Negarnos a la guerra: desarmar lo que pretenden

01/02/2019
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Cuando en 1994 en Ruanda se produjo una masacre que eliminó al 75% de la población tutsi, los medios y el derecho fueron invadidos con la idea que el discurso del odio era un mecanismo capaz de generar las consecuencias más atroces.

 

Pasados los años, los juicios por estos hechos se hicieron famosos porque pudieron demostrar que se puede a través de una operación psicológica y utilizando la radio convencer a una población que alguno de sus componentes es su enemigo y debe eliminarse.

 

Sería una gran cosa para la humanidad que tuviéramos esa lección aprendida. Así, pudiéramos darnos cuenta que los medios de comunicación pueden ser herramientas de guerra y que la guerra tiene antes enormes operaciones de propaganda.

 

Sin embargo, las voces que lo dicen no logran ocupar la primera página y cada vez que alguien anda deseando una guerra parece que se nos olvida cómo se hace para provocarla.

 

No existe, dice Howard Zinn, aquella cosa de la naturaleza humana y su propensión a la guerra. En España, se vienen publicando unos artículos que hablan de cómo trabajan los discursos, por ejemplo, de Bolsonaro que nos entienden como primates cuando juegan con nuestras necesidades y de la vieja literatura venezolana podemos recordar a Briceño Iragorry que nos explica cómo son los productos y los hábitos los primeros agentes de la invasión que llegaron hace muchas décadas sin que nos diéramos cuenta.

 

Ahora en Venezuela hay muchas operaciones de guerra que están desarrollándose al mismo tiempo. La primera que hemos mirado es esta destrucción sistemática del Estado de Derecho que se da cuando se pretende que una figura presidencial puede derivar de un mitin, sin elecciones y sin ni siquiera una sesión del Parlamento. Luego, los documentos que se vienen regando por las redes sin que se hayan convertido en leyes dándole en las redes tal cualidad.

 

El día de hoy, les invito a que nos detengamos a analizar la estrategia que trabaja el imaginario para convencerlo que existe una gran confrontación nacional que requeriría que los venezolanos entreguemos nuestros asuntos a las fuerzas extranjeras. Este es un punto extremadamente peligroso.

 

¿El Consejo de Seguridad como solución?

 

El día sábado, 26 de enero, a solicitud de los Estados Unidos, las Naciones Unidas sesionaron sobre Venezuela. Si bien el resultado político de dicha convocatoria no se ajustó a lo que esperaban los estadounidenses en tanto la voz mayoritaria de los países presentes consideraron inaceptable una intervención extranjera, este es un tema para valorarlo al detalle.

 

Pues nosotros debemos alertar el peligro que significa que un asunto nacional se ventile en esa mesa que existe para que los sectores que triunfaron en la segunda guerra definan sus intereses, determinando si en un país habrá guerra o paz. Así como lo mal que le ha ido, en general, a los Estados que por una situación u otra se han visto expuestos a esos debates.

 

La subida de tono: acciones para “maximizar el dolor del pueblo venezolano”

 

Después de este revés y sin que a nadie le sorprenda, el lenguaje del gobierno de Washington es cada vez más violento y llano. Hablan de la existencia de masivas manifestaciones –que no ocurren cuando ellos las llaman- y comienzan a haber rumores de violaciones masivas pero muy especificas de los derechos humanos. Por ejemplo, que existirían reclutamientos forzosos de niños y jóvenes para acciones militares.

 

 

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Al lado de esto, se han dado acciones muy concretas referidas al patrimonio venezolano. Sin descaro y con orgullo, los sujetos de esta operación señalan que toman el control de bienes nacionales en el extranjero confundiendo la titularidad patrimonial de las cosas. Los bienes no son del gobierno y menos del mandatario. Estos son bienes de la nación. Igualmente, pretendiendo que este dinero ha estado a disposición del Estado cuando desde el año 2015 se han sustraído del caudal económico al ser objeto de leyes, decretos y decisiones de las agencias norteamericanas.

 

El quiebre de la opción democrática

 

Uno de los temas que menos discutimos en el contexto actual está referido a la sistemática renuncia de las opciones constitucionales a la que se ha acostumbrado la oposición. Sin duda, la más grave de las renuncias ocurrió cuando se separaron de la negociación de República Dominicana y decidieron que las elecciones no son una vía para tomar el poder. Al  hacerlo, rompieron la idea presente en todas las democracias modernas que señalan que la voluntad se afirma mediante el voto.

 

No habiendo concurrido los sectores radicales a las elecciones tampoco aparecieron posteriormente a utilizar ninguno de los mecanismos de impugnación que existen en el ordenamiento jurídico y decidieron, o aceptaron, que se les forzara a construir un gobierno de transición paralelo a la realidad jurídica y hoy, aparecen algunos nombres a condicionar que pueda ser posible un espacio de entendimiento en el que, volviendo a la cordura que se abandonó en Dominicana recordemos que sólo es en paz, en soberanía y en el marco legal que puede actuarse en una democracia.

 

Al lado de estos sectores, en los que existen voceros políticos y personajes que les acompañan en la opinión pública como Michael Penfold que declaran en una hora tan delicada que no existe negociación política posible, se demuestra que la oposición no es una construcción hegemónica y tímidas voces se han sumado a la idea que hablar es posible como, a modo de reproche, tuvo que admitir hasta Luis Almagro quien declaró que al menos tres partidos políticos de oposición no están de acuerdo con la imposición de Guaidó ni de los lineamientos que recibe desde el extranjero.

 

El cambio de régimen más barato del mundo

 

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 Con mucha publicidad, Estados Unidos anunció que daría una ayuda humanitaria a los venezolanos de 20 millones de dólares. La primera evidencia es que esto sería menos de un dólar por persona si existiera alguna manera de distribuirlo equitativamente, lo que no equivale ni a un almuerzo cortesía de Washington. A la vez sin que exista ningún elemento que determine de manera objetiva los valores de los bienes venezolanos en el extranjero, estos están siendo repartidos para que, de manera bastante opaca, sean “administrados” por quien diciéndose Presidente de la República no ha renunciado a la condición de Presidente de la Asamblea Nacional en un país donde la acumulación de cargos, más en ramas públicas distintas está expresamente prohibido.

 

La creación del enemigo

 

En un pueblo con vocación de paz, uno supondría que la creación del enemigo es un proceso complejo, Al menos si nos referimos a nuestra tradición histórica o miramos a grandes rasgos la personalidad de un pueblo caribeño. Sin embargo aquí estamos ante un tema que se ha acelerado a niveles monstruosos.

 

Desde enero de este año cuando hablamos de este nuevo escenario político podemos observar esta idea de una amnistía entendida, no como lo que es un instrumento jurídico para sanar una guerra, sino una herramienta para favorecerla y declarar, criminales y enemigos, a quienes no se sumen a ella.

 

Así, el documento propuesto por la oposición como un marco general para la impunidad futura de los actos que apoyen al golpe y que pretende anular, de manera general, los juzgamientos penales y administrativos que han ocurrido durante la Revolución. De este modo, se criminaliza el hecho de haber sido o ser chavista; haber sido o ser funcionario, al igual que se equiparan los veinte años de Revolución a un período de conmoción nacional que habría que remendar.

 

 
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 Con este instrumento se confirma que parlamentarios de la Asamblea Nacional en desacato mantienen una actitud hostil y desconocen las interpretaciones pacíficas y jurisdiccionales de la Constitución de la República. Así, sobre la negación del principio de soberanía y las instituciones de justicia adelantan maniobras para establecer las bases –con apariencia de legalidad- para acciones beligerantes proyectadas en el territorio desde el extranjero.

 

Para apoyarla se hace una masiva campaña de promoción que incluye sujetos anónimos, con el uniforme de opositores, visitando cuarteles y otras instituciones militares y una redoblada campaña en redes donde se va separando aquellas frases generales de dar “incentivos jurídicos” a quienes se sumen en mensajes destinados a quienes trabajan en las instituciones que necesitan se sumen a su aventura: el Poder Judicial y la Fuerza Armada Nacional Bolivariana.

 

 

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La tarea histórica

 

Pese a que esto ocurre creo que todavía es una especie de manto que intentan poner sobre la gente y que no toca el espíritu nacional. Ante una estrategia tan terrible y repetida en la historia, es necesario sumarnos a dar cuenta que estas cosas no son ciertas.

 

La primera la concepción del otro como enemigo. Esa idea no encaja con la realidad de las calles ni de las oficinas de este país y tampoco con el repudio a la violencia que manifiesta el pueblo cada vez que se le consulta o cuando ocurren actos espantosos como los del 2017.

 

La segunda es que podamos referirnos al presente con generalizaciones. No hay bloques monolíticos de pensamiento ni de acción, lo que requiere que aprendamos a leer cada sujeto y podamos construir consenso. Un consenso que no es otra cosa que distinguir los tiempos y resaltar esa parte de nosotros que quiere –o niega- las mismas cosas, como la guerra.

 

La tercera es que no existan vías jurídicas o constitucionales para salir de esta situación. Lo que requiere entre otras cosas que nosotros tengamos claridad de cuál es la realidad que vivimos: sufrimos un plan de estrangulamiento económico admitido por sus ejecutores, tenemos un repunte en los hechos de corrupción y sin duda una situación económica tan compleja que dos constituyentes, en sus muy disimiles estilos, dijeron en la misma semana que el asunto económico es insostenible. Así habrá encontrado usted la opinión de Oscar Schemel y la de Mario Silva, que diciendo lo contrario concluyeron lo mismo.

 

Para el hecho político en sí, existen aún muchas vías claras que no significan hacer una guerra, querer una invasión o poner en riesgo nuestro territorio. Lograrlo tiene un presupuesto y es negarnos a que se juegue como algunos trasnochados de la Guerra Fría quieren imponerlo.-

 

https://anicrisbracho.wordpress.com/2019/01/31/negarnos-a-la-guerra-desarmar-lo-que-pretenden/

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/197922
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