Seres sin paz

28/05/2014
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Entre la guerra y la paz, en espíritus tranquilos, no hay duda por cual decidirse. Pero qué se entiende por una y otra. Las particularidades aparecen en la medida en que se indaga en cada sociedad, en sus gentes que la conforman, en la develación de sus costumbres, creencias, mitos, en cómo viven, trabajan, producen, cómo satisfacen sus deseos. Qué lugar ocupan en los modos de producción, en las formas de distribución y de consumo. Cada quién se manifestará dependiendo del mundo que le ha tocado vivir, que padece o imagina.
 
Quienes han tenido alguna relación sensata con la política o la guerra, les cuesta entender cómo una gran mayoría del pueblo colombiano y de los electores oscilan entre el pesimismo y la guerra, entre el abstencionismo del sesenta por ciento y una especie de querer dar un ultimátum en estas justas electorales presidenciables. Sus gritos bélicos están inspirados por quienes creen que los conflictos se resolverán con el fuego salidos de las metrallas de aquí y de allá, tanto de las fuerzas legales del estado como de los sanguinarios grupos de ultraderecha.
 
Y cada vez en esta polarización política hay una tendencia alta en preferir los senderos que llevan a la violencia, a las soluciones desesperadas e inmediatistas no ajenas a la violencia intrafamiliar que registra más del cuarenta y ocho por ciento. En la confrontación con las guerrillas de izquierda, ha surtido un efecto de temor generalizado, miedos que aún no han sido tramitados, que aún no han sanado como para experimentar reconciliaciones o perdones.
 
La necesidad de paz no ha irrigado las almas ciudadanas, la burocracia de gobierno, en su excesivo centralismo ha sido negligente, poco creativa para difundir estos propósitos, estos mandatos constitucionales. Nada de eso ha sucedido, más bien esa inmensa masa del pueblo colombiano se refugia en la desesperanza y se aferra a los mesías que prometen liberación, un punto final en las atormentadas y miserables vidas, sin importar que los arrastren al matadero.
 
Nutre también las preferencias bélicas la inequidad desesperanzadora y el oportunismo de quienes ganan y concentran las riquezas con tales juegos. En el país la gran mayoría es muy pobre, y unos pocos mantienen exagerados privilegios. Las representaciones de los miedos de estos seres que trabajan, producen, distribuyen y consumen, han sido catalizadas, han sido endosadas a las guerrillas izquierdistas que las emulan con un demonio temible, esto por un lado, y en otro recodo están los sectores más vulnerados que viven en la desidia, en nada ni en nadie creen, sus vidas las sortean cada día con algún bocado que arrebatan a la exigua existencia. Su pesimismo lo reflejan en su música preferida de despecho. Delatan desgracias con esos odios elaborados en estos cánticos populares al igual que sus gestos expresados a través de sus ritos y creencias, muestran este ser atormentado que apenas araña lo muy mínimo requerido para subsistir.
 
Se tiene entonces que en sus conductas, el pueblo colombiano se nutre de violencia, y cada cuanto son avivadas con seres de espíritus sin paz, incluso hacen de ello negocios rentables. Hace algunas décadas el mundo conoció los holocaustos de la guerra, la gran masa aclamaba a Hitler, asimilado a un vulgar dios salvador. Hoy es vergüenza de la humanidad. Colombia no se queda atrás en sus capítulos de muerte. Cada sociedad es distinta, no bastan hechos de barbarie que dejen lecciones aprendidas, Nadie experimenta por cabeza ajena.
 
Y más aún, el hombre hace tiempo se le proclamó su mayoría de edad para que tomara en sus manos su propia vida, forjara con sus pares más cercanos, con la sociedad en la que le ha tocado vivir, su propio destino, y prescindiera de falsos profetas que prometen salvación. Se destruye, pero también hay momentos en que surge lo más bello de la condición humana. Sólo resta decidirse.
 
Mauricio Castaño H.
Historiador
https://www.alainet.org/es/articulo/85912

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