Estado policiaco en Puerto Rico

22/04/2012
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Artículo publicado en la Revista América Latina en Movimiento No. 474: La descolonización inconclusa 06/02/2014
Acaba de ser designado como Superintendente de la Policía de Puerto Rico un notorio agente del Buro Federal de Investigaciones (FBI), de origen puertorriqueño, importado desde Miami y con un expediente verdaderamente nefasto. Responde al nombre de Héctor Pesquera García. Hace años dirigió la oficina de la policía política estadounidense en Puerto Rico y ahora ha regresado, seguramente impuesto por el Homeland Security Agency, como impuestos han sido en el pasado otros agentes del FBI a ese cargo.
 
Se trata de un enemigo declarado del movimiento independentista, cómplice de la derecha terrorista del exilio cubano—Posada Carriles y otras malas yerbas— y a quien se le señala como participante en actos terroristas contra Cuba y Venezuela. Un terrorista de Estado. Ese es el personaje que nos quieren endilgar Fortuño y los federales, alegadamente para que nos ayude a salir del atolladero de violencia y criminalidad que se ha apoderado de Puerto Rico desde hace varias décadas. Y de paso, para que conspire contra el movimiento patriótico puertorriqueño.
 
Fortuño y los federales pretenden imponer la más dura de las manos duras, incapaces como han sido de asegurar al menos un poco de tranquilidad al pueblo y presionados por el tono cada vez más alto de la protesta popular, que sufre la angustia de una violencia imparable y avasalladora.
 
La designación de Pesquera a la superintendencia de la Policía ocurre diez y nueve años después de que el entonces gobernador Pedro Rosselló, correligionario de Fortuño, convocara a la Legislatura con carácter de urgencia, para ofrecer su propuesta de “mano dura contra el crimen”. Ello ocurrió el 11 de febrero de 1993. Rosselló había juramentado el dos de enero anterior. Ese mes hubo 104 asesinatos en el país. Con apenas siete páginas de un discurso peligrosamente superficial y agresivo y con el apoyo incondicional de la Legislatura del anexionista Partido Nuevo Progresista (PNP), se inició un proceso que incluyó, entre otras medidas, la ocupación de comunidades pobres por la Guardia Nacional de Estados Unidos en Puerto Rico (compuesta principalmente por puertorriqueños), la celebración de un referéndum para derogar el derecho constitucional a la fianza (celebrado en 1994 y que perdió gracias a la sensatez de la mayoría del pueblo), la construcción de prisiones, el reclutamiento masivo de policías y una “declaración de guerra” a los criminales.
 
Según datos oficiales, en estos diez y nueve años de política de mano dura (1993-2011), en Puerto Rico han sido asesinadas 15,499 personas, un promedio de 815 personas al año. Las cifras más elevadas han ocurrido precisamente en 1993 (954), 1995 (995) y 2011 (1,136).
 
Pero esos números, no reflejan lo peor: el clima general de violencia desatada por todos y todas como cosa normal, promovida como si nada por los medios de comunicación que la mercadean como si fuera un objeto deseado, auspiciada y tolerada por funcionarios de gobierno que han perdido toda responsabilidad cívica, ejecutada por cónyuges contra cónyuges en nombre del amor, por padres y madres contra hijos, jóvenes contra ancianos, vecinos contra vecinos o desconocidos contra desconocidos.
 
Esa realidad es el pan nuestro de cada día en el que estamos implicados todos y todas, un profundo problema social con raíces muy profundas de carácter económico, cultural y humano, que ciertamente no constituye en su origen un problema policiaco.
 
En este país se cometen cada día miles de actos de violencia, la mayoría de los cuales no adquiere naturaleza de delito. Los responsables de gran parte de esos actos no son delincuentes, ni miembros del punto, ni gatilleros, ni asaltantes. Son ciudadanos como usted y como yo, que nos hemos ido contaminando de esas formas violentas e insensibles para dilucidar cualquier situación, como si se tratara de la cosa más normal del mundo.
 
Frente a ese cuadro de raíces profundamente sociales, nada puede hacer la Policía que no sea atender los casos que le sean informados, luego de que los hechos hayan acaecido. Menos aún cuando a la propia Policía se le señala como responsable directo y principal de muchos de los peores episodios de violencia que ha sufrido nuestra sociedad en los pasados años.
 
Lo que Puerto Rico necesita con carácter de emergencia no son más policías armados hasta los dientes, ni superagentes del FBI manchados con lo peor; ni políticas de mano dura que nos han llevado al desfiladero. No es más represión lo que necesitamos, ni más actos de fuerza bruta, o de imposiciones imperiales.
 
Lo que Puerto Rico necesita urgentemente son fuentes de trabajo, atención amorosa a nuestros niños, poder para controlar nuestro espacio marítimo, aéreo y terrestre (que está bajo el control absoluto del gobierno de Estados Unidos, desde la invasión militar de 1898, hace casi 114 años) y nuestro destino todo; justicia distributiva en un país en el que el 20 por ciento más rico de la población posee más del 50 por ciento de la riqueza mientras que el 20 por ciento más pobre apenas es dueño de menos del dos por ciento; que cese el consumismo vicioso que impone la idea de que se vale por lo que se tiene y no por lo que sé es.
 
Lo que necesitamos es una visión salubrista que eche a un lado las visiones represivas y policíacas que tanto daño nos han hecho. Lo que necesitamos es un sistema educativo integrador, patriótico y pertinente; medios de comunicación de masas que dejen de ser cómplices de la promoción inescrupulosa de la violencia y el odio.
 
Necesitamos imponer nuevas visiones de mundo, nuevos paradigmas, en los que predominen el amor, la solidaridad, el respeto, la justicia, la igualdad, el culto al trabajo y al estudio y el deseo de servir al prójimo y al País. De estas cosas ni Fortuño, ni Pesquera, ni el Homeland Security saben un comino. Ni les interesa saber.
 
Es, por lo tanto, tarea nuestra, ineludible, inexcusable, en la que, literalmente, se nos va la vida. Es un reto que va íntimamente tomado de la mano de la lucha grande por edificar una nación en libertad, en la que el ser humano y la naturaleza sean razón de ser esencial, en la que la represión, la dominación extranjera y la injusticia no tengan cabida.
 
Por eso, al reflexionar sobre esta que es la más reciente imposición que nos viene del norte, no podemos limitarnos a denunciar a ese sujeto indeseable que ahora regenta la Policía de Puerto Rico, lo que de por sí resulta indispensable e ineludible. Tenemos que ir más allá, a la dimensión  paradigmática, a la formulación del país posible, del porvenir ese en el que podremos prescindir de efebeís represivos y cómplices de genocidas, y en el que la violencia se convertirá en palabra extraña, porque surgirá otro tipo de ser humano y otro tipo de sociedad.
 
Esa es nuestra gran aspiración, por la que luchamos a cada instante, en la que creemos intensamente y la que confiamos que será realidad concreta más temprano que tarde. 
 
Julio A. Muriente Pérez es copresidente del Movimiento Independentista Nacional Hostosiano (MINH) de Puerto Rico.
 
Este texto es parte de la revista “América Latina en Movimiento”, No 474, correspondiente a abril 2012 y que trata sobre " La descolonización inconclusa” disponible en http://alainet.org/publica/474.phtml.
 
https://www.alainet.org/es/active/54306
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