El compromiso social de Néstor Taboada Terán

26/06/2015
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Víctor Montoya y Néstor Taboada Terán, Cochabamba, julio 2011

 

Néstor Taboada Terán, considerado uno de los grandes referentes de la literatura boliviana del siglo XX, escribía siempre a pulso, de manera disciplinada y hasta casi obsesiva. No en vano se consideraba un escritor, más que de vocación, de nacimiento. Toda una vida dedicada a cultivar el arte de las letras y a relatar historias desde la cuna de nuestros ancestros hasta los acontecimientos más trascendentales de nuestra época. Su vasta producción literaria, escrita en diversos géneros y con una temática multifacética, confirma el potencial creativo y el amplio bagaje cultural de este autor, quien supo palpar por medio de la intuición los secretos y las adversidades de la condición humana.

 

Néstor Taboada Terán, que conocía los mitos y las leyendas de las culturas originarias, era un “historiador literario”, un acucioso investigador de los usos y las costumbres de un país multicultural, donde lo blanco, lo indio, lo negro y lo mestizo, aparte de conformar un mosaico rico en matices antropológicos, confluían en una sola fuente de la cual se nutrían tanto los pintores como los escritores de todos los tiempos.

 

Como todo autor de origen humilde y honda sensibilidad humana, rechazaba las injusticias sociales y las discriminaciones raciales, que siguen siendo verdaderas cuñas en la conformación de la identidad nacional y en la estructuración de una sociedad más justa. Estaba comprometido con su realidad y su tiempo; una toma de posición revolucionaria que lo llevó a sufrir la persecución y el exilio. No en vano alguna vez, al relatar la travesía de su nacimiento, dijo: “Fui un perseguido desde mucho antes de que nazca” en la calle Ballivián, casi Loayza, a dos cuadras de la Plaza Murillo y en la casa de un terrateniente yungueño, en la que los afrobolivianos tenían la costumbre de llevar fruta y alegría como ofrenda a los recién nacidos; algo que ocurrió en su caso cuando llegó al mundo, un 8 de septiembre de 1929.

 

Cuando tenía tres años de edad, murió su padre en la Guerra del Chaco; un acontecimiento que marcó su vida y al que volvió repetidas veces en su creación literaria, quizás, como una forma de recrear, con el golpe de la imaginación, los mismos escenarios y personajes retratados en su novela “El signo escalonado” (1975), o, quizás, como una forma de saldar cuentas con un pasado que destrozó su infancia, como la de tantos niños que quedaron huérfanos durante la contienda bélica tramada por interese foráneos entre Bolivia y Paraguay.  

 

De obrero gráfico a prolífico escritor

 

En su adolescencia, mientras trabajaba de día y estudiaba de noche, colaboró con un medio de prensa, pero como no recibía remuneración alguna por su trabajo, se vio obligado a aprender el oficio de “linógrafo” en las imprentas de su ciudad natal, como quien ensaya los avatares de la existencia antes de dedicarse a la literatura a tiempo completo.

 

En los talleres de la imprenta conoció las necesidades de la clase obrera, de ese proletariado que dio lecciones de vida y de lucha a todo un pueblo que pugnaba por romper las cadenas de la opresión capitalista y liberarse de los látigos del imperialismo. En esos mismos talleres conoció también a varias personalidades del ámbito cultural y literario, como al escritor peruano Gamaliel Churata, quien, aparte de haber sido integrante de la primera generación de “Gesta Bárbara” y apologista del ideólogo marxista José Carlos Mariátegui, ejercía como periodista en “Última Hora” y  vivía como inquilino en los talleres de la imprenta.

 

Está claro que Taboada Terán nunca dejó de ser un combatiente, un “rebelde con causa” y un trabajador de la cultura que sólo buscaba salvar al mundo con lo que mejor sabía hacer: escribir desde el fondo del corazón y con los ideales de la justicia social puestos en los procesos de cambio, demostrando que la lucha de los desposeídos seguía vigente y que los trabajadores estaban siempre batallando por conquistar un futuro mejor.

 

Su cuento “Claroscuro”, que lo afianzó en su interés por convertirse en un hombre de letras, lo escribió en 1948, y con él ganó el concurso literario estudiantil del Colegio Nocturno "Simón Bolívar". El cuento, que gira en torno a las penurias de un niño pobre y trabajador que pierde a su madre en circunstancias adversas, se publicó con el prólogo de su profesor Nicolás Fernández Naranjo, un prestigioso gramático y sacerdote católico, que fue excomulgado por la Iglesia hasta la quinta generación por casarse con una docente cochabambina.

 

La masacre minera de Catavi

 

A los 31 años de edad publicó su primera novela emblemática “El precio del estaño” (1960), galardonada con Mención de Honor del Premio Nacional de Literatura conferida por el Ministerio de Educación y Bellas Artes. No era para menos, debido a que este libro, escrito con compromiso social y en tono de protesta, lo llevó a transitar por las tierras áridas del norte de Potosí, donde constató el dolor y la desolación de las familias mineras, para luego describir, con asombrosa veracidad y destreza estilística, la masacre del 21 de diciembre de 1942, que tuvo lugar en las pampas de Catavi, hoy conocidas como los “Campos de María Barzola”.

 

La matanza fue ejecutada pese a las recomendaciones que hiciera el presidente de la República, general Enrique Peñaranda, al mayor Gualberto Villarroel, comandante accidental del Regimiento Sucre 2 de Infantería, de no utilizar balas de guerra sino de fogueo en la represión de los huelguistas, quienes reclaman sus justas demandas en circunstancias en que la empresa del magnate minero Simón I. Patiño, que estaba al servicio de los intereses imperialistas, bajó los salarios a niveles de hambre y amenazó con abolir el libre ejercicio del fuero sindical.

 

Con esta historia novelada, Taboada Terán se inscribió con paso de parada en la corriente de la literatura del realismo social boliviano, convencido de que la novela está más cerca de la realidad viviente que de la misma historia o, dicho a su manera: “Novelando la historia se interpreta más correctamente la realidad”; una postura que asumió en la elaboración de sus posteriores novelas, como en “No disparen contra el Papa”, “Angélica Yupanqui, marquesa de la conquista” y “La tempestad y la sombra”, en las que los episodios de ficción no comprometen los elementos realistas y esenciales de los relatos.

 

Actividad cultural en Oruro

 

En Oruro, donde intensificó su carrera literaria, fue director del departamento de extensión cultural de la Universidad Técnica de Oruro (UTO, 1964-1968) y publicó la revista “Cultura Boliviana”, que fue un formidable espacio para los escritores noveles y consagrados. En esta misma universidad, cuya extensión cultural convocó en 1984 a un concurso literario después de algunos años de inactividad, integró el jurado en la categoría de cuento, junto a Alberto Guerra Gutiérrez y otros. Ese mismo año fue de gratas sorpresas para quien escribe estas líneas, puesto que el jurado decidió conceder el primer premio a mi cuento “Días y noches de angustia”, cuya temática abordaba los atropellos de lesa humanidad cometidos por la dictadura militar de Hugo Banzer Suárez contra sus opositores políticos, en coordinación con las fuerzas represivas de la ya tristemente famosa “Operación Cóndor”.

 

Taboada Terán conocía la temática no sólo porque experimentó en carne propia la represión, sino también porque vivió exiliado en Argentina entre 1972 y 1979, luego de que el régimen de facto quemó su biblioteca personal en la Plaza 14 de Septiembre en Cochabamba y, como pasó con cientos de bolivianos que tomaron el camino del exilio, se vio forzado a abandonar el país, declarado como un “elemento peligroso” y una “persona no grata” para el régimen dictatorial.

 

El exilio en Argentina

 

En Argentina escribió “Manchay Puytu, el amor que quiso ocultar Dios” (1977), cuya primera versión, proveniente de la tradición oral y la cosmovisión andina, la escuchó en labios de su madre. Se trata de un drama de desgarros e identidades confrontadas, que desnudan el mestizaje a través de un amor prohibido entre una mujer indígena de ascendencia noble y un sacerdote de origen quechua, quien, tras la muerte de la mujer amada, desentierra su cadáver en un intento por devolverla a la vida; la baña, la perfuma y la enjoya. Y, al no lograr su propósito, actúa como poseído por el demonio, le saca la tibia de una pierna y con ella hace una quena para interpretar un yaraví de lamento ante el asombro y espanto de una iglesia inquisidora.

 

A su retorno a la tierra que lo vio nacer, publicó “El Quijote y los perros”, una antología del terror político que reúne los relatos de varios autores. Y, sin dejar de criticar a los gobiernos que asolaron el país, quiso dejar un testimonio de la tragedia boliviana a través de sus historias noveladas. Él mismo, en una de las tantas entrevistas que le hicieron, a veces con la intensión capciosa de tacharlo de “revisionista de la historia”, manifestó que él escribía sus obras “con un contenido de corte realista (...) Yo no utilizo la historia oficial, yo hago mis propias investigaciones...”.

 

Militante de la izquierda

 

En su juventud militó en el Partido de Izquierda Revolucionaria (PIR) y, posteriormente, simpatizó con los postulados del Partido Comunista de Bolivia (PCB). Participó en la revolución de 1952, junto a varios intelectuales comprometidos con la causa de las mayorías nacionales, como Sergio Almaraz, René Zavaleta Mercado, Carlos Montenegro y otros. Asimismo, participó en la fundación de la Central Obrera Boliviana (COB) y se vio homenajeado como trabajador gráfico e intelectual progresista, al ser designado responsable del periódico “Rebelión”, al lado de Enrique André y Waldo Álvarez, primer ministro de trabajo en el gobierno socialista del coronel David Toro.

 

Escribió a espaldas de la fama y el dinero, y en contra de la voluntad de las clases dominantes, que usaron desde siempre a algunos escritores como a sus escribanos personales. Taboada Terán estaba hecho de otro material y con otro temple; era un ejemplo para quienes escribían con libertad sobre la libertad y un paladín de las causas justas. Jamás ocultó sus ideales socialistas y jamás dejó de tener el corazón puesto al lado de las aspiraciones de los más desposeídos, consciente de que la liberación y el destino de un pueblo no estaban en manos de las oligarquías, sino en manos del mismo pueblo.

 

A lo largo de su vida se enfrentó a esa cáfila de entreguistas de nuestros recursos naturales y no se cansó de repetir que los cambios radicales del país pasaban por la descolonización y la revolución cultural. Su compromiso con las fuerzas del cambio quedó probado, por ejemplo, cuando estuvo en la Plaza de la Revolución de la Habana, donde cantó “La Internacional” con el puño en alto: “arriba los pobres del mundo. De pie los esclavos…”, y cuando se entrevistó con algunos de los ideólogos de la izquierda latinoamericana, como sucedió en Santiago de Chile, donde conversó con Salvador Allende, presidente socialista hasta el día en que lo tumbó el dictador Augusto Pinochet, en septiembre de 1973.

 

Un cordial encuentro

 

Lo encontré en Cochabamba, en ocasión del Quinto Foro de Escritores Bolivianos, que se desarrolló en el Centro pedagógico y cultural Simón I. Patiño, entre el 22 y 23 de julio de 2011. Se me acercó con un cansino andar, un saludo cordial y una sonrisa que se dibujaba debajo de sus bigotes recortados al estilo Zdanov. Estaba con su infaltable gorro y sus gruesos anteojos caoba; lucía un saco oscuro, una camisa blanca y una corbata a cuadros. Entablamos una amena conversación, mientras las arrugas tatuadas en su rostro daban testimonio de un hombre que había aprendido a vivir con intensidad y sabiduría. Aún tenía la mente lúcida y el don de un conversador nato. Hablamos sobre los cambios políticos que se estaban produciendo en el país y, como es natural, de los nuevos proyectos literarios que tenía en preparación. Me confesó que tenía en marcha sus memorias y una antología de los mejores trabajos poéticos que se publicaron en Bolivia.

 

Antes de despedirnos, me pasó su tarjeta de presentación y quedamos en reencontrarnos en La Paz, donde, según me dijo, trabajaba como Consejero Cultural del Banco Central de Bolivia y tenía una oficina en la calle Ingavi 1005. Pero el reencuentro no fue posible, porque tuve que retornar a Suecia a los pocos días de haberse realizado el Quinto Foro de Escritores. Sin embargo, como recuerdo de ese encuentro que se dio de manera amigable y casual, conservo una fotografía que nos tomó el periodista y bibliógrafo Elías Blanco Mamani en los predios del Palacio Portales de Patiño, donde se efectuó una exposición de libros de varios autores nacionales.

 

Su legado y su muerte

 

Ahora que la muerte se lo llevó, el pasado 8 de junio de 2015, a los 86 años de edad, tras haberse enfrentado a varios problemas de salud y haberse negado a ingerir sus medicamentos en los últimos días de su vida, sólo me queda sumarme al lamento de quienes leímos su obra con infinita pasión y rendirle un sentido homenaje a su memoria, porque Néstor Taboada Terán será siempre el portavoz de los de abajo, el prolífico autor del realismo social y el escritor que supo trocar el sufrimiento humano en auténticas joyas de la literatura boliviana; más todavía, puedo aseverar que los escritores de su talla no se van para siempre de este mundo, pues dejan las huellas de sus pasos por la vida y nos dejan un legado imperecedero estampado en sus obras, a través de las cuales reviven una y otra vez en manos de sus lectores.

 

Víctor Montoya es escritor boliviano

 

https://www.alainet.org/es/articulo/170690
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