Antes que salga el sol

23/11/2019
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En la noche de hoy, 23 de noviembre, a menos de 24 horas de la segunda vuelta de las Elecciones Nacionales en Uruguay, siento el imperativo ético de desbrozar algunas reflexiones que entiendo válidas sea cual sea el resultado final de la elección de la ciudadanía entre dos fórmulas presidenciales – Luis Lacalle Pou y Beatriz Argimón o Daniel Martínez y Graciela Villar.

 

Más allá de los nombres, lo que está en juego es la elección entre dos modelos de país: el del retorno de la estrategia neoliberal impulsada por el imperialismo por medio de sus lacayos de la burguesía nativa (que de “nacional” no tiene nada) o la continuidad de un proyecto progresista que logró un crecimiento económico sostenido en sus tres períodos consecutivos de gobierno con avances innegables en lo que respecta a justicia social, tal como lo certifican la CEPAL o la OIT cuando mediante indicadores objetivos afirman que Uruguay es el país más igualitario y con mejor cobertura en seguridad social en toda América Latina.

 

Las lecciones que nos cuesta asimilar

 

El panorama político en el continente, a principios del siglo XXI, despuntaba como muy alentador.

Los triunfos en las elecciones presidenciales y las asunciones de Hugo Chávez en Venezuela (1999), Lula Da Silva en Brasil (2003), Néstor Kirchner en la Argentina (2003), Tabaré Vázquez en Uruguay (2005), Evo Morales en Bolivia (2006), Rafael Correa en Ecuador (2007) y Fernando Lugo en Paraguay (2008), auguraban un período de hegemonía de gobiernos progresistas en la región.

 

Sin embargo, al igual que en los años 60 y 70 del siglo pasado, se produjo una vez más la contraofensiva imperialista para recuperar su prevalencia absoluta en su “patio trasero”; clave por sus riquezas naturales para encarar hoy, en el marco de una nueva (y cada vez más profunda) crisis cíclica del capitalismo, el reto a su hegemonía mundial por parte de Rusia y China.

 

En artículos anteriores ya nos hemos explayado en mostrar las diferencias de estilo entre las estrategias utilizadas en los golpes de Estado cívico – militares de los años 70 (“traje de confección en serie” aplicado a rajatabla en el continente) con las variantes de los llamados “golpes blandos” de la actualidad aplicados en la región en las cinco etapas sucesivas descritas por Gene Sharp; “trajes hechos a medida” de acuerdo a la situación de cada país.

 

El golpe de Estado en Bolivia que derrocó al gobierno constitucional de Evo Morales vuelve a poner sobre el tapete las falencias de los gobiernos progresistas en temas claves que se repiten una y otra vez.

En muchos artículos he planteado la necesidad de que la izquierda de A. Latina y el Caribe debería procesar estos debates auto críticos en sus ámbitos propios como por ejemplo el Foro de Sao Paulo; no en sesiones abiertas con posteriores declaraciones públicas, sino en reuniones de trabajo para intercambiar análisis a fondo y sin concesiones sobre los errores cometidos y aprendiendo de ellos, esbozar una práctica común superadora.

 

Sólo para mencionar en titulares algunos de estos errores – consecuencia de carencias ideológicas – en los que los distintos gobiernos progresistas han caído de alguna forma:

 

Interpretación equivocada del concepto de hegemonía según Gramsci.

 

He escuchado a muchos dirigentes del continente (incluido el Vicepresidente boliviano Álvaro García Linera) hablar de imponer la hegemonía sobre la burguesía y luego asimilarla al proceso de cambios.

 

La burguesía boliviana a pesar que se vio beneficiada por el sostenido crecimiento económico del país, fiel a su concepción de clase, reaccionaria y por añadidura en su caso específico racista, nunca toleró un gobierno – presidido además por un “indio” - que reivindicara la plurinacionalidad del Estado, plasmada en su nueva Constitución de 2008, en la que se reconocen 36 etnias originarias y sus idiomas respectivos. Por consecuencia lógica, operó para derrocarlo.

 

Postura ante las Fuerzas Armadas.

 

Es un viejo error de la izquierda que llega al gobierno mediante un proceso electoral (desde Salvador Allende hasta el presente). Ha existido siempre lo que he dado en llamar cierto “fetichismo de la Constitución”. Es decir estar convencidos que nadie (incluyendo a las fuerzas armadas y policiales) osará violar el orden institucional. Este es un grueso error conceptual (ideológico), que pasa por alto el ineludible análisis de clase de la función de las Fuerzas Armadas y policiales en tanto brazos ejecutores al servicio de garantizar la hegemonía de clase de la burguesía en una sociedad capitalista.

 

Las mejoras sociales y la conciencia política.

 

Se ha caído reiteradamente en el error mecanicista de asumir que el mero cambio de la situación social de grandes segmentos de la sociedad, hasta ahora sumergidos por las políticas neoliberales, redundaría de por sí en un avance de conciencia política por parte de los mismos.

 

La conciencia política de la ciudadanía (principalmente de las capas medias) se logra a partir de un sostenido trabajo ideológico y pedagógico, que explique de manera paciente y persistente el porqué de los cambios sociales que redundan en un mejor nivel de vida de las grandes mayorías.

 

El divorcio entre gobierno y fuerza política.

 

Hemos oído reiteradamente decir a compañeros del Frente Amplio: “soy el Presidente o el Intendente (según el caso) de todos los uruguayos”. Lo cual podemos decir que es cierto, pero no es verdad.

 

Por supuesto que formalmente va de suyo que quien resulta electo por la ciudadanía para ejercer un cargo de gobierno, lo es para todos los habitantes del país.

 

Pero también es verdad y es determinante, que ese gobernante no salió electo por medio de un sorteo de lotería, sino como candidato de una fuerza política que a su vez presentó un programa de gobierno al que se atendrá para su aplicación.

 

Y esta precisión no es meramente semántica; tiene un hondo contenido político. Es un indicador más del fenómeno del divorcio entre los cuadros de gobierno y la fuerza política a la que pertenecen, que ha existido en varios de los procesos de cambios en los países antes mencionados.

 

Esto ha sido un factor nefasto que ha jugado en contra tanto del rol de la fuerza política como instrumento del trabajo ideológico mencionado en el punto anterior, en la praxis de la formación política de la militancia de esa fuerza, como asimismo en la consolidación de la vida orgánica cotidiana de los organismos de base de esas fuerzas políticas, siendo partícipes de una rica discusión de los temas de gobierno; teniendo la oportunidad de comprometerse, opinar e incidir en las decisiones de temas a ser abordados a futuro y no limitarse a escuchar informes de lo ya actuado, sea en la esfera ejecutiva o legislativa.

 

A esto se suma la falta de cursos básicos de formación política para la militancia, que hasta por razones de edad, como en el caso del Frente Amplio en Uruguay, muchas veces ignora los propios profundos contenidos de los documentos fundacionales de 1971, plenamente vigentes.

 

Por eso lo del título, antes de que llegue la instancia de la segunda vuelta y más allá de los resultados de la misma, era menester señalar los principales asuntos que a mi juicio deberían integrar un proceso de debate profundo que rescate nuestra identidad.

 

Y contra lo que algunos puedan suponer, siguiendo la máxima y el accionar del Comandante Fidel Castro, en los momentos más difíciles es cuando hay que ser más radical en nuestras concepciones.

 

Y rescato el significado del término radical: lejos de ser un ultraizquierdista verbal pequeñoburgués, ser radical implica ir hasta la raíz en el riguroso análisis de los procesos, para profundizarlos y así poder llevarlos a buen fin con una praxis consecuente. En definitiva, parafraseando a Rosa Luxemburgo, la cuestión siempre será entre reforma o revolución.

 

23.11.2019

 

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/203454
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