Assange: una lección en hipocresía

12/11/2019
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Con poco más de diez años de existencia, WikiLeaks y Julian Assange han acumulado un buen número de premios internacionales y reconocimientos por sus enormes contribuciones al oficio periodístico y la libertad de expresión e información. Sus partidarios consideran que el trabajo del perseguido australiano ha cambiado el mundo. En una triste ironía, sus detractores en el periodismo corporativo –quienes en la mayoría de los casos solo podrían soñar con esos reconocimientos– cuestionan su condición de periodista.

 

Últimamente, los representantes de dicha prensa prefieren callar, omitiendo de plano todo el asunto, probablemente sospechando que la historia verá a Julian Assange y su trabajo de una manera muy distinta a como ellos se la han representado al mundo. Su alegado narcisismo, las anécdotas vergonzosas con respecto a su gato o a su higiene personal serán, a lo sumo, un pie de página que registrará para la posteridad, no el carácter del australiano, sino la banalidad y el servilismo la prensa tradicional.

 

Hoy, Assange se pudre en una de las cárceles de máxima seguridad de “Su Majestad”, en uno de los países más desarrollados del mundo –Inglaterra–, cuna de la Revolución Industrial y uno de los primeros en reconocer la libertad de expresión en la historia moderna, allá por el siglo XVII. El australiano, padre de dos niños, pasa 22 horas al día en solitario y, si dependiera de sus captores, ya habrían tirado la llave a un pozo. Por si fuera poco, los siete años que pasó exiliado en un par de pequeñas habitaciones tuvieron un severo efecto sobre su salud física y mental.

 

Nils Melzer, inspector de las Naciones Unidas para la tortura, escribió lo siguiente en mayo de este año, después de visitar a Assange en la prisión de Belmarsh:

 

“(…) Desde 2010, cuando WikiLeaks comenzó a publicar evidencias de crímenes de guerra y tortura por parte de las Fuerzas (Armadas de) EEUU, hemos visto el esfuerzo sostenido y concertado de varios Estados para extraditar al Sr. Assange a Estados Unidos para ser juzgado, suscitando serias preguntas sobre la criminalización de la investigación periodística, en violación tanto de la Constitución de EEUU como del derecho humano internacional.

 

“Desde entonces, se ha dado una implacable e irrestricta campaña de acoso público, intimidación y difamación contra el Sr. Assange, no solo en Estados Unidos, sino también en el Reino Unido, Suecia y más recientemente, Ecuador”.

 

Como han señalado varios periodistas serios y varios “whistleblowers” de relevancia histórica, como Daniel Ellsberg (Pentagon Papers), las prácticas de “espionaje” por las que EEUU quiere encarcelar a Assange constituyen práctica común en el periodismo de investigación y en la forma en que el periodista se relaciona con fuentes confidenciales y delicadas.

 

La prensa tradicional, corporativa, ha sido absolutamente indispensable para el amordazamiento de Assange y el ataque que aquí denunciamos contra la libertad de información de los habitantes de todo el planeta. El abandono en el que se encuentra el australiano de 48 años de edad, quien debería gozar de un apoyo masivo e irrestricto por parte de quienes valoran nuestro derecho a saber qué hacen los Estados que nos representan, es en buena parte consecuencia de su sostenida campaña de descrédito. Como haría bien en notar el lector, las mentiras que repitieron, particularmente las referidas a su supuesta complicidad con Donald Trump y Vladimir Putin para perjudicar a la candidata demócrata Hillary Clinton en 2016, salieron de los servicios de inteligencia occidentales, a los que no se les solicita evidencias a pesar de ser instrumentos esencialmente políticos de largo y oscurísimo prontuario criminal.

 

Como explica el World Socialist Web Site (18/10/19): “Si Melzer hubiera estado señalando la persecución de periodistas en Irán, Rusia, China u otro país en la mira del imperialismo norteamericano, estaría rodeado de reporteros del New York Times, el Washington Post, The Guardian y otros conductos de las agencias de inteligencia. Sin duda estarían publicando historias, advirtiendo en tono ominoso sobre el asalto a medios de comunicación y la necesidad de defender la libertad de prensa”.

 

La cita nos recuerda la figura descrita por Edward Herman y Noam Chomsky hace más de tres décadas en su libro “Manufacturing Consent”: aquella referente a las víctimas “dignas” y a las víctimas “indignas”. Las primeras son las víctimas del enemigo, que reciben amplia cobertura en medios por razones más políticas que de principio, mientras que las segundas son las víctimas propias o las del aliado, que permanecerán en la oscuridad mientras dependa del aparato mediático corporativo. Ese doble estándar parece ser el único estándar que la prensa corporativa sigue a rajatabla.

 

¿Cómo es que una obra tan fundamental para el periodismo, como es “Manufacturing Consent” –la versión en castellano se titula “Guardianes de la Libertad”–, es casi completamente desconocida por el periodista promedio? ¿Por qué la obra y opiniones de Noam Chomsky, tenido por el intelectual vivo más importante de nuestros tiempos, y de otros importantes intelectuales críticos de los medios, no llega jamás a las páginas de nuestros diarios?

 

El hecho sugiere que no existen para informar imparcialmente a la sociedad, para representarla en su conjunto, por lo que toda crítica que parta de esas premisas y les señale el camino para hacer periodismo de verdad, siguiendo dichos principios, tiene que ser evitada.

 

Como explica la revista española Contexto (03/07/19), el delegado de las Naciones Unidas para la tortura envío sus urgentes apreciaciones a varios diarios de alcance global como el New York Times, The Guardian, The Telegraph, The Washington Post, etc., así como a la revista Newsweek, sin que ninguno publicara una sola línea. En el Perú, El Comercio sí informó sobre lo hallado por el relator de las Naciones Unidas cuando se emitió el comunicado (www.ohchr.org, 31/05/19). La nota informativa publicada, sin embargo, no mereció comentario alguno por parte de sus periodistas y opinantes y ciertamente no los llevará a sacar conclusiones “incorrectas” sobre el muy promocionado carácter democrático de las potencias occidentales. Eso les permitirá, en el futuro, atacar al enemigo político de turno desde una alegada pero totalmente inexistente superioridad moral.

 

La realidad de la prensa tradicional es, por el contrario, una bancarrota moral cuyo aroma ya es claramente percibido por muchísima gente que no confía más en ella. Por los miles de jóvenes manifestantes chilenos que vieron conveniente plantarse delante de algunos canales de televisión hace unos días, exigiendo una cobertura justa de sus reclamos y el cese de la criminalización.

 

El asunto Assange no es tangencial para el periodismo y sus practicantes tienen el deber de pronunciarse al respecto, más allá de la publicación rutinaria de artículos meramente informativos, copiados y pegados de las grandes agencias internacionales. Ese tradicional ensimismamiento que limita a la mayoría de periodistas peruanos a tratar únicamente lo local solo da muestras del carácter periférico de su observación de la realidad.  

 

Con toda seguridad, ese “ensimismamiento” resulta enormemente conveniente para los intereses económicos dueños de la prensa tradicional, pues no le permiten al público observar los patrones idénticos de precariedad, desigualdad, injusticia e impunidad que reinan sobre el tercer mundo, ni identificar a las fuerzas que le dan forma.  

 

En su lugar, nos seguirán hablando del particular “carácter del peruano”, como presunta fuente y raíz de todas nuestras precariedades. ¿Hasta cuándo?  

 

El mundo según WikiLeaks

 

WikiLeaks ha servido para abrir los ojos de millones de seres humanos sobre cómo se conduce realmente la política internacional, sobre la vena criminal de muchos gobiernos y líderes “democráticos”, quienes constituyen el ejemplo viviente de la más abyecta impunidad. Blairs y Bushes que jamás pisarán una celda y que, en su lugar, reciben cada cierto tiempo el servicio de lavado de reputaciones, con miras a relanzamientos políticos improbables, que ofrece la prensa corporativa a quienes han servido eficientemente al poder de turno.

 

WikiLeaks demostró que la ley internacional es pura fachada para ocultar el dominio por la fuerza, para ocultar que aún vivimos en las cavernas. Demostró que los primeros en pisotear los derechos humanos son quienes se venden al mundo como sus campeones y representantes; que debemos cuidarnos de los centros donde se acumulan el poder y la riqueza del mundo, y no tanto de los polvorientos sistemas de cuevas donde se esconden los talibanes en Afganistán.

 

Solo una muestra histórica de desobediencia civil podría obligar al gobierno británico a liberar a Assange y a respetar nuestro derecho a informarnos con respecto a sus crímenes, sobre los cuales dejaré un nutritivo ejemplo en el espacio que me queda: luego que dos agentes de inteligencia británicos (SAS) fueran atrapados por la policía iraquí en Basora (19/09/05), mientras se encontraban disfrazados de árabes y luego de haber disparado y asesinado a uno de dichos policías, las fuerzas británicas estacionadas en una base cercana atacaron la estación policial donde los espías británicos estaban recluidos, causando la muerte de cuatro iraquíes y dejando 44 heridos. Muchos presos aprovecharon para escapar. El juez iraquí que emitió una orden de arresto contra los británicos, lo hizo, además, bajo sospechas de que se encontraban realizando “actos terroristas” (The Guardian, 26/09/05). Otro día común y corriente en Iraq.

 

¿Usted se enteró?

 

(Artículo publicado en Hildebrandt en sus trece, el 8-11-2019, con título " Bancarrota moral de la prensa corporativa").

https://www.alainet.org/es/articulo/203193
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