Foro Permanente: Debate sobre la Madre Tierra

27/04/2010
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Durante el intenso par de semanas del periodo anual de sesiones formales del Foro Permanente de Naciones Unidas para las Cuestiones Indígenas, hay tiempo para muchos intercambios y para muchísimos debates. Uno de los temas en la agenda de este año ha sido el de la Madre Tierra y sus derechos. Ha habido debate en el pleno tras la presentación del estudio realizado por Carlos Mamani y por mí mismo, ya publicado en este blog (entrada del 22 de abril, Día Mundial de la Madre Tierra). Lo ha habido también en un seminario organizado por Bolivia y, cómo no, en pasillos. Al mismo tiempo que se desarrollaba el Foro Permanente, se ha celebrado en Tiquipaya, Cochabamba, Bolivia, la Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra. Reflexiono sobre los argumentos contrarios a esto último, a la consideración de la Tierra como Madre dotada de derechos. Algunos son de peso.
 
El más consistente es por supuesto el que entiende que de algo sin entidad de sujeto consciente y responsable no puede predicarse derechos y que la predicación puede debilitar o incluso servir para cancelar los derechos de quienes tienen capacidad de conciencia y responsabilidad, los seres humanos, todas y todos cuantos somos individuos de la humanidad. Los derechos son humanos y sólo pueden ser humanos. “Demasiado hemos luchado por los derechos humanos para que ahora nos vengan con que es la naturaleza quien tiene derechos y más derechos que nosotros”, alguien arguyó. Efectivamente, hay formas de proponer derechos de la naturaleza que pueden resultar lesivas para los derechos humanos e incluso deliberadamente atacarlos.
 
También se ha dicho estos días: “El lenguaje de derechos es un lenguaje del colonialismo que hay que superar; de lo que hay que hablar es de obligaciones y, ante todo, de nuestras obligaciones con la Madre Tierra”. Cuando al tiempo se está sobrentendiendo que, pues la naturaleza no puede defenderse a sí misma, los Estados son quienes han de hacerse cargo de esta imposición de obligaciones, el argumento es más que inquietante. Y no dejaría de serlo porque la defensa se atribuyese a los pueblos indígenas en tales términos de superación o postergación de los derechos humanos. Existe un viejo ecologismo defensor de la naturaleza con indiferencia hacia las personas concernidas a ras de tierras y a veces incluso contra ellas, descalificándolas como si fueran ignorantes del medio en el que viven y depredadoras de sus recursos. Ahora se vendría a una posición equivalente por otras vías y en beneficio de los poderes de unos Estados en vez del de los manejos de unos grupos que se pretenden voceros de intereses generales por investidura de su presunta ciencia, de una ciencia sin conocimiento local.
 
El argumento resulta menos consistente en aquello que lo parece más y esto es en la presuposición de que, faltando conciencia y responsabilidad, no cabe reconocimiento de derechos. ¿De qué sirve predicarlos si el sujeto a quien se le atribuye carece de capacidad para hacerse cargo; para asumirlos, ejercerlos y defenderlos? Entonces, de ser esto así, de no poder predicarse derechos de quienes no cuentan con la capacidad de hacerlos suyos y activarlos, no correspondería reconocer derechos de los niños y niñas o de quienes sufren alguna forma de incapacidad mental de nacimiento o sobrevenida, como el alzheimer avanzado. Si no se pudiera reconocerse y hacerse valer derechos de estas personas, estaríamos en el paraíso de la eugenesia nazi, pesadilla para las víctimas. El holocausto se extendió a bastante gente y en parte utilizando el argumento de que no todos los individuos son personas, esto es sujetos merecedores de derechos, y que al Estado corresponde determinar quienes merecen o no merecen serlo. Igual daría que este poder se le asignara hoy a instituciones internacionales.
 
Lo que estoy arguyendo es que no sólo se puede distinguir entre sujetos de derechos y capacidad de ejercerlos, sino que se debe para que todas y todos los seres humanos efectivamente los tengan. A efectos prácticos, hay fórmulas de custodia por parte de personas relacionadas en razón de familia u otra o de magistraturas u otras instituciones independientes cuya función es la de defender derechos en nombre y en interés de quienes no pueden valerse por sí mismos. Si algo así se propone para la defensa de la naturaleza tras reconocérsele derechos y en consecuencia de ello no se está inventando nada nuevo. Para intereses sociales difusos que pueden ya interesar a la defensa del medio ambiente o de recursos naturales se está de hecho poniendo en funcionamiento mecanismos similares a los tradicionales de tutela, por ejemplo, de la niñez.
 
No hay una gran distancia o alguna diferencia de fondo entre defensa de la naturaleza y defensa de humanidad discapacitada. Pensemos en las generaciones futuras, en los seres humanos que nos sucederán. ¿No tienen derechos? Han de tenerlos. ¿Pueden defenderlos? No, evidentemente. Tienen por ejemplo indudablemente el derecho a una naturaleza con la que puedan convivir y en la que puedan vivir. ¿Cómo se defiende este derecho? Hace años que la comunidad internacional está intentando ofrecer medios como, por el ejemplo, el del desarrollo que se dice sostenible o el del que se califica como humano. Bien está, pero en la práctica dichas fórmulas se están demostrando notoriamente insuficientes, apenas paliativas de una degradación imparable de la naturaleza que acabará haciendo imposible cualquier derecho humano. Los derechos de los seres humanos del futuro no están amparados. Reconocer derechos directamente a la naturaleza del presente no sólo fortalecería su defensa, sino que permitía la extensión de los derechos humanos a quienes nos sucedan sobre esta tierra, madre de las gentes vivientes y de las gentes por vivir, de todas y todos realmente.
 
Otro argumento aparentemente sólido contra los derechos de la Madre Tierra se ha manifestado con fuerza. Según se alega, una cosa es defender la naturaleza para la humanidad tanto presente como futura y otra muy distinta elevarla a una posición religiosa. La Pachamama, la Madre Tierra de los pueblos andinos, sería una divinidad cuya adoración estaría intentado imponerse al resto de la humanidad a través de la ocurrencia de derechos de la Madre Tierra. Como el propio colonialismo pone de manifiesto, la invocación de derechos de la divinidad ha sido una forma de negar derechos de la humanidad. ¿Cómo es que pueblos que han padecido lo peor del colonialismo cuales los pueblos indígenas de los Andes están ahora predicando los derechos divinos de la Madre Tierra contra los derechos humanos de las personas? ¿No representa esto una victoria póstuma del propio colonialismo pretérito, el español en el caso? Carlos Mamani respondió que la consideración de la Madre Tierra como una diosa de gente supersticiosa fue la visión de un colonialismo incapaz de comprender que pueda haber espiritualidad humana sin un dios ultraterrestre. Dicho de otra forma, Mamani insistió en que consideración y el respeto por la Madre Tierra no es ni nunca ha sido una religión.
 
Es el colonialismo el que reducido la espiritualidad humana a religión inhumana. Este último argumento creo que merece ulterior atención en relación siempre con la Madre Tierra y sus derechos. De parte, para entendernos, occidental, pensamos que el terreno de encuentro, en términos de derechos, de una humanidad plural es el de la laicidad, de una laicidad lesiva de tanta espiritualidad humana. Miramos con desconfianza a cualquier manifestación de este género. Alimentamos el prejuicio de que las formas no religiosas de espiritualidad humana constituyen religiones iguales o peores que la religión moralmente impositiva e intelectualmente dogmática de matriz europea. Somos incapaces de entender que haya espiritualidades no lesivas, sino incluso favorables, a la convivencia de la humanidad y a su sintonía con la naturaleza, a la simbiosis pacífica en fin entre la una y la otra. En este otro escenario de una espiritualidad tan humana como natural no existe la fatal contraposición entre humanidad y naturaleza del prejuicio europeo y euroamericano.
 
¿Tomamos en consideración los derechos de la Madre Tierras sin los prejuicios, los fantasmas y los temores de raíz colonialista? Ahí creo que la cuestión última radica.
 
- Bartolomé Clavero es Vicepresidente del Foro Permanente de Naciones Unidas para las Cuestiones Indígenas
https://www.alainet.org/es/articulo/141054
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