Carta a los hermanos nicaragüenses

Es la hora de Nicaragua

28/06/2018
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Ayer, Uds. fueron noticia y cátedra por su revolución

De la soberanía nacional contra el mayor imperio del mundo

Sin paredón, sin represalias, ni venganza alguna.

Integradora (marxismo, sandinismo, cristianismo).

Con la Iglesia, no sin la Iglesia o contra la Iglesia.

Con trato de magnánima igualdad a los vencidos.

Hoy, pueden serlo de nuevo mostrando la utopía

De una Nicaragua revolucionada por la fraternidad.

Unida frente al enemigo exterior e interior.

Igualdad en la justicia, los derechos humanos, la libertad, la democracia participativa, la paz.

Sin violencia, sin odio, sin enemistad.

Con diálogo: que escucha, argumenta e integra toda verdad.

Sin tregua para deslegitimar todo privilegio, monopolio, dominación y pulverizar toda discriminación y esclavitud.

 

Estamos asistiendo, desde hace unos meses, a un doloroso y trepidante drama, que seguramente la mayoría de los nicaragüenses no imaginaban y que ciertamente no hubieran suscrito: la desunión y el rechazo de unos por otros, cristalizado en manifestaciones, gestos, lemas y pancartas que visibilizan dos bandos enfrentados, empeñados en la descalificación y exclusión mutua, con clara, encubierta o indescifrada y cínica violencia.

 

No es ese el camino, ni lo que los nicaragüenses se merecen.

 

Desde el triunfo de la revolución sandinista, han pasado 38 años, en los que el pueblo fue viviendo y avanzando en la articulación de una Nicaragua políticamente libre, plural, más justa e igualitaria, según un orden constitucional aprobado por la mayoría, que regulaba su política interior y exterior, con la participación de unos y otros, en un Partido u otro, nunca con uniforme y total votación y nunca sin desigualdades e injusticias que reparar y unos mayores logros que alcanzar.

 

Se ha publicado por activa y pasiva la causa que originó el estallido de esta protesta: la medida del Gobierno de reformar el sistema de pensiones que rige hoy en Nicaragua. Medida retirada por el propio presidente en pocos días.

 

Nicaragüenses y no nicaragüenses comprobamos con extrañeza que esta medida gubernamental derivó de improviso y de forma creciente en protestas en las que se fueron mezclando acciones violentas, configurando peligrosamente una oposición extrema, que pasó a gritar como represivo e intolerable el Gobierno de Daniel Ortega y que lo sentenciaba con el lema: Ortega debe marcharse.

 

Los nicas llevaban un período de Gobierno que el presidente actual había logrado y mantenía ya por once años, un período, real o aparentemente tranquilo, con avances y logros y también con fallos y errores.

 

Pero, sin apenas airear públicamente si, tras esa cortina de real o aparente tranquilidad, se ocultaban planes y objetivos de combatir lo que han llamado dictadura del presidente Ortega.

 

Y que se diera eso, a raíz de la violencia desatada, es lo que despertaba en muchos perplejidad, sospecha, interrogantes. La causa originaria de las protestas estaba resuelta, pero seguían sin aparecer las causas que justificaran tan radical y violenta oposición y, menos todavía, los grupos, asociaciones, colectivos o Partidos que alzasen una alternativa con propuestas y reformas concretas.

 

El caso es que la espiral de la violencia se expandió y se asentó en los Medios de Comunicación como prueba de la supuesta represión del Gobierno, alimentada emocionalmente por la imputación de nuevas y más muertes. Una espiral que, ignorando la sabiduría ética del Sandinismo, rompía la unidad de quienes todos querían por igual a su patria.

 

En ese proceso, brotó o se ofreció oportuna, como Mediación entre Gobierno y Oposición, la Iglesia católica, proponiendo como método de entendimiento y solución el diálogo. Diálogo que abría la puerta para poner sobre la mesa el origen del conflicto, sus causas, los temas de mayor urgencia: laborales, sociales, culturales, económicos, políticos, que concitaban la atención de todos y requerían cambios impostergables. Todo a través de esa mediación dialogal sentida por los nicas como humano-cristiana y que sonaba como eco del espíritu y pautas del solemne concilio Vaticano II:

 

Cuando la autoridad oprime a los ciudadanos, debe permitirse a los ciudadanos defender sus derechos conservando los límites de la ley natural y evangélica (Gaudio et Spas, n. 74).

 

La Iglesia contribuye a que dentro de los límites de la nación y entre unas naciones y otras, se extienda más vigorosa la justicia y el amor” (Gaudio et Spas, n. 76). “Siempre y en todas partes es de justicia que la Iglesia pueda pronunciar el juicio moral, aun en los problemas que tienen conexión con el orden público, cuando lo exijan los derechos de la persona y utilizando sólo aquellos medios conformes al Evangelio y al bien de todos” (Ídem, n.76).

 

Hacemos un ferviente llamamiento a los cristianos para que cooperen con todos los hombres a cimentar la paz en la justicia y en el amor mutuo y a preparar los instrumentos de la paz” (Idem, 77). “La paz no nace de un dominio despótico sino que se define como la obra de la justicia. El mantenimiento de la paz pide a cada uno un constante dominio de las pasiones y la vigilancia de la autoridad legítima. Para construir la paz es absolutamente imprescindibles la firme voluntad de respetar a otros hombres y pueblos y su dignidad y un solícito ejercicio de la fraternidad…

 

Sólo unidos por el amor podrán superar el pecado de la violencia haciendo veraz la palabra profética de que Las naciones no levantarán ya más la espada una contra otra “(Idem 78).

 

Estos principios indican el camino para asegurar una convivencia pacífica, con base en el respeto a los derechos de todos, sin recurso a la violencia.

 

Está por estrenar ese camino, difícil y acaso descartado por ilusorio. Pero más ilusoria aparecía la gesta de hacer capitular al mayor imperio, con su horroroso y descomunal desprecio de la libertad y de la vida de todo un pueblo. Y se logró. Lo lograron gentes de una nación pequeña -David contra Goliat- arraigados en la convicción de la razón, la justicia y la bondad de su propia causa, aun a costa de ir dejando en el camino miles y miles de muertos. La inspiración, la clave y la meta estaba ¡oh paradoja! en no resignarse a mal vivir, a no vivir humanamente, por la perversión y egoísmo maldito de otras naciones y seres humanos.

 

Los nicas tienen reciente esa gesta, la tejieron paciente y heroicamente, la llevan esculpida en sus entrañas y en su historia, aprendieron mucho, maduraron y, estoy seguro, renacieron curtidos para no envilecerse ni envilecer a nadie con prácticas que ellos sufrieron y juraron que nunca más aparecerían en su libre y querida patria.

 

Es la utopía que ellos, un día, hicieron realidad y que, mucho más ahora, pueden reproducir sin tocar un pelo la fraterna, variada, singular y común unidad. ¡Es la hora de Nicaragua!

 

Benjamín Forcano

Sacerdote y teólogo

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/193781
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