La sociedad de la confianza

04/12/2017
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Yo no creo que haya en la vida muchas fuerzas mayores que la voluntad de superarse. Ese instinto que levanta a los heridos, que le da la fuerza a los enfermos terminales para no morir, que une a los pueblos en una plaza o en una consigna. Las ganas de vivir, puras y simples, que todos llevamos dentro.

 

Las siguientes líneas miran desde ese sentimiento y narran el encuentro con un término o una idea que yo no había meditado antes. El concepto de Alain Peyrefitte de la sociedad de la confianza. Existe, a su parecer, esa necesidad que tienen los seres en su propia fuerza, en el amor de su pareja, en la fe que profesan, hacia el Estado. Considerando, en las más gruesas líneas que la confianza es una virtud democrática por excelencia, una que debe existir entre todos los que tienen un sueño nacional.

 

Para hacer un país se necesita confianza recíproca. Deben confiar los electores en los elegidos, los elegidos en sus electores, los elegidos entre ellos y los electores entre ellos mismos.

 

La sociedad de la confianza tiene un antónimo. Uno que resulta además peligrosísimo para la democracia que es la sociedad de la suspicacia, aquella que ocurre cuando se rompe la fe entre algunas o todas las partes que se miran.

 

La sociedad de la confianza, comentan hoy en France Culture, está profundamente quebrada en Europa y una de las causas es el terrorismo. Otra, es que ya nadie sabe exactamente a qué intereses contestan los mandatarios y el desgaste que han significado las guerras entre los bloques políticos en este momento europeo post ideología.

 

La construcción y la defensa de esa confianza resultaría un proceso complejo pero vital para el desarrollo de los países. Incluso Peyrefitte considera que ese es el elemento que permitió que algunos países con situaciones económicas parecidas se hayan desarrollado más que otros.

 

La confianza  o la capacidad de confiar tendría mucho que ver incluso con la construcción religiosa de un determinado pueblo puesto que respondieron diferentes a estas cuestiones, los protestantes de los católicos romanos cuando estos perdieron el envión en la Revolución Industrial.

 

Si nosotros tomamos esto a esta poca profundidad, pretendiendo también que es posible quitar los elementos que son propios de la sociedad francesa quizás podamos acercarnos a los grandes retos que tenemos en Venezuela.

 

La tarea es difícil porque hablamos de un país que tiene un pasado colonial donde se le enseñó el deleite por lo extranjero y se construyó con poco sentido de pertenencia y proyección. Hablamos de aquél país que para Adriano González León era un país portátil y que para Cabrujas era un país provisional.

 

¿Entonces, cuál confianza? ¿Cuál futuro? ¿Cuál fe en el Estado? No podemos exigirle a la gente sentir que sus instituciones son sólidas y solidarias si nunca lo han sido. Nunca o casi nunca.

 

Ese es precisamente el elemento fundamental del momento Chávez. La gente seguía creyendo tres bledos en el Estado pero creía en el Presidente.

 

Desde allí se construyó una relación nueva con el Estado que no producía pero compraba, que no exigía y daba.

 

¿Pero es eso confianza? ¿Definitiva? ¿Mutua? Parece difícil afirmarlo y en todo caso aquella cosa que quizás no fue más impresionante que un cortejo se ha venido palideciendo.

 

Por ello queremos servirnos de estas ideas para pensar qué ha venido ocurriendo desde aquél nefasto día donde fuimos catalogados como amenaza inusual y extraordinaria.

 

Hoy es domingo y salió nuevamente un comentario preocupante en el Editorial de José Vicente Rangel, se refiere a los daños que pueden ocasionarse con el silencio en materia económica en el país.

 

Esta idea viene a encajar en el pesado suspiro de algún amigo que decía que tantos años luchando contra “una paginita” cuando al parecer los mismos Estados Unidos reconocen que ese no es el valor real de un dólar en bolívares ya le resultaba sospechoso.

 

Sospechoso de demasiadas cosas. Doloroso en demasiados ejemplos. Se preguntaba ¿Será que el único secreto de Estado es el precio de transacción real del azúcar? ¿Será que alguien cree que el bono del Carnet de la Patria cambia algo de la rudeza de este tiempo? ¿Qué se compra con eso? Sus preguntas se parecían mucho a las de la gente en la oficina, al cuento amargo de un soldado que me visitó cuando debiendo regresar al Zulia no encontraba efectivo para salir de Caracas.

 

Con lo cual me resultaba evidente leyendo a Peyrefitte que había sido trabajado y con mucho éxito, mediante acciones y aprovechamiento de nuestras omisiones, un momento en el cual la sensación de confianza de los electores hacia los elegidos era débil por no decir menguada.

 

Coexistía esa conversación con los diálogos en Dominicana donde se ponía a prueba esa otra cara de confianza necesaria para un sistema democrático, la voluntad y la capacidad, de los factores políticos elegidos de confiar los unos en los otros. El reto no podía ser más presente, estaba escrito en lo más inmediato pero tenía también ya esa cara ya anejada del viejo conflicto de la desconfianza de los Poderes entre ellos.

 

Así, parecía que cada bufonada de destitución del Presidente o de los Magistrados, las declaratorias de desconocimiento o de abandono del cargo estaban destinadas a anclarse allí. En agudizar la sensación que este es un país donde nadie puede creer en nadie.

 

Un poco creando esa necesidad de gritar “sálvese quien pueda” o de sentir como decía Neruda que en este país ya no hay nada que salvar, o, popularizar la interrogante sobre si ni ellos creen en ellos mismos, como podemos nosotros creerle a alguno, a cualquiera, al que a nosotros nos resulte más simpático o sincero.

 

Recordé por último una conversación que tuve con un funcionario en los tiempos más duros de la Guarimba. Una persona que evidentemente había encontrado en el funcionariato un trabajo. Lo mismo hubiese hecho en una empresa que para el Estado pero fue lo último y no lo primero lo que le salió.

 

Me miró con los ojos de un venado, me dijo que cada vez que salía de la oficina pública donde trabajaba, en Baruta, temía que su carnet fuese visto. Eso podía costarle la vida y por eso desconfiaba de todos, de los que caminaban con él, de los policías, de los manifestantes, de los Guardias. Cualquiera por rabia o por error podía matarle.

 

Es decir, que como si pudiera deshojar una cebolla con aquellas ideas de la confianza como base de una sociedad parece que hemos pasado meses, donde las acciones y las omisiones, las vistas gordas y las peleas, han ido quebrando la fe en y desde la ciudadanía.

 

Estamos navegando aguas turbulentas. Negarlo sería no leer la prensa. El Derecho Internacional ya ha fundado teorías de excepción sobre el caso venezolano y los grandes han sacado el garrote. Hemos vivido también en como un tranquilo país de Suramérica sufre en su propio cuerpo la construcción de un Estado fallido, uno del que al parecer tan sólo queda irse antes que sea demasiado tarde.

 

Pero como las últimas flores que quedan negándose a la llegada del invierno, Venezuela sigue resistiendo. Algunas fórmulas han dado resultados maravillosos, como el CLAP, otras sigamos esperando que se justifiquen o se transformen. Sin embargo, quiero concluir estas líneas en esta simple idea la crisis no la superaremos mientras apliquemos, según o en contra de lo que diga un manual, políticas y fórmulas.

 

Nos hace falta confianza que es decir reencuentro, que es decir “alto al fuego”, que es decir abrazos y perdón, que es hablar claro y reconocer errores. Nos hace falta pensar en reconstruirnos como país a cada intento, cada día.

 

 

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/189633
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