La unidad es tarea de todos
Ni Pedro Castillo ni Vladimir Cerrón tienen derecho a dividirse. Hacerlo sería asestar una profunda herida al proceso iniciado por la voluntad del pueblo en los comicios pasados.
- Opinión
Si nos atenemos a los últimos documentos publicados y a las declaraciones de algunos representantes del gobierno, incluidos parlamentarios y ministros, podríamos tener la impresión que la ruptura entre Pedro Castillo y Vladimir Cerrón es inminente, y hasta casi inevitable.
Un polémico artículo suscrito por el Secretario General de Perú Libre bajo el título de “El pueblo ha sobrepasado al Partido, frase del oportunismo”; hace luz en torno al tema y sale al frente de un asunto particularmente delicado: el vínculo entre el Jefe del Estado y su Vice Presidenta, y el Partido del Lápiz.
Más allá de las consideraciones expuestas, debemos tener en torno al tema una posición absolutamente clara: Ni Pedro Castillo ni Vladimir Cerrón tienen derecho a dividirse. Hacerlo, seria asestar una profunda -y hasta quizá mortal-herida al proceso iniciado por voluntad del pueblo en los comicios pasados.
Argumentos para fundamentar una división, los habrá. La historia demuestra que siempre puede encontrarse “razones” para explicar la ruptura de un movimiento político. Pero en ellas, en realidad se habrá de sustentar puntos de vista que deben ser analizados no función de la circunstancia, sino de su proyección. Hoy pueden lucir bien, pero mañana generarán un daño irreparable al movimiento, al que unos y otros están seguros de representar.
Queremos decir entonces, basados en la dura experiencia de nuestro movimiento que la división puede explicarse, pero no justificarse.
Para lo primero, puede incluso haber retórica revolucionaria. Para lo segundo está planteada siempre la realidad; esa misma realidad que llevó a Lenin a recordar la célebre frase de Goethe: “Gris es la teoría, amigo, pero verde y frondoso es el árbol de la vida” .
Un tema tan delicado como la Unidad -o la división- del Movimiento Popular, no puede analizarse en abstracto, en función de la teoría política, o de las deducciones que fluyen de los manuales. Hay que examinarla a trasluz de una circunstancia concreta y en función de los acontecimientos que ocurren en una coyuntura dada.
Por razones que todos conocen, en las elecciones pasadas el Perú eligió una opción de gobierno y derrotó una propuesta que –sostenida por la clase dominante- perpetuaba en el país la hegemonía del Gran Capital. La candidatura victoriosa de Pedro Castillo, recusaba el sistema vigente y abría la perspectiva de un cambio social que hoy resulta viable.
Si este se frustrara por acción de enemigo, por la feroz embestida de las fuerzas reaccionarias, por la presión imperialista, o por la conducta sediciosa de grupos golpistas empeñados en desandar la historia; podría entenderse que, finalmente, la vieja clase pesó más, y que la correlación de fuerzas interna no permitió cumplir a cabalidad lo prometido,
Pero que esto ocurra porque los más altos exponentes del proyecto se pelean entre sí, disputando una hegemonía transitoria y circunstancial; podría explicarse, pero no justificarse. Objetivamente, nadie podría validar razones que ameriten tal despropósito.
¿Hay contradicciones en el movimiento popular? Claro que las hay. Si no las hubiera, sería muy fácil todo. Pero las profundas transformaciones sociales que remecen la estructura productiva de un país, nunca son fáciles. Pero nunca pasan por la ruptura de la Vanguardia de un proceso de cambios.
Los líderes revolucionarios -y la vida lo confirma- puede quedarse incluso en minoría ante decisiones que no comparten, pero no apelan nunca a la ruptura. Un gobierno revolucionario puede verse forzado a no adoptar políticas indispensables porque no existen condiciones para su aplicación, pero no por eso destruye su unidad.
En el extremo, un gobierno de ese carácter puede, verse forzado a desandar caminos, y apelar a recursos no previstos para resistir el acoso y los embates del enemigo; pero lo que no puede hacer, es dividirse.
Las diferencias que asoman en las más altas esferas del Poder, no constituyen secreto alguno. Desde un comienzo todos vimos que se trataba de enfrentar un proceso con una vanguardia débil, heterogénea, precaria, de existencia casi sólo regional y con liderazgos poco conocidos. Pero eso no fue argumento para arredrarnos, ni para llamar a todos a cerrar filas en torno a ese gobierno.
Confiamos en la esencia del proyecto, en el instinto de clase de sus conductores, en la dinámica que se operaria en el país, y –sobre todo- en la capacidad de combate de nuestro pueblo.
Y por eso pedimos a la Vanguardia que se mantuviese leal a los valores que se enarbolaron y que obren con dignidad y firmeza contra los embates del enemigo. No les pedimos que deslinden sus diferencias, ni que precisen los alcances de sus medidas, para juzgarlos.
Objetivamente ni Pedro Castillo ni Vladimir Cerrón, ni sus ministros o Parlamentarios, han cometido actos de traición alguna. Con aciertos y errores, han enfrentado los retos que la realidad les ha planteado.
Tienen retos definidos: la II Reforma Agraria, la recuperación del Gas, la Convocatoria a la Constituyente,: pero, sobre todo, la lucha contra el fascismo emergente
No obliguen a nadie, entonces, a tomar partido por uno contra el otro. La Unidad, es la tarea de todos.
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