Un mundo invadido por discursos de paz y fragmentado por guerras

23/07/2014
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Bogotá, 24 de julio de 2014. Si el siglo pasado fue protagonizado por olas de guerras, entre otras: dos guerras mundiales, la guerra fría y la guerra del golfo, la humanidad esperaba iniciar un nuevo milenio de paz. Desgraciadamente, es un sueño que aún no se ha hecho realidad.
 
Sin embargo, los discursos de paz nos invaden cada vez más: políticos, líderes religiosos, movimientos sociales, intelectuales, ciudadanos de todas partes del mundo hablan de la paz, de la necesidad que tenemos de ella para cambiar la sociedad y humanizarnos.
 
Mientras tanto, las noticias que recibimos a diario en los medios, las imágenes que nos llegan de las redes virtuales y los gritos de inocentes, entre ellos mujeres y niños, presentan una “pornografía” de la violencia. Los desplazados y refugiados por los conflictos armados son la cicatriz de las múltiples heridas y desgarramientos provocados por las guerras.
 
Ante esta realidad ambivalente, por un lado la explosión de discursos de paz y por el otro la multiplicación de guerras nuevas y viejas, algunos intentan justificar la guerra. De hecho, desde la antigüedad, no sólo los guerreros sino gente pacifista e incluso las religiones, por ejemplo la iglesia católica, buscaron justificar algún tipo de guerra en nombre de la evangelización, el derecho de gentes, etc. Incluso se habló de guerra justa. Razones y argumentos no han faltado para justificar la guerra.
 
Se utiliza, en algunos casos, el vocablo “guerra” para cometer atrocidades, genocidios y violencias gratuitas. No sólo se intenta justificar la guerra, sino que ella sirve de justificación y de pretextos para destruir, matar, aniquilar. El argumento de la fuerza viste de verdad las mentiras para obligarnos a escoger un bando, a tomar partido, a ser parte de la guerra. Quienes no quieren ser parte de la guerra son calificados de “terroristas”, “traidores”, etc.
 
Poco a poco, nuestras mentes se ven infectadas del virus de la guerra que nos lleva a ver las cosas en negro y blanco. En nuestros corazones crece la mala hierba de la indiferencia, la insensibilidad, o la cizaña del odio y el fanatismo. Nos convertimos en “máquinas deseantes” de la guerra. Volvemos simples engranajes de la “guerra total” que la humanidad hace contra sí misma.
 
Pero, ¿por qué seguimos hablan de la paz y de su necesidad? El filósofo alemán Immanuel Kant dice que es una prueba fehaciente de que queda aún en nosotros algo bueno y, por lo tanto, podemos esperar en la posibilidad de construir la paz mundial.
 
El filósofo francés Emmanuel Lévinas señala también que siempre la paz podrá brotar de nosotros e incluso de nuestros egoísmos, gracias a la presencia del otro. Incluso la paz sería esta misma relación que uno teje con el otro, en la que no se busca borrar su alteridad, sea por medio de su destrucción o de su asimilación, sino acoger al otro tal como es.  La paz es el otro nombre de la hospitalidad.
 
Efectivamente la hospitalidad puede ser el camino para reconocerme a mí mismo y al otro y también para discernir que la guerra, bajo todas sus formas, es destrucción de mi relación con el otro. Es autodestrucción: aniquilación de mí mismo, del otro y de la humanidad de la que somos parte. Es siempre injustificable. No la necesitamos en un mundo humano.
 
La hospitalidad es la posibilidad de crear y fortalecer los vínculos, los lazos y la relación con el otro que no es yo y que es diferente. Consiste en salvar las diferencias y salvar al diferente, no destruirlo, para enriquecernos, embellecer nuestra sociedad, nuestro mundo.
 
Desde la hospitalidad, las diferencias (de opinión, interés, religión, etnicidad, etc.) no son consideradas motivo de guerra, sino ocasión para dialogar y construir mejores relaciones y un mundo lleno de colores. Una humanidad digna de su nombre, es decir: a la vez diferente y única. Nuestra humanidad.
 
Wooldy Edson Louidor, docente e investigador de la Pontificia Universidad Javeriana
 
https://www.alainet.org/es/articulo/101880
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