son mujeres: no cuentan con los servicios más básicos de salud y educación y mucho menos con poder en la toma de decisiones. Las tensiones en Nairobi fueron producidas por las sonadas divisiones Norte/Sur. Nuestro propio taller lésbico fue visto como occidental y decadente por muchas participantes del Sur (pero no por todas), aunque argumentamos que el derecho a decidir sobre el propio cuerpo era el más básico de los derechos humanos, estrechamente conectado a temas de derechos reproductivos y violencia.

Diez años después, en la IV Conferencia de la Mujer de la ONU y el Foro de ONGs en Beijing, se acordó sobre un sólido programa de demandas y acciones, relacionadas con el seguimiento a la Cumbre Social Mundial celebrado ese mismo año en Copenhague. Los acuerdos sociales y compromisos establecidos en esas dos conferencias de la ONU, avalados por casi todos los países del mundo, permanecen en la actualidad como un claro testimonio de que ahora sabemos muy bien cuáles son los problemas que enfrentan las mujeres. También sabemos cómo resolver estos problemas. Y tenemos un acuerdo político mundial, incluso sobre temas de orientación sexual.

Fuera de los espacios de la ONU y de las ONGs, la vida de las mujeres ha cambiado de manera significativa, en el sentido de que existe un creciente liderazgo de mujeres activas en corrientes dominantes -instituciones sociales y gubernamentales- mientras que el porcentaje de las mujeres escalando posiciones en el sector corporativo está creciendo. Asimismo, un número cada vez mayor de mujeres asumen el liderazgo en pequeñas empresas, escuelas, clínicas de salud y gobiernos locales. Las mujeres que viven en situación de pobreza están organizándose, demandando y obteniendo sus derechos: en planes de pequeños créditos y ahorros, microempresas, más servicios sociales básicos, mayor participación en toma de decisiones locales rurales y urbanas.

Las mujeres se están organizando contra la violencia sexual, contra el SIDA, contra el tráfico de personas. Las mujeres están usando los acuerdos de Beijing a lo largo del mundo para apropiarse y demandar lo que les corresponde. Y el concepto de “equidad de género” se ha introducido en los pensamientos de las corrientes dominantes, desde los partidos políticos hasta la administración corporativa. Los libros sobre movimientos sociales del siglo veinte alaban al movimiento de mujeres como uno de los más exitosos, con resultados concretos y progresos visibles. Y, sin la intención de proselitismo, creo que una gran parte de este éxito fue generado por feministas fuertes y muy trabajadoras dentro del movimiento de mujeres, unas cuantas de ellas lesbianas.

Entonces, ¿por qué los grupos feministas tan a menudo se quejan de batallas perdidas, ímpetu perdido, falta de dirección, falta de energía e insuficiente participación y liderazgo de las mujeres jóvenes? Según mi punto de vista, este es un problema en parte generacional, en parte de desgaste y en parte un problema conceptual/estratégico. Quisiera abordar este último tema.

2. Por qué sentimos que hemos perdido el movimiento

Una forma diferente de ver qué es lo que el movimiento feminista ha hecho o no ha hecho es usar algunas herramientas analíticas provenientes del mundo de la resolución de conflictos, que ayudan a analizar los conflictos y las posibles soluciones en tres niveles:

2.1 Muchas de las palabras y el trabajo realizado por feministas (y también por agencias de desarrollo y gobiernos) tienen una conexión con el lenguaje relacionado al “conflicto de recursos” o recursos limitados. Esto es básicamente el pensamiento conceptual que indica que algunos (pocos, ricos, occidentales, blancos, varones, etc.) están obteniendo más y mucho más que una mayoría de otros (muchos, pobres, del Sur, mujeres, etc.).

Esto es absolutamente válido. Los gobiernos a lo largo del mundo se comprometieron en la Cumbre Social en Copenhague, en 1995, a alcanzar 13 metas para el año 2000 (respecto a mortalidad infantil, esperanza de vida, educación, agua y sanidad, servicios de salud, etc.). Sin embargo, los informes de Control Ciudadano, que monitorean el proceso de estos compromisos cada año, muestran de manera convincente que, aunque se está avanzando, más de la mitad de los 160 países no han alcanzado las metas muy modestas que se plantearon en 1995. Más aún, un número significativo de países ha retrocedido. Así, el analfabetismo adulto aumentó ligeramente, y aunque el analfabetismo femenino mostró alguna disminución, se mantiene en un nivel críticamente alto en muchos países.

Cabe mencionar que esto no se debe exclusivamente a que no existen los medios para cumplir con estas metas. Consideremos el dinero que los gobiernos occidentales gastan actualmente en subsidios agrícolas, lo cual muy a menudo conduce al “dumping” injusto de productos agrícolas en mercados del Sur, en perjuicio de los agricultores locales. Tan sólo el 3% de aquellos subsidios agrícolas, unos 10 mil millones de dólares americanos por año, implicarían educación para los 125 millones de niños/as que no reciben educación alguna en la actualidad. Se pueden plantear argumentos similares para el acceso de las mujeres a préstamos, créditos, propiedad y derechos sobre la tierra. Existen mejoras visibles en las últimas décadas: las leyes nacionales han mejorado, los planes de préstamos y los bancos han descubierto la confiabilidad de las mujeres y, sin embargo, los logros aún son escasos y la brecha de género en la propiedad es aún inmensa.

Tal vez el conflicto de recursos que nosotras como feministas hemos abordado con mayor energía es la división del poder. Se ha luchado contra ello principalmente en tres niveles: el tema de la violencia contra las mujeres, la división del trabajo en el hogar y el tema del liderazgo de las mujeres a nivel ciudadano, gubernamental y corporativo.

Las feministas se han dado cuenta de que la violencia contra las mujeres (y las niñas y niños) está conectada a la desigualdad de poder y, por ende, se ha hecho mucho esfuerzo por evidenciar la amplitud del problema, para ayudar a las mujeres a protegerse, recuperarse y para aumentar su nivel de afirmación y poder personal. Las sobrevivientes de la violencia se han convertido en maestras y en guías para otras mujeres.

El compartir el cuidado de la niñez y las labores domésticas ciertamente ha sido un tema básico en el mundo occidental y los patrones de roles de género han cambiado de manera significativa, aunque la desigualdad continúa. De manera similar, las mujeres han tratado arduamente de incorporar el género en sus organizaciones, para luchar por iguales salarios y oportunidades, con un éxito considerable: cada vez vemos a más mujeres asumiendo responsabilidades a niveles administrativos.

Todo el trabajo que estoy describiendo ha sido duro, continuo y, de ninguna manera, ha concluido. En este contexto, considero que los conflictos de recursos pueden ser solucionados de tres formas: creando más recursos, compartiéndolos de manera más justa, y luchando por ellos.

Muchas estamos trabajando de estas formas. Nuestros enfoques y metas generalmente son claros y aunque no ganemos todas nuestras batallas, estamos obteniendo resultados. Estamos ganando nuevos discernimientos: por ejemplo, la importancia de tratar no sólo a las víctimas, sino también a los perpetradores de la violencia doméstica. De manera similar, en nuestro trabajo de género dentro de NOVIB, descubrimos que las organizaciones asociadas que no mostraban interés o capacidad para mejorar sus políticas y prácticas inadecuadas en el área de género resultaban ser los asociados más débiles en cuanto a sistemas organizativos, así como en rendición de cuentas.

Sin embargo, no creo que el “obtener la parte que nos corresponde” deba ser nuestra meta final como mujeres y como feministas. Ya no somos las únicas que estamos trabajando hacia estas metas. Estas metas en sí mismas se han convertido en parte de las corrientes dominantes. También estamos enfrentado conflictos de valores y de identidad. Siento que es en estas áreas que el movimiento feminista puede haber perdido el camino y posiblemente se ha perdido a sí mismo como movimiento.

2.2 Los conflictos de valores se refieren a algo más que “quién obtiene qué”. Se refieren a lo que consideramos correcto o incorrecto, bueno o malo, sobre cómo deseamos vivir y en qué tipo de mundo deseamos hacerlo.

Es a nivel de los valores que el debate global está en su punto más polémico hoy en día. Mientras que en la Conferencia de la Mujer de la ONU, en Nairobi, en 1985, existían fuertes tensiones entre mujeres del Norte y del Sur, en aquella de Beijing, diez años después, hubo una intensa lucha entre fuerzas progresistas y conservadoras. Las mujeres de convicciones cristianas, católicas e islámicas conservadoras y fundamentalistas lucharon enérgicamente contra las propuestas de sus hermanas progresistas. Siempre me ha fascinado el hecho de que las luchas límites en este conflicto tratan sobre el derecho de una mujer a tomar control sobre su propio cuerpo: sea sobre anticonceptivos, aborto, preferencia sexual o mutilación genital femenina.

El conflicto de valores tiene que ver con los patrones de roles de género. Los hombres conservadores quieren tener a sus hijas y esposas bajo su control, los fundamentalistas de cualquier religión generalmente quieren mantenerlas en casa de manera permanente, de preferencia con poca o ninguna educación. El conflicto de valores concierne a quién es DUEÑO de la mujer, en particular, de su cuerpo, pero a menudo también de su trabajo. En comunidades polígamas esto se torna muy claro cuando un hombre en las zonas rurales cuenta con los medios para tener otra esposa cuando su riqueza aumenta, pero adquirir otra esposa también aumenta su riqueza porque esa segunda o tercera mujer y sus hijos trabajarán un nuevo pedazo de tierra para él. En este sentido, él puede contar sus propiedades y su estatus nombrando la cantidad de tierras, el número de sus cabras o ganado y el número de sus esposas. En los países occidentales se puede observar un patrón similar pero escondido cuando hombres ricos o poderosos mantienen a una amante.

Los valores en los que se basó la Declaración Universal de Derechos Humanos (y también los de la Organización Internacional del Trabajo, OIT, y otros acuerdos subsecuentes de la ONU) deberían de aplicarse a las mujeres. Se ha llegado a un acuerdo sobre ello en el ámbito internacional en repetidas oportunidades. Sin embargo, la realidad de la opresión de las mujeres parece crear menos turbulencia emotiva que los temas relacionados con el reclamo de las mujeres de tomar posesión de sus propios cuerpos en temas como el aborto y la preferencia sexual. Recuerdo que me sentí muy perturbada cuando, hace más de un año, Kofi Annan habló contra el Talibán por destruir las antiguas estatuas budistas, y lo hizo de una manera mucho más enérgica de lo que le había escuchado argumentar sobre la opresión y destrucción de una generación de mujeres en Afganistán durante esa década.

De cierta forma, podríamos argumentar como feministas que hemos abierto el camino al convencer a muchas mujeres y hombres alrededor del mundo de que las mujeres somos más que propiedades, que tenemos un valor en nosotras mismas. Que no somos inferiores a los hombres o que estamos predestinadas a ser encasilladas en patrones particulares. Que las mujeres tenemos el derecho a decidir cómo vivir nuestras propias vidas y qué hacer con nuestros propios cuerpos. Que los hombres y la niñez también se benefician del cuidado infantil compartido.

De otro lado, todas conocemos esa sensación de volver a perder el piso. Cuando las mujeres jóvenes eligen quedarse en casa para cuidar de la niñez. Cuando crecientes presiones de trabajo sobrecargan a las mujeres que tratan de mantener un trabajo y una familia. Cuando vemos los resultados de políticas económicas neoliberales fundamentalistas durante la crisis asiática y ahora en la crisis argentina, y sabemos cómo éstas afectarán a las mujeres que viven en situaciones de pobreza en esos países. Cuando vemos todas las promesas políticas de ayuda (los siete compromisos internacionales), sabemos que existen los medios para cumplir con ellos y, no obstante, los políticos en todo el mundo no asignan los fondos para honrar su palabra. En repetidas ocasiones, cuando hablamos con las mujeres que han trabajado de manera tan ardua para lograr que sus objetivos (por ejemplo sobre salud o educación) sean implementados, y que están perdiendo las esperanzas, retirándose, sintiéndose cansadas o desgastadas, en ocasiones volviéndose cínicas, vemos al mismo tiempo que la única forma en que ganaremos la batalla de valores es contando con las energías, estando alertas, liderando, convenciendo y conectándonos con viejas y nuevas aliadas/os.

2.3 Esto me trae al conflicto más profundo de todos, el conflicto de identidad. Tiempo atrás, en la década de los 70, participé en el análisis de material educativo, descubriendo el “currículum escondido” y las imágenes de identidad inculcadas en niñas y niños. Un trabajo similar se ha realizado y continúa siendo necesario realizar para descubrir los estereotipos étnicos y el racismo subyacentes.

Aparte de todos los estereotipos de género conocidos, la lección principal en ese momento fue que los niños y los hombres siempre están “HACIENDO” algo (fútbol, aventuras, etc.), mientras que las niñas y las mujeres siempre están “SIENDO” algo (dulces, bonitas, malhumoradas, etc.). En ese entonces me llamó la atención y nunca dejó de molestarme que mucha de la literatura feminista contenga estas mismas suposiciones de identidad, este mismo currículum escondido. Los hombres generalmente son descritos como los actores que son responsables por crear este mundo injusto, quienes abusan de las mujeres y quienes nos apoyan o no. Las mujeres son descritas con demasiada frecuencia como las parejas pasivas en las relaciones del mundo, incluso peor y con demasiada frecuencia como las víctimas. En este sentido, aún no estamos asumiendo la identidad de poder y responsabilidad.

Sabemos, en particular del trabajo realizado sobre violencia doméstica, que el perpetrador y la víctima están atrapados en un patrón repetitivo de violencia, que sólo puede ser roto si la víctima se desprende o es alentada a asumir el poder, a organizar apoyo; cuando aprende a tomar control sobre su propia vida.

De cierta forma, siento que esto es lo que ha sucedido con el movimiento feminista. Nos hemos auto-identificado, hemos quedado atrapadas (¿adictas?) en el rol de víctimas. No reconocemos suficientemente lo logrado a lo largo de las últimas décadas, menos aún felicitamos a aquellas que han trabajado tan arduamente para llegar hasta este punto. No identificamos y celebramos a nuestras líderes. No nos gusta, como movimiento, la identidad del poder y el éxito, estamos más acostumbradas a enfocarnos en el siguiente tema de discriminación y sufrimiento. Y, para ser sincera, hay mucho de esto allá afuera. Sin embargo, muchas mujeres jóvenes y muchas mujeres exitosas de cualquier edad no quieren auto-identificarse como víctimas, no sienten una conexión simbiótica con el sufrimiento, quieren liberarse.

Por supuesto que hay muchas mujeres que sí van más allá de los límites, que tienen posiciones de poder o liderazgo dentro del gobierno, la sociedad civil y el sector corporativo. Son líderes, pero, ¿se las sigue viendo como parte del movimiento feminista?

El tema se hace aún más doloroso cuando voces externas declaran que el movimiento feminista se ha convertido en privilegiado, cerrado, no inclusivo de voces y opiniones diversas. La reacción inmediata es negarlo. Como la mujer que vive en una situación de violencia doméstica cotidiana y niega que maltrata a sus hijos.

Por supuesto que ésta no es la única respuesta. Están surgiendo pensamientos y escritos excelentes sobre diversidad y feminismo, sobre liderazgo feminista plural. Hay mujeres que no sólo están escribiendo, sino que están experimentando tales modelos de liderazgo.

Sin embargo, sostengo mi cuestionamiento sobre la identidad auto-elegida del movimiento feminista. ¿Podemos deshacernos de la identidad de víctima de manera individual y colectiva, tomar el poder y empezar a vernos a nosotras mismas como HACEDORAS, como actoras? Podemos ver que es nuestra, no la de otros/as, sino nuestra responsabilidad el dar forma al mundo en cualquier ámbito que podamos, para que se convierta en lo que NOSOTRAS queremos: justo y equitativo, basado en valores de respeto por la vida, incluyendo el medio ambiente. Y lo podríamos hacer tomando nuestras posiciones de liderazgo feminista en cualquier ámbito de la corriente dominante o del movimiento en el que nos encontremos: desde una identidad de capacidad y confianza, trabajando hacia una cultura de respeto por la diversidad y el pluralismo. Si podemos, creo que volverá a haber un movimiento, que puede ser revitalizado y puede atraer a las mujeres (y también a los hombres) de todas las edades y procedencias.

3. Algunas esperanzas respecto al futuro posicionamiento feminista

Individual y colectivamente hemos avanzado mucho como mujeres y como feministas. Muchas de nosotras hemos tenido que vencer estereotipos negativos y presiones sociales no sólo como mujeres, sino como mujeres de color, de diversas procedencias sociales y estilos de vidas. Para ello hemos tenido que luchar para liberarnos de un conflicto de valores que volverá a emerger una y otra vez porque la xenofobia, el racismo, la homofobia de siglos no pueden ser vencidos tan fácilmente. Muchas de nosotras hemos participado en el reclamo de una porción justa: de ingresos, salud, educación, poder de decisión, para nosotras mismas y para nuestras hermanas que trabajan arduamente para sacar mejor provecho de condiciones duras e inhumanas.

Creo que ha llegado el momento de que muchas de nosotras (más de las que actualmente lo hacemos) tomemos una seria responsabilidad en dar forma a nuestro mundo en los niveles micro, medio y macro. En otras palabras, de dar un paso más en el feminismo, el movimiento feminista y el liderazgo feminista; de preocuparnos no sólo sobre la forma de las vidas de las mujeres sino también de la calidad de las vidas de los hombres, mujeres y niños/as en un sentido más general; de preocuparnos por encontrar soluciones a las tensiones y conflictos en el mundo; de asumir el liderazgo en organizaciones, de buscar formas de hacer que nuestras vidas y nuestro mundo sean más inclusivos y diversos.

Para ello necesitamos asumir un nivel diferente de responsabilidad en nuestros pensamientos. Necesitamos reconocer dilemas, contradicciones, juicios difíciles. Permítanme tomar a Afganistán como ejemplo una vez más. A lo largo de los años diversas voces de mujeres hablaron y escribieron sobre las atrocidades a las que eran sometidas las mujeres en manos del Talibán. Como movimiento queríamos que esto se detenga. Pero no identificamos qué queríamos que se haga exactamente, ni quién. Obviamente, pedir al Talibán con buenas maneras no lo iba a lograr. Si queríamos que esto se detenga, ¿qué es lo que estábamos pidiendo? ¿Sanciones? ¿Una intervención militar?

Cuando el actual bombardeo a Afganistán comenzó escuché y leí voces feministas en contra de ello. Bien, pero si los EEUU no hubiera salido en búsqueda de Bin Laden sino que una fuerza de la ONU hubiera intervenido para luchar contra el Talibán debido a los abusos a los derechos humanos de las mujeres, ¿hubiéramos estado a favor? ¿Cómo hubiéramos manejado el hecho predecible de que algunas de nosotras hubiéramos estado a favor y otras en contra? ¿Cómo podríamos enfrentar un dilema similar mañana y llegar a una posición de “advocacy” que podamos llevar como movimiento? ¿Cómo organizamos eso?

El movimiento feminista siempre ha trabajado firmemente en el desarrollo del consenso. No obstante, desde mis expectativas y punto de vista, cuando muchas más mujeres asumen el poder y se ubican en posiciones de responsabilidad, tendremos que aceptar de manera más plena la existencia de diversidad en nuestras posturas, y tendremos que debatir la diversidad de manera más libre, más abierta. A fin de manejar la diversidad, creo que tendremos que aprender a ser más autónomas en nuestras relaciones unas con otras. Puede que yo siempre ofrezca una solidaridad básica a cualquier mujer, pero más allá de esto querré conocer sus puntos de vista, su compromiso con el cambio, sus energías, su capacidad para asumir responsabilidad. De hecho, esto es más importante para mí que si esa mujer se identifica como feminista o no. Muchas mujeres que están realizando trabajos excelentes no se identifican como feministas.

Lo que en realidad espero es que el debate sobre liderazgo feminista se haga realidad. Que un número cada vez mayor de mujeres reconozca la importancia de ser inclusivas en cómo nos organizamos, de reconocer la diversidad en procedencias y posturas. Sin embargo, que esto no conduzca a intentos interminables de encontrar un consenso o, pero aún, a la inercia. Espero que un número cada vez mayor de mujeres tome el ejemplo de nuestras hermanas maltratadas en otros ámbitos de la vida: que un número cada vez mayor de mujeres pueda y asuma el poder y la responsabilidad, y empiece a auto-identificarse como actoras fuertes y positivas.

Algunas de nosotras continuaremos trabajando en temas de las mujeres. Otras participan en actividades de las corrientes dominantes. Las mujeres están asumiendo el liderazgo en el sector corporativo, en el gobierno, en los servicios sociales, en organizaciones de la sociedad civil. Qué maravillosa oportunidad tenemos para establecer redes de manera estratégica. Pero para ello tenemos que aprender a negociar entre nosotras mismas; a construir alianzas allí donde nuestros intereses coinciden; a buscar oportunidades de ganancia-ganancia; a aceptar que podemos ponernos de acuerdo para trabajar conjuntamente en planes y metas específicas, sin estar de acuerdo totalmente sobre todas las cosas.

Esto es importante para mí porque NOVIB, como organización de financiamiento, es buscada con frecuencia por quienes necesitan apoyo. Me siento muy incómoda cuando de alguna forma esto es ligado a cuestiones de lealtad, en lugar de a discusiones sobre las metas y la calidad de las propuestas. Esto huele a clientelismo.

Entonces, mi sueño para nuestro futuro feminista: un número cada vez mayor de mujeres con el valor para asumir mayor poder y responsabilidad, y para trabajar desde una premisa de que sí podemos cambiar el mundo exitosamente, no sólo para las mujeres sino para todos. Una organización más inclusiva, una mayor aceptación de la diversidad, debates más abiertos sobre las diferencias, menor necesidad de consenso tipo simbiótico. Más construcción de alianzas entre algunas mujeres, pero también hombres, en todos los ámbitos de la vida. Estrategias más ingeniosas hacia metas específicas, como por ejemplo, educación para todas/os, o como los derechos reproductivos, incluyendo anticonceptivos y aborto.

Las metas hacia las cuales trabajaré, con muchas otras mujeres y hombres, se refieren a un mundo de equidad global, con un enfoque en el desarrollo basado en los derechos. Sé que hay muchas mujeres que comparten esas metas, esos valores.

Debemos continuar ganando terreno en el conflicto de recursos, debemos procurar más para las niñas y las mujeres en todo el mundo: más educación, más salud, mayores ingresos, más poder de decisión.

También espero ver a más mujeres asumiendo el poder y la responsabilidad y el liderazgo para trabajar hacia esas metas: trabajando desde una suposición subyacente de capacidad, de habilidad para producir resultados y el deseo de éxito.

Luego espero que nos hagamos más ingeniosas y exitosas en la elaboración de estrategias para el cambio. Y espero que las mujeres empiecen a liderar el cambio en el mundo y a encontrar apoyo: no necesariamente porque nos identifiquemos como feministas si no porque vivimos nuestros propios discursos sobre liderazgo inclusivo, apoyando la diversidad. Y, particularmente, porque podemos diseñar, planificar, implementar y producir resultados como feministas en los circuitos de las corrientes dominantes o alternativas, con éxito. Yo quiero pertenecer a este tipo de movimiento feminista.


Notas:

* Directora ejecutiva de NOVIB. Participa en programas de atención en salud y educación a nivel local, con políticas relacionadas con la juventud a nivel nacional y con los movimientos de mujeres y lesbianas tanto a nivel nacional como internacional.

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