Deseo de Año Nuevo

05/01/2018
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2018 es en México año electoral, por lo tanto de expectativas, por quien será no ya el mejor (¿no se solía decir: “que gane el mejor”?), sino el menos malo. En buen español, que no salga pior. Acostumbrados a que, como diría el clásico: que todo cambie, para que nada cambie. En todo caso, un poco de maquillaje y/o un tanto de resanada.

 

Ya se vio que la alternancia (2000-2012), luego del 81 años de ser monopolizado el gobierno por un solo partido, en nada cambió el recetario neoliberal, que resultó transexenal y que se acomoda a cualquiera que se siente en la silla presidencial, esa que Zapata rehusó sentarse cuando se la ofreció Villa, porque dijo que estaba embrujada.

 

El resultado es que, en las últimas décadas, no sólo hemos dejado de crecer como lo hacíamos anteriormente, sino que nos metimos en una espiral de violencia, con el pretexto de la guerra contra las drogas –mandato desde Washington—, a un elevado costo en vidas humanas. Entre el recuento, se encuentran el centenar de periodistas asesinados (y contando), por documentar, entre otras cosas, negocios y complicidades.

 

Al margen, o quizá no tan al margen, de la violencia y la inseguridad, debidas al crimen organizado, se halla esa otra violencia institucional, por la aplicación puntual de sus reformas estructurales, con las quiere apuntalarse la nave neoliberal –barquito de papel—, que hace agua por muchas partes. Se sabe que, frente a un naufragio, las primeras en salvarse son las ratas.

 

Ninguno de los (pre)candidatos ha sido tan radical, como Marichuy, vocera del Consejo Nacional Indígena, que habla contra el sistema, que sustenta dicho esquema. Todos, de alguna manera, incluyendo alianzas sui generis, se mueven dentro del sistema, y no ofrecen una real alternativa. Y es ésta la decepción en la nos encontramos envueltos.

 

Una característica de estos tiempos es cierto desencanto con la democracia. De norte a sur y de este a oeste. Un desencanto más con sus instituciones y las personas que las representan, que con los valores que la sustentan. Por eso es que el valor del voto es vigente. Es esto o la violencia revolucionaria.

 

Nadie duda que vivimos tiempos revueltos (no necesariamente revolucionarios), en el que nadie, o casi nadie, puede precisar lo que le espera al mundo y, en nuestro caso, a América Latina y México, en los próximos diez o veinte años. Los ejercicios de prospectiva se enfrentan al humor o capricho de un presidente –el del país vecino del norte— que se levanta cada mañana y lo primero que hace es tuitear, y en función del mensaje, así reacciona el mundo. México lo hace desde una posición de debilidad.

 

Hace ya 21 años, precisamente el 1 de octubre de 1986, en el documento no.1 de la Corriente Democrática del Partido Revolucionario Institucional (PRI), al cuestionar la política que se venía instrumentado desde diciembre de 1982 –que cruza sexenios y alternancias hasta hoy—, se hablaba de “orientar patrióticamente el cambio y cerrar el paso a actitudes entreguistas”.

 

Éste sigue siendo el fantasma que persigue al PRI, en el poder en México desde 1929, a pesar de la alternancia del Partido Acción Nacional (PAN), de 2000 a 2012, a través de la política económica neoliberal excluyente. Es tanto su desprestigio, que tuvo que echar mano de un candidato no priista, aunque, como secretario de Hacienda, instrumente las políticas avaladas por el PRI o, mejor dicho, dictadas desde fuera.

 

Después de seis sexenios del recetario neoliberal, el deseo (y la acción desde abajo) es que el próximo que no sea un presidente tan servil y entreguista.

 

https://www.alainet.org/es/articulo/190157

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