El espíritu cortesano y las conexiones ocultas (I)

02/06/2016
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 mano gente
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Primera parte

 

El rico le tira al pobre;

al indio que vale menos,

ricos y pobres le tiran

a partirlo medio a medio.

(Romancero popular colombiano del siglo XVIII)

 

El pensamiento complejo insiste en ver la “totalidad” de la vida. Para lograrlo se deben identificar las “relaciones” que son las interconexiones que explican la interdependencia dinámica entre los “componentes” o contenidos del fenómeno que estudiemos. Intentaremos aplicar esas recomendaciones al caso colombiano.

 

La totalidad del fenómeno colombiano

 

Colombia es un proyecto de país –que se quedó a mitad de camino–, por efecto, fundamentalmente, de la intervención colonial e imperial de potencias extranjeras y por la inexistencia de una clase burguesa que en el siglo XIX y XX tuviera la capacidad de unificar a las regiones y poblaciones dominadas y divididas por un poder terrateniente atrasado, clerical, reaccionario y anti-nacional. Colombia es, entonces, un país a medio hacer.

 

Para entender el momento actual de Colombia se deben identificar las fuerzas que usan la precaria hegemonía social y política de carácter oligárquico que usa la violencia, el miedo, la discriminación y la falta de democracia para sostenerse. Por ello, el poder real hoy en nuestro país está en manos del capital transnacional. Formalmente, en lo interno, encabezan esa dominación grupos económicos que acumularon las migajas que les cedía el gran capital estadounidense, y que a partir de los años 70s del siglo XX, logró canalizar los recursos que irrigaba la economía del narcotráfico (cocaína, amapola y marihuana). Sin embargo, quien efectivamente manda es el imperio. Es quien planifica, ordena y comanda. Eso hay que reafirmarlo.

 

Fueron los estrategas del imperio los que planificaron convertir a Colombia, desde los años 40s y 50s del siglo pasado, en una inestable y débil colonia estadounidense. Valoraron sus grandes ventajas estratégicas, ubicación regional ideal, dos océanos, inmensas riquezas naturales, disgregación regional histórica, enorme diversidad étnica y cultural heredada desde tiempos pre-colombinos, y como lo comprobaron con la separación de Panamá, una clase dominante totalmente frágil, siempre temerosa de insurrecciones populares y profundamente corrupta y criminal.

 

Para entender la “totalidad compleja” hay que conocer las “relaciones”. La principal relación social en Colombia es la cortesanía. Fue una relación social construida con ciertos sectores indígenas y mestizos, especialmente de origen muisca y “yanaconas”, traídos del Ecuador y Perú, con los que establecieron los dos principales ejes de poder colonial. En Bogotá (centro del país) y Popayán (occidente). No hay que olvidar que la gobernación del Cauca controlaba casi medio país hasta principios del siglo XX, con un territorio que iba desde Antioquia hasta la Amazonía pasando por el Chocó, Valle, Cauca y Nariño. Esos pueblos indígenas, por su estructura social “imperial”, dividida en castas, tenían predisposición a ese tipo de relacionamiento. Se dio también en México (Nueva España) y en Lima (Nueva Castilla).

 

Esa cortesanía consistía en una relación de dominación basada en el establecimiento de una clientela social y cultural basada en el compadrazgo entre élites europeas y mandos medios indios y mestizos (incluso, en algunas zonas también con negros), que se convertían en los mayordomos, capataces y grupos medios de la población que se encargaban de controlar a los indios y mestizos rebeldes y a los negros cimarrones. Así se formó un campesinado controlado ideológicamente que servía de colchón de amortiguamiento frente a los libertos y “vagabundos” que fueron surgiendo y a los pueblos indígenas en resistencia. Ese “compadrazgo” implicaba el mestizaje entre hombres blancos europeos y mujeres indias, negras y mestizas.

 

Ese modelo de dominación tuvo su continuidad durante toda la Colonia. La Independencia a principios del siglo XIX sólo significó el reemplazo de la élite ibérica –que ya sólo era la administradora del aparato de Estado virreinal– por una casta oligárquica criolla que era la que tenía el poder económico efectivo. Posteriormente, el sistema basado en la cortesanía se aplicó durante el siglo XX de una forma magistral y planificada, una vez fue apareciendo el campesinado cafetero en Antioquia, el Eje Cafetero y el centro del país, mediante la creación de la Federación Nacional de Cafeteros (1927). Fue una forma de control corporativo, en donde los grandes empresarios del café (a la vez grandes terratenientes), promovían la producción del café en manos de campesinos pobres, medios y ricos, pero controlaban y se enriquecían con la compra interna del grano, la venta de insumos agrícolas y la exportación del café excelso. (Dicho sistema fue destruido por la política neoliberal en los años 90s).

 

Era un negocio redondo que le dio a la burguesía colombiana –heredera de los grandes latifundistas reaccionarios y clericales– un poder inmenso y el control sobre grandes empresas “seudo-estatales” (Flota Mercante Gran Colombiana, Avianca, Banco Cafetero y muchas otras) que vendieron y privatizaron en la década de los años 90s del siglo XX, durante la primera fase neoliberal y de orgía aperturista, y que fue una verdadera expropiación a los casi 500.000 caficultores que eran los verdaderos dueños de esa riqueza.

 

Entonces, el dominio imperial y de esa clase burgués-terrateniente de carácter atrasado, débil, entreguista, anti-nacional y antipopular, se basaba en una relación de “dominación concertada” con sus dominados, que contaba con un soporte ideológico y cultural que llamo el “espíritu cortesano”. Es una especie de carácter doméstico, arribista, acomplejado, subordinado, sometido, que todavía perdura en la identidad de una buena parte de la población colombiana. Como ejemplo de ello se pueden identificar hasta los años 80s del siglo XX, las regiones dominadas por el partido conservador o por terratenientes “liberales”.

 

Sólo en áreas históricamente delimitadas podemos encontrar ejes de rebeldía popular, en las que cíclica y periódicamente explotaban rebeliones entre pobladores que habían heredado tradiciones de resistencia: la indígena, especialmente alrededor del Volcán del Huila, La Guajira, la Sierra Nevada de Santa Marta y el Catatumbo; la del Común, en los Santanderes; y la de la influencia “realista” en el sur del Cauca y Nariño. Así mismo, de las migraciones y otros fenómenos surgieron rebeliones en los Llanos Orientales y otras zonas puntuales. No obstante, los principales ejes productivos estaban controlados por la hegemonía oligárquica.

 

Hasta aquí entonces podemos concluir lo siguiente: Colombia desde siempre ha sido una verdadera colonia estadounidense administrada por una élite oligárquica reaccionaria y criminal. Se presentaron resistencias y luchas controladas durante toda su existencia. Las cúpulas dirigentes de las clases subalternas eran fácilmente cooptadas, predominando el espíritu cortesano construido durante siglos como herramienta ideológica. La más grande amenaza que encabezó el caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán fue liquidada mediante el asesinato y utilizada para desencadenar un conflicto armado que el imperio y sus mandaderos han usado en su favor a lo largo de más de 6 décadas.

 

La “totalidad colonial” colombiana y el conflicto armado

 

La pregunta que surge frente al conflicto armado es la siguiente: ¿La insurrección parcial de campesinos armados y organizados como guerrillas izquierdistas consiguieron quebrar o siquiera resquebrajar, la “totalidad” del poder imperial y oligárquico en Colombia? ¿Estuvo realmente en peligro esa hegemonía social, política, económica y cultural? ¿Las guerrillas y el pueblo estuvieron a punto de tomar el poder político mediante una insurrección popular armada? ¿Cómo se explica la permanencia de un conflicto tan largo y a la vez la consolidación durante ese período de una burguesía transnacionalizada que maneja ahora lo que se considera la tercera economía de América Latina?

 

La respuesta lógica es que el conflicto armado en Colombia fue enteramente manejado, controlado, programado e instrumentalizado por el gran capital internacional y específicamente por el Departamento de Estado, el Pentágono, y el Ejército de los EE.UU. A partir de principios de los años 80s del siglo XX, cuando la guerrilla de las FARC considera que existen condiciones para una insurrección popular, con base en una evaluación equivocada del paro cívico nacional de 1977 y del auge político-militar del M19, y que decide expandirse por todo el territorio nacional acudiendo al secuestro, la extorsión y los impuestos al narcotráfico para financiar su crecimiento y ofensiva, el imperio aplica sus mejores conocimientos de “teoría de juegos”, complejidad, guerras de contención y conflictos de baja intensidad para convertir a Colombia en un enorme laboratorio de construcción de un “estado fallido” para ampliar su control geopolítico en la más estratégica región de Sudamérica.

 

A partir de ese momento (1980), cuando estaban en auge las principales inversiones que se han realizado en el país en proyectos minero-energéticos (níquel de Cerromatoso, carbón en El Cerrejón y Jagua de Ibirica-Drummont), mega-proyectos hidroeléctricos (Chivor, Chingaza, San Carlos, Betania, Salvajina, y numerosas plantas termoeléctricas en Zipaquirá, Paipa, Cartagena, Chinú, Barranquilla, Zulia, etc.) durante el gobierno de Turbay Ayala, y que se iniciaban los proyectos de explotación petrolera en los Llanos Orientales (Occidental, Cusiana, Caño Limón, etc.), se desencadena la estrategia de la “guerra” paramilitar-guerrillera que, en realidad, fue un juego de movimientos para expandir las zonas productoras de cultivos de uso ilícito de norte a sur y de oriente a occidente, y viceversa, despejando territorios de comunidades (indígenas, mestizos y negros), desplazando y despojando de sus tierras a millones de campesinos colombianos hoy arrumados en las ciudades.

 

Dicha estrategia hacia parte de un plan global de traslado de cultivos de plantas narcóticas del Sudeste Asiático y de Afganistán donde los EE.UU. habían sido derrotados, hacia América Latina y otras regiones del mundo. La burguesía estadounidense siempre ha entendido que las economías ilegales y criminales son un punto de apoyo para el desarrollo del capitalismo, en donde campesinos de países periféricos producen la materia prima (coca, pasta de coca y clorhidrato de cocaína) y las mafias norteamericanas las comercializan en los centros metropolitanos donde se produce la ganancia que se irriga por múltiples vasos comunicantes y llega a sus bancos y entidades financieras. La red se complementa con la producción y tráfico de armas, insumos químicos, trata de personas, contrabando, juego, etc.

 

Los intentos del imperio por “balcanizar” a Colombia

 

De esa forma se mataban dos pájaros de un tiro. Se mantenía y expandían los cultivos de coca, y a la vez, se despojaba de tierras a las comunidades nativas, descomponiendo sus economías propias y locales, integrando al modelo capitalista a millones de personas que iban a ser presas de sus políticas asistencialistas convirtiéndolas en clientes regulares y dóciles de un régimen gubernamental totalmente sometido por las prácticas neoliberales. De esa manera extensas áreas del territorio quedaron a expensas de la nueva fase neoliberal que está centrada en la compra de tierras y en los agro-negocios de exportación.

 

No significa lo anterior que las FARC se hayan convertido en un “factor voluntariamente manipulado". No es la idea. Obraron de buena fe creyendo que al pasar de ser una resistencia campesina armada localizada en un área permanente (hasta 1963) y de ser una guerrilla móvil pero ligada a bases de campesinos colonos que se apoyaban mutuamente (hasta 1983), a la de expandirse por todo el territorio nacional, podrían acumular fuerza para derrotar al ejército oficial. Sin embargo, al renunciar a principios básicos de una guerrilla revolucionaria se metieron en la trampa del imperio: cambiaron calidad por cantidad. Y eso es grave. El imperio ya contaba con la experiencia de Kosovo que sirvió para acabar de disgregar y dividir la antigua Yugoeslavia y siempre ha aspirado a “balcanizar” a Colombia como lo viene intentando con Venezuela usando a la burguesía parasitaria de Zulia y Táchira, o a la Guayaquil en Ecuador, o la de Santacruz en Bolivia, o usando intereses étnicos que contribuyan con la desmembración de estas precarias naciones.

 

Es indudable que dicha estrategia le permitió a las FARC crecer y convertirse en un verdadero ejército que se alcanzó a ilusionar con la “guerra de movimientos” encabezada por el Mono Jojoy. Vino el proceso de diálogos del Caguán en donde banqueros e inversionistas estadounidenses llegaron a los sitios de conversaciones para plantearle negocios importantes a la guerrilla. Era tal la debilidad en que los EE.UU. habían postrado al gobierno de Samper, primero, y de Pastrana, después, que se plantearon fórmulas (secretas) de co-gobierno en las áreas más importantes de control guerrillero, como las zonas del Caguán y el Pie de Monte Llanero, en donde existen importantes, extensas y ricas reservas de petróleo y gas natural.

 

La guerrilla no había entendido que su poder militar había sido construido como parte de la estrategia norteamericana y que en realidad esa fuerza militar no se correspondía con una consistente fuerza política. Amplios sectores de la población se habían convertido en víctimas de sus erradas acciones, que en gran medida eran resultado de estrategias de degradación planificadas por el imperio y realizadas con la complicidad de fuerzas militares del Estado y grupos paramilitares entrenados y financiados por el gobierno de los EE.UU., a través de sus agencias como la CIA o la DEA, o por medio de empresas transnacionales (Drummont, Chiquita Brands, Coca Cola, etc.).

 

Sin embargo los capitalistas norteamericanos estaban dispuestos a llegar a acuerdos con las FARC porque ellos los veían –ya desde ese tiempo– como expresión de una nueva Burguesía Emergente que para ese momento (1998) empezaba a sacar la cabeza, e incluso los motivaban a constituir un “Estado campesino paralelo” que pudiera darle mejores garantías al imperio que el corrupto Estado nacional oligárquico. Las FARC entendieron que políticamente esa negociación sería un grave error, y decidieron mantener su estrategia militar para tomarse el poder en toda Colombia. Así, es como los EE.UU. negocian con el gobierno oficial y financian el Plan Colombia (que se querían ahorrar), no sin antes obligar al gobierno de Pastrana a pactar una serie de acuerdos económicos como el del Cerrejón, que como lo afirma el profesor e ingeniero Oscar Vanegas, está catalogado como el cuarto peor negocio del mundo, totalmente benéfico para el capital estadounidense. Se pactó en el año 2000 un precio de 383 millones de dólares por el 50% de participación de la nación en una mina que hoy tiene un valor superior a los 45.000 millones de dólares (http://bit.ly/1VoG6g9). Es decir, por derechas y con inmensas ganancias se cobraron lo que invirtieron en el Plan Colombia.

 

La aparición del “nacionalismo cortesano paisa”: Álvaro Uribe Vélez

 

De allí en adelante la tarea era debilitar militarmente a las FARC para obligarlas a negociar. A los EE.UU. se les atraviesa en dicho objetivo Álvaro Uribe Vélez, quien en medio de su visión que incluía la venganza contra las FARC y contra la oligarquía bogotana, alcanzó a avizorar un golpe doble (exterminar la guerrilla y refundar el Estado creando el “estado comunitario”) con base al poder que logró construir en cuatro frentes: las fuerzas militares infiltradas de mafias y completamente corruptas que tenían un gran negocio con la guerra; las fuerzas paramilitares y mafias narcotraficantes que aspiraban entrar por la vía legal en las grandes ligas de los negocios y contratos estatales; los políticos corruptos muy entrelazados con grandes terratenientes que habían despojado a millones de campesinos; y, las bases campesinas y habitantes de barrios pobres que lo veían como el gran libertador contrainsurgente y un padre putativo que les aprobó y entregó los subsidios denominados “familias en acción” y otros programas sociales, compitiendo de tú a tú con los gobiernos “progresistas” de la región que también asumieron esa estrategia que tenía como base conceptual y legal la política neoliberal del Banco Mundial denominada “transferencias condicionadas a las comunidades en dinero en efectivo”.

 

El fenómeno “uribista” hace parte de la “totalidad” y se explica en la misma relación de cortesanía. Al interior de la “nación antioqueña o paisa” se fue incubando una rebelión contra el espíritu cortesano de la clase dominante antioqueña que primero se rebeló contra la aristocracia caucana pero que después se alió desde principios de siglo con la oligarquía bogotana. Esa “rebelión cortesana” paisa tenía un alto contenido regionalista y se apoyó durante la década de los años 90s del siglo XX en la exigencia de la descentralización política. De esa manera apareció en cabeza de Álvaro Uribe Vélez una especie de “seudo-fascismo tropical” que se manifestaba como un “nacionalismo cortesano”: rebelde frente a la perfumada oligarquía bogotana y arrodillada ante el imperio estadounidense. A ese proyecto se sumaron los grandes terratenientes que tenían en mente el exterminio de la guerrilla.

 

Acudo a una cita del escrito “Desentrañando el proyecto uribista”: “En 1994 en una población de Antioquia se reúnen representantes de la elite intelectual, económica y política “paisa” para diseñar un proyecto político de largo aliento. Más adelante se integran intelectuales surgidos de un proceso de involución de un sector de la izquierda “maoísta” radicalmente enemiga de las FARC. Así se configura la ideología y el programa fundacional del proyecto “uribista”. Los puntos básicos eran: la identificación de las FARC como enemigo principal de la sociedad colombiana, la adaptación de las ideas modernizadoras aplicadas en China por Teng Siao Ping a la realidad colombiana, y la creencia absoluta en el papel predestinado de la dirigencia antioqueña para salvar y refundar a Colombia. De allí surgió la tesis del “Estado comunitario”. Esa fue su semilla ideológica.” (http://bit.ly/1XiD363).

 

Las limitaciones de las clases subalternas y el papel de la burguesía emergente

 

En Colombia nunca se logró consolidar un verdadero movimiento obrero clasista. Por un lado, la industria nunca logró niveles importantes de desarrollo y el nivel de organización fue bastante reducido. El auge de su crecimiento fue la fase de sustitución de importaciones y el surgimiento de la industria del petróleo y la siderurgia. Sin embargo, las organizaciones sindicales que eran la expresión del movimiento obrero –a pesar que habían surgido con independencia de clase en los años 20s del siglo XX–, fue puesta a la cola de la incipiente burguesía industrial en la década de los años 30s. El Partido Comunista fue la herramienta.

 

Posteriormente, a partir de la década de los años 60s, numerosos grupos impulsaron un movimiento obrero clasista, entre sectores de trabajadores de Medellín, Cali, Bogotá, Barrancabermeja, Cartagena y otras ciudades y áreas, pero ese proceso no alcanzó a madurar, por un lado, por la enorme dispersión de esos esfuerzos que fueron divididos por las corrientes comunistas y socialistas internacionales, por la presencia del “espíritu cortesano” entre las cúpulas de dirigentes de las centrales obreras, y a partir de finales de los años 70s, por el desmantelamiento de las grandes factorías y la deslocalización de los procesos productivos que significó el traslado de empresas multinacionales a otros países, todo ello fruto de la “re-estructuración post-fordista”. El movimiento obrero y sindical quedó destruido, limitado a los trabajadores del Estado (Ecopetrol, Acerías Paz del Río, maestros, trabajadores de la salud y los servicios, etc.). El paro cívico nacional de 1977 fue el último acto masivo de protesta “dirigido” o motivado por la clase obrera, y a la vez, su acta de defunción. Ello explica por qué desde esa fecha ese tipo de acción quedó como un mito y ha sido imposible de emular. Quedó en la memoria histórica como un símbolo de lucha proletaria y popular.

 

Las demás clases subalternas nunca lograron constituirse en un sujeto social de lucha de carácter nacional. Los campesinos tuvieron su acercamiento a esa meta con la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos ANUC (1966-74), pero el papel de los grupos de izquierda fue un torpedo contra la unidad y contra una acción efectivamente política. A partir de la constitución de la Unidad Cafetera (1994), el Movimiento de Salvación Agropecuaria (1997) y ahora, las Dignidades Agropecuarias, los pequeños y medianos productores agropecuarios han iniciado un proceso de organización que tiene características nacionales, pero la dirección política ha estado conducida por la burguesía agraria, tanto en su expresión de derecha (Uribe) como en su expresión de izquierda (MOIR).

 

También se aprecia el esfuerzo de los indígenas colombianos por organizarse a nivel nacional con independencia y autonomía. Los pueblos guambianos y nasas del Cauca inician ese proceso en los años 80s pero también se dividen por la influencia malsana de la izquierda. El CRIC logra desarrollar la ONIC, que hoy representa a la mayoría de los pueblos originarios, y el Cabildo Mayor Guambiano construye AISO y AICO, que ha terminado siendo una agencia política de venta de avales electorales. Sin embargo, la dirección política de los fundadores del CRIC, de unidad estrecha con los campesinos y el resto del pueblo colombiano, fue desconocida a partir de 1991 y cambiada por una orientación estrechamente indigenista y autonomista. Los pueblos de origen afrodescendientes hacen también sus esfuerzos de organización autónoma pero son limitados por su enorme dispersión e intereses de la burguesía emergente que se aprovecha de esos intentos para negociar pequeñas canonjías con la clase dominante.

 

Ello explica –muy sucintamente– no sólo la enorme dispersión, división y debilidad del movimiento popular colombiano, sino que dichas clases subalternas hayan incubado en su seno la aparición de una burguesía emergente que poco a poco ha sacado la cara. Las economías agrarias, del narcotráfico, la minería ilegal, el comercio de insumos, y múltiples expresiones económicas han sido caldo de cultivo para que –como tiene que ser– aparezca esta clase social. Lo problemático es que ante la ausencia del movimiento obrero y de una dirección política correspondiente, es la burguesía emergente la que impone su dirección y sus intereses, conduciendo las luchas populares hacia el fracaso y la cooptación. En últimas, es otra expresión de la “relación de cortesanía” existente en nuestra identidad, ahora “reforzada” por los cambios económicos y sociales que se han presentado.

 

El Nuevo Proletariado, surgido en el mundo por efecto de los cambios post-fordistas y el desarrollo de la tercera revolución tecnológica, todavía no aparece con fuerza en Colombia. Se ha mostrado políticamente con formas no autónomas, al lado de la “ola verde” de Antanas Mockus en 2010, en solidaridad con el paro agrario en agosto de 2013, y este año con la convocatoria de un “paro nacional” en enero de 2016 por parte de jóvenes citadinos, pero es todavía un proceso incipiente y débil, pero alentador. Los “profesionales precariados” inevitablemente van a engrosar las filas proletarias como ha ocurrido en Europa, Brasil, Turquía y otros países, y la lucha por construir su identidad política de clase ya es una tarea urgente.

 

La burguesía emergente surgida desde abajo, desde comunidades campesinas, pequeños y medianos productores, economía del narcotráfico y la minería ilegal, que tuvo expresión financiera en las captadoras ilegales de dinero (DMG y DRFE), de origen mestizo, indígena y negra, ha aparecido y juega en todas las latitudes. No toda es mafiosa y corrupta. No obstante, mantiene y reproduce el carácter cortesano. No es para nada revolucionaria ni nacionalista. Es arribista, acomodaticia y oportunista. Se infiltra en todo proyecto político y aspira a participar de contratos y grandes negocios. En otros países vecinos ha logrado controlar y poner a su servicio a gobiernos “progresistas”. La gran burguesía transnacionalizada y el imperio la aceptan, negocian con ella y la controlan. Es sí, un factor corruptor y debilitante para cualquier tipo de proyecto revolucionario que se plantee cambios estructurales.

 

El entorno mundial y la burguesía financiera global

 

Hoy para poder reorientar las luchas de los trabajadores y de los pueblos oprimidos, y para volver a retomar las tradiciones verdaderamente proletarias debemos revisar –así sea someramente– lo que sucede en el marco internacional. Siguiendo con la mirada “total” de la sociedad global, podemos plantear que existe una Gran Burguesía Global, completamente interconectada, interrelacionada, indisoluble, que domina la economía mundial. La contradicción principal ya no es entre bloques geo-estratégicos (EE.UU., Rusia, China, etc.). Seguir atado a esa concepción desconociendo el análisis de clase es un grave error de la izquierda mundial. Se explica por las erradas lecturas de Marx y del folleto de Lenin sobre el imperialismo. Lenin insiste en ese problema y en la lucha entre potencias imperialistas porque estaba frente a la guerra imperialista, pero no descuida su propio análisis de clase. Después, los asesores de Stalin colocaron en primer lugar la lucha nacionalista de Rusia (el chovinismo gran-ruso que Lenin siempre tanto denunció) y la lucha internacionalista del proletariado quedó a un lado, fue traicionada. Desde allí perdimos el norte.

 

En la actualidad la burguesía transnacionalizada y global, aunque tiene contradicciones “nacionales” no antagónicas (no son antagónicas porque ellos no pueden poner en riesgo la “estabilidad” económica mundial), usa esas contradicciones para poder enfrentar la contradicción principal que es la creciente consciencia de los pueblos y trabajadores del mundo entero sobre el poder depredador y dañino de esa burguesía financiera global. Usa sus conflictos –que en realidad son calculados y controlados– para distraer a sus propios pueblos con falsos nacionalismos. Necesitan enemigos externos para someter ideológicamente a sus propios pueblos, como lo hace la oligarquía colombiana usando antes a Cuba, ahora a Venezuela y Nicaragua. Si no entendemos esa situación o no la hacemos evidente por no “perder votos”, entramos en la dinámica nacionalista que nos impide elaborar cualquier tipo de orientación correcta.

 

Por ello, reducir nuestros análisis al manejo geo-político, no sólo es hacerle el juego a esa burguesía globalizada sino lo que es más grave, es negarse a educar con una visión internacionalista a los millones de jóvenes que hoy esperan una orientación verdaderamente revolucionaria, proletaria y que oriente la lucha por un “cambio o salto” de tipo civilizatorio que supere la cultura y economía crematística que es la base del capitalismo y del actual caos en que vive la humanidad. Colombia es una ficha menor en ese juego internacional y la endeble oligarquía colombiana ha sido presa de esos juegos geopolíticos (guerra del Perú, guerra de Corea, etc.) mientras nuestra izquierda no sólo ha sido absolutamente cortesana sino que ha caído en la trampa y provocaciones orquestadas por gobiernos “progresistas” que también juegan con ese discurso “chovinista” y supuestamente “anti-imperialista”.

 

Condiciones para superar el “espíritu cortesano”

 

Simón Bolívar tuvo el genio y la convicción para lograr casi lo imposible. Se apoyó en el espíritu insumiso de la población de algunas regiones colombianas que habían heredado el ímpetu y la inspiración de la Revolución Comunera (1781) y constituyó el núcleo del ejército libertador de las 5 naciones. Sin embargo, su obra quedó a mitad de camino porque las castas dominantes impusieron su “hegemonía cortesana”. Las oligarquías terratenientes regionales se apoderaron del proyecto y se postraron ante el imperio inglés. Los recientes intentos independentistas de Hugo Rafael Chávez Frías, hoy se encuentran bloqueados por los intereses de las burguesías latinoamericanas que “más le temen al pueblo que al imperio”1.

 

Esa experiencia histórica latinoamericana –sumada a los esfuerzos proletarios de principios de siglo XX realizados en Rusia– nos demuestran, una vez más, que la lucha por la emancipación social deben ir mucho más allá de la simple revolución política, del derrocamiento (pacífico o violento) de las clases dominantes, y que se requiere una estrategia y una acción de más largo aliento. Que para lograrlo deben contemplarse todos los factores que influyen en la situación de los trabajadores y pueblos oprimidos del mundo, deben identificarse todos los vasos comunicantes que sostienen el poder del capital financiero global, y deben visualizarse también las fuerzas económicas, sociales, políticas y culturales que de una u otra manera luchan contra ese poder depredador y destructivo.

 

Para superar el espíritu cortesano y avanzar hacia metas superiores se requieren tres condiciones que empiezan a manifestarse en Colombia, fruto de los saltos cualitativos que ocasionalmente da la vida:

 

  • Urbanización creciente de la población, rompimiento gradual de las relaciones sociales que sostenían la cortesanía, crisis del Estado colonial-capitalista, crisis de todos los partidos políticos, superación del conflicto armado que impedía la aparición plena de las expresiones nítidamente populares, y la aparición de un sector de clase en crecimiento (los profesionales precariados) que está engrosando las filas proletarias.

 

  • La aparición de una dirigencia joven en las ciudades con espíritu revolucionario, con sentido social, cansada de los esquemas caudillistas y “estatistas” de la izquierda y el “progresismo”, con visión globalizada del mundo, que ya ha tenido experiencias políticas con la derecha uribista (marchas contra las FARC) y con el “centro” (“ola verde” de Antanas Mockus, pero que gira rápidamente hacia “lo social”. Esa dirigencia representa a un sector del Nuevo Proletariado en formación (profesionales precariados) pero busca intensamente ligarse a las demás clases subalternas.

 

  • Ser consciente de que lo que está fracasando en América Latina es la estrategia –explícita o no, reconocida o no– de entregar la dirección política de la lucha independentista y nacionalista a la burguesía. En Brasil, Argentina y Uruguay se le entregó la dirección a la burguesía tradicional; y en Venezuela, Ecuador y Bolivia a la burguesía “emergente”, lo que se ha constituido en una traición para los sectores sociales y movimientos populares que fueron el sostén de los “procesos de cambio” y en la causa principal de los recientes fracasos políticos (que se manifiestan por ahora en derrotas electorales). Sólo una dirección proletaria en manos de los trabajadores y de los sectores populares es garantía de triunfo y continuidad hacia tareas anti y post-capitalistas.

 

 

Popayán, 2 de junio de 2016

 

E-mail: ferdorado@gmail.com / Twitter: @ferdorado

 

http://aranandoelcieloyarandolatierra.blogspot.com.co/2016/06/el-espiritu-cortesano-y-las-conexiones.html#.V1Btwvl97IU

 

 

1 Frase célebre de Francisco Mosquera, fundador del MOIR.

https://www.alainet.org/es/articulo/177865
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