El declive de la primacía estadounidense

10/12/2018
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Hubo un momento entre el final de la Guerra Fría en 1991 y el comienzo de la Gran Recesión de 2008, en que reinaba en Estados Unidos gran optimismo sobre la propagación global del liberalismo al estilo estadounidense. Se creía entonces que Estados Unidos podría utilizar su superioridad -económica, militar y política- para dar forma a un mundo donde prevalecieran sus manipuladas versiones de democracia, derechos humanos, interdependencia económica entre las naciones y paz duradera. Durante estos años muchos nuevos miembros fueron admitidos en la OTAN y la Unión Europea. La perspectiva de que la Rusia de Boris Yeltsin se convertiría en una “democracia” neoliberal se consideró cercana. Y se pensó que China sería un actor “responsable” en la comunidad internacional.

 

Pero ahora, estamos en un momento completamente diferente, dice Stephen Walt en su nuevo libro titulado “El infierno de las buenas intenciones: La élite de la política exterior de Estados Unidos y el declive de la primacía de Estados Unidos” en el que refleja el espíritu de los tiempos actuales.

 

Los pronósticos sobre la disipación de la preeminencia de Estados Unidos se han vuelto rutinarios. Los partidos y movimientos antiliberales -de izquierda y derecha, no pocos de estos últimos xenófobos- han surgido en toda Europa, y la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea se acerca. La globalización se enfrenta a una reacción violenta y el nacionalismo intolerante avanza de Brasilia a Budapest.

 

Las acusaciones de Walt acerca de la política exterior de Estados Unidos después de la Guerra Fría, están caracterizadas como "fracasos visibles sin grandes logros" y consideran que, tanto respecto a la condición general del mundo como a su estatus dentro de él de Washington ha disminuido de manera significativa y sostenida entre 1993 y 2016”.

 

La agenda liberal internacionalista es atractiva, pero según Walt se basa en tres suposiciones erróneas.

 

(1) La primera es que otros países acogerían el liberalismo al estilo de Estados Unidos, pese a la diversidad política y cultural del mundo.

 

(2) La segunda, ampliamente compartida por los responsables de la política exterior de Estados Unidos y miembros influyentes de los medios de comunicación, la academia y los grupos de reflexión, es que Estados Unidos podría promover con éxito la política democrática en todo el mundo gracias a la unipolaridad. Los programas de construcción de la democracia de organizaciones supuestamente no gubernamentales como la Agencia para el Desarrollo Internacional (USAID), el Fondo Nacional para la Democracia y el Instituto Republicano Internacional surgieron de esta creencia. Y cuando se requieren medidas más duras, el establishment de la política exterior considera que la fuerza militar de Estados Unidos puede vencer a los regímenes despóticos, ganar corazones y mentes e imponer políticas democráticas.

 

(3) La tercera suposición que subyace en el internacionalismo liberal es que el fin de la Guerra Fría acabará por dejar obsoleto el equilibrio de poder en la política, las esferas de influencia y el nacionalismo basado en la sangre, el suelo y la fe.

 

A pesar de los miles de millones de dólares gastados en su promoción, la “democracia” modelo estadounidense fracasó en veintisiete estados entre 2005 y 2015.

 

Para Walt, estas suposiciones constituyen un malentendido fundamental de las fuerzas que dan forma al mundo y, por lo tanto, inevitablemente llevan al fracaso.

 

Valora que las locuras y fiascos de los últimos veinticinco años se deben al compromiso ciego de este sistema endogámico con el internacionalismo liberal, visión del mundo que une a demócratas y republicanos y a liberales y conservadores por igual, y que fue adoptada por Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama. Durante estas tres presidencias, el supuesto rector fue Estados Unidos, que por razones de principio e interés propio, debía utilizar su poder sin igual para difundir los valores liberales por todo el mundo. En la práctica, esto significaba diseñar un mundo en el que la mayoría de los países, idealmente todos, abrazaran los ideales “democráticos”, los derechos humanos, la gobernanza global, los mercados y el estado de derecho del modelo estadounidense. Un orden internacional así no sólo preservaría la preponderancia de Estados Unidos, sino que también sería más seguro porque, tal creencia ha sido fundamental para el credo de los internacionalistas liberales y las “democracias” no hacen la guerra contra sus iguales. Tampoco masacran a sus ciudadanos ni producen derramamientos de sangre y agitación que pueda culminar en guerras civiles y estados destrozados.

 

A pesar de los miles de millones de dólares gastados en su promoción, la “democracia” fracasó en veintisiete estados entre 2005 y 2015.

 

6 de diciembre de 2018.

 

Publicado originalmente en el diario ¡POR ESTO! de Mérida, México.

Blog del autor: http://manuelyepe.wordpress.com/

 

https://www.alainet.org/es/articulo/197028
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