Maracaibo: que no se nos olvide la ciudad ni Juana de Ávila

25/04/2018
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Siempre he amado la historia. Quizás porque crecí en una casa donde los tiempos se paseaban en manga de camisa. Las fotos familiares, en casa de la abuela, no se agotaban a los cumpleaños. Habían recortes, fotos en blanco y negro, poses de mi abuelo con el cigarro en la mano. Había mucho de qué hablar todo el tiempo, con los periódicos amontonándose a los pies de la cama cuando uno a uno eran meticulosamente examinados por mi abuelo que los lanzaba desde la hamaca.

 

Sin embargo, aquel amor por la historia que incluía los cuentos de infancia de mi padre soñando con encontrar fósiles en los Médanos de Coro o los ojos brillantes de mi madre cuando evocaba escuchar desde Panamá las noticias de los avances del Comandante Fidel y de su amigo el Che para lograr la Revolución Cubana, nunca entraban al salón de clases, dispuesto como un penoso ritual para aprenderse –mal, por cierto- una cronología absurda que iniciaba en el dibujo de dos indiecitos que, asomados tras un arbusto, veían llegar carabelas el 12 de octubre de 1492.

 

En estos tiempos, tan difíciles, recuerdo mucho esa contradicción, ese proceso de pasteurización del hecho social que ocurre antes que como historia sean presentados a los ciudadanos en un salón aburrido y condenado a escuchar todo aquello.

 

¿Dónde queda el presente en ese esquema? Creo que en ninguna parte. Hoy es 24 de abril de 2018 y me arden estos temas. Una fecha histórica ocurrió hoy y pese a su gran importancia estratégica pocos la recuerdan. Hoy ocurría en 1822, la Batalla de Juana de Ávila.

 

Yo nací en Juana de Ávila. Claro, ya no es el Hato que fue en aquella época sino una parroquia. Yo viví, estudié y milité con la Juventud en Juana de Ávila. Nos hicimos en sus calles, caminando las veredas que San Jacinto, las calles de casitas humildes del Naranjal, subiendo las escaleras de la Trinidad, sintiendo el olor del lago en Isla Dorada, perdidos en las ganas de recuperar al menos un espacio digno para los jóvenes en aquella zona violenta, llena de edificios que la gente pisa y deja.

 

Ayer, el día antes y quizás hoy, no ha habido un servicio normal de electricidad en Juana de Ávila. La oscuridad ha vuelto a poblar sus calles largas de pocos árboles y alguna gente, enardecida, se ha encontrado en las esquinas que en el 2014 y en el 2017 han sido escenario de las guarimbas.

 

Cuando empezó el bachaqueo esa franja de tierra, esa línea larga y delgada que es Juana de Ávila también fue uno de los primeros escenarios. En sus extremos más al norte, por allá, donde queda el Sambil el asunto parecía un fenómeno puntual debido a la cercanía con Colombia. Parecía algo que se superaría rápido, un problema coyuntural y ya…

 

El tema eléctrico, en toda evidencia no comienza en Juana de Ávila pero se está instalando con una violencia que no debe tomarnos con la sorpresa que, a quienes vivimos en Caracas, nos tomó el bachaqueo. No debemos repetir el silencio que hicimos sobre la reventa hasta que la tuvimos llenando las tiendas chinas de la Avenida Baralt de Caracas, o, de la Urdaneta.

 

El hato Juana de Ávila, hoy parroquia, ese territorio de tantos contrastes, con esa población de clase media alta y sus terribles barrios cohabitando, evitando tocarse, fue también uno de los puntos vitales de nuestro proceso de Independencia. Insisto en decirle así: proceso.

 

Aquellas aburridas profesoras repitieron las historias que todos conocemos. La Independencia al parecer duró dos días, un 19 de abril de 1810 y un 5 de julio de 1811 y eso es mentira. Faltaba Maracaibo y fue allí, en la Batalla Naval del Lago luego de que se ganara en tierra la Batalla de Juana de Ávila que los realistas fueron definitivamente derrotados.

 

Detrás de la Facultad de Ingeniería de la Universidad del Zulia, encerrada en una jaula, lejos de la vista de todos, sin que nadie lo sepa, está el monumento a aquella epopeya donde las  fuerzas patriotas comandadas por el Coronel José Rafael Heras derrotan a las tropas realistas que se habían atrincherado en ese hato. Ese esfuerzo le costó la vida al patriota José Rafael Heras y debilitó tanto a los realistas que no volvieron a levantar la cabeza.

 

Maracaibo aparece así como la última gran ciudad venezolana en el lejano occidente, bordeando la línea que nos divide de un país hostil, poblada de problemas propios, comunes a otras regiones e importados de Colombia. Su gente merece que sus problemas sean prioritarios o al menos, no secundarios.

 

Paralizar Maracaibo, que fue también la más difícil de las conquistas de la Independencia es un objetivo evidente para quienes quieran “balcanizar” Venezuela, prender la “media luna”, generar acciones violentas que cuenten con el respaldo popular que hasta ahora no han logrado.

 

Atender la situación desde Caracas, rompiendo el silencio, impidiendo que un problema nacional se trague los liderazgos nuevos, construidos en toda una vida pisando esas calles y siguiendo al Comandante Chávez no es tan sólo una tarea política, es un imperativo moral. Es un deber con la historia, es garantizar en el presente los triunfos que requerimos.

 

Y yo me excuso, por el tomo extraordinariamente personal de esta nota pero no me pidan otra cosa si es mi calle, son mis compañeros, son mis vecinos, la más pequeña de mis Patrias, de mi propia historia la que está asaltada y sufrida a esta hora.

 

 

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/192498
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