Las redes (y otras trampas) “sociales”

14/08/2010
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Setiembre será el mes en el que se ponga a prueba la capacidad crítica y la creatividad estratégica y organizativa de la izquierda uruguaya, al menos por este año. Una variedad de síntomas políticos está requiriendo diagnóstico y tratamiento y el Plenario del Frente Amplio será una ocasión de reflejarlo y afinarlo. Debemos estar muy atentos a este encuentro institucional y a sus conclusiones. He tenido ocasión de señalar mi alarma recurrente, desde algunos años atrás inclusive, por el vaciamiento de los comités de base y el languidecimiento de la participación política de la ciudadanía frentista en lo que hace a la construcción cotidiana de orientaciones y realizaciones. Algo insoslayable aún para un observador externo como quién suscribe, aunque se puedan reconocer excusas propias del acceso al poder. Pero si el FA se transformara en un partido de electores, algo así como una suerte de “socialdemocracia a la uruguaya”, dejaría de aportar sus reconocibles innovaciones al acerbo histórico de una indispensable nueva izquierda universal (u occidental al menos). Además, le costaría diferenciarse de sus oponentes locales cada vez más unificados y armados con toda la artillería publicitaria disponible y con los más actualizados recursos tecnológicos. No existe mayor mendacidad discursiva que la que porta el formato publicitario, cualquiera sea su propósito vendedor.

Pero no se agotan allí los síntomas o las señales de alarma: la ciudadanía se expresó electoralmente entre octubre del año pasado y mayo de este año invitando a una exégesis rigurosa que puede servir para darle tratamiento a los indicios de debilitamiento o deformación. Las páginas de este diario comienzan a reflejar con cada vez mayor frecuencia a través de la opinión de algunos de sus analistas, la magnitud del desafío interpretativo y de las posteriores decisiones políticas a adoptar. En esta dirección, y sin ser excluyentes, resultan muy destacables las contribuciones de Constanza Moreira o Pablo Anzalone en esta semana que culmina.

El camino inverso, por cierto ingenuo, consistiría en suponer que no existen tales síntomas porque las bases sociales y sus instancias organizativas han cambiado de forma y pueden ser sustituidas, tanto en la producción de debates y reflexiones cuanto en materia de organización, por las llamadas “redes sociales”, ya que reflejarían las apropiaciones culturales y gestos de las nuevas generaciones y resultarían más livianas, omnipresentes y desjerarquizadas. Desconozco la magnitud proporcional en la que este mito impotentizante se ha introducido en el Frente. Sólo me consta su presencia.

La sólida capacidad innovadora que permitió a la izquierda uruguaya su crecimiento y posterior acceso al poder no consistió en la apelación a las nuevas herramientas comunicacionales sino a nuevas formas de concebir la unidad, a construir colectivamente programas y desarrollar consensualmente estrategias, a la relación con las organizaciones de la sociedad civil y con las bases, manteniendo siempre un horizonte de transformación social. Contrariamente, en la aceptación de las reglas actuales del marketing político se asoma el riesgo de su decadencia. Las nuevas tecnologías no están complementando y profundizando la participación ciudadana sino introduciéndose en las campañas electorales y las gestiones de gobierno, generando una revolución en las formas tradicionales de hacer política, para bloquear o al menos debilitar aún más la acción ciudadana y la participación. El fin último de toda intervención de marketing político es operar sobre la población entendida como público, y como tal reducida a un simple dato desde el punto de vista de sus opiniones, de sus maneras de hacer, de sus comportamientos, de sus gustos e inclinaciones.

Si bien la publicidad y el marketing, por oposición al discurso develador y crítico, siempre fueron recursos de la política burguesa, las nuevas tecnologías en general y las redes sociales en particular permitieron una sofisticación de sus mensajes y una mayor capacidad de penetración segmentada y precisa. Y la razón es que los perfiles son aportados por los propios usuarios de las redes sociales privadas o de software propietario, cuyo negocio consiste en ponerlos a disposición de los publicistas y sus clientes. Facebook es el mejor ejemplo por la amplitud cualitativa y cuantitativa de los datos con los que cuenta, sobre los que pretende además ejercer la más soberana propiedad.

De todas formas no es el único caso, sino que es sólo el más agudo hasta el momento dentro de la dinámica de interacción social y cultural del propio ciberespacio en general. El hecho de que una de las características centrales del capitalismo sea la competencia libreconcurrente, no implica que los capitalistas actúen en su defensa. Más bien por el contrario, hasta los kioscos o almacencitos instalados con la indemnización por despido o retiro voluntario en épocas “flexibles” intentan ubicarse en puntos de baja o nula competencia. El monopolio es la mayor tentación del “empresario” y para ello la apropiación de información es decisiva. Fantasía tanto más realizable cuanto mayor sea la empresa. En la rama informática esta tentación se amplifica por la velocidad inusitada de la acumulación de capital, como lo refleja la volatilidad de los índices Nasdaq contra los pesados números del Dow Jones industrial.

Además de Facebook, por ejemplo, Google es un exponente más de esta lógica aunque, a diferencia de sus competidores, no se concentra -al menos en esta fase de su acumulación- en la demanda de derechos monopólicos ideológicamente construidos para la imposición de una arquitectura jurídico-institucional de defensa de la ¨propiedad intelectual¨. Tampoco hace uso generalizado, como sí hacen otros, del terrorismo ideológico con expresiones como “piratería”. Sus desarrollos se han centrado en el software libre y su fuente central de ingresos es precisamente la recaudación publicitaria lograda mediante la concentración de la atención de los usuarios en el uso de sus servicios gratuitos o en el de los sites a los que asiste con su Adsense. Algo por el momento menos dañino que vender envoltorios para bits o licencias para respirar. En la mayor parte de las querellas su postura estuvo hasta el momento del lado del usuario, salvo respecto a la censura estatal.

Hay quienes le atribuyen a Google y particularmente a sus fundadores la autolimitación ética de utilización publicitaria de los datos personales de los usuarios. A los efectos de esta discusión poco importa si es cierto porque, en última instancia, la lógica de acumulación de capital no está sostenida por la moral sino por los resultados concretos de su práctica. La política de una empresa no depende sólo de su voluntad sino de la actitud de sus rivales. Según comScore, aproximadamente el 75% de los usuarios globales de Internet, casi 944 millones de personas, usaron sus servicios en junio, más que ninguna otra compañía. Pero la publicidad on line, la principal fuente de ingresos de Google, depende mucho más de la información personal y específica de los usuarios que de los términos que usan los internautas en sus búsquedas. La cantidad (de tráfico por ejemplo) está cediendo paso a la calidad (de espionaje). Actualmente, mil usuarios espiados a fondo generan más recursos que millones de navegantes anónimos. El seguimiento de los consumidores es la base de una economía de publicidad en línea cuya facturación crece geométricamente.

El diario neoyorkino The Wall Street Journal publicó el pasado 2 de agosto un informe en el que analizó la amplia gama de cookies y otras tecnologías de vigilancia que las compañías están usando para rastrear a los usuarios de Internet. Revela a grandes rasgos que el seguimiento de los consumidores se ha vuelto omnipresente y cada vez más profundo y exhaustivo. Descubrió por ejemplo que “los 50 sitios más visitados por los estadounidenses (entre los que se encuentran varios sitios globales a los que acceden millones de latinoamericanos) instalaron en promedio 64 piezas de tecnología de seguimiento en las computadoras de sus visitantes, usualmente sin ningún aviso. Una decena de sitios instaló más de cien. La organización sin ánimo de lucro Wikipedia no instaló ninguno”. A la vez, la tecnología de rastreo se está volviendo más invasiva aunque discreta y se inmiscuye cada vez más en la privacidad de los usuarios a través de herramientas como los flash cookies o beacons.

No se trata de poner en cuestión el impulso que a la movilización de la campaña electoral del FA le dieron usuarios de las redes sociales o los celulares (compañías proveedoras igualmente comprendidas en esta breve descripción). Claro que sirven para fluidificar la comunicación, distribuir información y mejorar la toma de decisiones. Personalmente uso Facebook y twitter, además de celulares, aunque evito la publicación de todo aquello que no sea público u asequible por otras fuentes. Pero a los usuarios de estas tecnologías no nos sorprende que los anuncios publicitarios se vinculen cada vez más con nuestros intereses reales ni que nos llamen de un banco para ofrecernos alguna tarjeta, acorde a nuestro nivel socioeconómico.

Tal vez cierto carácter remolón de la cultura política uruguaya priorice por ahora la publicidad tradicional de broadcasting, con la que la derecha se ha sentido siempre tan a gusto, que se corresponde con su concepción del ciudadano-cliente. Pero no faltará mucho para que al lector le llegue conjuntamente con la oferta de un servicio algún pequeño Lacalle ilustrado o un saludable Bordaberry light.

- Emilio Cafassi es Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano.

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