Perú: el harakiri de la señora K

A pesar de que muchos de los que la apoyaron se están retirando, Fujimori espera apadrinar a los ocho millones de electores anti-Castillo para lograr vacarlo de la presidencia en los próximos meses.

16/07/2021
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A unos días de la proclamación del nuevo presidente del Perú –por primera vez en su historia un auténtico representante de las clases subalternas- hay algunas cuestiones que hay que intentar explicar, si no se quiere que se vuelvan misterios.

 

Antes que todo, como es posible que más deocho millones de electores –o sea casi la mitad de los votantes- hayan optado por una candidata tan desacreditada, tramposa y manifiestamente hambrienta de poder como Keiko Fujimori, cuyo único currículum político es ser la hija de un dictador que está purgando 25 años de cárcel por los graves crímenes que cometió.

 

A pesar de haber ordenado matanzas de civiles y campesinos, orquestado robos multimillonarios al patrimonio de la nación, reprimido o comprado la oposición, infiltrado la magistratura, sujetado el ejército, rediseñado las instituciones a su antojo, Alberto Fujimori ha sabido crear una mitología alrededor de sí mismo, sobre todo gracias al trabajo incesante de una prensa mercenaria, que perdura aún hoy.

 

Esta narrativa chicha (o sea chayotera) celebra la victoria del estado sobre el terrorismo de Sendero Luminoso, el salvataje de la economía, desastrosa en el primer quinquenio de Alan García (1985-90), la construcción de grandes obras y el interés hacia el Perú profundo.

 

Todos estos argumentos pueden ser fácilmente rebatidos apoyándose en la realidad histórica: la derrota de Sendero Luminoso se debe a la actividad autónoma de la Dincote (Dirección contra el Terrorismo) y no a las directivas de Fujimori; la recuperación de la economía aconteció motu proprio y gracias al FMI, luego de que la inflación rebasó el 7000%, o sea cuando los precios se duplicaban cada dos semanas; las grandes obras y las privatizaciones sirvieron sobre todo a enriquecer monstruosamente al dictador y su círculo íntimo; el interés para las comunidades más remotas se reducía a unas limosnas –mayormente láminas y cemento- con fines clientelares.

 

La sobrevivencia de esta mitología es indicativa de cuánto el monopolio de la información –y a nivel nacional el 80% está en manos del Grupo El Comercio- puede dinamitar el pluralismo informativo y envenenar las consciencias. Que estos mismos grupos se yergan en paladines de la libertad de expresión e información a nivel internacional es algo realmente grotesco.

 

La campaña electoral de Keiko Fujimori, respaldada por la gran prensa y la mayoría de las televisoras -donde han sido invertidas sumas enormes producto del lavado de dinero sin algún control- ha fracasado por la tercera vez: la primera había sido contra Ollanta Humala en 2011 y la segunda en 2016 contra Pedro Pablo Kuczynski. Lo irónico de la actual tercera derrota es que ha sido por el mismo minúsculo porcentaje que la segunda: 0.24 por ciento, lo que ha enfadado a la heredera del otrora poderoso shogun, al volatilizar sus aspiraciones presidenciales.

 

La segunda derrota de Keiko, en 2016, le ha costado al Perú cinco años de parálisis política, un constante boicoteo al ejecutivo, la remoción de tres presidentes y el descrédito y la extrema impopularidad del Congreso. Sin embargo, todo esto no podría explicarse sólo como la pataleta de una mala perdedora que tiene subyugada la voluntad de media nación, si no fuera que la “señora K”, como la llamaban en jerga sus financiadores, es una especie de Juana de Arco de los corruptos –políticos y no-, los narcos, los poderes fácticos, los aspirantes a golpistas, los mercenarios, lo que aquí se llama la derecha “bruta y achorada”y, last but not least, el gran capital, come se ve, en buena compañía.

 

Falta también considerar que al menos la mitad de los que han votado por ella -a pesar de saber que es imputada de asociación criminal, lavado de dinero y obstrucción a la justicia con un pedido de 30 años de cárcel- lo han hecho “tapándose la nariz”, considerándola un mal menor frente al candidato “con olor a pueblo”, el maestro rural Pedro Castillo.

 

Keiko Fujimori, financiada por sus futuros mandaderos, ha tenido la última astucia de abrazar el espantapájaros del anticomunismo, muy radicado en un país aún lastimado por las secuelas de una guerra civil, y de explotar los sentimientos racistas que atraviesan la sociedad peruana y determinan la férrea exclusión de la “raza cobriza”de las levas del poder.

 

Aun apelando a dos sentimientos negativos muy difundidos, la “eterna perdedora”, como ha sido rebautizada por sus mismos desertores, no ha logrado superar el rechazo a su entera dinastía. “¡Fujimori nunca más!” ha sido  el grito recurrente en las manifestaciones de noviembre pasado, que en cinco días frustraron el intento golpista de Manuel Merino. Eran sobre todo jóvenes, que se han hecho llamar “la generación del Bicentenario” y que, justo en la conmemoración de los dos siglos de la Independencia, celebrarán la victoria de un verdadero candidato del pueblo, para gran disgusto de la oligarquía.

 

No hay que esperar que las tendencias belicistas de la señora K vayan mermando. Al contrario, lo que se perfila es algo como una síndrome de Sansón (“¡Muera yo con los filisteos!”).

 

Después de tirar rocas y basura sobre el desarrollo democrático de las elecciones –decenas de tinterillos de los mejores bufetes limeños han presentado centenares de recursos para denunciar un fraude inexistente- a la aspirante presidenta no le ha quedado más que lanzar su hordas de vándalos a las calles. Una ruidosa admisión de fracaso político.

 

Esto de no admitir una derrota se está volviendo una insoportable cantaleta, especialmente después de que todos los observadores, hasta la OEA y los EEUU, han desmentido las denuncias de fraude. A pesar de que muchos de los que la apoyaron, a partir del propio Vargas Llosa, se están retirando, Keiko espera apadrinar los ocho millones de electores anti-Castillo para lograr vacarlo de la presidencia en los próximos meses. Como en una antigua novela oriental, su único horizonte es una despiadada venganza.

 

https://www.alainet.org/es/articulo/213095
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