Globalización neoliberal y desmantelamiento del Estado del Bienestar

02/07/2012
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Actualidad del tema
 
Hace ya como unos cuarenta años que se inició el giro hacia una desinstitucionalización de los derechos sociales, vinculados al Estado  del Bienestar que la sociedad había venido fraguando fatigosamente desde finales del siglo XIX. La conquista  de esos derechos no es algo que haya caído del cielo, sino que ha supuesto una lucha para superar  todas aquellas situaciones de alienación y opresión que humillaban, esclavizaban, marginaban o discriminaban al ser humano. Había una conciencia,  más que una formulación jurídica, que afirmaba la igual dignidad de todo ser humano y esa conciencia llevaba a protestar por indignas situaciones concretas.  Eran situaciones contra la dignidad humana.
 
 En Occidente, el tema de los derechos humanos no tiene sentido si lo desvinculamos de la dignidad de la persona humana. Ella es  como  el núcleo y referente básico en todo el despliegue de los  derechos humanos.  Hay como una indivisibilidad entre una y otros.
 
Lo preocupante del tiempo que vivimos, años 1970 al presente,  es que, quizás sin advertirlo o sin quererlo admitir realmente, estamos asistiendo a una lucha descarada por parte del neoliberalismo moderno para derrotar esos derechos y descontruir las políticas del Estado  del Bienestar. Hubo un tiempo en que las desigualdades y los desequilibrios sociales eran admitidos por  el mismo neoliberalismo como un mal  y consideraba  ético aplicar compensaciones contra esas desigualdades, que hicieran menos dolorosa la vida de los más pobres y desfavorecidos.
 
Hoy no. Hinkelammert dice que hemos pasado  del liberalismo “utópico” al liberalismo cínico. Dicho llanamente: la globalización neoliberal ha emprendido directamente, como  objetivo  prioritario, la deconstrucción y reformulación de la idea de la dignidad humana. Esto significa que determinadas élites  económicas, culturales y políticas, para allanar el camino hacia una acumulación ilimitada del capital, han pasado a hacer una guerra contra todo lo que sea límites  jurídicos y políticos del Estado  del Bienestar.                    
Este capitalismo cínico no tolera que todos hayamos de asumir cargas sociales  para lo protección de los débiles, los perdedores y los extraños a la comunidad, para lo cual se propone eliminar los  consensos anteriores sobre la dignidad humana y derechos sociales y eliminar la misión del Estado del Bienestar, a quien ve como amenaza  para el futuro de las sociedades libres capitalistas.
 
Todo esto presupone  redefinir jurídicamente qué es lo humano.
 
Pues bien, el  capitalismo cínico afirma ser él el  único sistema válido y posible, con fallos estructurales muy graves ciertamente, pero que son  límites de la realidad misma, por lo que no cabe más que aceptarlos, ya que no hay  otras alternativas.
 
Este capitalismo anuncia sin rebozo la verdad del sistema, no hace falsas promesas, anuncia que lo que ocurre es intrínseco al propio  sistema. Las desigualdades, las injusticias,  la cantidad de gente sobrante con problemas y carencias irremediables, son cosas consustanciales al mismo sistema, que no se pueden  compensar  con sistemas de protección social.  Todo es consecuencia del valor guía del modelo neoliberal: la competitividad.
 
 Como muy bien escribe el profesor Juan Antonio Senent, “En las última décadas, se han sustituido las referencias al interés general y las promesas de una sociedad para todos, por el anuncio y celebración de un modelo de sociedad en el cual el valor guía es la competitividad… El hecho de que se produzca desempleo, pobreza y exclusión  para los perdedores, prueba que el sistema funciona correctamente; pues tendrá como correlato el éxito profesional, la opulencia y el poder  de los que se alzan triunfantes sobre el fracaso de los otros…No todos los seres humanos son dignos  o valiosos, sino que esto se mide por su propio éxito, o “mérito”, y por tanto no todos serían merecedores  de igual respeto y consideración...
 
En consecuencia,  por más que ideólogos neoliberales reafirmen  como sacrosanta la institución de la  democracia liberal y el respeto de  los derechos humanos, en los países occidentales la globalización neoliberal ha instaurado  el “mercado libre” , como usurpador  tanto de la soberanía política  de las sociedades democráticamente constituidas como de la garantía de los derechos humanos” ( La Dignidad humana, el horizonte  utópico de los sistema jurídicos  inclusivos, Exodo, Nº 114, 2012).
La “libertad de mercado” es la regla suprema, que la detentan e interpretan a su arbitrio los empresarios. Ellos, en caso de conflicto, determinan qué derechos  humanos deben ser sacrificados.
 
 El “mercadocentrismo”  aparece, pues,  en la modernidad neoliberal, en opinión de Hinkelammert, como institución suprema frente a la cual los seres humanos aparecen como piezas subalternas de la misma.  El derecho a operar  en el mercado es el que se sobrepone a todos los demás derechos, sean civiles, sociales o políticos. Sobreposición e imposición gradual, pero  inapelable, de un “imperialismo económico” que no espera de los ciudadanos   más respuesta que la de un sometimiento ciego.
 
La justicia, en este enfoque neoliberal, coincide con el cumplimiento de la legalidad, que viene dictada por la sociedad de mercado, en ella  son objeto de obediencia las leyes del mercado, el derecho de propiedad y la libertad contractual, no hay “otras reglas morales”.  “Lo que se hace  en el mercado y se produce desde él,  es justo por sí mismo. Por ello no es posible una crítica del mismo en nombre  de sus resultados, aunque genere condiciones de muerte  para muchos seres humanos y para la propia naturaleza” (Juan Antonio Senent, Idem).  
 
Recuperación y defensa de la dignidad  y derechos universales del ser humano
 
Con natural fuerza y legitimidad debemos afirmar que la darwinística ideología neoliberal es extrínseca a la civilización occidental, en tanto que es consustancial a la misma la idea de una dignidad humana  que alcanza por igual a todos los seres humanos.
 
Todas las corrientes básicas de nuestra cultura avanzan en la misma línea. La cultura grecolatina y la tradición judeo-cristiana supieron de una y otra manera  establecer como esencial el dato de la semejanza fundamental de todos los seres humanos: “homo homini sacra res”, el hombre es cosa sagrada para el hombre”, decía Séneca. Todos,  afirma, el judaísmo, sea cual fuere su posición social o política, deben ser tratados justa y correctamente atendiendo a sus necesidades.
 
Todo el Nuevo Testamente es una declaración radical de la igualdad y fraternidad universal, de crítica  contra todo intento de poder y dominación, de toda forma de relación que suponga  exclusión y discriminación. En el mensaje de Jesús, los primeros serán los últimos y los últimos los primeros. Construir una sociedad desde la primacía de los últimos es una revolución sin precedentes, un devolver la dignidad a todos y cada ser humano y un Manifiesto de  incompatibilidad de lo más esencialmente cristiano con la ideología neoliberal: “No hay judío ni griego: no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer, porque todos sois uno en Cristo” (Pablo de Tarso, Gálatas, 3, 28). Y Jesús, “Todos vosotros sois hermanos”.
 
Esta sacralidad universal de la dignidad humana  no sólo tuvo reconocimiento en la Antigüedad y en la Edad Media en clave ético-religiosa, sino que la modernidad la asume y redefine desde una matriz secular y racional, desvinculada de instancias propiamente transcendentes. La categoría humana es percibida como diferente al resto de los seres por su racionalidad y libertad, las cuales fundamentan su valor y le declaran “fin en sí mismo”,  no simple medio de ninguna acción humana.
 
Esta visión secular humanista concluye también que  el ser humano tiene un valor específico, que  está por encima de todo precio, valor ilimitado, en tanto que las cosas se distinguen por tener precio, un precio  cuantificable y limitado.
 
Entendemos perfectamente que la Declaración Universal de los  Derechos Humanos proclame: “ Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos” (Art. 1) y “Toda persona, como miembros de la sociedad, tiene derecho a la seguridad social, y obtener mediante el esfuerzo  nacional y la cooperación internacional, habida cuenta de los recursos del Estado, la satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales, indispensables a su dignidad y al libre desarrollo de su personalidad” ( Art. 22).
 
Si queremos seguir viviendo humanamente, no tenemos más alternativa que combatir la clasista y despiadada ideología neoliberal, hoy globalizada. Ningún ser humano es objeto de explotación y dominación y nada  hay que pueda justificar la guerra  como pauta de comportamiento social. El principio de la fraternidad universal se convierte en justicia y solidaridad, y son las que nos llevan a rebelarnos contra todas las formas de humillación y marginación  de los seres humanos. El neoliberalismo se ha equivocado, distorsiona la convivencia  humana y no puede garantizar un futuro de esperanza y de paz para todos.
 
“El hombre no es lobo para el hombre sino hermano”.Esa es la utopía verdadera, única válida y con futuro para la humanidad.
 
- Benjamín Forcano es sacerdote y teólogo.
https://www.alainet.org/es/articulo/159238
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