Corromper para destruir ilusiones

15/11/2017
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“No hay General que resista un cañonazo de 50 mil pesos”

General Álvaro Obregón en los inicios de la Revolución Mexicana.

 

En 1998 cuando Hugo Chávez ganó las elecciones en Venezuela, se abrió el camino para la nueva época de transformaciones en América Latina. Sorprendida la derecha y el imperio, no atinaron a detener la ola de transformaciones que se produjeron. Una corriente democrática, popular, ciudadana, fresca que inicia la recuperación de los recursos naturales, el multilateralismo y sobre todo, los derechos, la dignidad, la esperanza de los pueblos y “el capital al servicio del ser humano.” El Siglo XXI aparecía optimista para los pobres de Nuestramérica.

 

Hoy, de las nuevas democracias queda Venezuela acosada y perseguida por una oligarquía nacional incompetente y por la voracidad de los petroleros estadounidenses, sin contar que el imperio (ese perverso conglomerado de la codicia del poder mundial prepara una invasión contra ella) y sus medios condenaron a su gobierno como dictadura, a pesar de que continúa ganando implacablemente elecciones, una tras otra. El Salvador y Nicaragua, esta última donde el Frente Sandinista acaba de triunfar con elecciones municipales (135 municipios de 153).  Uruguay, Chile con procesos propios. Bolivia con Evo Morales y Álvaro Linera, que dan muestras de solidez política, económica y social, demostrando que la dignidad y la solidaridad son realmente rentables (una de las economías más sólidas del Continente) y donde el movimiento indígena ha desarrollado una madurez política incluyente que requiere profundo análisis.  El Ecuador donde seis meses atrás pensábamos que continuaría la maravillosa Revolución Ciudadana, hoy se debate en una transición compleja que no logra definir el despegue esperado.

 

Toda esta maquinaria montada contra los gobiernos progresistas alrededor de la corrupción y la utilización política de la justicia, violando el debido proceso en la mayoría de los casos, está basada en hechos reales que no nacen con estos gobiernos, que se arrastran desde nuestra propia historia, pero en los que han caído funcionarios del entorno cercano a Lula, Dilma, Chávez, Kirchner o Rafael Correa. Que ello ocurriese con Alan García, Toledo o Humala en Perú o Uribe y Santos en Colombia, es normal porque ese sistema se basa en la coima y la compra de prebendas. Pero que salpicase a los gobiernos de las nuevas democracias ha sido impactante, doloroso, pero sobre todo efectivo para la derecha oligárquica, que encontró uno de los filones más ricos para volver al poder.

 

Partamos de un análisis de hecho. El Estado que asumen estos gobiernos es una burocracia, unos funcionarios, capacitados y preparados para servir a los intereses de los gobiernos oligárquicos de turno. No se cambia la estructura fundamental ni a los miles (por supuesto que no se puede, ni debe) de servidores que allí trabajan y que de la noche a la mañana se ven como funcionarios de un gobierno dedicado a los pobres y no contra los pobres. Este Estado (de los Capaco y los Capaya) que viene de ser mínimo, avergonzado y tramitador, pasa a ser proactivo y ordenador de golpe y porrazo. Un estado que se sirve del ciudadano y ciudadana debe convertirse en un estado que sirve al mismo ciudadano y ciudadana. El papel de los dirigentes de este nuevo Gobierno y Estado es ser el intérprete de las grandes necesidades y el que ordena esta transformación que ha llegado por la vía pacífica y electoral y no por “destrucción del estado burgués para ser remplazado por las fuerzas revolucionarias que toman palacio por asalto” como rezaba el leninismo (del Lenin de hace 100 años). Esto representa el primer y enorme desafío para el líder (Recomiendo encarecidamente leer a Tony Negri sobre este tema).  

 

Y nos encontramos en una encrucijada, con revoluciones que se hacen en el marco del mercado, donde el consumo es parte del manejo del desarrollo que se tiene en mente, donde los cuadros que rodean a los presidentes son fruto de universidades básicamente consumistas y donde la clase media, educada en la ideología dominante (nuevamente consumo) es quien controla el poder. Algunos de estos personajes con aceleradas aspiraciones de movilidad social, convierten al Estado en un arcón abierto donde el más pillo puede meter la mano y enriquecerse de la noche a la mañana. Entonces basta con que un porcentaje mínimo de funcionarios robe, para que los medios de comunicación conviertan a ese “gobierno de la izquierda”, en una cueva de ladrones. Para combatir esto no hay fórmulas mágicas, pero sí debemos tomar acciones prontas. En primer lugar fortalecer los mecanismos de control y verificación, los signos exteriores de riqueza, lo que ahora en los ámbitos de los estudios de la administración pública se llama compliance, que podríamos traducir como la promoción de mecanismos contra fraudes corporativos. Aunque estos mecanismos de prevención son por supuesto eludibles por un sistema que se especializa en ello. Si no preguntemos cómo le hizo la Reina de Inglaterra, cómo logró eludir al SRI británico, para poner sus dineritos (que además le regala el pueblo inglés) en un paraíso fiscal.

 

En segundo lugar, la verificación del historial, trayectoria y militancia de los funcionarios seleccionados. Claro que puede ser corruptible en el ejercicio de sus funciones, pero un seguimiento estricto facilita la prevención. En tercer lugar la selección del historial de las empresas contratistas. Odebrecht jamás debió regresar al país. Ni siquiera ingresar. Se conocía su fama perversa. Pero igual se conoce la de Chevron, Halliburton, y todas las otras. Sanción igualmente feroz contra el corruptor como contra el corrompido. Los mecanismos para implementarlo pasan por importantes acuerdos internacionales y una firme y decidida Cancillería controles internos que deben ser impecables y permanentemente vigilados. Lamentablemente todo ello existe, existió, se debe mejorar, pero hay muchos seres humanos corruptibles, incluso antiguos militantes y ex combatientes se dejaron seducir por el brillo del oro. Las asambleas comunitarias, la participación directa y organizada de ciudadanos y ciudadanas y el control político. Lo demás se basa en la ética y el amor a la Patria. Que los hijos del capitalismo roben, es inherente a su ideología, que los socialistas y revolucionarios lo hagan es antitético con su ideología.

 

 Lo cuarto es el combate contra el linchamiento mediático que además de destruir familias y la honra de las personas, desvía la atención de los verdaderos responsables, en muchos de los casos y que para este objetivo sólo habla de la izquierda corrupta y nada por supuesto ni de la empresa ni del pasado.  Esto es difícil en países donde los medios de comunicación están en manos de esa oligarquía inescrupulosa y prepotente. Pero esta batalla es fundamental y debemos proteger las leyes de comunicación en lugar de eliminarlas. En el caso Ecuador, el linchamiento previo a las elecciones y posterior a ellas, contra Jorge Glas le dio un enorme rédito a esta oligarquía y esto, al margen de que sea responsable o no, algo que hasta hoy que escribo, no se sabe. No sabemos si es culpable, pero está detenido y ya juzgado por los medios en la conciencia de las grandes mayorías.

 

Este linchamiento, no sólo destruye a las personas sino que, y eso es gravísimo, desmitifica a la revolución como concepto y logro ante los ojos de la gente y a la Revolución Ciudadana, esa enorme conquista popular, la convierte en una caricatura que poco a poco quieren deslegitimar, no ante los ojos de la militancia, sino ante los ojos de electorado común. El gran trabajo de desmitificación y desestructuración de los ideales y las ideas, se reduce a corrupto y ladrón. Desafortunadamente el propio gobierno del Ecuador hace el juego a este proceso de lavado de conciencias y realidades.

 

En quinto lugar, instrumento fundamental, y no es nada nuevo, es la educación política. La educación en la ética y la solidaridad como los valores fundamentales. La ideología dominante basada en el consumo desata codicias desmedidas, ilimitadas. Los mecanismos de transparencia y control evidentemente no son suficientes, sociedades altamente desarrolladas como en Europa (España, Italia, Bélgica, Inglaterra) o como en Estados Unidos han demostrado que la corrupción los atraviesa de arriba hacia abajo. En algunos casos menos evidente y en otros escandalosa como el PP de Rajoy o Forza Italia de Berlusconi. En los países nórdicos, es menor porque sí hay una base de solidaridad en la enseñanza escolar, Finlandia, Noruega son un ejemplo a estudiar. Y me refiero a los modelos en el marco del capitalismo, porque el caso de Cuba, la solidaridad es una práctica cotidiana enseñada por sus dirigentes y en particular por el Che y Fidel. Si no, miren a los médicos cubanos en el mundo pobre (Claro que no voy a caer en la ingenuidad maniquea de que no hay corrupción incluso en el caso de Cuba, si no recordemos el caso del General Ochoa, héroe en Angola que terminó su vida condenado como corrupto).

 

No hay recetas mágicas, pero sí hay propuestas que pasan por la participación y control ciudadano, la educación ética, cívica y política y los mecanismos técnicos de seguimiento.

 

 La Revolución Ciudadana fue el resultado de las luchas populares y las batallas dadas en las calles defenestrando Presidentes (esos sí corruptos) durante casi una década. Fue captado el momento histórico, por un grupo de gente inteligente y un líder de gran capacidad como Rafael Correa, con un proyecto nacional y con principios fundamentales.  Lo mismo ocurrió en Brasil, Bolivia, Argentina, Venezuela, Nicaragua, Uruguay, El Salvador. Hoy es muy probable que Lula (si la justicia se mantiene como un fin y no como un medio político) regrese al gobierno. En Argentina la batalla que se libra con las fuerzas divididas debe darnos la principal lección, unidad rota, asegurada la derrota. En Ecuador todavía existe la esperanza de continuar en una etapa diferente, con las conquistas sociales. Se exige la mayor madurez a los dirigentes. Me refiero ya no a los dos dirigentes principalmente expuestos como son Lenin Moreno y Rafael Correa, me refiero a los dirigentes políticos que hay y sobre todo a los dirigentes de los movimientos sociales que deben hacer aterrizar el debate y sobre todo la práctica. La corrupción es un instrumento más contra la justicia social. No dejemos que nos cubra los ojos y nos impida ver el futuro de justicia social y de derechos, que corresponde a nuestros pueblos.

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/189234
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