Agonía de “El Comercio”

Mientras que la información oficial y el comunicado corporativo gozan de acceso preferencial a la prensa, la que no proviene de este tipo de burocracias debe atravesar varios filtros, lo que significa mayor trabajo para el medio.

08/06/2021
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Durante la presente campaña electoral, el Grupo El Comercio (GEC) ha dejado de lado cualquier simulación de imparcialidad para poner todas sus fichas detrás de la candidata ampliamente asociada con la élite, sus negocios y negociados. Ante la clara y general pérdida de confianza en las instituciones tradicionales –fenómeno global–, valdría la pena preguntarse si después de estas elecciones al GEC le quedará al menos una pizca de credibilidad.

 

La concentración mediática parece haber sacrificado varias líneas editoriales en virtud de los intereses de sus accionistas, echando por la borda su ya menguante prestigio. El asunto ni siquiera es controversial: sus propios periodistas señalaron la clara degeneración a la que nos referimos en una carta escrita con motivo del desvergonzado despido de la directora periodística de América Televisión, Clara Elvira Ospina.

 

Los firmantes hablaron de su deber de ofrecer información veraz, “más allá de cuestiones empresariales”. Sus únicos activos, agregaron, son su credibilidad, trayectoria y buen nombre. Ese es el patrimonio que cada cinco años se ven forzados a empeñar en virtud de los negocios de sus jefes. 

 

Luego de la cobarde masacre de San Miguel del Ene se filtró un mensaje de chat entre periodistas de “Canal N” que discutían sobre su cobertura. Ante las pertinentes objeciones de uno de ellos –quien insistía en cotejar versiones opuestas en lugar de simplemente transmitir la versión de las autoridades–, una participante de la conversación, también periodista, insistió en dejarlo así. Su razonamiento constituye una máxima del periodismo corporativo:

 

“Si la fuente oficial te dice Sendero, así es como debemos manejarlo”.

 

No hace falta nombrar a la dueña de esta ilustre opinión, pues la lógica a la que responde es compartida por el grueso del periodismo tradicional –local e internacional– y es parte elemental de su modelo de negocios, como explicaremos abajo.

 

Ad portas de un probable regreso del fujimorismo al Poder Ejecutivo, ¿qué significaría para los peruanos una prensa reproduciendo, sin objeción ni crítica, la versión oficial?

 

Más allá de la compra de líneas editoriales y la difusión de montajes de corte montesinista, el problema del periodismo tradicional es sistémico y forma parte de su diseño. En otras palabras: no necesita corruptores, sino que viene torcido. La razón se encuentra en su dependencia de un suministro continuo de información por parte de grandes burocracias privadas y públicas, sin el cual no tendría como llenar sus páginas y transmisiones.  

 

En el caso de las burocracias públicas, un gobierno y sus múltiples agencias tienen como “castigar” al periodista o medio que se atreva a objetar sistemáticamente su versión de los hechos –la mentada versión “oficial”–; basta con negarle la información y cerrarle las puertas. Los que colaboran reproduciendo su mensaje sin objeciones, por el contrario, consiguen un fiel colaborador y una fuente de primicias e información privilegiada.

 

Es así como se fabrica y transmite la exitosa propaganda de guerra que continuamente permite que potencias occidentales destruyan países pobres en el tercer mundo. Irak, Siria, Afganistán y Libia son algunas de las víctimas de este periodismo ruin y subordinado. Las agencias de inteligencia diseñan el montaje propagandístico y los medios de comunicación masiva lo difunden actuando como sus voceros. Las facultades de periodismo y comunicaciones les enseñan a sus estudiantes a observar todo este proceso como algo normal o incluso inevitable.

 

La corporación de medios no puede prescindir del suministro de información oficial y corporativa –del comunicado de Relaciones Públicas–, pues elevaría sus costos convirtiendo el periodismo en un negocio poco atractivo para quienes, en la mayoría de los casos, no distinguen entre fabricar zapatos y producir diarios y noticieros apuntando a captar audiencias, para luego vendérselas a otras grandes corporaciones, los anunciantes.

 

Evidentemente, nos encontramos ante un ecosistema netamente de derechas, aunque con cierto espacio para progresistas, siempre y cuando no interfieran con el orden neoliberal. Si no fuera por este último segmento –los siempre incomprendidos “caviares”–, la prensa no tendría cómo fingir pluralidad. En la modesta opinión de este columnista, conservadores y caviares venden esencialmente el mismo orden político-económico caduco, pero usando distintos lenguajes y apuntando a distintas sensibilidades.

 

Como es lógico, tanto las grandes corporaciones como los distintos estamentos gubernamentales preparan con sumo cuidado la información que transmiten al periodismo –redactándola, por ejemplo, en la forma de artículos noticiosos–, ahorrándole trabajo al medio y permitiéndole funcionar con menos personal. La información así obtenida –sobre todo si es difundida de manera automática– es siempre beneficiosa para quien la produjo.

 

Así, mientras que la información oficial y el comunicado corporativo gozan de acceso preferencial a la prensa, la que no proviene de este tipo de burocracias debe atravesar varios filtros, lo que significa mayor trabajo para el medio y una obvia desventaja para quien desea llegar a su público desde fuera del establishment.

 

La escasa visión del GEC y sus directores le ha impedido adecuarse al cambio de época que se presenta ante nosotros de manera tan evidente. Chile y Colombia se nos adelantan en ello, ofreciendo lecciones que nuestros grupos de poder seguramente pasarán por alto con la soberbia que los caracteriza. La cobertura de los grandes medios tradicionales de los países vecinos, en relación con las manifestaciones populares, es ampliamente rechazada por la ciudadanía, lo que se traduce en el éxito político de quienes no son favorecidos por su cobertura. Nada sugiere que la impermeable prensa peruana no hará exactamente lo mismo que sus pares al norte y sur, cuando la tendencia se manifieste (otra vez) en las avenidas y plazas del país.

 

En esto hay que hacer hincapié y ser absolutamente claros: ningún observador medianamente objetivo, que esté al tanto del escenario internacional, caería en el error de pensar que el cambio social y político depende de la victoria de Pedro Castillo y Perú Libre. Pensar así es vivir en el siglo pasado. El cambio es completamente inevitable y vendrá con o sin ellos. Ningún Fujimori lo detendrá y las FF.AA. perderán el tiempo intentándolo, con un costo humano previsible.

 

Otro aspecto fácil de prever es que la concentración mediática caerá en el error de centrarse en la potencial violencia, descontando la validez del reclamo social y haciendo eco de teorías de conspiración según las cuales existiría un “complot chavista” para acabar con los gobiernos de derecha de la región, repitiendo –nuevamente– versiones oficiales exentas de evidencias.

 

En el plano de las conflictivas elecciones peruanas que se definen este domingo, resulta claro que el GEC considera justo parcializarse en favor de Keiko Fujimori en virtud del “peligro para la democracia” que, insisten, significa Pedro Castillo. El Comercio cae así en su propia propaganda, exacerbando una psicosis que, al mismo tiempo, responde a décadas de propaganda anticomunista norteamericana, transmitida intensamente y sin tregua por todos los medios disponibles desde fines de la Segunda Guerra Mundial.

 

El resultado es esa visión del mundo en la que los términos democracia y libre mercado son intercambiables. Curiosamente, la generalizada tirria contra el modelo económico imperante se origina en los múltiples abusos de la élite que domina el espectro electromagnético de todos los peruanos, con sus múltiples oligopolios y su marcado mercantilismo.

 

En el Chile posterior al estallido social, la agonía de la gran prensa se observa fácilmente en la anatomía de su Asamblea Constituyente: la lista de “Chile Vamos”, la coalición derechista respaldada por Sebastián Piñera, consiguió 37 escaños, mucho menos de un tercio del total (155), mientras que los independientes y opositores sobrepasaron los dos tercios de los escaños, lo que les dará amplio espacio para darle forma a su nueva Constitución. Todo esto a contramano de una cobertura mediática previsiblemente tirada hacia la derecha.

 

“Quienes parecían dominarlo todo con tanta soltura hasta hace un año y medio hoy son dueños de poco y nada. Si hasta entonces aparecer o controlar los medios se traducía con relativa certeza en apoyo en las urnas, hoy la tendencia parece ser la inversa”, concluye el periodista Marcos Ortiz, del blog Ojo del Medio (Interferencia, 20/05/21).

 

Un grupo de estudiantes de periodismo, también chileno, ya había denunciado a fines de 2019 el “cerco comunicacional” construido por las televisoras de señal abierta a partir de la censura, la criminalización de la protesta, la priorización de fuentes oficiales y el ocultamiento de los abusos y violaciones a los DD.HH. cometidos por soldados y carabineros.

 

Finalmente, ¿qué hace el logo de la “Voz de América” (VOA) en canales peruanos de señal abierta? La VOA es parte del aparato de propaganda “blanca” del gobierno estadounidense –creado durante la Segunda Guerra Mundial– y estuvo prohibida de transmitir en su propio país debido a la ley que le impide a ese gobierno manipular a su propia ciudadanía. Aprovechando que el periodismo de hoy se entiende como puro negocio, ahora la VOA ofrece su propaganda disfrazada de noticias, de manera gratuita, a nuestros canales de televisión dirigidos por empresarios angurrientos. También dicta capacitaciones para periodistas, ¡el colmo!

 

Publicado en Hildebrandt en sus trece, el 4 de junio 2021.

 

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/212568
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