El desafío de Venezuela: crisis hegemónica y Gran Estrategia

30/01/2018
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La profunda semiosis social de la palabra "crisis" está directamente asociada a los significantes decisión y posibilidad. El interludio entre lo viejo que no ha terminado de morir, y lo nuevo que no ha terminado de nacer (como expresara Gramsci) es el momento en que lo posible se torna imposible y la decisión se congela. Sin embargo, no es la posibilidad la que permite la decisión, sino al contrario, la decisión la que funda los marcos de posibilidad. Y con ello no queremos decir que todo o nada es posible, siendo el voluntarismo exacerbado o el pesimismo colérico dos caras de la misma moneda. Toda crisis es estocástica por naturaleza, abriendo una infinidad de alternativas en la misma medida que cierra otras tantas. La tarea de la política es articular un sentido capaz de convertir una alternativa entre muchas, en lo posible y (sobre todo) necesario. Antes bien, lo necesario no adviene divinamente como un Dios que provee, sino mediante un re-conocimiento exhaustivo y heurístico de la estructura y la realidad económica-política-social en la que se pretende actuar. Sólo al desentrañar los orígenes estructurales de los problemas coyunturales, sin soslayar la coyuntura al inhibir o exteriorizar la responsabilidad, la política se hace capaz de articular un sentido que convierte lo a priori imposible en posible y, a posteriori, necesario.

 

            Las formas de interpretación de la crisis social que ha vivido Venezuela en los últimos cinco años (2013-2017) han constatado la incapacidad de la inteligencia o intelectualidad del país de transitar desde el terreno donde todo luce imposible, hacia el horizonte donde el sentido político articula lo imposible como posible convirtiéndolo en necesario. En lo largo y ancho del espectro político venezolano la respuesta a la situación ha sido la proliferación de mecanismos homeopáticos de defensa en las formas de una inverosímil “guerra económica” o una autocumplida “crisis humanitaria”. En ambos casos, como dijera Marx, “el contenido desborda la frase”. Si entramos en la crisis con un campo político polarizado, en el que el gobierno se erigía como redentor de la sociedad y la oposición como defensora de un país que ya no existía, con un gobierno asumiendo el rol de partido del orden y la oposición como partido de la anarquía, hoy tenemos un campo político absolutamente fragmentado en el que cualquier propuesta o programa que de ahí se desprenda es un atentado contra la sociedad al estar escindidas del padecimiento social. En el ínterin, “revolución” como significado central de la vida política del país ha sido paulatinamente sustituido por “dominación” en tanto que locus de la clase política.

 

            La historia de lo que se ha dado en llamar “guerra económica” es la historia de lo que en psicoanálisis se conoce como represión y resistencia[1]. Vale la pena hacer una salvedad: ello no quiere decir que no exista algo similar a “una guerra económica” si consideramos como tal a las estrategias empleadas por Estados Unidos, potencia hegemónica del sistema histórico capitalista, en alianza con las oligarquías regionales, tratando de contener su declive en América Latina en tanto que región central para su dominio hemisférico[2]. Antes bien, la resistencia se ejemplifica cuando se resaltan causas, orígenes, actos, en la medida que se silencia toda una variedad de cuestiones incomodas para el Yo y sin cuyo reconocimiento se hace imposible la aparición de alternativas. Así, la moralización en extremo de la economía poniendo todo el peso de la situación en agentes externos, la judicialización de la economía como suplemento a la imposibilidad de ejercer un rol regulatorio asertivo, una visión idealizada de las cuestiones de iuris/de facto del hecho económico, un razonamiento tipo “o el huevo o la gallina” que inhibe cualquier posibilidad de encontrar causas estructurales y responsabilidades políticas, la incapacidad de colocarle rostro a las instituciones imperiales en la medida que esas mismas instituciones sirven de salvavidas para la consecución de liquidez, son (unos entre tantos) suplementos retóricos que se esconden detrás de la “guerra económica” como operación de sentido común dirigida a la opinión pública. 

 

            La resistencia, sin embargo, suele venir acompañada de la represión; parafraseando a Martí, en política económica lo real es lo que no se dice. A lo interno de los intentos de solución a la crisis económica llevados a cabo por el gobierno de Nicolás Maduro, sobre todo a partir de 2016, ha existido un impulso, en gran cantidad de ocasiones llevados al acto, de reconocer las causas de la crisis desde los intereses y la perspectiva de una fracción del empresariado ligado a la pequeña industria importadora y la gran industria trasnacional, que desdice de cabo a rabo a la “guerra económica” como matriz retórica[3]. Perspectiva, que no es la antítesis de la “guerra económica” sino su suplemento Real, ambas funcionan cual mecanismo de superposición de una con respecto a la otra, inhibiendo cualquier intervención consciente y asfixiando la aparición de alternativas. Las tendencias que se encuentran inhibidas en el inconsciente de los discursos sobre la guerra económica, pasan a ser conscientes cada lunes cuando se reúne el Consejo Nacional de Economía Productiva y la política económica del ejecutivo pasa a ser la resolución de las trabas del empresariado “comprometido con el país”.

 

            Por otra parte, se encuentran los reclamos de la fortuna devenida en presunta autoridad. En una misiva intitulada “Ante la grave situación que aqueja hoy al pueblo venezolano: Carta abierta al presidente Nicolás Maduro” un grupo de economistas ortodoxos echaban mano de la ya raída ontología política del neoliberalismo como forma cuasi mágica-religiosa de subsanar todos los problemas económicos del país, con tan sólo recuperar cual mantra al “Estado de derecho”. “La única manera de acabar con tan destructivo flagelo −expresaban− es restituir cabalmente el ordenamiento constitucional que debe regir la República, con las garantías propias del Estado de Derecho y del equilibrio de poderes, respetando las potestades de supervisión y control por parte de una Asamblea Nacional pluralista, y descentralizando las decisiones en gobernaciones y alcaldías, conforme a lo dispuesto en la Carta Magna”[4]. Si bien este grupo de economistas no coinciden en su diagnóstico en absolutamente nada con los retóricos de la “guerra económica”, en algo concuerdan: para ambos el mundo está hecho de cosas simples. Suponiendo la armonía de intereses, para este grupo de economistas de lo que se trata es de eliminar aquello que interviene entre los intereses armoniosos y la competencia perfecta, a saber, intereses que no son los suyos y los de la fracción de la burguesía comercial a la que representan. La puerilidad en el diagnóstico, el principismo ideológico en la propuesta, y el apego a la autoridad profesional como argumento, hacen patente una neurosis obsesiva entre inteligencia de derechas para quienes el estado del debate sobre el país está aún anclado en los cándidos años ochenta donde se dieron a la tarea de suplantar a la escolástica partidista asumiendo como verdad la, a su entender, cosmopolita ideología neoliberal.

 

            El tiempo histórico que tenemos ante nosotros nos deja ver una aglomeración de abigarradas contradicciones: revolucionarios que dicen proteger a la patria hasta el punto de considerar cualquier opción capaz de mantenerlos en su destino, incluyendo iniciativas claramente antipatriotas; bastas campañas de publicidad sin eficacia simbólica alguna y burócratas repitiendo frases hechas en las que se protegen intereses de grupos y facciones; abiertas conspiraciones contra el liderazgo unitario como mecanismo de protección ante la purga del liderazgo unitario; conservadores otrora defensores de la institucionalidad política haciendo llamados a la insurrección; viejas ideas cubriéndose del ropaje fresco de la juventud; mentes brillantes resignadas, cuales oráculos de la catástrofe, a advertir que transitamos en dirección equivoca, en lugar de usar su ingenio para producir un cambio de dirección; derrotas diarias convertidas en victorias esporádicas; foquistas llamando a la fe; canibalismo entre facciones de una clase política en momentos de unión, al tiempo que unión en momentos propicios para el canibalismo en la acera de enfrente; ideas del anarco-capitalismo siendo vendidas como innovaciones financieras anti-imperiales; un Poder Ejecutivo que encuentra en su acumulación de fuerza su propia debilidad, y un Poder Legislativo que incapaz de postergar su goce y ansias de decidir ha terminado sin ser capaz ni de decir; una catástrofe económica siendo proclamada como una victoria. Marx agregaría: “en nombre de la calma una agitación desenfrenada y vacua; en nombre de la revolución los más solemnes sermones en favor de la tranquilidad; pasiones sin verdad; verdades sin pasión; héroes sin hazañas; historia sin acontecimientos; un proceso cuya única fuerza propulsora parece ser el calendario, fatigoso por la sempiterna repetición de tensiones y relajamientos; antagonismos que sólo parecen exaltarse periódicamente para embotarse y decaer, sin poder resolverse”[5]. Una vez conjurado el “espectro rojo” hemos de apreciar el más escandaloso proceso de síntesis mimética. De ahí que hoy, más que nunca, el país esté necesitando un pensamiento fundamentado y riguroso al mismo tiempo que irreverente.

 

            El repliegue del chavismo hacia el Estado mediante lógicas particulares y corporativas ha reintroducido una crisis de hegemonía en la sociedad venezolana, que, iniciada en la década de los ochenta del siglo anterior, tuvo su punto máximo de efervescencia el 27 de febrero de 1989, y parecía resuelta desde el año 2004. Por lo que el sentido ético, moral y estratégico de la sociedad como un todo se encuentra en disputa. Al igual que el sentido ético y moral a lo interno del chavismo se “debate” entre lo particular-corporativo y lo universal-hegemónico[6], pareciendo decantarse irreversiblemente por la primera opción. En este sentido, uno de los campos centrales en el que tiene y tendrá lugar la disputa hegemónica es el conflicto por el sentido estratégico del país o lo que se conoce como Gran Estrategia. Colocaré tres puntos sobre la mesa que a mi entender tienen primacía en la discusión sobre la Gran Estrategia de Venezuela: 1. El tipo de inserción de Venezuela en la economía global y la función de producción interna; 2. la forma de lo político y la cuestión de la República democrática; 3. La estrategia de política exterior y sus repercusiones regionales.

 

1. El tipo de inserción de Venezuela en la economía global y la función de producción interna. El tipo de inserción de Venezuela en la división internacional del trabajo basado en la exportación de energía ha mostrado marcados signos de agotamiento desde la década de 1980. Sólo el empecinado empeño de la clase política, queriendo extender este metabolismo más allá de lo soportable por el patrón de acumulación rentista, ha logrado precipitar su crisis hasta los niveles que tenemos ante nuestros ojos. El siglo XXI va a presenciar la disputa por el intento de desplazamiento del centro de la economía global desde el Atlántico norte (EE.UU.) hacia Asia oriental (China). Si dicho desplazamiento tiene éxito, la importancia de los hidrocarburos para la función de producción va a verse limitada por los procesos intensivos en trabajo característicos de Asía; si no, la contención del declive estadounidense vendrá acompañada por el éxito de su programa de seguridad energética basada en “petróleo peligroso”. En cualquier caso, la importancia relativa del petróleo para la economía global está comprometida en el futuro.

 

En consecuencia, Venezuela se encuentra ante el último tren para una industrialización selectiva a partir de una renta petrolera en franco proceso de decrecimiento. Ello quiere decir en primera instancia, tratar de conjugar una función de producción intensiva en energía y formación del capital variable que transforme una “ventaja comparativa”, la energía, en altos niveles de inversión en ciencia y tecnología. Para ello es esencial tanto reducir la dependencia externa de la industria interna, como forzar que las descargas competitivas dejen de reposar en el consumo como mecanismo de captar renta en el destino pasando a soportarse en el capital, además de encontrar un consenso político de distribución de la riqueza que corrija los desequilibrios entre consumo y producción que han signado el siglo petrolero venezolano (1917-2017). Cualquier Gran Estrategia para Venezuela pasa por diseñar un nuevo tipo de inserción en la economía global en un momento donde América Latina está sufriendo un franco proceso de reprimarización que puede rezagar irremediablemente a la región en el mediano plazo. En otras palabras, abocarnos hacia una respuesta a la pregunta ¿qué hacer con el petróleo?

 

2. La forma de lo político y la cuestión de la República democrática. La resolución del conflicto político en el largo siglo petrolero venezolano cogió la forma de la expulsión de los agentes litigiosos y la cooptación de los agentes amenazantes. Así las cosas, se impidió la recreación de un República realmente democrática reprimiendo a los agentes litigiosos. Luego de un carnaval democrático originado en la renovación que significó el inicio de la Revolución bolivariana, la expulsión de los agentes litigiosos y la cooptación son hoy las formas de lo político dominantes. En la actualidad la República está en crisis, y lo está principalmente por qué el sustento material de origen externo en el que se soportó el Estado durante un siglo ha colapsado. Recrear a la República en las presentes circunstancias pasa por la renovación de toda una clase empresarial vetusta y en extremo corrupta que ha disimulado sus incapacidades productivas tras un bolívar sobrevaluado y la posibilidad de importar ad infinitum, al igual que por acabar con el legado del siglo petrolero: un Estado escindido de la sociedad. A este respecto la pregunta central es ¿qué hacemos con el conflicto político?

 

3. La estrategia de política exterior y sus repercusiones regionales. Para ningún país de América Latina, incluyendo a Brasil, es posible tener por sí sólo una estrategia de política exterior con repercusiones globales. Esto obliga a todos los países de la región a establecer una política de bloques, áreas de influencia y aislamiento selectivo para con los demás países de la región. Si bien la política exterior de mimesis con los intereses de Estados Unidos ha sido dejada atrás progresivamente por la mayoría de países latinoamericanos, exceptuando la continuidad de algunos pocos, se está viviendo un renacimiento motorizado por los intentos de restauración conservadora. Por su parte, la política de áreas de influencia llevadas a cabo durante el boom petrolero (2004-2012) sostenidas en excedentes económicos no generados por la producción interna se ha mostrado de igual manera infructuosa por su insostenibilidad en el mediano plazo y el coste de posibilidad interno. Vale recordar que una Gran Estrategia hegemónica se maneja en el mediano plazo.

 

En estos momentos América Latina vive una decisiva guerra de posiciones. Las correlaciones de fuerza a nivel continental todavía están abiertas y en disputa. El retorno de Lula en Brasil y la capacidad de Andrés Manuel López Obrador en México de producir un "momento populista" son los puntos nodales para descifrar las correlaciones de fuerzas continentales. Elecciones en Paraguay, Colombia y Venezuela configuran un año electoral clave para la región. Sin embargo, la política exterior de Gran Estrategia no debe estar apalancada tanto en una afinidad ideología como en una afinidad de intereses socio-materiales, capaz de situar a un bloque de naciones con perspectiva global en el medio de las posibilidades de una transición hegemónica en el sistema histórico capitalista[7]. Siendo la pregunta más acuciante ¿con qué países y en que direccionalidad diseña Venezuela su política exterior? Pese a que hoy en día la legitimidad regional de Venezuela está seriamente comprometida, al igual que la de Brasil y Argentina, el eje Buenos Aires-Brasilia-Caracas es el único con suficiente potencial para reintroducir a América Latina en el escenario geopolítico global.

 

Maquiavelo fundaba el pensamiento político moderno sosteniendo que la cuestión principal que compete a todo príncipe es el arte de la guerra, su organización y dirección. La complejidad propia del sistema histórico capitalista en el siglo XXI ha hecho mutar al concepto de guerra de la “simple” confrontación armada hacia una estrategia de movilización de todos los recursos de un país para la defensa de su soberanía. La lección de Maquiavelo es letal en el contexto venezolano: “la experiencia muestra que, cuando los príncipes han pensado más en las exquisiteces que en las armas, han perdido su Estado”[8]. En estos momentos Venezuela sufre la mayor amenaza a su soberanía en su etapa republicana al padecer todos y cada uno de los desequilibrios macroeconómicos que anteceden a la dominación de un país por otro: déficit presupuestario interno (17% en 2016), crisis en la balanza de pagos (déficit de 6,808 millones de dólares en 2016), depreciación de la moneda, inestabilidad en el valor de los activos internos, incremento de la inflación (254, 9 % en 2016), aumento del desempleo y caída real de los salarios, fuga de capitales[9], contracción acelerada del PIB.

 

Cuando el impacto social de la crisis económica hace urgente la necesidad de una Gran Estrategia, la pequeña política se ha tornado dominante en los discursos y estrategias de la clase política. Sin duda Venezuela se encuentra ante una crisis de príncipe sin precedentes, acompañada por el colapso de su clase política y dificultades para la traducción política del padecimiento social. Sin embargo, estamos tentados a sostener que el bloque histórico hegemónico en la política reciente del país (posterior al Caracazo) no se ha arrojado del todo a ese colapso.  Pese a los intentos de cooptación (muy exitosos donde los hubo) se encuentra en un proceso de reflujo tendiente a la reconfiguración, rearticulación. Si el intelectual es aquel sujeto capaz de nunca olvidar la utopía, quizá su principal tarea en este momento histórico sea coadyuvar a volver lo a priori imposible en posible, para así, fundar con rigor la decisión estratégica.

 

Malfred Gerig es sociólogo por la Universidad Central de Venezuela (UCV). 

 

Referencias 
 

[1] S. Freud, Introducción al psicoanálisis, Madrid, Alianza editorial, 2011, p. 363.

 

[2] Una interpretación en este sentido es la de S. Ellner, “La campaña contra la guerra económica y la corrupción en Venezuela”, Rebelión, 24-10-2017: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=233194

 

[3] M. Gerig, “Discursos sobre una falsa elección: deuda, importaciones y metabolismo en la crisis económica venezolana”, América Latina en Movimiento, 22-03-2017: https://www.alainet.org/es/articulo/184296

 

[4] “Ante la grave situación que aqueja hoy al pueblo venezolano: Carta abierta al presidente Nicolás Maduro”, Recuperado de: http://ecoanalitica.com/noticias/ante-la-grave-situacion-que-aqueja-hoy-al-pueblo-venezolano-carta-abierta-al-presidente-nicolas-maduro

 

[5] K. Marx, El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, Caracas, Fundación Editorial El perro y la rana, 2010, p. 65.

 

[6] M. Gerig, “Conflictos y formas de lo político en Venezuela: lo comunal, la archi-política y lo corporativo”, Sustracción, 4-05-2015:  https://sustraccion.wordpress.com/2015/05/04/conflictos-y-formas-de-lo-politico-mg/

 

[7] M. Gerig, “La postura de China sobre Venezuela más allá de las apariencias”, América Latina en Movimiento, 08-08-2017: https://www.alainet.org/es/articulo/187345

 

[8] N. Maquiavelo, El príncipe, Madrid, Alianza editorial, 1981, p. 106. 

 

[9] D. Harvey, Breve historia del neoliberalismo, Madrid, Akal, 2007, p. 208. 

 

 

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/190713
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