Una jornada de acción cultural y política

La marcha estudiantil del 10 de mayo

17/05/2007
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“Es la hora de recostar las sillas en la puerta,
y de empezar a contar la historia,
antes de que lleguen los historiadores”.

William Ospina.

Eran las 10 de la mañana cuando los estudiantes se empezaron a agolpar en la histórica Plaza Che, justo en el corazón de la Universidad Nacional. Por sus cuatro esquinas, fueron llegando las delegaciones de las distintas facultades. Todas y todos venían ataviados para la jornada cultural que habían estado preparando días atrás pues, el reto que se habían impuesto, era llegar hasta la Plaza de Bolívar y expresarse masivamente en defensa de la universidad y de la educación pública pero, sobre todo, comunicarse con las ciudadanas y los ciudadanos del común, hablarle al corazón de aquellos y aquellas que no sabían qué los motivaba a apropiarse una vez más de las calles capitalinas, hacerle sentir a la ciudad y al país que la existencia de la universidad pública acababa de ponerse en peligro, gracias a la aprobación por parte del Congreso de la República del Plan Nacional de Desarrollo que había puesto a su consideración el gobierno de Álvaro Uribe Vélez.

Pero las motivaciones para tomar la calle estaban dadas desde tiempo atrás. Para ellos y ellas era claro que la universidad estaba siendo atacada desde diferentes frentes: en el plano administrativo: el desconocimiento de la autonomía universitaria y la aniquilación del proceso democrático que la Constitución Nacional de 1991 había consagrado para propiciar la participación de la comunidad universitaria en la elección de sus autoridades académicas (el nombramiento arbitrario de Marco Palacios en el 2003, el cambio de juego en el proceso de elección de los Decanos y la reforma del Estatuto General dan cuenta de ello); en el plano académico: el diseño y puesta en marcha de una de las más impopulares y arbitrarias reformas académicas (la reforma introducida en el 2005) y; en esta ocasión, el ataque provenía del plano financiero: la decisión de transferir a las universidades públicas el pago de la deuda que el Estado tiene con quienes han agotado su fuerza laboral sirviéndole como trabajadores públicos (asumir el pago de la deuda pensional con recursos de la universidad, tal y como lo prevé el artículo 38 del PND y que, entre otros aspectos, obliga a la universidad a relacionarse con la ciudad y el país a través de la venta de servicios y no a través de acciones derivadas de su función social y su proyecto académico-político, la adopción de medidas como el alza de las matrículas y la disminución de los recursos que la universidad viene destinando a la investigación, el trabajo con las comunidades, y la labor académica, entre otros).

La fecha elegida era indicativa del tono reivindicativo que querían imprimirle a la acción pues, cincuenta años atrás, el 10 de mayo de 1957, luego de 9 días de resistencia civil y 3 días de paro cívico nacional --jornadas en que los estudiantes habían terminado siendo un actor fundamental--, la movilización popular había incidido en la caída de la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla. De manera que muchos y muchas de los marchantes sabían que su andar pausado sería también una manera de recordar las gestas de quienes, al igual que ellos y ellas, habían caminado en defensa de la universidad en otros tiempos. Allí estarían entonces, Gonzalo Bravo Pérez, caído el 8 de junio de 1928, momento en que los estudiantes marchaban para recordar a los trabajadores bananeros masacrados por la Policía Nacional al atreverse a reclamar sus derechos ante la United Fruit Company (hoy en día conocida como la Chiquita Brand) y para demostrar su oposición a la decisión del gobierno de Miguel Abadía Méndez de nombrar al principal protagonista de aquella masacre, el general Carlos Cortés Vargas, como Jefe de la Policía en Bogotá; allí estarían Uriel Gutiérrez, asesinado el 8 de junio de 1954, cuando los estudiantes realizaban una marcha para conmemorar la muerte de Gonzalo Bravo, y también, Álvaro Gutiérrez, Elmo Gómez Lucich, Hernando Morales, Rafael Chávez Matallana, Jaime Moure Ramírez, Hernando Ospina López, Hugo León Vásquez y Jaime Pacheco, asesinados por orden del general Alfredo Duarte Blum, quien dio la orden de disparar contra los estudiantes que el 9 de junio de 1954, realizaban una marcha para protestar por la muerte de su compañero el día anterior.

Luego de reunirse, todos y todas se encaminaron hacia la calle 26. Día atrás habían intentado salir pero los integrantes del ESMAD los recibieron a punta de gases y les había tocado devolverse. Pero esta vez no eran unos cuantos, eran cientos, miles, así que salieron y coparon los cuatro carriles de la carrera 30. Entonces empezaron a escucharse sus proclamas trastocadas en canto: “Somos UN, somos un grito de libertad”. Las y los transeúntes miraban desconcertados. No había explosiones, no había piedra, no había gritos insultantes. La calle se llenaba con los cánticos de miles de hombres y mujeres jóvenes. A lo lejos se veían muchachos y muchachas en zancos. El sonido de los tambores y los pitos resonaban carnavalescamente. Y otra vez la música: “Hay que ver cómo están las cosas… Hay que ver las vueltas que dan… Con un pueblo que camina pa´delante… Y un gobierno que camina para atrás…”. Los estudiantes cantaban, efectuaban movimientos coreográficos, alzaban flores de colores y muñecos, ante la mirada perpleja de decenas de policías, entrenados y dispuestos para enfrentar asonadas y para contener brotes de “terrorismo”.

De repente la masa multicolor dio comienzo a su marcha. Convencidos y convencidas, como dicen nuestros indígenas paeces, que la dignidad hay que caminarla. Subieron por la 30 hasta la calle 53 y se dirigieron a la carrera 13. La gente, su gente, les salía al paso. Un puñado de escolares se prendió a la marcha. En las tiendas les pasaban bolsas con agua, al tiempo que la policía, sin encontrar pretextos para golpear a nadie, tuvo que resignarse y caminar a su lado, como otro marchante más. Los estudiantes de veterinaria enarbolaban pequeñas vacas y ovejas hechas con espuma, los de enfermería portaban unas enormes jeringas de cartón, los de música hacían sonar sus tambores y sus flautas, los de geología, alzaban unos picos de alpinista fabricados con cartón paja… Y la consigna-cantada: “A ver, a ver, quien lleva la batuta, los estudiantes, o el gobierno…”.

A la altura de la carrera 13 con 45 estaban arribando los estudiantes de la Universidad Pedagógica Nacional, ellos y ellas habían salido por la calle 72 y se habían tomado la carrera 13. El trancón era brutal. Los pitos de los carros se sumaban a los de los estudiantes. En esta ocasión, su marcha, a pesar del taco y el afán diario, estaba siendo bien recibida por la gente, su gente. En la 47 se sumaron a este río humano los estudiantes de la Universidad Distrital, y un pequeño grupo de la Universidad Javeriana. Todo el mundo tenía que detenerse a mirar pasar esta maraña de rostros maquillados, de músicos improvisados, de juglares espontáneos. De pronto aparecen en escena algunos cuerpos desnudos, cuerpos que metafóricamente parecieran hablar de la necesidad de despojarnos de disfraces y de máscaras para poder hablar sin engaños, sin trampas y sin “micos”, cuerpos que con su desnudez parecieran querer recordarle al gobernante de turno la historia de aquel rey que caminaba desnudo y cuyo pueblo, por temor a sus pataletas, sus regaños y sus señalamientos, solía adular su vestimenta inexistente, le gritaba halagos empalagosos y votaba afirmativamente en todas las encuestas que los medios construían para ayudar a resaltar y a mantener su imagen mediática.

La marcha ya pasa de las 3 horas pero el cansancio no se siente. Al fin y al cabo lo que está en juego es nada más ni nada menos, que la existencia del principal símbolo del patrimonio inmaterial de un pueblo: su educación y su universidad pública. Para muchos esto no deja de ser paradójico pues en cada uno de los postes que van dejando a su paso cuelgan pendones que anuncian que Bogotá, sede de la Universidad Nacional, la Universidad Pedagógica Nacional y la Universidad Distrital, ha sido galardonada por la UNESCO como Capital Mundial del Libro. Hay quienes miran esos carteles provocativamente, piensan en la pobreza de las bibliotecas de sus universidades, y sienten que aquellos carteles podrían ser utilizados como pancartas pues sin que nadie se lo hubiera propuesto, simbolizan de alguna manera el contenido de su lucha, el mismo que expresaran en una más de sus consignas: “Presupuesto, presupuesto, presupuesto para la educación. No más armas, no más armas, ni recursos para la represión”.

En la calle 26 el río humano que arriba a la carrera 7ª se encuentra con algunos jóvenes de la Universidad Externado de Colombia, la Universidad Libre y el Colegio Mayor de Cundinamarca. Las y los trabajadores de las universidades marchan en grupo con sus overoles puestos. Un puñado de muchachos llevan alzada una puerta de metal como si fuera un ataúd, sobre ella, un desvencijado pupitre yace petrificado e inmóvil, las palabras sobran… Al llegar a la altura del Monumento a la Desmemoria, ese que otrora fuera conocido como el Palacio de Justicia, la multitud irrumpe en una carrera frenética y desemboca en la Plaza de Bolívar. Quienes allí se encuentran, fotógrafos, vendedores ambulantes, oficinistas, ciudadanos y ciudadanas desprevenidos, rompen en aplausos. Los integrantes del ESMAD se ubican alertas, corren de un lado para otro, protegen las ruinas del Palacio de Justicia y custodian como el que más el Congreso de la República ¿por qué será? ¿Acaso hay algo de culpa en quienes allí deciden el destino del país?

Cerca de una hora tardan en entrar a la Plaza de Bolívar todas las delegaciones. Bolívar parpadea pues recuerda gestas de otros buenos tiempos. Empuña con fuerza su espada y lagrimea al ver su brega reducida a jirones. Unos minutos después se despabila, siente el calor de una ruana como las que usara al pasar los páramos cuando tenía las fuerzas intactas y siente que en el pecho le palpita nuevamente el corazón. Los jóvenes se toman la plaza. Arrean sus propias banderas en las astas que están ubicadas frente al Palacio Liévano. La cantata es monumental: “Viva la U, ¡Viva! Viva la U, ¡Viva! Viva la Universidad… No la dejes, No!, No la dejes, No!, No la dejes privatizar…”. Grupos inmensos saltan y agitan sus brazos simultáneamente. Algunos y algunas se tienden en la calle a descansar y a pedir simbólicamente más espacio para la gente. Al fondo, un imponente cartel firmado por la Alcaldía Mayor de Bogotá aboga por el desarme, pero como dijo un joven desprevenido, “primero sería bueno desarmar el espíritu y la conciencia de quienes nos asaltan cotidianamente sentados en sus cúrules”.

La marcha y la posterior concentración de los estudiantes en la Plaza de Bolívar fue una lección alentadora para el movimiento social. Tal vez hizo falta prever un poco más lo que sucedería al llegar al frente del Congreso de la República. Como no había sonido, era difícil dirigirse a la multitud e intentar que el carnaval deviniera en una gran acción política como las que suelen realizar los hijos del dolor y la barbarie en la Argentina y en Chile, para proponer una gran entrada al Congreso de la República, para organizar una conversación con la ciudad y el país a través de los medios de comunicación, o simplemente, para saltar de manera coordinada hasta que el golpeteo de sus pies, como réplica del movimiento que se ha desatado en sus corazones, llegara a los oídos de quienes no dudaron en poner su voto para arrebatarnos la educación en la “Capital Mundial del Libro”.

Muchos dicen que esta es una de las marchas estudiantiles más multitudinarias de los últimos tiempos. Se calcula que entre 10.000 y 30.000 jóvenes se prendieron a la marcha. Lo realizado, demuestra que la movilización social puede ser una fiesta, que estas formas de expresión y de protesta son mucho más cercanas a la idiosincrasia de nuestra gente. Con su movilización los estudiantes evidenciaron creatividad, audacia política y capacidad de convocatoria. Ahora tienen el reto de mantener la Asamblea Permanente que iniciaron en las jornadas del 2 y 3 de mayo, sostener la dinámica de la movilización, concitar la participación de los ex alumnos y ex alumnas, convocar a la ciudadanía en general, y acompañar iniciativas como las del profesor Leopoldo Múnera, quien está señalando las razones jurídicas que a su modo de ver podrían servir como argumento para entablar una demanda de inconstitucionalidad contra el Artículo 38 del Plan Nacional de Desarrollo, ante la Corte Constitucional.

Al interior de las universidades hoy todo es actividad. El Auditorio León de Greiff se llena diariamente de jóvenes ávidos de conocer más a fondo el asunto del TLC, la aplicación de la llamada Ley de Justicia y Paz, el proceso de negociación del gobierno y los paramilitares, la situación de las víctimas y las iniciativas de búsqueda de verdad, justicia y reparación integral que se vienen tejiendo desde la sociedad civil. Al momento de escribir esta nota están a punto de realizar una nueva marcha, esta vez acompañados por los y las estudiantes de secundaria, están organizando “Cátedras Alternativas” para profundizar su trabajo académico y descifrar las complejidades de sus luchas, andan organizando una jornada en que las y los estudiantes de las 3 universidades públicas saldrán a la calle y en un gesto simbólico de protección, abrazarán sus universidades, y están alistando sus consignas para sumarse a la gran movilización nacional que se adelantará el próximo 23 de mayo en el país pues quieren, al igual que quienes los precedieron en esta brega, aunar sus esfuerzos a las luchas del movimiento sindical, el movimiento indígena, el movimiento de víctimas y el movimiento social en general.

Por supuesto que el principal reto de esta gran movilización estudiantil es mantener el tono logrado y evitar caer en la trampa del ESMAD quien insiste en provocarlos. Tal vez sea conveniente recordar que el 8 de junio de 1954, cuando los estudiantes habían decidido conmemorar la muerte de Gonzalo Bravo Páez con una marcha pacífica desde la ciudad universitaria hasta el palacio presidencial, durante el recorrido se presentaron algunas escaramuzas con la policía pero que finalmente la marcha pudo continuar hasta el centro de la ciudad; sin embargo, concluido el acto, cuando los manifestantes empezaban a retornar hacia la sede de la ciudad universitaria, repentinamente apareció la Fuerza Pública, comenzó a incitarlos y, luego de algunas refriegas, una descarga de fusil segó la vida del estudiante de la Universidad Nacional, Uriel Gutiérrez.

Baste para concluir anotar que al culminar la marcha el pasado 10 de mayo, cuando las y los estudiantes empezaban a retirarse de la Plaza de Bolívar, los integrantes del ESMAD, a la altura de la calle 19 estaban incitando a la pelea. Ante tales actitudes la respuesta más contundente es aquella que brota, no de la fuerza física, sino del despliegue alucinado de la imaginación.

- Iván Torres, Fundación Cultural Rayuela

Fuente: Semanario Virtual Caja de Herramientas Nº 62
Corporación Viva la Ciudadanía.
www.vivalaciudadania.org
https://www.alainet.org/es/active/17826
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