Cuentos cotidianos para un mejor sistema de justicia

30/11/2017
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No sé cuántos juicios he visto en mi vida. Sé que hace un par de días se cumplieron ocho anos de que terminé las materias y eso debe hacer casi diez que, en una acera u otra, he visto el Derecho.

Los primeros, un juicio de desalojo por incumplimiento del pago del canon de arrendamiento. Un drama social que pasaba bajo la mesa tras un breve acuerdo entre los funcionarios, los abogados, los alguaciles, el cerrajero y el señor del camión. La cita acordada en la puerta del Tribunal y ese ritual a modo de entierro, con gritos desoladores y resistencia.

 

Después, un accidente laboral que se arregló tomando alguito en tal lugar porque al final entre colegas entenderse no es difícil y con ello también se cerró mi intención de litigar privadamente. Al menos, en aquella época.

 

Después el mundo judicial donde desfilan, con togas arrugadas o alquiladas a la Sra. Tal los abogados que cuadran, cuartico al frente, tras una conversa debajo de la matica que esta frente al Palacio de Justicia en Maracaibo. Otros más arreglados, con sus pulidos y ruidosos anillos, sus rostros sonrojados y su camioneta estacionada en zona prohibida tras otro arreglo con el chamo que cuida la puerta.

 

Sentada en distintas sillas de una sala de juicios he visto violaciones, hurtos, secuestros, compras, ventas, disconformidades con los papeles de propiedad de una tierra…

 

He dudado si la Ley Orgánica de Protección del Nino y el Adolescente, con sus sucesivas reformas, logró realmente instaurar un sistema de protección integral porque en responsabilidad penal terminaban siempre muchachitos flacuchos, morenos, sin padre que acompañaban la abuela. Jovencitos que nacieron siendo víctimas para convertirse en victimarios.

 

Esto con un inaudito el nivel de violencia y de motivaciones fútiles. Es insuficiente con el juicio educativo y con la sanción. Es a veces causa de verdadera impotencia pero la verdad, adolescentes o adultos, es difícil apostarle mucho a la idea que sanarán en las cárceles.

 

Algunas veces, más incluso de lo que quisiera, me ha tocado mirar la cárcel. Desde el debate de qué hacer con ellas hasta el problema que suelen ser en materia de responsabilidad internacional. He visto los cambios, más que todo en rutina y protocolo, y, el mismo problema de fondo.

 

Pero ¿Dónde está el problema? ¿En las leyes mal hechas? ¿En la pereza de la Administración? ¿En la corrupción de los funcionarios? ¿En la incapacidad de los abogados?

 

Y ¿Dónde y cómo está la solución? La gente llega así con su cháchara de recordar que todo es un tema de educación como si la educación fuera una panacea universal, una construcción destinada a liberar a las personas o a construir pueblos.

 

Un abogado que por mala suerte, no sé si mía o suya, sigue un curso que yo dicto me interpeló cuando afirmé que en la nueva asignación tendrían que escoger un conflicto internacional a resolver. Insistí, cualquiera, el que a usted le duela, el que usted recuerde, algo que le conmueva.

 

En forma de chiste me dijo “no podré hacerlo, a mí nada me conmueve” y me hizo caer en esta disertación que les extiendo.

 

El funcionario

El abogado

El juez

 

Son tres sujetos que van a trabajar como autómatas. Algunos provocan lastima y tirria porque conocen una sola frase que lanzan a los escritos y a las alocuciones como intentando que esta vez si cuadren en el contexto. Van desconectados de la función que son llamados a atender.

 

Abren el maletín temprano sobre la vida de otros y a golpe de cuatro, lo cierran.

 

El maletín y la vida de los otros: la necesidad de libertad, el anhelo de justicia, la pierna purulenta que se gangrena. Todo, lo cierran.

 

En toda evidencia no logro asomar respuestas solo preocupaciones sobre el sistema de justicia que no podrá enmendarse solamente creando instituciones, o, sancionando conductas obscenamente desviadas.

 

Quedan demasiados temas por fuera como el deber de responder de todos los profesionales que intervienen por su mala praxis, o, el derecho de los que acuden al sistema de conocer cuál es el record de su defensor; el establecimiento de un sistema de honorarios que sea justo, confiable y sustentable.

 

Un modo de compensar las garantías de gratuidad con los necesarios ingresos que ha de tener la última oficina donde se practique un juicio agrario, civil, penal o marítimo en este país.

 

Es absurdo porque quizás usted consiga un fiscal bien intencionado, un juez esmerado y no logre que nadie le resuelva porque falta una hoja de papel o porque hace tanto que del toner no se volvió ni a saber…

 

noviembre 29, 2017

 

https://www.alainet.org/es/articulo/189534
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