De jueces y extraños sujetos:

Una mirada sobre el triunfo de la antipolítica en Nuestra América

15/10/2018
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Según The Washington Post, el 51% de los estadounidenses rechazan la confirmación de Kavanaugh como magistrado de la Corte Suprema.

 

Después de varias semanas de polémica, Donald Trump lo logró. Kavanaugh es el nuevo justice y la Corte Suprema de Justicia tiene su nuevo miembro. No lograron impedirlo ni las mujeres que declararon haber sido abusadas por él, ni los padres de los niños que murieron en la masacre del Día de San Valentín y así, los lobbys de armas se encuentran un poco más seguros.

 

Sin embargo, no nos pongamos tan tristes, Kavanaugh no es un nombre nuevo en el mundo judicial norteamericano. Viene de allí de hecho. Lo nuevo es que al prenderse la luz sobre su historia se pudo ver quien era una de las personas detrás de la cortina del respetable tribunal y ninguno de los movimientos sociales que presionaron en su rechazo, lograron dejarlo fuera.

 

Son para nosotros, muchas veces, las valoraciones morales de los estadounidenses difíciles de compartir. Su férreo concepto de la familia hace reprochable cualquier trasgresión a la fidelidad o a la discreción a la vez que el irrespeto a la vida de otros puede no causarles muchos desvelos. Es para ellos, después de todo, la violencia un código de vida y la guerra un estado permanente.

 

Abriendo el enfoque desde este tema tan doméstico hasta el acontecer más universal con los sujetos y las doctrinas que están surgiendo, no puedo dejar de sentir que buena parte de la política está dejando atrás su manera de formularse, de debatirse y de sonrojarse, para hacerse quizás más norteamericana. Norteamericana en el concepto actual, trumpiano de la realidad y las ideas.

 

Justo hace pocas horas estábamos conversando en Caracas sobre la antipolítica y sus recursos. Sobre cómo un personaje como Bolsonaro se alzaba en Brasil con casi 50 millones de votos, un país que en la elección anterior votó a Dilma y antes, venía de todo este proceso de mejorías sociales que fue el período Lula.

 

Bolsonaro llega a ser votado masivamente pero no inmediatamente. Recordemos que después del gobierno progresista se dio el actual período de enfriamiento de la democracia, a través de un mandato designado por un parlamento y no por una elección. Se presenta haciendo uso de las frases más despreciablemente polémicas y haciendo campaña por Whatsapp. Trabajando la población sobre la necesidad de seguridad y sus aspiraciones de mantener las distancias sociales. Un tanto como Freire nos explicaba lo que ocurría con un peón cuando es designado capataz.

 

También llega por una maniobra judicial importante. Aquella que mantiene a Lula preso tras un proceso judicial cuyo íter es más una curva que una línea recta, incluso, es un verdadero zigzag, donde los jueces que vacacionan anulan decisiones de colegas de su mismo nivel y jerarquía. Por aquí, es que volvemos a pensar en Kavanaugh.

 

Hace un par de años la justificación del advenimiento del Poder Judicial en último intérprete de las normas me resultaba muy clara. Frente a los posibles a abusos del legislador era necesario que alguien estuviera presto para la defensa de los valores supremos de una sociedad y ese alguien era el poder judicial, constituido en la última y máxima instancia de la democracia, conformado previamente, dotado de la fuerza suficiente y de una duración distinta y superior en sus cargos que le sirviera de protección ante los embates y contradicciones propios de las dinámicas de los otros poderes.

 

Tiempo después mientras estas vueltas están ocurriendo y se ha formado una verdadera diplomacia judicial, presidida por la ONU y organizada en distintos foros internacionales de jueces y fiscales, el asunto me resulta mucho más denso.

 

Hace más de un año que hablamos del lawfare y así resumíamos el caso de Lula y la situación de Cristina. Justo, contra esta última dictaron esta semana una orden de aprehensión al tiempo que desde la cumbre del J20, el presidente de la Corte Suprema argentina, Carlos Rosenkrantz sentenciaba que “hay una tendencia creciente a la judicialización de absolutamente todos los asuntos”

 

¿Curioso, no? Uno de los casos que en nuestros análisis servirían de ejemplo del destino despreciable de la loable labor de hacer justicia parece que no se da por enterado que al menos, para una parte del mundo, un ejemplo claro del problema son ellos mismos.

 

También es interesante que el caso del poder judicial del Brasil suele ser usado como ejemplo de transparencia. Después de todo, muchos miran admirados como los jueces a viva voz y delante de una cámara anuncian sus decisiones. Pareciera que hacia allá deberían ir todos nuestros sistemas precariamente democráticos.

 

En base a eso parece que hay cosas que están huérfanas de teorías que nos las expliquen, otras, que requerirían que entendiéramos mejor porqué la gente que hace una década se las jugó todas permanece tan indiferente de la amenaza certera de perder lo obtenido.

 

Algunos suelen mirar lo obtenido en términos de derechos sociales: la educación, la vivienda, el salario que alcanzó una media internacional… Otros vemos con estupor la campante caída de los derechos civiles, de los preceptos de la igualdad formal, como lo sería la abierta defensa de una diferencia de la capacidad intelectual entre hombres y mujeres que justifique la precarización de las últimas.

 

Por eso queremos insistir en el sentimiento de normalidad e indiferencia con el que parece ser percibido lo que ocurre por la gente. Hace unos años sentíamos que eso venía de un error en el discurso de la “década ganada”, eso de declarar que las revoluciones eran irreversibles parecía haberle hecho daño a la necesidad de entender que siempre los derechos serán territorios de batalla. Ahora la cosa parece trascender de eso.

 

¿Es la nueva religiosidad, la cultura de los libros de autoayuda, la hiper individualidad que se alimenta de las redes y del marketing? ¿Es ese mito del selfmade man, del hombre que con mucho esfuerzo logra a título individual romper todos los techos que, en virtud de su clase social, género o nacionalidad, le son impuestos? ¿Es la transformación de las causas que antes se exigían con huelgas y mítines en twits y fotos? ¿Cuál es, o cuáles son las estrategias de esta nueva era que presenta la política como algo a ser olvidado?

 

¿Ayudamos nosotros a esto cuando nos damos por satisfechos de ver enormes manifestaciones en la calle, como la de elle nao, o con creer que un torturador no puede ser admirado por la gente?

 

Es importante pensar en todos estos asuntos para entender que Venezuela es la gesta que resiste, que la realidad del Continente dependía mucho más de lo que pensábamos de la fuerza del Comandante Chávez pero que nosotros hemos tenido ya nuestras experiencias de esta naturaleza. Pues, es difícil mirar lo que fue la campaña de Bolsonaro en Brasil o de Macri en Argentina sin recordar cómo las elecciones parlamentarias de 2015, nos las ganaron con un sujeto fantasma, que nadie sabía quién era y con muy poca presencia en los escenarios convencionales.

 

Visto así, todo el ataque contra Venezuela tendría un sentido que va más allá de nuestra propia realidad pues hemos de recordar que la Guerra Fría, al menos como antes fue, terminó pero que ha venido reconfigurándose y nuestra suerte, más allá de nosotros mismos, está presa del juego geoestratégico de ser poseedores de riquezas, ser antiguos aliados-víctimas permanentes de los Estados Unidos y ahora, socios fundamentales para Rusia y China.

 

¿No se parecen aquellas cosas de las que acusaban a los comunistas alas exageradas denuncias que se hacen de Venezuela? ¿Aquella idea de que todo lo que tiene que ver con Venezuela es malo y ese sonrojo que le da a la gente cuando intenta expresar simpatía por nuestras causas ante una opinión pública que lee la realidad en códigos binarios?

 

Somos los malos y en eso, se nos ha pintado siendo exactamente igual que los norcoreanos, los turcos, los chinos, los sirios o los cubanos. Esta idea no exige mucha comprobación e incluso podemos ver como las sospechas que antes perseguían a los comunistas, nos persiguen a nosotros, desplazando a campañas políticas extranjeras la necesidad de declarar que no quieren ser como Venezuela o una campaña de difamación que fulano de tal haría de cualquier país una nueva Venezuela.

 

Es con una idea del periodista argentino Javier Tolcachier dicha en una declaración para radio Sputnik que quiero cerrar esta nota, porque él considera que lo que pasa es tan simple como que ha iniciado una nueva fase o edición del Plan Cóndor. Un proceso mediante el cual, los Estados Unidos se van a garantizar mantener su posición de dominio sobre la región creando gobiernos que están federados y le mantienen la más absoluta obediencia. Algo, que podríamos resumir en la foto de Piñera con la bandera de Chile inserta en la norteamericana y dando su opinión favorable a los planes económicos de Bolsonaro.

 

Ahora, como lo señala Tolcachier, en esta edición algo ha cambiado, pues el plan hace las cosas en otro orden. Ya no se trata de los militares tomando el poder para luego salir a perseguir a los políticos y a los militantes. Se trata de un proceso donde los líderes políticos y sociales son criminalizados antes, de modo que los pueblos queden desmovilizados al sentir que los políticos les roban, les descuidan, les engañan. Así como que sientan una mayor necesidad de seguridad y orden, lo que es la puerta de entrada para que la militarización se logre con poca o ninguna resistencia.

 

Allí se afianza la que para Stella Calloni es la democracia segurizada y para otros la democracia de poca intensidad, donde lo social desaparece en esta especie de visión del mundo desde lo meramente individual, de una sociedad del miedo al otro y del rechazo de lo común.

 

Una situación que exige de nosotros entender los nuevos códigos, plantarnos firmes ante el rechazo que el cuerpo fundamental de nuestros derechos sea negociable y que no todos los espacios de construcción colectiva están en venta o en desuso. Eso, desde la posible Presidencia del Brasil hasta la criminalización de Caracas o la difícil elección de un juez para la Corte Suprema de Justicia, es lo que se ve por detrás de las noticias de este convulso mundo.

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/195931
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