Eduardo Galeano: Retrato frente al mar

03/10/2018
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A Helena Villagra, dondequiera que esté

 

Retrato frente al mar

 

En estos días, mirando unas fotografías de Cataluña, recordé algunas de las andanzas que tuve en pueblos y ciudades de esa región, Barcelona, Badalona, Gerona, Pals, Tarragona y otras poblaciones de la costa catalana del maresme, donde estuve desde finales de los años setentas hasta comienzos de los ochentas, un pueblito como Premiá de Mar, donde viví unos años, y en un pueblo vecino, Calella de Mar, donde vivía Eduardo Galeano. Mi familia y yo solíamos tomar el tren hasta Calella a visitar a Eduardo y a los suyos, una población de veraneo donde Eduardo vivía en un pequeño departamento dotado de una terraza donde se podía comer al aire libre. Eduardo se había vuelto un observador minucioso de los turistas, sobre todo de los alemanes que llegaban ahí todos los años a tomar el sol. Se enteró Eduardo, por ejemplo, que éstos contrataban en la agencia de viajes los días completamente soleados, y si alguno de estos días era nublado o lluvioso, les devolvían su dinero. Me decía Eduardo que alemanes y alemanas se tendían a tomar el sol con sus bronceadores con una meticulosidad impresionante, consumían sus alimentos y bebidas con una disciplina que contrastaba con la de los lugareños, de turistas de otras partes que poblaban aquellas playas. Contaba el caso de una madre andaluza que fue a esa playa con sus hijos y les advirtió: "¡Cuidado con ahogarse, niños, porque si se ahogan, los mato!".

 

En Calella de Mar, Eduardo solía organizar parrilladas. Mientras sazonaba las costillas de cerdo que más tarde asaría a la brasa, me decía que esas tiras de costillas se cortaban en trozos pequeños, fracturándolas en sentido transversal para que fueran más jugosas, manejables y crocantes en el momento de comerlas. Mientras, Helena Villagra, su compañera de vida, preparaba ensaladas de varios tipos, frescas y cocidas, que acompañaban de papas hervidas y salsas criollas de sazón uruguaya de chimichurri o guasacaca. Por ahí andaban sus dos hijas pequeñas, y una graciosa perrita a quien Eduardo había puesto el nombre de Pepita Lumpen, pues la había recogido de la calle muy enferma, la curó y atendió y la Pepita era muy vivaz y corría de un lado a otro dando ladridos. Disponían de la comida y la bebida en una pequeña terraza del apartamento, desde donde se veía el mar y las gentes en la playa.

 

Eduardo era muy disciplinado y ordenado para escribir. Tomaba innumerables notas y hacía borradores; pegaba hojitas con alfileres a un corcho, como recordatorios. En esos días estaba trabajando en el libro Memorias del fuego, que comentaré más adelante.

 

Las venas abiertas de América Latina

 

Cuando leemos su ya clásica obra Las venas abiertas de América Latina advertimos con cuanta precisión Eduardo nos refiere estadísticas, números y cifras para ponerlas al servicio de lo que viene comentando, para dar más peso a sus argumentaciones; pero al mismo tiempo su discurso se vuelve cálido, cercano, como si su autor nos quisiera hablar desde su propia intimidad. En este libro nos ofrece un modo expositivo donde se conjuga el gran periodismo al ensayo social y económico, en un texto donde se pone en el tapete las maneras en que han saqueado a América Latina las principales potencias del mundo. Pero lo que aquí debemos poner de relieve no es sólo el "tema", sino el "cómo" ha sido abordado ese tema: de una manera inusual, creativa, que apela a la inteligencia y a la sensibilidad del lector.

 

Galeano nos hace un preámbulo con del título "Veinte millones de niños en el centro de la tormenta". En pocas páginas, lleva a cabo una reflexión cuyas primeras palabras son las siguientes: "La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder. Nuestra comarca del mundo que hoy llamamos América Latina, fue precoz: se especializó en perder desde los remotos tiempos en que los Europeos del Renacimiento se abalanzaron a través del mar y le hundieron sus dientes en la garganta. Pasaron los siglos y América Latina perfeccionó sus funciones".

 

En unas páginas introductorias, Galeano pasa revista a la situación histórica ya típica de América Latina frente al mundo desde hace por lo menos dos siglos, describiéndola esencialmente frente a Europa con las sucesivas empresas, actos políticos y gestiones para empobrecernos, mientras en Europa y EEUU se sirven de nosotros; se quiere ofrecer una historia del saqueo y a la vez contar cómo funcionan los mecanismos actuales del despojo. La forma de la propuesta se adivina en los títulos: la primera se llama "La pobreza del hombre como resultado de la pobreza de la tierra" "Fiebre del oro, fiebre de plata". Refiere desde los primeros trayectos de Cristóbal Colón, las rutas de las especias, los distintos descubrimientos del Almirante, sus asombrosas travesías por los distintos mares hasta llegar a los esplendores del Potosí, en el llamado Ciclo de la Plata. "América era, por entonces, una vasta bocamina centrada, sobre todo, en Potosí", escribe.

 

Este recorrido que Eduardo realiza por la América precolombina es admirable; asombra ver cómo nuestro autor va desgajando los episodios más significativos del proceso de conquista como el de Ouro Preto --la Potosí del Oro-- y cómo todos esos descubrimientos de metales preciosos iban enriqueciendo a Europa. Luego pasa Galeano al "rey azúcar" y a otros monarcas agrícolas, plantaciones y latifundios, y a describir cómo estos fueron desangrando la tierra brasileña y luego a las Antillas, llamadas islas del azúcar: Barbados, Trinidad, Tobago, Guadalupe, Santo Domingo, Puerto Rico, Dominicana y Haití. No sé de alguien que haya descrito -- en lengua castellana-- este asunto sobre el azúcar tan profusamente como Eduardo Galeano, y la importancia de ello en la economía de América Latina, con las repercusiones actuales en las economías de Cuba y Venezuela, por ejemplo.

 

Gabriel Jiménez Emán y Eduardo Galeano en Calella de Mar

 

De aquí, Eduardo pasa al nacimiento de la máquina y los cañones, acaecidos gracias al sacrificio de los esclavos en el Caribe, para luego abordar el ciclo del caucho en la selva, un "teatro monumental" (como lo describe de otro modo nuestro Rómulo Gallegos en su novela Canaima) hasta arribar a las plantaciones de café y cacao en Venezuela. "Desde 1873 se inauguró en Venezuela una edad del café; el café exigía, como el cacao, tierras de vertientes o valles cálidos. Pese a la irrupción del intruso, el cacao continuó, de todos modos, su expansión, invadiendo los suelos húmedos de Carúpano. Venezuela siguió siendo agrícola, condenada al calvario de las caídas cíclicas de los precios del café y del cacao; ambos productos surtían los capitales que hacían posible la vida parasitaria, puro despilfarro, de sus dueños, sus mercaderes y sus prestamistas. Hasta que en 1922 el país se convirtió de súbito, en un manantial de petróleo", escribe1.

 

No escapan a su observación Brasil y México como productores de algodón (ocupando cuarto y quinto lugar respectivamente de la producción mundial) que con su mano de obra barata constituyeron otro gran negocio, pues éste se convertiría en la materia prima de los viveros industriales de Europa.

 

No olvida Galeano que el café es casi tan importante como el petróleo en las economías de América Latina, como Brasil, Colombia y Venezuela. Releyendo este estudio nos damos perfecta cuenta de la importancia de la economía agraria en América Latina, y cómo fue vilmente arrasada por la economía petrolera, lo cual no significa que no se persista hoy en los mismos errores. El autor entrevera estos hechos económicos a los acontecimientos políticos con una penetrante lucidez y una capacidad de observación histórica poco común, justamente cuando observamos cómo trata el asunto de la reforma agraria en América Latina, punto importante para comprender los esfuerzos hechos y las equivocaciones cometidas por nuestros mandatarios, presionados muchos de ellos por los imperios modernos.

 

En el acápite segundo del primer capítulo, "Las fuentes subterráneas del poder" Galeano se acerca a la economía norteamericana como depredadora de los minerales de América Latina, y aquí el escritor revela una de sus mejores dotes: el análisis ideológico, las (sin) razones profundas de la política exterminadora de USA. Esta vez le toca el turno al salitre, al estaño de Bolivia, al hierro de Brasil y al cobre de Chile; procesos éstos dos últimos en los que Galeano tuvo participación como observador directo. En este aparte, nuestro autor explica en detalle las manipulaciones petroleras por parte de las grandes empresas, y cómo manejan el asunto. Llama la atención, en lo referente a Venezuela, el fragmento "El lago de Maracaibo en el buche de los grandes buitres de metal", el cual se inicia de la siguiente manera: "Aunque su participación en el mercado mundial se ha reducido a la mitad en los años sesenta, Venezuela es todavía en 1970 el mayor exportador de petróleo", anota. No puede quedar uno indiferente ante lo que dice sobre Caracas en este aparte, a la deformación que sufrieron nuestra ciudad capital y nuestro país con las exorbitantes ganancias petroleras de riqueza fácil, y sus respectivas contradicciones sociales. Lamentablemente, 38 años después de las observaciones de Galeano, y pese a los intentos en los últimos dieciocho años por parte de los gobiernos de Chávez y Maduro, Venezuela no ha podido superar el modelo rentista originado por el petróleo, pues el país ha sido víctima de una guerra económica promovida desde Estados Unidos y Europa, acompañada de sucesivas sanciones y un bloqueo financiero, de medicinas y comida, además de contrabando de gasolina hacia Colombia, inflación inducida de precios, acaparamiento de víveres, todo ello con la anuencia de gobiernos sicarios y de poderosos medios de comunicación que mantienen en jaque permanente a los gobiernos progresistas de América, para re- inducirlos a un orden neoliberal. Es conocida la anécdota del presidente Hugo Chávez en la Cumbre de las Américas de Unasur de doce países, celebrada en 2009 en Trinidad y Tobago, cuando Chávez le hace entrega a Barack Obama de un ejemplar de Las venas abiertas de América Latina; gesto que rompe los protocolos. El evento tiene una significación política por la transgresión simbólica que comporta. Chávez hace aquí una denuncia profunda y expresa de la expoliación de América Latina frente a los imperios de nuevo cuño.

 

Es posible que el petróleo haya sido más un factor negativo que positivo para Venezuela, pues su mal manejo atrofió la mayor parte de su economía, produjo una riqueza artificial y con ella el facilismo, la burocracia y sobre todo una quiebra ética lamentable. Culmina esta primera parte del libro con una carta que Salvador Garmendia le dirigiera a Galeano a mediados del año 1969, donde el novelista venezolano le describe con su peculiar estilo la grotesca deformación causada por el petróleo en la vida cotidiana de Venezuela.

 

En la segunda parte de esta obra se aborda el fenómeno de los préstamos y de la construcción de ferrocarriles en América Latina, y cómo contribuyeron a su deformación social. Luego, la llamada Guerra de la Triple Alianza librada contra el Paraguay; el falso proteccionismo de Estados Unidos; la estructura usada para ejercer ese despojo contra sus riquezas; el nefasto papel del Fondo Monetario Internacional, el rol de los bancos y de la tecnocracia en todo este proceso; el mercado mundial como benefactor de la desigualdad, con todas las contradicciones inherentes al manejo de un capital concentrado en pocas manos, y los modos cínicos de controlarlos. Todo esto dota al ensayo de Galeano de una enorme actualidad; por ello mismo, la obra obligó a su autor a mantenerla actualizada a medida que aumentaban sus ediciones --posiblemente la obra más difundida y leída en su clase en todo el continente-- lo cual la convirtió en un texto de necesaria referencia.

 

El papel de la tecnología no podía faltar aquí, ni el de los sistemas de patentes, y mucho menos las llamadas asociaciones de libre comercio y mercados comunes, creadas especialmente para que las empresas multinacionales llamen a las más pequeñas para adquirirlas, y formen así parte de lo que Galeano denomine la estructura contemporánea de la dominación. En la edición que manejo --la cual me fue obsequiada por Eduardo en 1979 en Calella de Mar-- el escritor uruguayo agrega una nota final ("Siete años después") donde realiza 18 acotaciones sobre las reacciones que la obra suscitó en esos años. Eduardo tenía apenas treinta años cuando concluyó su primera versión en Montevideo, su ciudad natal; cuando me la obsequió en 1980, él tenía 40 y yo 30. Pertenece a la misma generación de escritores como Luis Britto García, Gustavo Pereira y Miguel Barnet.

 

Puedo decir que Las venas abiertas… junto a la de mi profesor y maestro J.M. Briceño Guerrero América Latina en el mundo (1966) modificaron mi percepción sobre el continente. Yo había iniciado por entonces la lectura de algunos autores suramericanos como José Enrique Rodó, Juan Bautista Alberdi, José Vasconcelos, José Martí y después de otros como Mariano Picón Salas, Darcy Ribeiro, Franz Fanon, Leopoldo Zea o Ludovico Silva, pensadores relevantes de nuestra realidad social. Me parece que en las notas finales de esa 28 a. edición de Las venas abiertas Eduardo aclara bastante bien las intenciones de su obra, que apenas yo he resumido torpemente. En todo caso, deseaba glosar esta obra hace tiempo, en memoria y reconocimiento a uno de los escritores que más he querido y admirado, y de cuya cercanía siempre me sentí orgulloso.

 

Memoria del fuego

 

En una obra suya que ya he mencionado más arriba, Memoria del fuego, Galeano aborda lo que pudiéramos llamar la otra historia, la otra cara de América: la profunda, la mítica, la arraigada a su universo primigenio, como bien lo atestigua el primer volumen de la obra, Los nacimientos (1982). Se trata de la historia de nuestro continente narrada a través de momentos claves de su historia. Realiza un ejercicio de síntesis que tiene que ver mucho con la crónica pero también con el mito y el poema, y el resultado es una amalgama original, de enorme vuelo, a través de la cual Eduardo expresa sus singulares motivaciones narrativas. Tanto en el segundo volumen de Memoria del fuego titulado Las caras y las máscaras (1984) como en el tercero, El siglo del viento (1986) el escritor sigue un orden cronológico para narrar esos momentos haciendo un recorrido desde la Edad Media y el Renacimiento, el Siglo de las luces, la Ilustración, el romanticismo, mostrando una rotunda habilidad para la condensación temporal de los sucesos. Una historia de América narrada mediante flashes que hablan de instantes precisos donde se reflejan acontecimientos, historias, leyendas, mitos, episodios, muchos de ellos poco conocidos. Usó un lenguaje despojado y de inflexiones poéticas, a través del cual logró componer un estilo muy fresco. Logrando una claridad meridiana en los conceptos, sin ningún tipo de rodeos teóricos o especulaciones sociológicas; se valió, si, de la historia no oficial y de una valoración profunda de lo humano, con todas sus fibras sensibles, para acercarnos a estos mundos tomados de la cotidianidad, o narrados bajo la óptica ficcional del cuento, del relato literario. Ello lo convirtió en un narrador diáfano donde se halla entretejida la historia a la ficción en una proporción sopesada, donde la línea divisoria entre ambas es muy delgada. Por esta obra Galeano recibió en Estados Unidos el importante premio American Book Award, en 1989.

 

No olvidemos la intensa labor periodística de nuestro escritor, quien, después de haber sido una especie de factótum, mensajero, vendedor, diarista, redactor de noticias, dibujante, reportero, se fogueó como editor fundando importantes revistas culturales como Marcha (1968), en Montevideo y Crisis (1973) en Argentina, las cuales resultaron referentes del nuevo periodismo del siglo veinte en América, donde participaron muchos de los escritores más agudos de su tiempo. Habría que mencionar aquí algunos de los volúmenes en los que Eduardo compiló buena parte de su trabajo periodístico: Nosotros decimos no (1989), Ser como ellos (1998) y Úselo y tírelo (2000).

 

Los relatos, entre la ficción y la historia

 

Otro libro de esos años, Vagamundo (1975) nos presenta al Galeano relator de ficciones breves, de piezas que aspiran convertirse en piezas literarias, y lo logran de una manera peculiar. Ellos merecerían una consideración aparte, pues abordan variados temas humanos: las guerras, las traiciones, las batallas y las tristezas, pero también el trabajo, el sudor, el amor, las tardes de garúa y las alegrías, o como bien dice Ángel Rama en el prefacio al volumen, "un ambicioso intento de captar con mirada enamorada la vida de un pueblo martirizado, pero no al servicio de una literatura social programática, sino como descubrimiento de su humanidad puesta a prueba." Recomiendo leer este prólogo de Rama a los cuentos de Vagamundo,2 por la precisa contextualización que hace de la narrativa uruguaya del siglo XX dentro de los procesos histórico-sociales de América Latina; a la vez, Rama llama la atención acerca del lirismo de Galeano que, como bien subraya el gran crítico uruguayo (quien vivió y enseñó en Venezuela y fue uno de los fundadores de la Biblioteca Ayacucho) es "un eficaz instrumento para abordar narrativamente a los personajes de pueblo, los luchadores golpeados por la represión, los marginados de la sociedad, los desposeídos".

 

Estos rasgos que aprecia Rama en la ficción de Galeano son válidos para casi toda su obra por lo menos en lo atinente a sus contenidos, y es preciso subrayarlos también para sus libros posteriores como Días y noches de amor y de guerra (1978) y Libro de los abrazos (1989). Eduardo no cesó de asombrarnos con la inmensa cantidad de ternura que trasuntaban sus escritos; aun en medio de los más arduos o espinosos temas, sabía sacar siempre algún destello de hondo afecto. Y es precisamente este elemento de comprensión humana lo que lo lleva a identificarse con los necesitados y desposeídos, los solitarios y los explotados, y lo que le condujo durante toda su vida a conversar, compartir charlas y conferencias a lo largo del mundo, sacando de la gente las más sentidas frases y expresiones de admiración y cariño. Pues Eduardo Galeano fue en verdad un hombre repleto de cariño, un hombre de afectos y de amigos, de compartir con gente cálida, como bien compartí con él en aquellas tenidas en Barcelona y Calella de Mar. A él siempre le gustó la gente sencilla y los pueblos pequeños, las aldeas, sobre todo si el mar estaba cercano. Cada vez que venía a Caracas se permitía una escapada a Macuto, a darse un chapuzón en el mar.

 

Tendría que reseñar otros libros suyos como El libro de los abrazos (1989) Patas arriba. La escuela del mundo al revés (1998) Las palabras andantes (1993) o El fútbol a sol y sombra (1995), todos inmersos en una inmensa calidez humana, donde se respira en cada página una inmensa humanidad. De Venezuela siempre estuvo pendiente, preocupado por todo lo que pasaba debido a la desfiguración social causada por el mal aprovechamiento del recurso petrolero.

 

Las palabras andantes es un volumen acompañado de dibujos y grabados del artista brasileño José Francisco Borges. Historias de encantos y espantos, "voces que he recogido en los caminos y sueños de andar despierto, realidades deliradas, delirios realizados, palabras ambulantes que encontré --o fui por ellas encontrado--.", según palabras del autor. Se trata de piezas breves, la mayoría de ellas dialogadas. En verdad, los admirables dibujos del artista brasilero van muy bien con estas palabras inspiradas en los caminos de Latinoamérica, a las que el autor denomina en su mayoría "Ventanas". Una obra única dedicada a su esposa Helena Villagra. Uno de los textos, "Historia de la justiciera y el arcángel en el palacio de las pecadoras" reza:

 

Señor escritor: No me mueve a escribirle la admiración, sino la piedad que me inspiran su escasa inspiración y su imaginación de corto vuelo. En su prosa, tan correcta como incapaz de sorpresa, el lector nunca encuentra más que lo ya leído. Esta carta le ofrece la oportunidad de lucir sus talentos, habitualmente invisibles a los ojos del público, si es que los tiene usted escondidos en alguna parte. Créame si le aseguro que no se necesita ser un genio para cocinar una buena historia con todos los ingredientes que le estoy regalando. Se preguntará usted: ¿Por qué a mí, y no a otro?

 

En primer lugar, porque alguien me ha dado su dirección. En segundo lugar, porque los escritores que valen la pena yacen un par de metros bajo tierra, donde no llega el cartero".

 

 

En Patas arriba. La escuela del mundo al revés (1998), la ironía tiene su reino. Se trata de una ironía fina alimentada por las contradicciones del siglo XX, esencialmente. En un "Programa de estudios" (todo debe leerse aquí desde su reverso) Galeano nos presenta, desde los efectos de un humor negro, fuerte, cáustico, cómo operan muchos mecanismos del poder en algunas instituciones cuando éstas se degradan, tal puede advertirse en algunos títulos: "Curso básico de injusticia", "La enseñanza del miedo", "Clases magistrales de impunidad", "Curso intensivo de incomunicación", "El derecho al delirio". El libro se abre con un "Mensaje a los padres" tomado de unas declaraciones del gánster Al Capone a un periodista en 1931 en Nueva York, antes de que marchara preso, las cuales rezan: "Hoy en día, ya la gente no respeta nada. Antes poníamos en un pedestal la virtud, el honor, la verdad, la ley. La corrupción campea en la vida americana de nuestros días. Donde no se obedece otra ley, la corrupción es la única ley. La corrupción está minando a este país. La verdad, el honor y la ley se han esfumado de nuestras vidas."

 

Veamos otro ejemplo de mundo al revés:

 

Curso básico de racismo y de machismo

 

Los subordinados deben obediencia eterna a sus superiores, como las mujeres deben obediencia a los hombres. Unos nacen para mandones, y otros nacen para mandados.

 

El racismo se justifica, como el machismo, por la herencia genética: los pobres no están jodidos por culpa de la historia, sino por obra de la biología. En la sangre llevan su destino y, para peor, los cromosomas de la inferioridad suelen mezclarse con las malas semillas del crimen. Cuando se acerca un pobre de piel oscura, el peligro sí metro enciende la luz roja; y suena la alarma.

 

Los mitos, los ritos y los hitos

 

En las Américas, y también en Europa, la policía caza estereotipos, culpables del delito de portación de cara. Cada sospechoso que no es blanco confirma la regla escrita, con tinta invisible, en las profundidades de la conciencia colectiva: el crimen es negro, o marrón, o por lo menos amarillo.

 

Esta demonización ignora la experiencia histórica del mundo. Por no hablar más que de estos últimos cinco siglos, habría que reconocer que no han sido para nada escasos los crímenes de color blanco. Los blancos sumaban no más que la quinta parte de la población mundial en tiempos del Renacimiento, pero ya se decían portadores de la voluntad divina.

 

En nombre de Dios, exterminaron a qué sé yo cuántos millones de indios en las Américas y arrancaron a quién sabe cuántos millones de negros del África. Blancos fueron los reyes, los vampiros de indios y los traficantes negreros que fundaron la esclavitud hereditaria en América y en África, para que los hijos de los esclavos nacieran esclavos en las minas y en las plantaciones. Blancos fueron los autores de los incontables actos de barbarie que la Civilización cometió, en los siglos siguientes, para imponer, a sangre y fuego, su blanco poder imperial sobre los cuatro puntos cardinales del globo. Blancos fueron los jefes de estado y los jefes guerreros que organizaron y ejecutaron, con ayuda de los japoneses, las dos guerras mundiales que en el siglo veinte mataron a sesenta y cuatro millones de personas, en su mayoría civiles; y blancos fueron los que planificaron y realizaron el holocausto de los judíos, que también incluyó a rojos, gitanos y homosexuales, en los campos nazis de exterminio.

 

La certeza de que unos pueblos nacen para ser libres y otros para ser esclavos ha guiado los pasos de todos los imperios que en el mundo han sido. Pero fue a partir del Renacimiento, y de la conquista de América, que el racismo se articuló como un sistema de absolución moral al servicio de la glotonería europea. Desde entonces, el racismo impera en el mundo: en el mundo colonizado, descalifica a las mayorías; en el mundo colonizador, margina a las minorías. La era colonial necesitó del racismo tanto como necesitó de la pólvora, y desde Roma los papas calumniaban a Dios atribuyéndole la orden de arrasamiento. El derecho internacional nació para dar valor legal a la invasión y al despojo, mientras el racismo otorgaba salvoconductos a las atrocidades militares y daba coartadas a la despiadada explotación de las gentes y las tierras sometidas.

 

Creo que este libro logró poner en claro numerosas paradojas sociales con la mayor efectividad, apelando a los recursos del humor en toda su ácida gama, para hacer una crítica acerba al poder del mundo capitalista actual. Lo logra, es verdad, pero nos deja un sabor amargo al terminar de leerlo, debido a la intensidad crítica de este recurso.

 

El fútbol, los abrazos y el viento

 

En las primeras líneas del prólogo de El fútbol a sol y sombra (1995), Galeano nos dice: "Este libro rinde homenaje al fútbol, música en el cuerpo, fiesta de los ojos, y también denuncia las estructuras del poder de uno los negocios más lucrativos del mundo". Me temo que su autor ha redactado el libro que le agua la fiesta a muchos fanáticos profesionales, pero también a muchos intelectuales que piensan que el fútbol es una superstición popular plebeya. Ninguna de las dos. Galeano adopta una perspectiva clara para abordar al fútbol en toda su belleza como juego, y en su perversión como negocio o ideología. Arroja una sonda histórica y va revisando el juego desde sus orígenes con el humor que lo caracteriza, poniendo cada cosa en su sitio. Y no deja a nadie indiferente. Se puede estar de acuerdo con él o no, pero caemos una vez más bajo el hechizo de su escritura, movida entre la poesía y la crónica, la máscara ideológica y la verdad humana, entre el esplendor y la miseria de un juego maravilloso, convertido muchas veces en un lamentable negocio. Después de leer este libro, ya no puede verse al fútbol del mismo modo. A mí me convenció, escéptico como soy acerca del deporte como vía de acercamiento de los pueblos, al menos en un mundo capitalista avanzado.

 

Veamos un texto de este libro, "El Estadio"

 

¿Ha entrado usted, alguna vez, a un estadio vacío? Haga la prueba. Párese en medio de la cancha y escuche. No hay nada menos vacío que un estadio vacío. No hay nada menos mudo que las gradas sin nadie. En Wembley suena todavía el griterío del Mundial del 66, que ganó Inglaterra, pero aguzando el oído puede usted escuchar gemidos que vienen del 53, cuando los húngaros golearon a la selección inglesa. El Estadio Centenario, de Montevideo, suspira de nostalgia por las glorias del fútbol uruguayo. Maracaná sigue llorando la derrota brasileña en el Mundial del 50. En la Bombonera de Buenos Aires, trepidan tambores de hace medio siglo. Desde las profundidades del estadio Azteca, resuenan los ecos de los cánticos ceremoniales del antiguo juego mexicano de pelota. Habla en catalán el cemento del Camp Nou, en Barcelona, y en euskera conversan las gradas de San Mamés, en Bilbao. En Milán, el fantasma de Giuseppe Meazza mete goles que hacen vibrar al estadio que lleva su nombre. La final del Mundial del 74, que ganó Alemania, se juega día tras día y noche tras noche en el Estadio Olímpico de Munich. El estadio del rey Fahd, en Arabia Saudita, tiene palco de mármol y oro y tribunas alfombradas, pero no tiene memoria ni gran cosa que decir."

 

En El libro de los abrazos (1989) Galeano asume la creación literaria desde la perspectiva del relato breve, pero este relato no es de imaginación pura, es decir, no se nutre sólo de las invenciones individuales de su autor, sino que toma anécdotas prestadas a la realidad para ficcionarlas, para convertirlas en fábulas, historias extraídas de la mitología de América Latina. Consigue un libro verdaderamente terso, cuyo tejido verbal oscila entre el microrrelato y la crónica cotidiana: ahí están los nombres de sus amigos, sus hijas, su mujer, de tantos escritores y artistas que conoció. Es el libro de relatos que más me gusta de Eduardo, el más cálido y diáfano, quizá, sin dejar de reconocer los valores artísticos de Vagamundo. Me gusta porque ahí vuelve a estar la historia de América ficcionada y llevada a un alto lugar expresivo; uno se entera de historias maravillosas como si fueran cotidianas; el narrador sabe encontrar su magia para nosotros. Veamos una de éstas:

 

El lenguaje del arte

 

El Chinolope vendía diarios y lustraba zapatos en La Habana. Para salir de pobre, se marchó a Nueva York.

 

Allá, alguien le regaló una vieja cámara de fotos. El Chinolope nunca había tenido una cámara en las manos, pero le dijeron que era fácil.

 

--Tú miras por aquí y aprietas allí.

 

Y se echó a las calles. Ya poco andar, escuchó balazos y se metió en una barbería y alzó la cámara y miró por aquí y apretó allí. En la barbería habían acribillado al gánster Joe Anastasio, que se estaba afeitando, y eso fue la primera foto de la vida profesional de Chinolope.

 

Se la pagaron una fortuna. Esa foto era una hazaña. El Chinolope había logrado fotografiar la muerte. La muerte estaba allí: no en la cara del muerto, ni en el matador. La muerte estaba en la cara del barbero que la vio.

 

El narrador nos está diciendo, quizá, que la mejor ficción está oculta en la realidad, o bien que nuestra cotidianidad es más mágica de lo que a simple vista parece.

 

Dejo otros textos de este libro que pueden leerse como poemas.

 

El aire y el viento

 

Por los caminos voy por los caminos de San Fernando, un poquito a pie y otro poquito andando. A veces me reconozco en los demás. Me reconozco en los que quedarán, en los amigos abrigos, locos lindos de la justicia y bichos voladores de la belleza y demás vagos como seguirán las estrellas de la noche y las olas de la mar. Entonces cuando me reconozco en ellos, yo soy aire aprendiendo a saberme continuado en el viento.

 

Me parece que fue Vallejo, César Vallejo, que dijo que a veces el viento cambia de aire,

 

Cuando yo ya no esté el viento estará y seguirá estando.

 

La ventolera

 

Silba el viento dentro de mí.

 

Estoy desnudo. Dueño de nada, dueño de nadie ni siquiera dueño de mis certezas, soy mi cara en el viento, a contraviento, y soy el viento que me golpea la cara.

 

Se trata de una suerte de despedida, de saludo final. Estos últimos relatos de El libro de los abrazos funcionan justamente como un gran abrazo del viento a todos nosotros.

 

En la mayoría de sus libros Galeano apela al fragmento, al texto corto, a la forma sintética. En ello coincidimos como escritores al conocernos en los años 70, cuando él leyó mis primeros textos de Los dientes de Raquel (1973) y de Saltos sobre la soga (1975) que tanto le complacieron. Luego me solicitó varios relatos para publicarlos en España y lo hizo en la revista La pluma de Madrid, dirigida por el gran poeta español Jorge Guillén de la cual él formaba parte del consejo de redacción. Este fue uno de mis mayores estímulos en mi carrera de narrador. Seguimos viéndonos de tiempo en tiempo en Calella y Barcelona. Yo regresé a Venezuela en 1984 y él a Montevideo en 1985 y no nos vimos más, aunque sí mantuvimos correspondencia. Recuerdo sus postales con dibujos graciosos, donde siempre aparecía la cara de un cerdito comiendo flores. En el año 2012 me di el gusto de publicar de manera exclusiva en la revista Imagen (N° 3, Nueva Época, 2012, Caracas, Ministerio del Poder Popular para la Cultura) un texto inédito suyo, titulado "Las calles sin nadie", que paso a reproducir:

 

Todos los días, a las dos en punto de la tarde, sonaba la sirena de la fábrica en aquel pueblo de Alicante. Y a las dos se punto, Joaquín Manrea se plantaba en la esquina para ver pasar esa muchacha que pedaleaba, la cara al viento, el pelo suelto, entre las muchas obreras que a esa hora salían del trabajo. A las otras, Joaquín no las veía.

 

Él nunca faltó a esa cita, pactada por nadie, y ella nunca detuvo su bicicleta.

 

Mucho tiempo después, un día como hoy andaba Joaquín caminando las calles de Oporto, muy lejos de su pueblo de Alicante, cuando volvió a escuchar aquella inconfundible sirena de la fábrica. Era el feo sonido, casi chillido, que treinta y dos años antes anunciaba su gran momento de cada día.

 

Joaquín no necesitó mirar el reloj para saber que eran las dos en punto de la tarde. Y se quedó plantado en la esquina, esperando que volviera a pasar aquella ráfaga perdida en el tiempo.

 

Nadie pasó.

Nadie había.

La sirena de la fábrica había sonado por error.

Era primero de mayo.

 

En resistencia

 

Terminó el siglo veinte sin pena ni gloria en cuanto a transformaciones sociales de envergadura en América Latina. Sin embargo, a comienzos del siglo XXI comienza a animarse un movimiento de signo socialista en países como Venezuela, Brasil, Ecuador, Argentina, Bolivia y Uruguay, que permitió vislumbrar por un tiempo cambios cualitativos en las estructuras de poder, y nos consintió reforzar nexos entre ideas comunes: José Mujica, Lula da Silva, Néstor y Cristina Kirchner, Evo Morales, Rafael Correa y Hugo Chávez emprendieron entonces un proyecto que pudo entrever estos cambios, posteriormente traicionados por proyectos fascistas o imperialistas empeñados en una restauración neoliberal que tiene hoy a América Latina en ascuas, metida en un engranaje de recortes sociales, injusticia y pobreza, con la anuencia de medios, parlamentos y tribunales corruptos. Pero la resistencia popular continúa, indetenible, con la gente en la calle protestando ante tanto atropello en Argentina, Brasil, Ecuador o Colombia, inspirado buena parte de él en la Revolución cubana liderada por Fidel Castro y en el proyecto socialista de Salvador Allende, vilmente derrocado. Los escritores debemos apoyar a nuestros pueblos en esta gestión transformadora; no podemos quedarnos sin alzar nuestra voz en pro de un socialismo humanista.

 

Eduardo Galeano siempre estuvo al lado de los desamparados y los humildes de corazón. Por eso hoy quise rendir tributo a su memoria y su literatura, a su amistad y su noble sensibilidad de hombre que siempre sintió en lo profundo las cosas bellas o tristes, nobles o amargas que llevamos dentro tantos habitantes de esta patria latinoamericana. Todavía lo veo allá, frente al mar mediterráneo y luego aquí, frente al mar caribe, soñando y creyendo en un mundo mejor, en una patria libre.

 

© Copyright 2018 Gabriel Jiménez Emán

 

1 Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina, 28a. Edición, revisada por el autor. Siglo XXI de España Editores, S.A. junio de 1980, (1a. de España)

2 Ángel Rama, "Galeano en busca del hombre nuevo". Prefacio a Eduardo Galeano Vagamundo, Editorial Laia, Barcelona, España, diciembre 1975.

https://www.alainet.org/es/articulo/195708
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