Guatelinda: Un Pacto Nacional

21/05/2012
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Pareciera que el nombre mismo se convierte en una condena, una especie de maleficio original; quizá por eso, es cada vez más común que llamemos al país “Guate” y no “Guatemala”: como evitando pronunciar las últimas dos sílabas, las cuales evocan la situación en que nos encontramos como sociedad.  Nos duele en lo más superficial del artificioso orgullo nacionalista escuchar o leer esa frase trillada en periódicos y noticieros extranjeros: “estamos saliendo de Guatemala para caer en Guatepeor”; y utilizamos sufijos seductores para ponerle un tono positivo intentando cualquier redención semántica: Guatelinda, Guatebuena, Guateamor.
 
El origen del nombre Guatemala es una imposición que tiene sus raíces en un idioma extranjero, de pueblos indígenas provenientes de lo que hoy es México, quienes llegaron con los invasores españoles: Quauhtlemallan nos llamaban, lugar de muchos árboles.  Nuestros abuelos y abuelas, los que habitaban acá, le llamaban a este territorio Ixim Ulew, tierra del maíz. Una composición mixta entre maíz y árboles es la mejor descripción para este bendito lugar. A lo mejor sea muy tarde en la historia para pensar en modificar el nombre del país, o puede ser que no. Quizás, solo quizás, sea algo necesario.
 
No se escandalice todavía estimado lector, piénselo por un momento, no es precisamente el nombre de Guatemala el problema nuestro; más bien es el origen y conformación de esto que hoy llamamos nación guatemalteca.
 
Los escritores de opinión conservadores y los historiadores que se favorecen del estado actual de la realidad social en Guatemala, dicen que es natural que los vencedores impongan su sistema de creencias, costumbres y valores, y siendo que los españoles vencieron militarmente hace 500 años, a los pueblos indígenas no les queda más que aguantarse; “Así es la historia” aseguran con prepotencia. Se olvidan que la historia se construye día a día. Si buscamos, no en las páginas de la historia oficial contada por los “vencedores” sino, en la historia contada desde la resistencia de los pueblos indígenas que habitan esta tierra, es fácil y contundente el hallazgo político cultural de la existencia de cosmovisiones maya, garífuna y xinca y su concreción en las actividades de producción y reproducción de sus formas de vida.
 
Guatemala es diversa pero sus leyes están hechas respondiendo sólo a una forma de entender el mundo: la occidental, heredada a través de la imposición española de la cosmovisión griega y romana judeocristiana. Uno de sus pilares, originado en la sociología positivista, es la idea del progreso lineal, del tránsito desde un estado de subdesarrollo a uno de desarrollo, similar al que viven sociedades como la europea. Esta idea de desarrollo domina las acciones económicas que impulsan los gobiernos con vehemencia en el país al permitir la instalación indiscriminada de industrias extractivas y la explotación del trabajo.
 
Para un nuevo Guateintento de nación que pretenda construirse como una realidad diferente, se necesita un pacto original alternativo, un contrato social en el que no sean las élites las únicas con voz y voto. Esa posibilidad no parte de una convocatoria del gobierno militar que hoy detenta la administración del Estado o de algún “bien intencionado proceso” empresarial que busque recuperar los valores cívicos en la vida de cada consumidor de aguas gaseosas. Esa construcción parte de las luchas de clase, de género, de pueblos indígenas y grupos juveniles. Todas las luchas son necesarias y todas son importantes, son diversos modos de entender el mundo que deben dialogar. ¿Cómo se plasma en una nueva Constitución de la República: el respeto a la Madre Tierra, el cuidado de los cerros y los ríos sagrados, la armonía con el cosmos y la comunidad? ¿Es posible un pacto tal cual o el camino son las autonomías multinacionales? Dilucidar este dilema y construir nuevas realidades es el reto del pacto social de futuro, fruto no de la concesión desde el poder sino desde su disputa.
 
- Pablo Sigüenza Ramírez, Colectivo de Estudios Rurales IXIM.
 
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