Uruguay: los pliegues de una excepcionalidad histórica

10/12/2019
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Opinión
daniel_martinez_uruguay.jpg
-A +A
Artículo publicado en la Revista América Latina en Movimiento No. 546: Tiempos de estallidos sociales 03/12/2019

Es muy infrecuente que a Uruguay se le otorgue algún titular en la prensa hegemónica o en los medios audiovisuales del mainstream. A la hora de interrogar las causas, la reacción epidérmica atribuirá escasez de magnitudes o igualación al contexto de los países periféricos que comparten con el rioplatense su eclipsada realidad a los ojos de autoreferenciales dominadores. La historia es tanto una sucesión de narraciones y énfasis que disputan asignación de sentido, cuanto contrariamente, una hilada de omisiones e indiferencias que, sin embargo, persiguen idéntico propósito. Aunque no resulte sorprendente, varias particularidades que distinguen a esta esquina de Sudamérica suelen soslayarse. En el campo historiográfico particularmente el de una verdadera revolución modernista-liberal en los inicios del siglo XX con los gobiernos de Batlle, quien instaura un Estado de bienestar, de impronta secular, de derechos y libertades del que brota una cultura cívica inimaginable para estas latitudes y hasta para buena parte del mundo de entonces. La profundidad alcanzada explica que tal vanguardismo haya sido ferozmente combatido, parcialmente revertido con violencia ya en la década del ´30 y posteriormente olvidado. Más cerca en el tiempo, Uruguay tampoco logró eludir la brutal ofensiva antiobrera y represiva de los ´60 cuando se extendían los encarcelamientos, la conculcación de derechos constitucionalmente básicos y la clausura sistemática de medios de prensa durante el gobierno de Pacheco Areco. Menos aún, la posterior asolada de golpismos latinoamericanos de los ´70, devenidos terrorismos de Estado, coordinados en el plan Cóndor.

 

Sin embargo, ese Uruguay jaqueado fue produciendo potentes anticuerpos que una vez fundados comenzaron a actuar. Amplias convergencias sindicales combativas, como la de la Convención Nacional de Trabajadores (CNT) en los ´60 y la guerrilla urbana del MLN-tupamaros, el Frente Amplio (FA) como opción política en el ´71 y -como corolario del desmoronamiento de la dictadura- la creación del Plenario Intersindical de los Trabajadores (PIT) y la unificación definitiva del movimiento obrero bajo la sigla PIT-CNT en los ´80. Aquella expresión política de resistencia al inmenso autoritarismo del gobierno de Pacheco Areco, el FA, estuvo apoyado en dos pilares principistas casi elementales como el antiimperialismo y la antioligarquía, pero en términos tácticos en la superación del carácter meramente testimonial del caudal electoral de partidos de izquierdas y progresistas aislados. De este modo, acudiendo a lo sintetizado en estos dos párrafos, el FA nace como lucha contra el descaecimiento del Estado liberal-moderno que fue imponiendo la oligarquía vernácula y el imperio, pero concibiendo a la lucha electoral como camino de acumulación y transformación social por oposición a la guerrilla tupamara autoexcluida del frentismo. Expresión política reformista, por tanto, que por un lado recupera las mejores tradiciones liberales del siglo pasado, conteniendo en ellas el electoralismo, aunque a diferencia de la gran mayoría de los reformismos en el mundo pasado o presente, incluyó e incluye orgánicamente a izquierdas radicales en su estructura.

 

En consecuencia, el FA se funda como expresión unitaria de una gran diversidad teórica, ideológica y metodológica (en extremos de un arco de tal magnitud donde podríamos genéricamente ubicar al trotskismo y anarquismo de un lado y a la socialdemocracia y el socialcristianismo en el otro) que obtiene en las elecciones del mismo año -casi inmediatamente después de su fundación- una valiosa recompensa electoral de algo más del 18%, reafirmando la eficacia del proyecto que le dio origen. Pero más aún logró afirmarse mediante un protagonismo excluyente en la resistencia a la dictadura, en las cárceles, en los exilios, en los múltiples puentes de solidaridad con las víctimas del horror.

 

No es la amplitud del abanico ideológico la que considero mayor originalidad del FA, sino el hecho de no haber sido exclusivamente una coalición de partidos políticos, sino además, una articulación de militantes independientes o no de ellos, aunque siempre organizados en los territorios o sectores de actividad, mediante la estructura de los llamados “comités de base”. En reconocimiento a la heterogeneidad también organizativa (dividida entre comités y partidos o sectores) el FA le otorga a “las bases”, la mitad de la representatividad en las instancias colegiadas de dirección.

 

Caída la dictadura, emergieron junto al sindicalismo unificado, diversos movimientos sociales -con más espontaneidad y heteronomía- para capturar bajo formas variadas, demandas menos tradicionales en aspectos sumamente amplios que van desde las laceraciones del horror hasta las carencias y discriminaciones más vastas de sectores sociales oprimidos. No sólo el carácter progresista del FA permitió acoger las demandas de los movimientos, sino también fue la existencia de bases con cierta autonomía, la que facilitó diálogos, interacción multimilitante y hospitalidad política.

 

El FA no sólo fue insertándose en la sociedad y sus luchas, sino creciendo electoralmente después de su despegue definitivo en la década del ´90 (no casualmente luego de la integración de tupamaros) que obligó a los partidos tradicionales a negociar una reforma constitucional. Incorporaba el ballotage en caso de no obtener mayoría absoluta, a cambio de la eliminación parcial de la ley de lemas que permitía toda clase de candidaturas presidenciales al interior de los partidos. Tan solo en la elección posterior a la reforma, ganada por el FA con el 39%, la derecha logró vencer en el ballotage por 54% a 46 %. En la siguiente del 2004, ni siquiera se llega a segunda vuelta porque el FA se impone por el 51,68% obteniendo holgadas mayorías parlamentarias.

 

La sucesión de tres gobiernos frentistas no hizo más que mejorar la totalidad de los indicadores sociales como jamás hubo en la historia del país. Comenzando por el crecimiento sostenido del PBI, con viento de cola (como suele referir despectivamente la derecha al boom de las commodities) de frente o cruzado. Con un inicio a “tasas chinas” y una posterior mengua, en promedio los gobiernos frentistas se acercan al incremento del 5% anual. Claro que existe un debate legítimo en torno a la matriz productiva, pero la magnitud de la riqueza se ha expandido geométricamente.

 

El gasto social en relación al producto aumentó del 19,5% al 25,2%, mientras la pobreza sufrió una reducción del 32,5% a menos del 9% en la actualidad y la indigencia del 2,2% al 0,3%. El gasto social en salud no solo se ha incrementado en términos absolutos sino respecto al producto del 3,2% al 6,1%. El antiguo impuesto regresivo a los salarios, fue sustituido por uno progresivo que se extiende además a otros ingresos profesionales del que están excluidos los salarios más bajos. El IVA a la canasta básica sufrió una reducción del 4%. El incremento en educación fue del 3,2% al 4,7% del producto, lo que implica un salto enorme, aunque no haya podido cumplir la meta del 6% comprometido en el programa. Las inversiones en infraestructura o centros educativos han sido relevantes en general, pero más lo es el énfasis en la descentralización de la universidad que permitió que llegue al interior del país. Los salarios docentes se incrementaron muy por encima de la inflación que a la vez está en un dígito.

 

Estos indicadores tan resumidos podrían explicar algo del porqué el FA pudo ganar las dos elecciones sucesivas (aunque con una mengua hacia el límite de las mayorías parlamentarias y apelando al ballotage en las últimas) mientras esta última se encuentra sometida al conteo final de los votos observados mientras escribo estas líneas. Pero no pueden explicar plenamente que en 2014 se llegara con el último aliento del 48% indispensable para ganar las legislaturas o que en la primera vuelta de octubre se haya perdido cerca de 8% de los votos ni la emergencia por primera vez en la historia uruguaya de un partido neofascista dirigido por un general que obtiene 11% del electorado. Como tampoco puede explicarse mecánicamente por la exitosa realidad económico-social boliviana la caída electoral del MAS del 61% al 47%, ni el golpe terrorista actual que a la vez alienta las bravatas e invectivas golpistas de la ultraderecha uruguaya. ¿Por qué poner en cuestión el electoralismo si es la táctica original del ´71 y es parte de la gran transformación liberal? ¿Por qué dudar del peso del parlamentarismo cuando las bancas resultan un instrumento de intervención transformadora en la vida social? Porque el problema reside en el peso que han adquirido estas tácticas en detrimento de la militancia de base, de la movilización y la lucha cotidiana de cercanía. No es atribuible a representantes, sino a una concepción que incluye a representados que delegan sus funciones y control en manos profesionales que jamás podrán suplirlos a largo plazo.

 

Muchas alarmas han sido desoídas. Algunas cualitativas y de difícil generalización como la desertificación de los comités de base ante la indiferencia de las autoridades formales, parcialmente compensada por la participación en movimientos sociales y partidos frentistas, la escasa rotatividad en candidaturas, los síntomas de burocratización y autonomización de los dirigentes respecto a sus dirigidos. Otras cuantificables como la -primeramente leve- tendencia de caída de votos en primera vuelta en el 2009 y 2014 de casi 4% respecto al triunfo original del 2004, que en las elecciones internas de los mismos años supuso una caída, ya nada leve de casi 12% hasta el derrumbe en los comicios de este año. En efecto, en primera vuelta el FA tuvo una caída de algo más del 8% con la consecuente pérdida de mayorías en ambas cámaras.

 

Sin embargo, aún desconociendo el resultado del ballotage, el elector uruguayo le dio al FA el estilo de la epopeya, aún derrotado. Logró recuperar todo lo que se había perdido desde la elección previa en primera vuelta aunque le haya quedado esquiva la diferencia con el ballotage pasado igualar su última marca. Ya en aquella elección -al igual que en esta- las encuestadoras lo daban perdedor. Cuando se conoció la victoria, se le preguntó por la causa a la actual vicepresidenta Lucía Topolansky, esposa de Pepe Mujica, ésta respondió que el susto había despertado al borracho. El mismo susto acudió en este ballotage con una nueva excepcionalidad recuperando no sólo votantes sino militantes.

 

Tal vez no resulte tan tarde.

 

-Emilio Cafassi es profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires

 

https://www.alainet.org/es/articulo/203753
Suscribirse a America Latina en Movimiento - RSS