La visión del intelectual crítico colombiano:

Crítica a las democracias restringidas

24/03/2020
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 marcha democracia
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El 5 de marzo del año en curso, el reconocido escritor e intelectual colombiano Pablo Montoya, ganador del premio Rómulo Gallegos, publicaba una carta dirigida a Daniel Quintero Calle, actual alcalde de la ciudad de Medellín, Colombia, en la que expresaba su descontento con la administración Quintero debido a la decisión de este último de ordenar el ingreso de la fuerza policial ESMAD a las universidades. Entre otras razones para este descontento, el escritor mencionaba un motivo fundamental en la crítica a las sociedades latinoamericanas: el déficit democrático presente en todas estas sociedades. Al respecto decía:

 

Déjeme decirle que, durante mis años de trabajo en la Universidad de Antioquia, mi divisa ha sido la enseñanza de la tolerancia, la crítica y el respeto. He enseñado a amar la literatura y las artes. Pero también he enseñado el descontento, la inconformidad y el escepticismo porque estas me parecen armas necesarias para confrontar el engaño colectivo y la opresión permanente en que vivimos (párr.7).

 

En realidad, estas palabras tienen un sentido más profundo. En particular porque el destinatario de la misiva no es un representante de la ultraderecha uribista, ni siquiera de la derecha colombiana. Su destinatario es un político de la llamada centro izquierda colombiana, cuya propuesta política se podría inscribir en el paradigma liberal burgués, por lo que la crítica de Pablo Montoya es también una crítica de este paradigma. Y lo que señala esa crítica es que detrás de la fachada democrática de las instituciones colombianas funciona un sistema “opresivo” que se sostiene mediante el “engaño colectivo”. El modelo de democracia liberal vigente en Colombia no sería, entonces, un modelo genuino sino restringido.

 

Sin proponérselo, el escritor tomaba partido en la disputa que actualmente divide el campo literario colombiano en dos grupos: aquellos escritores que se inscriben en el paradigma liberal burgués representado por políticos como Daniel Quintero; y aquellos que ven con escepticismo ese paradigma. El primer bando está representado por escritores que, como Héctor Abad Faciolince, se inscriben en el modelo de sociedad liberal, y que ven toda desviación de este modelo como una tentativa peligrosa por parte de elementos populistas, de ahí que defienden el statu quo; el segundo grupo está representado por escritores que, como Pablo Montoya, desconfían del modelo de sociedad liberal, pues consideran que sus promesas se han cumplido a medias y solo se sostienen mediante el engaño de la sociedad colombiana, de ahí su crítica radical contra el establecimiento. En pocas palabras, las élites literarias del establecimiento cultural colombiano ahora tienen una contraparte en aquellos escritores del ámbito académico, cuya clase y discurso crítico los diferencia de las minorías dominantes. Y lo que está en el centro de discusión es el modelo de democracia vigente en el país en sus 200 años de vida republicana.

 

Intelectualidad (neo)liberal e intelectualidad crítica: dos visiones de la democracia 

 

En su artículo La forma de las ruinas de Juan Gabriel Vásquez, la crisis de la imaginación republicana liberal (2019) el crítico literario colombiano Oscar E. Montoya-Guerra se refiere a los escritores Juan Gabriel Vásquez y Héctor Abad Faciolince como los representantes “de una literatura que podemos denominar ficción liberal” debido a la ideología (neo)liberal que exponen en sus textos. En cuanto a su posición en la sociedad colombiana, estos escritores se caracterizan por ser miembros de la élite cultural: “Son miembros del establecimiento cultural, que respaldan el modelo de sociedad liberal clásica, democracia representativa con separación de poderes en un mercado capitalista de libre competencia” (43). Por lo mismo, se oponen a los gobiernos de corte populista como la Venezuela bolivariana o el gobierno de Trump en Estados Unidos: “ambos son autores que, de forma sistemática desde sus columnas de prensa, han criticado la emergencia de gobiernos y políticas populistas tanto en América Latina como en el resto del mundo” (43-44). La razón del desdén hacia estos gobiernos es que “[C]onsideran que estos son un peligro, una deformidad o una anomalía que pone en riesgo la democracia” pues para estos escritores todo lo que se sale del marco (neo)liberal se ubica en “los territorios salvajes de la irracionalidad política” (44).

 

En el ámbito de la política doméstica, la ideología liberal de estos escritores entra en contradicción no solo con el proyecto de centro izquierda del opositor Gustavo Petro, también con el proyecto político de la ultraderecha uribista, que fueron los dos principales proyectos que se enfrentaron en la última carrera presidencial colombiana. Desde la perspectiva ideológica de estos escritores, ambos proyectos tienen un fuerte contenido populista que los aleja del modelo (neo)liberal, de ahí que los pongan al mismo nivel. Así lo expone Abad Faciolince en un artículo sobre la carrera presidencial de 2018: “esta opción aburrida, la del centro, es la que puede resguardar, gane quien gane, los valores democráticos: el respeto por la pluralidad, el compromiso con la paz y la vocación social contraria a la voracidad de la oligarquía y a los atajos suicidas de la demagogia” (párr.5). En cuanto a Juan Gabriel Vásquez, para él ambos proyectos políticos “representan los extremos del espectro” (párr.5) por lo que su posición en este tema es la misma de Abad Faciolince. En general, ambas declaraciones revelan hasta qué punto estos escritores creen en el sistema democrático colombiano.

 

Con todo, esta posición política no solo se manifiesta mediante la preferencia por un proyecto u otro. En el caso de Abad Faciolince su ideología (neo)liberal explica su decisión de distanciarse de los movimientos de ciudadanos indignados que inundaron las calles de Colombia con sus protestas el pasado 21 de noviembre de 2019. Estas últimas, unas protestas sobre las que Abad Faciolince dijo que: “todos estamos tratando de entender qué están pidiendo los que marchan” (Caracol, párr.5), en un contexto marcado por el asesinato de líderes sociales, las medidas económicas antipopulares y el bombardeo de niños por parte del ejército, unos hechos que, al parecer, no le parecen suficiente motivo de indignación a Abad Faciolince. Para este escritor, paradójicamente, resultan mucho más indignantes las protestas, a las que tildó de estar conformadas por “gente que ni siquiera es explotada porque no tiene un trabajo formal” (párr.3) e “hijitos de papi en su ropa, en su atuendo”.

 

En suma, para intelectuales como Abad Faciolince el modelo colombiano coincide con el modelo de democracia plena, garantista, amenazada por fuerzas populistas de izquierda y derecha. De ahí la indignación del escritor frente a las expresiones de descontento y las protestas contra este sistema, al que ciertamente considera como “la manera racional de ejercer la política” (54) en palabras de Montoya-Guerra. Así, pues, su visión de la democracia corresponde en todo al modelo liberal clásico que “toma forma en las instituciones republicanas, parlamentos, congresos, senados, cortes supremas o constitucionales, presidencias, partidos” y para el que, “aquellas prácticas y expresiones que la rebasan, bien por la derecha o por la izquierda, conducen hacia el autoritarismo, el despotismo o experimentos igualitarios condenados de antemano al fracaso y a la fractura social” (44). 

 

No es extraña, entonces, la visión tan negativa que estos escritores tienen de los llamados intelectuales críticos. Efectivamente, la imagen del intelectual crítico es, en gran parte, una construcción ideológica de la imaginación liberal. Según Montoya-Guerra, en esta juega un papel fundamental un concepto desarrollado por Luc Boltansky: “la idea del exceso de hombres educados” (48) en referencia a aquellos individuos que, “siendo miembros de grupos subalternos, han logrado acceder a ciertos niveles de educación; por eso creen tener derecho a ocupar un lugar más destacado en la sociedad del que poseen y, al no obtenerlo, se transforman en anarquistas, conspiracionistas o resentidos” (48). Especialmente, el elemento conspirativo resulta de gran importancia para caracterizar a los intelectuales críticos, pues tal elemento expresa una visión sobre el poder y la historia diferente de la visión liberal. Desde la perspectiva del intelectual crítico “el poder actúa a través de mecanismos ajenos a la vista”, por lo que este tipo de intelectuales se niegan “a aceptar la versión oficial sobre los eventos que han marcado la historia de Colombia” (49). Así, escritores como Pablo Montoya, para quien las condiciones de vida en Colombia son opresivas y se sostienen mediante el “engaño colectivo”, entrarían en la categoría de intelectuales críticos debido a su desconfianza de las instancias de poder y las versiones oficiales de la historia. Para la imaginación liberal sería, pues, un conspirador.

 

En el ámbito doméstico, este ejercicio de conspirador se manifiesta en la desconfianza de Pablo Montoya hacia la versión oficial de la historia que presenta a las élites dominantes del país, especialmente las de su región, como prohombres de la economía y la industria. Así lo expone en su artículo Medellín y el despertar de una conciencia ecológica (2019): “se nos ha enseñado, hasta el cansancio, que el dinamismo empresarial de esta parte del país es patrimonio de una especial magnificencia. Que esas personas, fomentadores en el plano de la economía y el confort de una noción indiscutible de progreso son prohombres…” (49) Pero no se queda en el plano de la historia, sino que procede a fustigar a estas instancias de poder:

 

¿Por qué, quiénes vivimos en esta parte del mundo, hemos dejado que a Medellín la haya dirigido y la sigan dirigiendo personajes tan aciagos? ¿En dónde está nuestra capacidad de reacción, como colectividad, ante un proyecto económico que ha desembocado en estas temibles crisis ambientales? (50)

 

En efecto, para Pablo Montoya estos prohombres no tienen un proyecto que beneficie a la ciudad, por lo que la historia oficial estaría totalmente errada. Lejos de creer como Abad Faciolince que el modelo neoliberal es el único con una “vocación social contraria a la voracidad de la oligarquía”, para Pablo Montoya este sistema neoliberal ha instigado más la voracidad de esa élite gobernante, cuyo ímpetu desarrollista es el causante de la crisis ambiental actual. De este modo, la visión de Pablo Montoya sobre el liberalismo económico es muy diferente a la de Juan Gabriel Vásquez y Abad Faciolince, o a la versión de la historia oficial. Para Pablo Montoya neoliberalismo y daño ambiental son, prácticamente, sinónimos: “El vínculo aire viciado y crecimiento de dividendos bursátiles ha sido innegable en los tiempos del capitalismo neoliberal ávido que nos gobierna” (49), dice, en referencia a esta relación.

 

Sin darse cuenta, el escritor llamaba la atención sobre un tema que ya el dramaturgo noruego Henrik Ibsen (1828-1906) había tratado a finales del siglo XIX, en su drama Un enemigo del pueblo (1883). Efectivamente, en este drama, su personaje principal, un científico llamado el Dr. Stockmann, descubre que los termales de un pueblo, al que acuden personas de toda Europa para sanarse, en realidad son unos estanques pestilentes que constituyen un peligro para la salud pública. Pero la prensa liberal le prohíbe difundir los resultados de su investigación y cuando este se niega a obedecer, lo declaran un enemigo del pueblo e incitan a la ciudadanía en contra suya. De este modo, al igual que en el caso de Pablo Montoya, para Henrik Ibsen liberalismo y daño ambiental son equivalentes, puesto que en este sistema los intereses económicos se imponen sobre todo lo demás.

 

En este aspecto, a diferencia de Abad Faciolince, Pablo Montoya no desprecia a las multitudes populares. Al final de su artículo propone un diálogo entre diversos sectores de la sociedad para hacer frente a la crisis ambiental: “se hace indispensable hablar con las culturas indígenas… Debemos establecer un diálogo equitativo y cordial, pero crítico, entre los representantes de los colectivos ambientalistas, de los especialistas y estudiosos del tema…” (51). E incluso llama a la movilización: “Es urgente que exista una movilización masiva de los ciudadanos en pro de la defensa del aire, del agua y de la tierra. Tal movilización debe entender, de una vez por todas, que para resolver este grave problema, en el que está en juego el futuro del planeta, debemos cambiar de estilo de vida” (52) Y es en este punto en el que la ideología del escritor se manifiesta con más claridad, puesto que estos planteamientos tendrían una base en la teoría del decrecimiento económico, a la que Pablo Montoya hace referencia directamente cuando menciona a uno de sus principales teóricos, Serge Latouche. Así, el escritor no solo expone una gran conciencia de clase al ponerse del lado de los grupos subalternos, sino que también usa todo su aparato crítico-teórico para “rebatir las verdades oficiales” (Montoya-Guerra, 52).

 

En resumen, Pablo Montoya se aproxima bastante al modelo de intelectual crítico que la imaginación liberal ha construido a partir de sus propios miedos. En este sentido, su valoración del modelo democrático vigente en Colombia corresponde a la visión del intelectual crítico, en tanto que el escritor sospecha de las instancias de poder de su país. Pablo Montoya parece creer que en Colombia el poder real no recae sobre los ciudadanos sino sobre unas élites dominantes que se han perpetuado, valiéndose del engaño colectivo impuesto a través de la historia oficial. Así, el modelo que funciona en Colombia, según el escritor, se aproxima a lo que el científico social Alexander Gamba Trimiño denomina “democracias restringidas”. Este último, un tipo de democracia que se caracteriza por su déficit democrático, ya que en este imperan “los intereses que las motivaron”. En estos sistemas “los militares se retiraron del poder, pero el proyecto autoritario siguió latente” (175-176).

 

Con todo, el artículo de Pablo Montoya no es lo suficientemente largo para proponer una teoría de la conspiración y ese no es su objetivo. Como mucho, nos ofrece indicios sobre los mecanismos mediante los cuales las clases dominantes han asegurado su posición social en el país y el papel que cumple la historia oficial en ese proceso. De modo que solo tenemos una visión parcial.

 

Para conocer una visión panorámica como las que ofrecen las teorías necesitamos cambiar de género literario y movernos del terreno del ensayo al de la ficción. Precisamente, a finales del año pasado se publicó en Europa una novela en la que, de manera diacrónica, se expone la versión crítica de la historia de Colombia. Su autor se llama Gustavo Forero (1967), un escritor y crítico literario del ámbito académico como Pablo Montoya, que también puede incluirse en el grupo de intelectuales críticos del país. En cuanto al título de la novela, su título es Amantes y Destructores. Una Historia del Anarquismo (Ilíada, 2019).

 

Amantes y Destructores. Una Historia del Anarquismo de Gustavo Forero: una teoría conspirativa sobre la historia de Colombia

 

Amantes y Destructores. Una Historia del Anarquismo de Gustavo Forero, es una novela compleja. Formalmente, la obra es una exponente de lo que Carol D´Lugo ha llamado “novela fragmentaria”, una estética que se caracteriza porque la historia narrada se construye a partir de fragmentos de diferente extensión y tipo. En tal sentido, este modelo narrativo suele incluir en su cuerpo, material como recortes de periódicos, páginas de diarios personales, bitácoras, testimonios e incluso material extraliterario etc., a partir de los cuales se arma la trama novelesca. Consecuentemente, la novela es una muestra de polifonía literaria, puesto que la voz del narrador principal es desplazada por las voces que aparecen en los fragmentos autónomos. Así, la versión crítica de la historia de Colombia que expone la novela se constituye a partir de diferentes fuentes documentales. De esta manera el escritor rechaza la idea de una versión única y oficial de la historia. 

 

En cuanto a su contenido, en esta teoría conspirativa sobre la historia de Colombia cumple un papel fundamental el concepto de democracia restringida. Según esta versión, el déficit democrático en el país es una consecuencia de la posición que ocupan las naciones latinoamericanas en el Occidente capitalista, que es una posición periférica. Más específicamente, son países cuya función en el sistema-mundo occidental es el de servir de satélites de los países centrales de Occidente, aquellos que conforman el llamado Norte Global: “se sacrifica una parte de la humanidad para que la otra se pueda asumir como universal” (Wieser, 29). Desde la perspectiva colonial en la que se han insertado, las naciones latinoamericanas carecen, entonces, de soberanía, pues en todo deben obedecer a las decisiones de los países del Norte Global. Su política doméstica, su política externa, su economía, todo ello está alineado con los intereses del Norte Global. Por lo mismo, son “democracias restringidas”, puesto que quienes toman la mayor parte de las decisiones en ellas no son sus ciudadanos, sino poderes fácticos, internos y externos. En palabras de Gamba Trimiño, en estas “el proyecto autoritario siguió latente”.

 

La causa de esta pérdida de soberanía se expone con claridad en Amantes y Destructores y está relacionada con el fin del proyecto bolivariano de la Gran Colombia cuyo objetivo era el de “formar en América la más grande nación del mundo” (Bolívar, 32). En efecto, en la novela de Forero, el sueño de una Gran Colombia independiente, soberana, se desvanece con la llegada del general Rafael Reyes Prieto al poder:

 

El oscuro general Rafael Reyes Prieto ascendió al poder y desde entonces Colombia entera, como un buró moderno del presidente Reyes Prieto, atiende sobre todos sus negocios y evita, de acuerdo con el propio Panclasta, oponerse de cualquier modo a la voluntad de sus clientes, Estados Unidos incluido. Lo de Panamá se quedará en Panamá, según puede inferirse de su proceder actual, y una región colonizada por los dueños del capital fijará el camino de las repúblicas bananeras. El sueño de la independencia de una Gran Colombia libre se queda atrás. (27)

 

Según esta versión conspirativa, entonces, el fracaso del proyecto de nación es el que genera las condiciones para que en Colombia no surja una democracia genuina, popular, soberana, y en su lugar se establezcan definitivamente los actuales regímenes clientelistas, cuyos marcos democráticos son bastante restringidos.

 

Pero no solo Colombia se ve abocada a tal destino. Como se mencionó anteriormente, América Latina en su totalidad se ve sometida a la misma condición ancilar. Incluso la potestad para dirimir los conflictos entre las naciones suramericanas no recae sobre ningún organismo regional sino en una autoridad europea, el Rey Alfonso XIII, un hecho que indigna al anarquista colombiano Biófilo Panclasta, contemporáneo del monarca y uno de los personajes principales de la novela: “Panclasta no aceptaba  y no acepta el arbitraje del Rey Alfonso XIII  de España en las diferencias entre los países suramericanos, pues, en general, es un opositor radical de la monarquía y de la intervención de las potencias, cualesquiera que sean, en los asuntos de América Latina” (27). De esta manera, la historia de América Latina del siglo XX, marcada por el colonialismo, se desarrolla desde el principio de la novela.

 

La narración, sin embargo, no se limita a la era de los imperios. Paralela a la historia de Panclasta se desarrolla la historia de otro personaje principal, un alter ego del escritor Gustavo Forero, cuya vida transcurre en un contexto totalmente diferente: las primeras décadas del siglo XXI. Así, la novela abarca parte del periodo moderno y la posmodernidad. Pero, aunque ambos personajes se mueven en contextos distintos, la cuestión fundamental, el déficit democrático en América Latina, siempre está presente. En tal sentido, el modelo de democracia restringida impuesto en Colombia por Rafael Reyes Prieto en 1904 no se diferencia mucho del actual. Al respecto, el alter ego del escritor Gustavo Forero dice:

 

A pesar de estos ciento ocho años de diferencia, soy pesimista, Panclasta. Creo que la situación de Colombia de 1907 es semejante a la que se vive hoy en 2015, como la situación general del planeta. Hace más de cien años usted salió huyendo por primera vez de Colombia. Hoy somos muchos los que intentamos huir del crimen y la impunidad… a un mundo plagado de lo mismo: escándalos, mentiras y corrupción. (55)

 

Sin embargo, no solo Colombia sigue igual, sometido a las mismas condiciones del siglo anterior. La situación de Colombia refleja la de toda la región, puesto que la posición ancilar y periférica que ostentó América Latina durante gran parte del siglo XX perdura en el siglo XXI:

 

Todavía estamos en el tiempo de los centros, Panclasta; y de la periferia, por supuesto. Y muchos siguen estando fuera y quieren entrar. Afuera y dentro son para mí entonces metáforas de la vida. En términos internacionales se sabe muy bien qué es dentro. La lógica, a pesar de los años, no ha podido cambiar. Ni La Haya y su corte, ni los congresos anarquistas, ni los festivales, ni los diálogos entre los movimientos insurgentes y los gobiernos, ni los tratados de libre comercio, ni la creación de la Comunidad Económica Europea, ni Fidel ni Chávez; nadie ha podido modificar esto. (71)

 

Así, para el alter ego de Forero el modelo de democracia restringida ha sido la constante en la historia de Colombia y América Latina. En este aspecto, la concepción de la historia que se infiere de la novela es circular, puesto que en esta concepción los mismos elementos se repiten un y otra vez, solo cambia el decorado. Como en la teoría del eterno retorno de Friedrich Nietzsche, aunque percibamos distintas realidades, la esencia es siempre la misma: la lucha del esclavo contra el amo o bien, de los oprimidos contra sus opresores.

 

En suma, a diferencia de la versión oficial de la historia de Colombia, expuesta por la imaginación liberal, y según la cual el modelo colombiano es una democracia plena, garantista, amenazada por fuerzas oscuras de izquierda y derecha, para los intelectuales críticos el país nunca ha tenido una democracia plena. Por lo mismo, su versión conspirativa de la historia ofrece una visión alternativa para las fuerzas revisionistas que no se sienten representadas por las élites dominantes, y cuyas aspiraciones a una democracia genuina, popular, soberana, sigue en pie, pese a todos los embates recibidos a lo largo de su historia.

 

Conclusión

 

Un análisis de la relaciones entre literatura y política, como el expuesto en estas páginas, revela que en Colombia también se manifiestan tendencias globales que son una consecuencia del actual impulso hacia la multipolaridad. Específicamente, lo que intelectuales como Pablo Montoya y Gustavo Forero señalan, es que, al igual que en otros países como Francia o Chile, en Colombia también hay en curso una reacción contra el orden neoliberal. La desconfianza de los intelectuales críticos del país hacia las élites dominantes que administran el modelo neoliberal colombiano; los ataques verbales lanzados contra los partidos del establecimiento, desde la derecha uribista a la centro izquierda, demuestran un rechazo, cada vez más acusado, del sistema en su totalidad. Izquierda y derecha son percibidas como dos caras de una misma moneda, ya sin valor alguno. Eso explica que Pablo Montoya no solo ataque a las élites tradicionales antioqueñas, una región tradicionalmente conservadora, sino también al alcalde de su capital, un político de centro izquierda, pues en últimas los percibe a todos como agentes del mismo sistema.

 

Las causas de esta reacción contra el modelo neoliberal son diversas. Hay razones históricas y actuales. Entre las primeras, está la razón expuesta por Forero en su novela, según la cual en Colombia fracasó el proyecto de nación; un fracaso del que serían responsables, en gran parte, las clases dominantes, las cuales nunca han tenido una verdadera vocación democrática. Por lo mismo, el modelo neoliberal sería un modelo impuesto. En cuanto a las razones actuales, la preocupación por el medio ambiente, manifestada por Pablo Montoya, es fundamental. Pero no es la única razón. También habría que mencionar la insatisfacción de la ciudadanía con las medidas económicas antipopulares, el asesinato sistemático de líderes sociales, la corrupción política y empresarial, los megarobos al erario público, las ejecuciones extrajudiciales, la brutalidad policial, la impunidad generalizada, la manipulación mediática, y la subordinación de Colombia a Estados Unidos, entre otros motivos.

 

Por otra parte, las élites liberales globales cada día se comportan más como una clase aristocrática. Desde este punto de vista, la actitud despectiva de Abad Faciolince hacia los manifestantes colombianos es sintomática de un fenómeno mayor. Es la misma actitud arrogante que adoptó Hillary Clinton ante las masas de trabajadores pobres que votaron por Trump, a los que tildó de ser una “cesta de deplorables”. Y es la misma actitud que vemos en Europa, donde la prensa liberal demoniza a los trabajadores pobres que apoyaron el Brexit, a los que tilda de ignorantes, xenófobos y racistas, a la vez que trata de ocultar sus reclamos contra la Unión Europea y la globalización, que también son legítimos. Igualmente, es esta actitud de superioridad la que se expresa cada vez que estas élites liberales deciden ignorar la voluntad popular de los ciudadanos y tumbar los gobiernos democráticamente elegidos para colocar en su lugar un títere, como han venido intentando hacer en Venezuela con Guaidó. Una actitud que no tiene nada de democrática. Es por esto que cada vez más ciudadanos, lejos de percibir el modelo liberal como un sistema incluyente y abierto, lo único que ven es una pesadilla totalitaria. La persecución y el encarcelamiento de Julian Assange, quien está preso por revelar información sobre la corrupción y los crímenes de guerra de los gobiernos liberales del Occidente capitalista, solo refuerzan esa idea. Y no olvidemos que fue Obama, ese faro del liberalismo, el que condenó a Assange a vivir durante años en la Embajada de Ecuador.

 

Estas son las razones de que en Colombia hayan surgido fuerzas que, como en Venezuela o Rusia, cuestionan la universalidad del modelo liberal de democracia. La literatura, como producto social de un determinado contexto, no puede ser ajena a estas tendencias. Es por eso que en el campo literario colombiano están presentes los temas de la identidad nacional, la soberanía, la democracia, las ideologías, entre otros del repertorio moderno. Al igual que en el caso de Rusia, donde se ha visto un resurgir de la novela ideológica, en la novela contemporánea colombiana los metarrelatos de la modernidad, cuyo derrumbamiento dio origen a la posmodernidad literaria, se niegan a desaparecer. La novela de Gustavo Forero, así como la novela La forma de las ruinas de Juan Gabriel Vásquez, en la que se manifiesta la crisis de la imaginación liberal, son un ejemplo de esto. De este modo, la literatura colombiana y la literatura rusa actuales mantienen viva la tradición de escritores modernos de la talla de Ibsen, Jean Paul Sartre y Albert Camus, quienes escribieron sobre estos temas con maestría y profundidad.

 

 

Esteban Arango Montoya. Filólogo hispanista de la Universidad de Antioquia, Colombia. Ilustrador y crítico literario, es actualmente investigador y coordinador del Proyecto Académico Medellín Negro de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia.

 

Trabajos citados

 

Caracol Noticias. (2019) “Todos se aprovechan de un lado y del otro, depende de quién gobierne: Héctor Abad Faciolince” Recuperado de: https://noticias.caracoltv.com/colombia/todos-se-aprovechan-de-un-lado-y-del-otro-depende-de-quien-gobierne-hector-abad-faciolince

 

D´Lugo, Carol Clark. (1997) The fragmented novel in Mexico. The politics of form. Texas, University of Texas Press.

 

El Espectador (2018). “Juan Gabriel Vásquez: Colombia es un país enfrentado ante presidenciales”. https://www.elespectador.com/noticias/cultura/juan-gabriel-vasquez-colombia-es-un-pais-enfrentado-ante-presidenciales-articulo-744778

 

Faciolince, Héctor Abad. (2018). “Colombia, entre la oligarquía y la demagogia”. New York Times https://www.nytimes.com/es/2018/05/28/espanol/opinion/opinion-abad-faciolince-colombia-oligarquia-demagogia-duque-petro.html

 

Gamba Trimiño, Alexander. (2013) “Democracias restringidas y neoliberalismo en la región andina (1985-2010) Cuadernos Americanos 175-194.

 

Forero, Gustavo. (2019) Amantes y Destructores. Una Historia del Anarquismo Berlín, Ilíada.

 

Ibsen, Henrik. (1970) Ibsen. Four Major Plays, Volume II. New York: Signet Classic

 

Montoya-Guerra, Oscar E. (2019) “La forma de las ruinas de Juan Gabriel Vásquez, la crisis de la imaginación republicana liberal” República, violencia y género en la novela de crímenes. Ed. Gustavo Forero Quintero. Bogotá, Siglo del Hombre, 43-57. Impreso.

 

Montoya, Pablo. (2020) “Carta abierta a Daniel Quintero Calle” El Espectador Recuperado de: https://www.elespectador.com/noticias/cultura/carta-abierta-daniel-quintero-articulo-908071

 

------ (2019) “Medellín y el despertar de una conciencia ecológica” Revista Universidad de Antioquia 48-53.

 

Pulzo. (2020) “En la calle no está el proletariado; van los hijitos de papi en su ropa, en su atuendo” Recuperado de: https://www.pulzo.com/nacion/analisis-hector-abad-faciolince-sobre-protestas-colombia-PP828737

 

Wieser, Doris. (2018) “Repensando la justicia y la impunidad: colonialidad, pensamiento abismal y colonialismo interno en la novela negra hispanoamericana” Justicia y paz en la novela de crímenes Ed. Gustavo Forero Quintero. Bogotá, Siglo del Hombre, 25-45. Impreso.

 

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/205459
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