Conversaciones con el Tío de Potosí

05/10/2015
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Conversaciones con el Tío de Potosí Conversaciones con el Tío de Potosí
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El protagonista principal de mi reciente libro es el Tío de la mina, un ser ambiguo entre lo profano y lo sagrado, que habita desde los tiempos de la colonia en los tenebrosos socavones del “Sumaj Orq’o” (Cerro Rico). Es una de las deidades centrales en la cosmovisión andina y un personaje fantástico del mundo minero, donde los mitos y las leyendas se ensamblan de manera extraordinaria con las creencias y tradición de las culturas ancestrales.

 

Los relatos de este libro se fraguaron en una oscura habitación de la ciudad de El Alto, donde entablé amenas conversaciones con la estatuilla del Tío de Potosí, quien, en su condición de dios y diablo a la vez, aparece en el ámbito minero tras el sensacional descubrimiento de los yacimientos de plata en las serranías del altiplano, donde miles de conquistadores se dieron cita con la intención de amasar fortunas. Desde entonces, el pueblo quechua de Kantumarca se convirtió en la Villa Imperial y sus riquezas minerales en recursos que llenaron las arcas de la monarquía española.

 

Como en anteriores ocasiones, fascinado por la mitología del “supay” (diablo) y las tradiciones mineras, volví a sumergirme en el contexto mágico del macizo andino, para acercar a los lectores hacia los misterios escondidos en el vientre de la Pachamama, salvo que esta vez no con historias narradas en el género del cuento ni la novela, sino a través de relatos dialogados que le permitieron al Tío cobrar vida y expresarse con voz propia sobre un abanico de temas que traslucen sus más genuinos pensamientos y sentimientos.

 

Debo confesarles que, a poco de retornar de Europa, visité una de las minas en el Cerro Rico, que en otrora manaba ingentes cantidades del preciado metal, para conocer el hábitat natural del protagonista de mi obra, consciente de que el Tío, soberano de las oscuras galerías y dueño absoluto de las riquezas minerales, aparte de reunir todos los atributos que requiere un personaje literario, representa el mestizaje cultural y el sincretismo religioso entre el monoteísmo católico y el politeísmo de las civilizaciones precolombinas.

 

En “Conversaciones con el Tío de Potosí”, lejos de reflejar la realidad agobiante de las minas y la tragedia de los mineros, propongo textos contextualizados en un laberinto hecho de mitos, leyendas y supersticiones, como si desde un principio hubiese optado por tener una mirada sesgada de la realidad, para luego recrearla y reinventarla, con un desparpajo que pone a prueba la capacidad del narrador y la inteligente expectativa del lector.

 

Cabe anotar que en el libro se destila una irreverencia inusual y un sentido del humor cargado de una fuerte dosis de transgresiones éticas y morales, sin que por ello los pensamientos dejen de ser embellecidos por la imaginación y enardecidos por el alma de quien, sin más recursos que la honestidad y el conocimiento de causa, intenta encandilar la mente incluso de los escépticos acostumbrados a cuestionar la cuasi verosimilitud de las obras construidas sobre los andamios de la realidad y la fantasía.

 

En “Conversaciones con el Tío de Potosí”, como en toda obra que nos acerca a los vericuetos de la condición humana, se plantean temas filosóficos de la vida cotidiana y se penetra en las manifestaciones subconscientes de los trabajadores del subsuelo, quienes, durante quinientos años de colonización, asimilaron las costumbres de los conquistadores ibéricos y conservaron las costumbres de las civilizaciones originarias. No en vano el Tío de la mina, que adquiere protagonismo a lo largo de la obra, se encuentra a medio camino entre la religión católica y las creencias paganas de las comunidades originarias. Así como el catolicismo predica la doctrina de que el subsuelo está poblado de seres demoníacos, en las culturas indígenas se admite también la existencia de seres subterráneos, pero no revestidos con los mismos atributos que los demonios descritos en las páginas bíblicas.

 

En este libro, como en otros de mi producción literaria, retomé la temática minera, procurando recrearla a partir de las aventuras y desventuras fantásticas de uno de los personajes más emblemáticos de la tradición popular boliviana: el Tío de la mina, celoso guardián de las riquezas minerales, que castiga sin contemplaciones, cuando no se ha cumplido con él. De ahí que los mineros, para no sufrir castigos, accidentes ni muertes, le rinden pleitesía y le dan ofrendas al entrar y al salir de la mina. Mastican hojas de coca en su presencia y rocían aguardiente en su paraje, donde ellos mismos levantaron su estatuilla de greda y granito, sin ser alfareros ni escultores; es más, le concedieron propiedades y facultades que resultan del sincretismo entre las supersticiones de las culturas ancestrales y las creencias religiosas impuestas por los conquistadores.

 

El Tío tiene cuernos como los demonios, ojos redondos, colmillos afilados, orejas largas, pesuñas en manos y pies. Por lo general, está sentado en su trono y su cuerpo monstruoso exhibe uno de los atributos que mejor lo caracteriza: su miembro viril, extremadamente enorme, que en la visión de los mineros, además de ser un elemento de carácter erótico, tiene la función de fecundar a la Pachamama, la diosa andina de la tierra, y abrir los rajos con la misma fuerza con que el barreno de una perforadora penetra en las duras rocas de la montaña.

 

En “Conversaciones con el Tío de Potosí”, este esperpéntico personaje, que pobló el mundo mágico y secreto de los mineros, aparece sentado frente a su interlocutor, dispuesto a deleitar con la versatilidad de su verbo. No deja de sorprender con su sabiduría en cada una de las conversaciones en las que fluyen las ideas y palabras con una enorme carga emocional. Es decir, la magia de la palabra permite que el Tío, a pesar de su aspecto demoniaco y sus poderes sobrenaturales, aparezca retratado desde una perspectiva humana, como si de veras fuera un individuo de carne y hueso.

 

En las conversaciones que componen el libro, donde los diálogos están hilvanados con un lenguaje coloquial, cruzamientos narrativos, contrapuntos e intertextualidades, el lector podrá familiarizase también con las creencias y hábitos de los mineros, en los que destacan el Carnaval pagano-religioso y la “ch’alla”, un ritual de ofrenda y agradecimiento a la Pachamama, la divinidad que entrega los frutos de su vientre a sus hijos terrenales, y al Tío de la mina, protector de las riquezas minerales y amo de los mineros, quienes, sentados alrededor de su trono, a la usanza de los mitayos de antaño, le rinden pleitesía ofrendándole hojas de coca, cigarrillos y aguardiente, a modo de congraciarse con él, a quien lo veneran tanto como al misericordioso “Tata Q’aqcha” (Cristo Minero).

 

“Conversaciones con el Tío de Potosí”, además de ser un volumen que enseña y entretiene, es un justo homenaje a la Villa Imperial y al Cerro Rico, donde todavía reina el Tío, haciendo gala de su milenaria existencia y su poder infinito, mientras el afamado cerro, en cuyas faldas se levantaron las primeras casas de la Villa Imperial, hoy mira a sus habitantes con un gesto de tristeza y melancolía, como diciéndoles que todo lo que un día empieza siendo grande, otro día termina siendo pequeño, que la riqueza termina en la pobreza y que todo lo que tiene un comienzo está condenado a tener un final.

 

El Tío es, sin lugar a dudas, uno de los personajes más insólitos en las minas potosinas, donde encontré la veta más rica del imaginario popular, para luego explotarla y usarla como materia prima en la elaboración de mi obra literaria que, analizada desde cualquier punto de vista, no es otra cosa que el rescate de la memoria colectiva y la demostración de que sí existe un realismo fantástico en el ámbito minero, cuya exuberancia se experimenta a través de la simbiosis inherente entre los trabajadores del subsuelo y el protagonista de mi obra, que no sólo es una de las deidades mitológicas más significativas de las culturas ancestrales, sino también el dios-diablo recluido en las dantescas galerías de la mina.

 

El Tío de la mina, a estas alturas de mi vida, se ha convertido en un personaje literario que no me deja ya vivir en paz, ni de día ni de noche, exigiéndome que lo universalice, de una vez y para siempre, a través de mis escritos que revelan su potestad en el interior de la mina y su fuero interno hecho de asombro y maravilla. Por eso mismo, volví a retomarlo, con pelos y señales, en “Conversaciones con el Tío de Potosí”, que, a decir verdad, es una suerte de testimonio de las desgracias y los milagros que definen su existencia en el imaginario popular, donde la fantasía y la realidad parecen las dos caras de una misma moneda.

 

“Conversaciones con el Tío de Potosí”, sin ser profana con las religiones oficiales, es un libro que aborda temas que cuestionan las “verdades absolutas” acuñadas por las Sagradas Escrituras, desde una perspectiva humanista y libre de prejuicios sociales, culturales y sexuales. Es, en resumidas cuentas, un libro que busca un asidero en la memoria de los lectores deseosos por compartir los diálogos que conforman las páginas de “Conversaciones con el Tío de Potosí”, cuya fuerza narrativa está sustentada por el estilo del autor y la lucidez verbal de uno de los principales protagonistas de la mitología minera.

 

- Víctor Montoya es escritor boliviano

https://www.alainet.org/es/articulo/172812
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