Septiembre tiene el rostro de Allende

05/09/2019
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El 4 de septiembre de 1970 Salvador Allende alcanzó la primera mayoría en las elecciones generales celebradas en Chile. El 11 del mismo mes, en 1973, fue derrocado y asesinado mediante un golpe de Estado fascista desencadenado en su país. Pero Allende, no es sólo una figura de Chile. Es de todos. Por eso se dice que septiembre, tiene el rostro de Allende.

 

Isabel, la hija el Presidente caído en combate aseguró que, muchos años estuvo convencida que su padre fue asesinado por los militares que lo derrocaron.  Dijo, además, que sólo tras la exhumación de sus restos, en 1990, admitió el suicidio como la forma de su muerte.

 

Después siendo ya Presidenta de la Cámara de Diputados de su país publicó sus declaraciones en "El Mercurio", el vocero más calificado de la derecha chilena, y cómplice en su momento de la tragedia del 73.

 

Como se recuerda, ese diario –ícono de la prensa tradicional chilena- fue financiado por la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos y su propietario, el señor Agustín Edwards, recibió gruesas sumas de dinero por su campaña contra el gobierno de la Unidad Popular.

 

Se dice que el tiempo restaña todas las heridas, y eso puede ser verdad. Pero tiene un límite. No debe borrar de la mente de las personas su sentido de realidad, ni su conciencia. Hoy, debiéramos admitir que hay muchas formas de matar a un hombre. Una de ellas, es obligarlo a pegarse un tiro.

 

Los sucesos que ocurrieron en La Moneda hace 46 años, han sido motivo de prolija investigación, pero aún subsisten diversos interrogantes. Nada, sin embargo, borrará de la conciencia de los pueblos la imagen de un Presidente resuelto y heroico, que enfrentó con las armas en la mano los últimos momentos de una vida -la suya- que inmoló en defensa de su pueblo.

 

Nada, tampoco, borrará el hecho que el Golpe fue preparado y digitado desde Washington por el presidente Nixon con la participación activa de Henry Kissinger, operado por la Agencia Central de Inteligencia -la CIA- y bautizado con el nombre de “Proyecto FUBELT”

 

Muy pronto se cumplirá un nuevo aniversario de lo ocurrido. Muchos acontecimientos se recuerdan en una misma fecha. Es, en efecto, el aniversario del golpe fascista; la caída del gobierno de la Unidad Popular; el brutal asesinato de centenares de chilenos abatidos en las calles y en las poblaciones de un país al que Pablo Neruda definiera como “un largo pétalo de mar, y vino, y nieve”;  la detención de miles más, que fueron confinados en centros clandestinos de reclusión, y luego torturados y asesinados.

 

Para los peruanos, el 11 de septiembre de 1973 fue un día aciago. Una advertencia de lo que preparaba el imperialismo en el concierto latinoamericano contra quienes osaban levantar su voz, y enfrentar su dominio.

 

El fascismo en Chile no fue ciertamente el primer paso en la lucha del gran capital contra los pueblos. Ya había ocurrido, en marzo de 1964, el golpe de Estado de los militares de la Escuela Superior de Guerra del Brasil, liderado por Castello Branco. Y siete años después, la sangre había corrido por las calles de La Paz, cuando los militares golpistas dieron al traste con el régimen progresista de Juan José Torres.

 

En junio del mismo 73, otro país hermano, la tradicional sociedad de Uruguay -la Suiza de América- había caído abatida por los sables. Se trataba entonces de un nuevo paso en la estrategia que se afirmaría en el Perú con la caída de Velasco Alvarado, y con el zarpazo fascista de Videla en Argentina.

 

Las dictaduras del Cono Sur –Plan Cóndor incluido- abrieron un abismo de sangre en las sociedades latinoamericanas de fines del siglo pasado, pero se proyectan aún en nuestro tiempo. Regímenes aviesos, como el de Alberto Fujimori; administraciones perversas, como las de Carlos Andrés Pérez en Venezuela; o Álvaro Uribe, en Colombia; fueron el preámbulo de regímenes repudiables como los de Bolsonaro, Piñera o Iván Duque, hoy.

 

El 11 de septiembre, entonces, no es sólo un aniversario. Es también un símbolo porque después fueron cambiando las cosas. Ahora, algunos de los asesinos de ayer, viven en la secuencia de sus condenas; pero otros mantienen vigencia, y expectativas de Poder.  En muchos lugares se ha afirmado la conciencia de los pueblos, pero en otros, aún subsiste el temor y la inseguridad. 

 

Lo que algunos no perdonan a Salvador Allende es su conducta resuelta, su firmeza, su alianza con los comunistas, su capacidad de sacrificio, que llega mucho más allá de lo que esperan quienes hablan de su recuerdo y traicionan su memoria.

 

Allende no podría ser traicionado por los pueblos, del mismo modo como tampoco será olvidado por quien tenga la conciencia clara y el corazón ardiente. Los pueblos, veneran su rostro.

 

https://www.alainet.org/es/articulo/201972
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