¿Hacia una catástrofe inmunológica?

Las “novedosas” medidas para paliar el Covid-19 han puesto el mundo de cabeza, afectando negativamente a cientos de millones y destruyendo sus formas de vida con consecuencias aún incalculables.

25/03/2021
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Foto: https://www.dallasnews.com
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Un solitario virólogo y médico veterinario belga, el Dr. Geert Vanden Bossche, está intentando dar la voz de alarma sobre una serie de posibles desenlaces catastróficos relacionados a la actual vacunación masiva y global contra el Covid-19, un experimento nunca antes realizado durante una pandemia en curso. Otras medidas acatadas globalmente durante esta crisis, como las cuarentenas generalizadas, tampoco habían sido empleadas jamás.

 

Las medidas “no farmacológicas” –las de distanciamiento social y uso obligatorio de mascarillas– tienen muy poco sustento científico y, a más de un año de los primeros casos registrados, no han demostrado ser efectivas para controlar la tasa de mortalidad del virus, como puede verificarse en por lo menos una treintena de estudios científicos (https://www.aier.org/article/lockdowns-do-not-control-the-coronavirus-the-evidence/).

 

Por el contrario, el efecto de estos mandatos podría producir una catástrofe de magnitudes apocalípticas más temprano que tarde. Según Vanden Bossche –un reconocido experto en desarrollo de vacunas que ha trabajado para varias farmacéuticas de renombre, así como para la Alianza Global para la Vacunación e Inmunización (GAVI, por sus siglas en inglés)– nuestro sistema inmunológico necesita constante entrenamiento, constante intercambio entre congéneres y exposición continúa a los virus y bacterias del ambiente (que ya habitan por millones en el cuerpo humano, por cierto). Hemos sido privados de todo ello mediante políticas de cuarentena y distanciamiento social sui generis.

 

La forma como se está manejando la crisis sanitaria global ha trastocado gravemente la naturaleza y evolución del virus Sars-Cov-2, invitándolo a producir cepas cada vez más infecciosas que no podrán ser combatidas por vacunas que fueron diseñadas en tiempo récord –otro experimento– para la cepa inicial menos agresiva. Ese es el mensaje de alerta de Vanden Bossche. Pero lo peor de todo es lo siguiente: el virólogo explica que, cuando llegue el momento de combatir el virus mutado, los anticuerpos producidos por esas vacunas tomarán preeminencia sobre los naturalmente producidos por el sistema inmune humano, dejando al afectado vulnerable (ya que aquellos anticuerpos, los producidos a raíz de la vacuna, serían insuficientes para frenar la cepa mutante).   

 

Hasta el momento, Vanden Bossche no ha sido escuchado, pero el mundo ya podría estar viendo los alarmantes efectos sobre los que nos advierte: en los países donde el proceso de vacunación va viento en popa –como en Chile, Israel, Inglaterra o Estados Unidos–, los resultados distan mucho de lo esperado. Por ejemplo, con respecto al primero, la BBC se preguntaba hace una semana (11/03): “¿cómo se explica que, pese a la buena vacunación, (Chile) tenga la tasa de contagio más alta desde el peor momento de la pandemia?”.

 

Si bien existen varias hipótesis al respecto –una de ellas sostiene que, sencillamente, la población ya vacunada aún es minoritaria–, Vanden Bossche dice que lo que está sucediendo es análogo al aumento de la resistencia bacteriológica producida por los antibióticos, peligro del que tanto se viene hablando en las últimas décadas y al que volveremos más abajo.

 

Desde el principio, toda la comunicación pública ha apuntado a que las vacunas no tienen por objetivo ningún tipo de “regreso a la normalidad”: ¡a los vacunados se les indica que deberán seguir las mismas medidas que los no vacunados! Esa, junto con las medidas de distanciamiento sin precedentes, fue otra novedad que nos trajo el 2020, el año en el que la humanidad demostró que creerá todo lo que sus autoridades y los medios de comunicación masiva les digan, cediendo sus libertades elementales si es necesario y confirmando así que somos otro animal de pastoreo. No hay sistema sanitario que trate ese gran defecto humano o nos advierta oportunamente sobre los numerosos “virus” dispuestos a sacarle provecho a nuestra credulidad, a nuestra irresponsable tendencia a dejar que sean otros los que piensen.   

 

Los médicos y científicos que están leyendo estas líneas tienen el deber moral y profesional de atender a las palabras de Geert Vanden Bossche y verificar el grado de veracidad de su alarma. Tienen el deber de cuestionar y debatir las versiones oficiales, así como de empezar a prestar atención a los conflictos de interés presentes en instituciones como la Organización Mundial de la Salud (OMS), el Imperial College de Londres (IC) o la Food and Drugs Administration (FDA) de Estados Unidos, entre otras, así como a los conflictos de interés en sus propios centros de trabajo.

 

El mundo necesita que estos profesionales tan bien formados en ciencias, sean capaces de dudar, que dejen de seguirles el juego a las farmacéuticas que los envían de viaje con todo pagado a lujosas conferencias y les regalan muestras gratis, entre otros caros favores. ¿Cuántos médicos buscan congraciarse con “Big Pharma” ayudándola a maquillar sus experimentos –forzando conclusiones convenientes u ocultando indicios poco favorables–, de manera que vuelvan a ser contratados una y otra vez por esta multimillonaria industria?

 

En el Perú, Germán Málaga, quien debía verificar la rigurosidad de los experimentos sobre la vacuna de Sinopharm –servicio muy bien remunerado por la misma compañía china–, terminó regalándole muestras a familiares y amigos. Irónicamente, Concytec lo había premiado en 2019 por su “conducta responsable en investigación”.

 

La industria farmacéutica también modifica y, en muchos casos, hasta dirige el desarrollo y la práctica de la medicina desde universidades y clínicas. Su criminal influencia en el ámbito académico y la investigación es tal que Richard Horton, editor en jefe de la prestigiosa revista The Lancet, señaló en 2015 que:

 

“Mucha de la literatura científica actual, quizás la mitad, podría, simple y llanamente, ser falsa” (el énfasis es nuestro). La cita debería calar hondamente en nuestra visión del mundo contemporáneo, pues casi equivale a decir que estamos entrando a nueva era de oscurantismo.

 

Farmacéuticas corruptas fungen de dueñas de facto de las entidades gubernamentales diseñadas para regularlas, como la mencionada FDA, que opera con el dinero aportado por dichas compañías privadas, un flagrante y peligroso conflicto de interés.

 

Una reconocida médica y whistleblower, Marcia Angell, también ha denunciado, in extenso y durante décadas, el efecto profundamente degenerativo de la industria farmacéutica privada sobre la medicina y sus instituciones, incluyendo a la OMS. Y, por favor: dejemos ya esa monserga hipócrita que sostiene que las farmacéuticas contribuyen en la investigación y desarrollo de nuevas e importantes medicinas. Es una mentira burda y odiosa, como también lo han comprobado Angell y muchos otros especialistas de renombre. En muchos casos, estas investigaciones –justamente como viene sucediendo en el desarrollo de vacunas contra el Covid-19– son subvencionadas por Estados. Luego, los privados cobran lo que les da la gana con los resultados, pues sorprendentemente se les permite patentar y monopolizar lo que producen con dinero de los contribuyentes (no les basta con lucrar de su comercialización no exclusiva).

 

El grueso de los nuevos medicamentos que salen al mercado, además, son los famosos “me-too” (yo también), productos farmacéuticos sin ningún beneficio agregado con respecto a versiones anteriores, pero que sirven para renovar sus monopolios.

 

¿Por qué no funcionarían las vacunas?

 

“Podría pensar en pocas estrategias más efectivas para conseguir que un virus relativamente inofensivo se convierta en un arma biológica de destrucción masiva”, dice Vanden Bossche sobre las mencionadas medidas usadas mundialmente para frenar la pandemia.

 

Dice que estamos arriesgándonos a crear un monstruo “global e incontrolable”. Los médicos y científicos a cargo de la pandemia solo se están enfocando, agrega el virólogo, en “resultados individuales y de corto plazo”, pero no a nivel de la población mundial. Todo eso “se hará evidente muy pronto”, advierte.  

 

De acuerdo con Vander Bossche, la vacunación masiva y las medidas de aislamiento están produciendo el fenómeno conocido como “escape inmunológico” de manera acelerada. Este se define como la incapacidad del sistema inmune humano para reconocer y responder a un agente infeccioso. Las vacunas que están siendo usadas en este momento en todo el mundo no detienen la replicación y transmisión de variantes del virus, pero sí lo obligan a adaptarse y mutar de maneras que podrían resultar inmensamente contraproducentes.

 

“Mientras más usemos vacunas para inmunizar a personas en medio de la pandemia, más infeccioso se volverá el virus”, señala este científico. A su vez, un virus más infeccioso: “incrementa la posibilidad de resistencia viral a las vacunas”.

 

Vandem Bossche explica, además, que usar vacunas profilácticas cuando la “presión viral” es alta, “como lo es ahora”, invita al virus a efectuar “unas cuantas mutaciones… para escapar por completo de los efectos de la vacuna”. Sin embargo, como consecuencia de esa vacuna, el sistema inmune innato no se activará para combatir al virus cuando llegue el temido contacto, ya que no se especializa en algún virus en particular o sus variantes, sino que opera de manera general y no específica. Ante la presencia del virus:

 

“Los anticuerpos de la vacuna les ganan la competencia a los anticuerpos naturales al momento de unirse al Covid-19, incluso cuando su afinidad a la variante viral es relativamente baja”, explica.

 

Como explica Jemma Moran, jefa de comunicaciones del grupo Hart –una asociación de médicos, economistas, académicos y científicos británicos–, hasta el momento, la evidencia apunta a que las medidas de cuarentena no han tenido efecto sobre la mortalidad del Covid-19, un hecho “difícil de entender”, como ella misma reconoce y hemos hecho hincapié aquí en anteriores artículos. La clave, dice Moran, está en comprender aquello sobre lo que enseñó Charles Darwin: el proceso evolutivo.

 

Las mutaciones pueden modificar características como la virulencia, transmisibilidad y detectabilidad de un virus. Sin embargo, la medida en la que cada una de esas mutaciones será ventajosa para la supervivencia y proliferación del virus depende exclusivamente de la presión ejercida por el ambiente en el que circula: sin esa presión, es decir, sin la urgencia de sobrevivir ante circunstancias adversas, no hay necesidad de mutar:

 

“En un mundo de distanciamiento social, cuarentenas obligatorias (y) mascarillas… estamos, sin duda, suprimiendo el virus. Pero (también) le estamos confiriendo mayores ventajas adaptativas a las variantes (mutaciones) más transmisibles del virus… las que desplazarán a las otras”. 

 

Luego llegamos al asunto central de la virulencia. En circunstancias normales, “las variantes que han mutado para hacerse más virulentas están en singular desventaja… esto se debe a que, hasta 2020, solo nos quedábamos en casa si estábamos muy enfermos”. Un dolor de garganta, la aparición de tos o una sensación leve de resfrío no nos impedía relacionarnos normalmente, por lo que las variantes menos virulentas tenían la ventaja de encontrar más fácilmente nuevos huéspedes. En la actual situación, hemos dado una vuelta de 180 grados: los sanos y aquellos que muestran síntomas leves son puestos en cuarentena, mientras que los graves son llevados a lugares hacinados: hospitales y clínicas, donde el virus puede encontrar nuevas víctimas con relativa facilidad.

 

Es por eso que las variantes –que se vienen presentando como más transmisibles y virulentas– parecen provenir de lugares donde se realizaron cuarentenas generales, como Inglaterra, “y no de Suecia o la India”, dice Moran (Thecritic.co.uk, 02/03/21).

 

Como explica el virólogo Geert Vanden Bossche: los virus “no matan más que lo estrictamente necesario para sobrevivir” (www.geertvandenbossche.org). Volviendo a la comparación con los antibióticos: así como ellos no se recetan descuidadamente, de manera que no proliferen luego las mutaciones bacteriológicas resistentes a ellos, todo indica que la vacuna tampoco debería ser repartida sin miramientos y sin considerar la capacidad adaptativa del virus.

 

El debate murió primero

 

Todo lo expuesto hasta aquí debería ser extensamente discutido, pero la censura ha hecho presa de ese nuevo medio de comunicación masiva revolucionario –internet–, en cuyas redes sociales se concentran miles de millones. Ahí buscamos información que la prensa mainstream omite, escapando del tradicional secuestro de nuestras facultades cognitivas en favor del statu quo. Pero esas redes sociales, una mezcla de intereses privado-gubernamentales opacos e íntimamente ligados a la lógica corporativa y la política exterior de ciertas naciones, hoy determinan qué vemos y qué no de manera totalmente arbitraria y vertical.

 

Con los medios tradicionales no había necesidad de operar ninguna medida especial: ya están perfectamente controlados en su calidad de empresas privadas al servicio de sus anunciantes (entre los que figuran las farmacéuticas en lugar preferencial). Facebook, Twitter y YouTube vienen dinamitado cualquier foro de debate virtual bajo la premisa de que se estaría alborotando a las masas, llevándolas hacia peligrosas tendencias e inoculándoles innecesarias dudas.

 

Pero ninguno de los citados arriba es “antivacunas” (todo lo contrario), ni la biología elemental –en la que Vanden Bossche dice fundamentar sus observaciones y argumentos– es una “teoría de conspiración”. La información y el debate deben ser abiertos, plurales y ampliamente difundidos, de manera que no nos sometamos ciegamente al dictamen de instituciones cuya naturaleza y esencia están siendo incorrectamente comprendidas por el mundo y que están llevando a cabo experimentos in vivo sumamente peligrosos. En su lugar, los medios masivos han contribuido al pánico, enfocando la atención del mundo, no en las bajas tasas de mortalidad del Sars-Cov-2, sino en la cantidad de “casos”, de los cuales la amplia mayoría son de bajo o ningún peligro (y que se obtienen empleando pruebas de dudosísima efectividad).

 

Debemos exigir que los temas expuestos aquí sean discutidos de manera urgente y profunda, después de todo, las “novedosas” medidas para paliar el Covid-19 han puesto el mundo de cabeza, afectando negativamente a cientos de millones y destruyendo sus formas de vida con consecuencias aún incalculables.

 

-Publicado en Hildebrandt en sus trece (Perú)  el  19  de  marzo de 2021

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/211545
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