El Partido Comunista: Apuntes sobre su trayectoria

25/03/2007
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En Argentina todavía no existe un abordaje completo de la historia del comunismo en el país, que cumpla de modo adecuado con los requisitos básicos de una labor historiográfica rigurosa y sistemática. Las escasas obras que abarcan el total de la trayectoria histórica del P.C. son “historias oficiales” o “anti-historias” lo que equivale en general a la producción de apologías sin matices o diatribas indiscriminadas. Un trabajo más riguroso sólo comenzó en la década de los 80,[1] pero sobre todo orientado al tratamiento de los tramos iniciales de la vida partidaria, buscando reconstruir un proceso en buena medida tergiversado por mitologías de signo opuesto. Si hoy tenemos algunas obras sobre el período que va de 1918 a 1928, la producción escasea todavía para etapas posteriores. Y no se ha intentado aún una síntesis histórica que llegue hasta el presente o al menos a etapas más cercanas.

 

Por tanto la historia de los comunistas argentinos no ha sido desarrollada integralmente,  más allá de 1928,[2] salvo en el Esbozo oficial de 1947[3], y los apasionadamente adversos escritos de J. Abelardo Ramos,[4] y extensos pasajes de dos volúmenes de los que componen la Historia crítica de los partidos políticos... de Rodolfo Puiggrós.[5] Mientras que el primero es una historia oficial, totalmente apologética, las otras dos son anti-historias, apasionadamente contrarias al partido, centradas en sus errores y fracasos, a veces con tendencia a trazar una caricatura.

 

Los últimos cinco o seis años han marcado un avance del trabajo historiográfico sobre los comunistas argentinos entre los historiadores profesionales, línea de investigación antes escasa y esporádica. Se han hecho incluso algunos esfuerzos para trazar un cuadro de situación sobre la escritura e investigación sobre los comunistas en Argentina, abarcando no sólo el campo académico sino el periodístico y testimonial[6] y recientes encuentros en torno a la historia de la izquierda argentina contaron con importante presencia de ponencias sobre el comunismo.[7]

 

Néstor Kohan ha publicado parte de su labor sobre Ernesto Giudici, importante dirigente y teórico del PC.[8] Existe alguna investigación aún no editada sobre la trayectoria intelectual y política de Héctor P. Agosti[9], y un breve pero rico trabajo  rescata los debates partidarios ante el surgimiento del peronismo.[10] Omar Acha se ha acercado al tema a través del análisis de los historiadores de izquierda.[11]Un trabajo puntual de Cristina Mateu se ocupó de la labor cultural de los comunistas, con mucho detalle sobre sus diversas iniciativas en ese terreno.[12] Samuel Amaral ha trabajado sobre un grupo disidente de las décadas del 40 y 50, que encabezaba Rodolfo Puiggrós[13] y Mirta Lobato trabajó sobre las relaciones entre los comunistas y el mundo del trabajo.[14] Un trabajo de largo aliento en torno al mismo tema es el de Hernán Camarero, autor de una tesis acerca de la presencia comunista entre los trabajadores entre 1925 y 1935.[15]

 

Aún más recientemente, algunos jóvenes investigadores han acometido trabajos acerca de diversos puntos de la trayectoria de los comunistas, entre los que se cuentan  estudios en curso sobre la actuación del PC durante el primer peronismo,[16]  sobre la presencia y actuación de militantes judíos en su seno, un análisis de la trayectoria partidaria entre 1930 y 1941.[17]

 

Seguramente el espectro seguirá ampliándose progresiva y fecundamente, en dirección a ir brindando un panorama más o menos completo de la historia de los comunistas argentinos, un componente ineludible de la cual es el estudio de la inserción del comunismo argentino en el campo del movimiento comunista internacional.

 

Otro trabajo en curso, proveniente del esfuerzo militante y no de la historiografía académica, es el de Otto Vargas, dirigente del Partido Comunista Revolucionario, quien ha publicado las primeras entregas de una historia general del comunismo en Argentina, llegando hasta ahora a los primeros años de la década de 1930. Sin dejar de ser una historia “de partido”, orientada a justificar retrospectivamente una línea política, los dos volúmenes publicados hasta el momento denotan una búsqueda documental y una minuciosidad expositiva ausentes en obras anteriores de origen y propósito similar.[18]

 

El resultado que se va delineando es que el trabajo sobre la historia de los comunistas argentinos se encamina a dejar de ser terreno de apologías o diatribas, para convertirse en un ámbito fértil en estudios documentados y reflexivos, provistos de un rigor y un espíritu crítico largamente ausentes en las etapas precedentes.

 

            Nos proponemos aquí apenas dar una visión panorámica de la trayectoria del comunismo en Argentina desde su fundación a los tiempos recientes. Entre otros recortes y omisiones forzados por razones de espacio, nos remitiremos al tronco principal partidario, sin detenernos en las agrupaciones que se formaron en base a escisiones o desprendimientos y asumieron la disputa por la identidad comunista y la ideología del marxismo revolucionario, como tampoco de las corrientes que, también inspiradas en la tradición de la revolución rusa y el pensamiento marxista, surgieron y se desarrollaron al margen de la estructura partidaria comunista.[19] Procuraremos asimismo brindar mayor atención a las etapas relativamente recientes de la historia partidaria, sobre las que, como ya señalamos, existe un trabajo y por tanto un conocimiento menor que sobre los años iniciales; carencia que se agrava en la medida que nos acercamos al presente.

 

Desde los inicios hasta la crisis de los sesenta

 

El Partido Comunista de la Argentina, a diferencia de otros del espacio latinoamericano, se fundó en circunstancias de tiempo[20] y lugar similares a las de las fuerzas europeas del mismo signo. Bajo el nombre inicial de Partido Socialista Internacional, se conformó inmediatamente después de la revolución rusa, en medio de un debate en torno a la posición de neutralidad o alineamiento frente a la guerra europea que culmina en una división del Partido Socialista de la Argentina, creado poco más de veinte años antes. A partir de un cambio de la legislación electoral que se hace efectivo en 1912, el PS había logrado ser una fuerza minoritaria pero de consideración en el escenario político nacional. Ganó más de una vez las elecciones parlamentarias de la ciudad de Buenos Aires, y de resultas de esos éxitos tenía una decena de diputados y un senador.[21]

 

Los fundadores del Partido Socialista Internacional, después PC, sostenían frente a la guerra un internacionalismo inspirado en la izquierda de Zimmerwald, una política de mayor implicación partidaria en el movimiento sindical, y una crítica a la dedicación central a las reformas parlamentarias, a favor de un acompañamiento más estrecho de las luchas sociales y un ataque más radical al orden social burgués.[22] Los impulsores de la nueva agrupación diferían de los dirigentes mayoritarios del PS por tener una posición social menos prestigiosa, un menor nivel de educación formal, y por no contar entre sus filas ningún parlamentario, los que respondían en bloque, con discrepancias secundarias, a la conducción partidaria. Estas desventajas no inhibieron a los disidentes de presentar una discusión que por momentos puso en riesgo el consenso mayoritario del que gozaba la dirigencia tradicional del socialismo.[23]

 

Los primeros años fueron de inestabilidad en la vida partidaria, menudearon tanto las incorporaciones de grupos provenientes del viejo Partido Socialista o de otros núcleos de la izquierda preexistente, como los debates internos que terminaron dando lugar a escisiones y en algunos casos a la formación de nuevas organizaciones partidarias.[24] En el plano internacional, el partido pasó a llamarse Comunista en diciembre de 1920, y comenzó a regularizar su encuadramiento efectivo en la Komintern a partir de 1921, año en el que viajó a la URSS el dirigente Rodolfo Ghioldi, y estando documentada la participación de delegaciones en sus congresos desde el IV°, en 1922[25] Algunas de las sucesivas disidencias y crisis en el seno del partido, se resolverán en su momento mediante cartas e intervenciones de la IC, que darán la razón a las opiniones de las mayorías en los órganos de dirección, aunque esta condición mayoritaria no se proyectara con claridad en el conjunto de afiliados partidarios. Las expulsiones de 1925, de los después llamados ‘chispistas’ se harán con el auspicio de la Internacional y bajo la consigna de la “bolchevización” del partido, consagrada por el Vº Congreso de la IC con base en la reorganización sobre base celular de las “secciones” nacionales. También será decisiva una Carta de la IC en la resolución a favor de una parte de la conducción, frente a otra disidencia, esta vez considerada de “derecha”, producida a fines de 1927.[26]

 

El perfil social y cultural del PC de aquellos años iniciales estuvo signado por una influencia limitada pero no desdeñable en el movimiento obrero, destinada a ampliarse en la década de los 30’,[27] y una fuerte presencia de trabajadores de origen extranjero en sus filas, los que fueron organizados en las llamadas “secciones idiomáticas”, de las que la italiana y la israelita fueron las más numerosas y gravitantes, y el despunte de un trabajo fecundo con las mujeres, el deporte, la juventud e incluso los niños.[28]

 

Los gobiernos nacionales de la época, derivados del sufragio universal efectivo de reciente implantación y provenientes del partido Unión Cívica Radical, abanderado de la lucha contra el fraude electoral, sólo merecieron fuerte oposición por parte de los comunistas, acentuada si cabe cuando al final de los años 20’ vinieron a coincidir los rasgos “ultraizquierdistas” de la política del ‘tercer período’,[29] con una fuerte crisis del último gobierno radical, el de Hipólito Yrigoyen, que derivó en su derrocamiento por medio de un pronunciamiento militar reaccionario, simpatizante con el fascismo.

 

La dictadura instaurada en 1930 inauguró una prolongada época de ilegalidad  y acentuada represión para la militancia comunista. El gobierno encabezado por el general Uriburu declararía ilegal al partido. Luego se crea una Sección Especial de Lucha contra el Comunismo en esfera policial, e incluso se proyectó una ley especial de represión al comunismo,[30] y fueron asimismo frecuentes las expulsiones del país de militantes comunistas de origen extranjero, aplicando una ley de comienzos de siglo destinada a ese efecto.[31] Pese a esas circunstancias difíciles, el PC crecería en el movimiento obrero y también en la esfera de los intelectuales y el movimiento cultural. La política de “clase contra clase” adoptada en el período, derivó en un acendrado “obrerismo”, que los lleva a concentrarse en las luchas obreras y en la organización de nuevos sindicatos y federaciones, alcanzando importantes éxitos en ese terreno, como parte de una “proletarización” de la composición y actividad partidaria que se convierte en objetivo prioritario, y en buena medida exitoso. Con el avance de los años treinta, los comunistas comienzan a proyectarse como reemplazantes en parte de los anarquistas en declive, incluyendo la captación de dirigentes y militantes obreros de ese origen, así como la organización de sindicatos por rama bajo su conducción sobre la base de antiguos gremios anarquistas con base en los oficios, proceso que se prolonga hasta comienzos de la década de los 40.[32]

 

En el movimiento obrero, los comunistas fueron conquistando la representación de ramas de actividad en crecimiento, ligadas al trabajo manual, que en varios casos habían tenido con anterioridad predominio anarquista, como los trabajadores de los frigoríficos y los de la construcción. El cambio de orientación, en consonancia con el último congreso de la IC, en 1935, no hizo mella en el avance comunista en ámbitos obreros. Hacia mediados de los 30’, los activistas sindicales de esa orientación expandieron su poderío, formando poderosas federaciones por rama en ámbitos laborales donde antes predominaba la dispersión de la organización por oficios. Así albañiles, pintores, marmolistas y otros se nuclearían en la Federación Obrera Nacional de la Construcción.[33]

 

Llegados también a la conducción de los trabajadores de la industria de la carne, desde la que se expandieron al conjunto de los trabajadores de la alimentación, ámbito en que también formaron una federación de toda la rama, dirigida por José Peter, quien hasta 1945 fue una de las figuras principales de toda la dirigencia sindical argentina, amén del gremialista comunista de mayor predicamento.[34]

 

Los dos principales dirigentes, Vittorio Codovilla y Rodolfo Ghioldi,[35] permanecieron buena parte de esa década fuera del país, dando lugar al encumbramiento de otras figuras, como el secretario general durante esos años, Luis V. Sommi, obrero de la madera y dirigente sindical de ese gremio, amén de importante intelectual orientado a estudios históricos y económicos,[36] luego desplazado de la conducción partidaria. También se lograría una incorporación de importancia, la de miembros del Partido Socialista Obrero, nueva escisión de izquierda del Partido Socialista, con influencia sobre todo entre capas medias e intelectuales.[37]

 

Sobre el final de la década, con ambos de regreso, se restableció una dirección partidaria cuyos protagonistas iniciales ya no cambiarían, ya que Codovilla y R. Ghioldi serían dirigentes decisivos hasta su muerte, décadas después, junto con el hermano del último, Orestes.

 

La instauración mundial de la política de “Frentes Populares” bajo el signo del antifascismo, a mediados de la década de los 30’, produciría, no sin fricciones, un giro del partido argentino en dirección a alianzas amplias, tanto en el plano sindical, como en el político-electoral, y en los ámbitos de actuación cultural, organismos de solidaridad y otros. Pasa así a luchar contra el fraude electoral que ejercían los gobiernos conservador y a apoyar sucesivas opciones que pudieran impulsar el regreso a un funcionamiento más democrático de las instituciones políticas. Así alentarán la candidatura presidencial de Marcelo T. de Alvear, derrotada en los comicios presidenciales de 1938, y luego la gestión de Roberto M. Ortiz, jefe de Estado elegido por una coalición conservadora, pero dispuesto a “oxigenar” las instituciones terminando con el fraude, intención frustrada por su enfermedad y posterior fallecimiento. Visto en perspectiva, esto marca el inicio de una prolongada etapa en la que el PC abandonará en parte la idea de desarrollar iniciativas autónomas de la clase obrera en el campo político, para postularse como “aliado” de los partidos burgueses que siguieran rumbos políticos considerados más “democráticos” por la dirigencia partidaria. No sólo se procura configurar un Frente Popular sino que, a falta de una coalición de ese carácter, la opción es aproximarse a la más progresiva de las opciones burguesas, cuando no a la que al menos indicara un posible “mal menor” en caso de detentar posiciones de poder. En ese contexto, el Partido se opuso de modo firme a quien sucedió al mencionado presidente Ortiz, Ramón S. Castillo, conservador volcado a la continuidad del fraude electoral. También se enfrentó sin remilgos al golpe del 4 de junio de 1943, por considerarlo ligado a opciones corporativistas, contrarias al restablecimiento del orden constitucional en el país. En ambos casos se aplicó la calificación de “fascistas” a esos gobiernos, lo que no resistía mayor análisis, pero implicaba el acercamiento a quiénes se le opusieran en nombre de la democracia y los derechos constitucionales.

 

Mas allá de la reorientación de sus políticas, esos años fueron de consolidación e incremento de la influencia sindical , que alcanzó sin duda su pico histórico máximo, al tiempo que los sindicatos dirigidos por comunistas ingresaban en la Confederación General del Trabajo, aliados a los socialistas en aras de la “unidad sindical”[38] y conducían conflictos de grandes proporciones, como la que se inició por el gremio de la construcción y culminó en huelga general en 1936.[39] Sólo después que en 1941 la URSS fue invadida por Hitler, el Partido intentó disminuir la conflictividad obrera, sobre todo en los gremios de la alimentación, cuya Federación conducía, para mejor garantizar el abastecimiento de alimentos y otras materias primas al bando aliado.

 

En torno a 1945 se dio un quiebre histórico en la sociedad argentina, con la aparición de un movimiento político encabezado por un militar desconocido antes de 1943: Juan Domingo Perón, que se encumbraría en el gobierno militar emergido del golpe de estado de junio de ese año[40], como secretario de Trabajo y Previsión, y luego como ministro de Guerra y vicepresidente. Con el liderazgo de este jefe militar, se planteaba una promesa de “orden y paz social” que daba cuenta de los cambios del capitalismo y los ecos del “new deal” americano, misturados con cierta inspiración en los del fascismo italiano y  las dictaduras paternalistas de las áreas marginales de Europa. Ponía en práctica un rol expandido y diferente para el Estado, más vinculado a la suerte de las clases subalternas y a un mayor desarrollo de la infraestructura económica nacional, con un sesgo hacia la industrialización. Incluso contra las intenciones iniciales de su núcleo fundador, este movimiento quedó fuertemente ligado al apoyo de la clase obrera sindicalmente organizada, que se canalizó mediante dirigentes socialistas, sindicalistas revolucionarios, autónomos y de otros orígenes, que adhirieron a la propuesta política de Perón.[41] Fundado desde el Estado en circunstancias de un régimen dictatorial con aristas reaccionarias, bajo la jefatura de un militar como Perón, con entendimientos iniciales con sectores políticos del nacionalismo conservador y la Iglesia Católica, con parcial inspiración en los regímenes de derecha europeos y una retórica que combinaba el hostigamiento a la “oligarquía” terrateniente y al capital extranjero con el anticomunismo, el peronismo fue recibido por el Partido Comunista, al igual que por las corrientes mayoritarias de todos los partidos políticos preexistentes, al modo de una encarnación tardía y excéntrica del nazismo alemán. Esa caracterización se asentaba en parte en las medidas autoritarias y retrógradas que supo adoptar el gobierno emanado de la “revolución de junio” del cual el entonces coronel Perón había sido partícipe central, así como en manifestaciones de simpatía con el fascismo y otros regímenes europeos de derecha de encumbrados líderes del gobierno, sin excluir al propio coronel Perón. Que los pasos iniciales del coronel como funcionario estatal y dirigente político en ciernes acarrearan medidas favorables a los ingresos y las condiciones de vida y trabajo de la clase obrera organizada sindicalmente, no fue considerado un factor relevante, mas allá de su monótona condena como “demagogia”, que ocultaba bajo el ala de la justicia social el puñal del totalitarismo nazi.

 

Ya con el coronel como candidato a presidente, la reacción del PC sería alinearse en una coalición, la Unión Democrática, que si bien bajo la advocación de la unidad de todos los demócratas contra el fascismo, y con un programa con avanzados ribetes sociales, terminaba fungiendo como una alianza de los partidos políticos tradicionales; las grandes centrales empresarias[42]; el embajador de EE.UU y buena parte de las fuerzas sociales y políticas más conservadoras. “Batir al naziperonismo...” se llamaría el escrito con el que el PC llamaba a derrotar a lo que describía como la aberrante pretensión de entronizar en la jefatura de Estado a una corriente pro-nazi,[43] justamente en momentos en que el fascismo había sido derrotado de modo catastrófico en la guerra y borrado de la escena política mundial.

 

En aras de la alianza bélica y la armonía soviético-norteamericana de la coyuntura signada por los acuerdos de Yalta y Postdam, todo perfil de denuncia del imperialismo estadounidense había sido silenciado en la propaganda de la Unión Democrática, la coalición de la que el PC formaba parte, intentando que se integraran a ella hasta los más rancios conservadores, y aceptando un protagonismo desorbitado del embajador norteamericano, Spruille Braden, en la lucha contra Perón. Ese cuadro ofrecía un blanco fácil en una sociedad como la Argentina, en que la oposición a la penetración del capital imperialista tenía amplia audiencia, paradójicamente debida en parte a los esfuerzos antiimperialistas de los comunistas en años anteriores. Cuando el candidato militar, ante renovados ataques del ex embajador, ahora subsecretario de Estado de su país, lanzó la consigna “Braden o Perón”, agregó un punto importante a la construcción de su triunfo electoral.

 

Desde sus comienzos, el peronismo concentró la adhesión ampliamente mayoritaria de los trabajadores, teniendo como mediadora a una parte importante de la dirigencia sindical, que se sumó al movimiento, y desplazando, con métodos a menudo coercitivos, a las direcciones gremiales que se le opusieron, entre las que se contaron las orientadas por los comunistas.[44] Con vistas a los comicios, organizó el Partido Laborista, de base sindical, presidido por un importante dirigente de origen sindicalista revolucionario[45] y del cual Perón tenía el carnet de afiliación número uno.[46] Sin aliados de primera línea en los partidos tradicionales, y apoyos dispersos en el empresariado, el peronismo naciente adquiría una fisonomía predominantemente obrera, que ponía seriamente en entredicho la ubicación social y el rol práctico de los partidos de izquierda, los comunistas en primer lugar.

 

Contra cierta leyenda acerca de una orientación de invariable antiperonismo del comunismo argentino[47], los diez años de Perón como presidente fueron escenario de sucesivos reacomodamientos del P.C. en ese campo, que arrancan apenas consumada la derrota electoral, cuando los comunistas vernáculos toman nota de la firma por Argentina del Acta de Chapultepec y el restablecimiento de las relaciones con la URSS, así como admiten críticamente cierto olvido de la suerte concreta de los trabajadores y una confianza desmesurada en las fuerzas “democráticas” durante la campaña electoral. Su política frente al gobierno se vuelve mucho más matizada, tal como se expresa en las Tesis del XI° Congreso partidario, celebrado en agosto de 1946, en las que se admite la perspectiva de que el gobierno tome medidas de carácter popular:

 

[...] la política de nuestro partido debe tender a movilizar y a organizar la clase obrera, las masas campesinas y la población laboriosa en general para presionar sobre el Gobierno a fin de que se desprenda de las fuerzas reaccionarias y pro-fascistas y apoyarlo en la realización de todas aquellas medidas económicas y políticas beneficiosas a los intereses del pueblo y de la Nación [...][48]

 

En línea con esa orientación, los comunistas deciden disolver los sindicatos que todavía dirigían, algunos de los cuales mantenían miles de afiliados, como la Federación Obrera de la Construcción, para que sus miembros se integraran a las dirigidas por el peronismo en el seno de la CGT.

 

Más adelante el PC condenó intentos golpistas  para derrocar al peronismo, como el acaecido en 1951, y ello da lugar a  una fase, en torno al año 1952, que registró un vuelco al apoyo a la gestión de Perón, que resultaba contemporáneo de las tentativas del presidente de captar a sectores hasta ese momento opositores para un sustento a su gestión. La experiencia terminó sofocada como “desviación”, expulsión mediante de algunos dirigentes de elevado rango[49] y fue el paso a un regreso a la calificación del gobierno peronista como “fascista” sin matices ni atenuantes.

 

Con todo, frente a la actitud de abierta conspiración en pro de un golpe de estado tomada por amplias franjas de la oposición, los comunistas intentaron mantener un difícil equilibrio, procurando armonizar la despiadada crítica al “régimen fascista” y la solidaridad con las “masas católicas” cuando se desató el conflicto con la Iglesia, con la no adhesión a la salida de un golpe de estado, que los comunistas visualizaban como el seguro preámbulo de una “guerra civil”. En una declaración emitida poco después de estallado el golpe, y cuando la suerte se hallaba todavía indecisa, se hablaba en tono admonitorio tanto al gobierno como

 

“...a los sectores democráticos opositores seducidos por el falso miraje de un golpe de estado, que ese no era el camino, que la violencia y la guerra civil sólo podrían desembocar en la anarquía y la dictadura, y que en vez de ello debía orientarse hacia el régimen de convivencia democrática.” [50]

 

Después de 1955 el PC es excluido de la comunidad de los partidos políticos antiperonistas (representada en la Junta Consultiva Nacional), pero a diferencia del peronismo, no se lo priva de la legalidad. Mientras intenta recomponer su fuerza en el movimiento obrero y avanzar en los ámbitos culturales y educativos que tomaban nuevos bríos luego de sufrir condiciones difíciles en el decenio anterior, los comunistas se orientan a sacar partido de los espacios de legalidad que se les abren. Participarán en las elecciones a Asamblea Constituyente, pese a la dudosa legitimidad de esa convocatoria[51], y con tres representantes tomarán parte en la convención reformadora hasta su interrupción, a diferencia de otras fuerzas que se retiran en disconformidad.

 

En los años inmediatamente posteriores a 1955 los comunistas reconquistan algunas posiciones en el movimiento obrero (sindicato de la construcción, gastronómicos, parte de la conducción ferroviaria y de los bancarios, etc) que no logran consolidar en el mediano plazo, y buscan aliarse con el sindicalismo peronista, con el que forman parte de más de un intento de unidad. La actitud general frente al peronismo transitó de la ilusión inicial en que su desaparición sería la consecuencia más o menos inmediata de su desplazamiento del aparato estatal, a la búsqueda de “políticas de unidad” tanto en lo electoral como en lo gremial, que incluiría, ya en 1962, el apoyo a candidatos peronistas en algunos comicios parlamentarios y provinciales, y luego la coincidencia en el voto en blanco en los comicios presidenciales de 1963. Al mismo tiempo, se prevé un “giro a la izquierda” de las masas peronistas, al que se lo concibe en  una visión teleológica, en la que los trabajadores peronistas se desplazarán hacia la ideología de los comunistas:

 

“(...) el desarrollo dialéctico de la situación llevará inevitablemente a los sectores obreros y populares del peronismo a posiciones coincidentes con la de los comunistas y a la asimilación paulatina de la doctrina marxista-leninista.”[52]

 

En estos años los comunistas viven un verdadero auge de su influencia en sectores de capas medias, incluyendo en lugar destacado los ámbitos intelectuales y artísticos. Todavía sin otra fuerza política a su izquierda que pequeños grupos trotskistas,[53] pertenecer a una  izquierda de tradición marxista y estar vinculado al comunismo, era casi sinónimo en los ámbitos de capas medias ilustradas. No tardaría demasiado tiempo, sin embargo, en enfrentar fuertes contradicciones precisamente en esos ámbitos. El advenimiento de la revolución cubana, hizo aflorar el debate sobre la viabilidad y oportunidad de la lucha armada en América Latina, a la que el PC era reacio y solía identificar con “aventurerismo”.

 

Por la misma época, con un enfoque en general fuertemente crítico de la política comunista, se produjo la floración de las primeras corrientes de la llamada “nueva izquierda” influidas por la discusión marxista y no marxista europea, los movimientos anticolonialistas y de liberación nacional, y las simpatías despertadas por la revolución china y la cubana por sobre la soviética. El prestigio de la URSS sufría los daños crecientes en su prestigio derivados de las revelaciones del XX° Congreso y la invasión a Hungría. El naciente enfrentamiento entre la China socialista y la conducción soviética, aportaba un nuevo ángulo para la crítica a la “ortodoxia” orientada desde Moscú. En ese “paisaje”, la viabilidad de una izquierda revolucionaria por fuera del comunismo tradicional e independiente de las orientaciones provenientes de Moscú se dibujaba con claridad creciente en el horizonte.

 

Para la segunda mitad de los años 60 ya era claro que el PC había perdido su virtual monopolio de la izquierda marxista y revolucionaria. Nuevas corrientes inspiradas en el maoísmo, en la revolución cubana, en versiones renovadas del trotskismo, o en una convergencia de la tradición marxista con el peronismo a fuerza de privilegiar el costado obrero y nacionalista de éste, disputaban con éxito el escenario a los comunistas. Conducidos todavía por Codovilla y los hermanos Ghioldi, hombres ya ancianos, y anclados en la versión más estrecha del marxismo soviético, el comunismo local se apresuró a rechazar y “depurar” cualquier intento de apertura hacia nuevas corrientes de pensamiento y formas de acción distintas de las tradicionales. La temprana recepción de Gramsci, por ejemplo, culminó en la expulsión de un grupo de jóvenes militantes inspirados en su pensamiento, a comienzos de los años 60. [54] Pese a, y en parte justamente a causa de, esta cerrazón política y cultural del PC, los años 60 marcaron el progresivo paso de la pérdida del monopolio del marxismo revolucionario por el PC, a un nivel de cuestionamiento que tendía a excluirlo de toda consideración dentro de ese campo. Toda esa década fue de sucesivos desgajamientos de grupos de intelectuales, artistas y militantes universitarios, comenzando por la ruptura con los jóvenes gramscianos del grupo Pasado y Presente ya mencionada, para culminar en una disidencia de mayor envergadura cuantitativa, que se llevó consigo a parte sustancial de la juventud comunista, y dio lugar a la formación del Partido Comunista Revolucionario, de orientación maoísta. Con todo, pese a la pérdida de sus mejores cuadros en la intelectualidad joven, el alejamiento de cualquier reflexión renovadora, fuera marxista o no, y  el espíritu contrario a la onda de radicalización que recorría el país y el continente, el PC conservó una numerosa militancia y la influencia sobre variadas instituciones relativamente autónomas del partido. Empero, la disciplina y el elevado espíritu de lucha de sus militantes no aparecía ya como portador de las posiciones más radicalmente enfrentadas al sistema social.  Los comunistas argentinos no sólo tenían cada vez más “competidores” a su izquierda, sino que tendían a ser  percibidos como una expresión más bien “reformista” en lo político, cerrada sobre la más estricta ortodoxia soviética en lo ideológico, convertidaa en la práctica en una suerte de “socio menor” de los partidos políticos tradicionales.

 

Podría afirmarse que este proceso constituyó una segunda gran crisis para el comunismo argentino. La primera, en torno a 1945, había estado signada por la dramática disminución de influencia en la clase obrera, con un partido superado por un proceso social que desbordaba los límites en que la vida política argentina se había movido hasta ese momento. Esta nueva coyuntura crítica de los 60’ era más integral y más profunda, porque afectaba la “visión del mundo” de los comunistas en su conjunto, desde su enfoque de la teoría marxista hasta su análisis de la sociedad argentina y de las vías de acción social y política que ésta permitía, pasando por la preeminencia absoluta que asignaba a la URSS, “patria del socialismo”, en el campo internacional. A lo largo de décadas, el PC había ido cristalizando una serie de posiciones que se habían convertido en inamovibles, mas allá de cambios en la estructura social, en la perspectiva cultural y en el debate de ideas, a nivel tanto local como mundial. Lo mismo ocurría con sus prácticas cotidianas, sus estructuras organizativas. Todo tendía a anquilosarse. Quizás convenga hacer un alto para examinar sus caracteres principales.

 

La visión de la sociedad y la organización partidaria

 

El Partido se mantuvo siempre firme en una línea de análisis de la realidad nacional que quedó fijada en sus contornos fundamentales ya en 1935, y se prolongó hasta la década del 80, algunos de cuyos rasgos centrales eran:

 

a)       Se enfatizaba el carácter atrasado y dependiente de la estructura económico-social argentina, subestimando paralelamente la importancia del desarrollo capitalista en el país:

 

“Lo que ha frenado hasta ahora el progreso argentino ha sido la estructura anacrónica fundada sobre el predominio del latifundio y la posesión por el imperialismo de las palancas esenciales de nuestra economía”[55]

 

La descripción básica comprendía un agro de explotación primitiva e ineficiente, una industria insuficientemente desarrollada, la fuerte penetración del capital imperialista en la economía, la debilidad de la “burguesía nacional”, que tenía contradicciones objetivas con el imperialismo pero era  incapaz de desarrollar un “proyecto nacional” propio. En ese cuadro, la contradicción burguesía-proletariado pasaba a un segundo plano, mientras el l imperialismo era considerado como “enemigo principal” (aliado a los ‘latifundistas de tipo feudal’ y a la difusa categoría de “gran capital intermediario”).  El problema de Argentina no era entonces el capitalismo, sino la falta de desarrollo capitalista, se decía. Y ‘el problema de los problemas’, entonces, era el agrario, encarnado por el latifundio, tal la tesis de Rodolfo Ghioldi, repetida durante décadas.  Se enfrentaban entonces no clases, sino “polos”:

 

            “...el polo constituido por el imperialismo, particularmente el yanqui, la oligarquía terrateniente y la gran burguesía entrelazada con esos intereses, y el polo representado por la clase obrera, los campesinos, las capas medias, la pequeña y mediana burguesía y otros sectores de la burguesía nacional no comprometida con el imperialismo.”[56]

 

En lugar de ser ubicada como un componente efectivo del “bloque en el poder”, buena parte de la burguesía, caracterizada como “nacional” era considerada como un aliado potencial en la tarea de resolver la “falta de desarrollo capitalista” de Argentina. De allí, se pasaba a la caracterización de la revolución necesaria en la Argentina como “democrático-burguesa” orientada no contra la organización social capitalista sino a favor de ella, para desmontar los ‘obstáculos’ que se le oponían. Revolución “democrática, agraria y antiimperialista” ... que tenía en vista al socialismo, pero en una etapa posterior.[57]  Quien planteara el carácter directamente socialista de la revolución, pasaba automáticamente a la ominosa categoría de ‘ultraizquierdista’.

 

b)      Campeaba en los análisis del PC cierto racionalismo de raíz ilustrada y más cercanamente, positivista (vía José Ingenieros, Aníbal Ponce, los fundadores del PS). Cómo los socialistas (de cuyo tronco provenían), como los liberales de diversas corrientes, los comunistas argentinos añoraron Europa y los EEUU, mientras sufrían su destino periférico, el ‘accidente’ de haber nacido en la alejada América del Sur. Como ellos, hablaron en ocasiones de la “desgracia” de ser colonizados por España, o de haber rechazado las invasiones inglesas. Se hallaban incómodos con las peculiaridades de la “política criolla”[58] (aunque ya no la llamaran así) y se desenvolvían con mayor soltura en aquellos ámbitos que se aproximaban, en la ideología y las prácticas políticas, a un campo político “civilizado”: Su romance con el radicalismo alvearista en los años treinta (expresado en la consigna ‘Alvear a la presidencia’), el acercamiento al presidente Ortiz, su estrecha alianza con la democracia progresista durante un período, en los años cuarenta, y por supuesto, la auténtica “borrachera” liberal de la Unión Democrática fueron evidencias de ésta forma de ver las cosas: La política que se quería vivir era la del campo demo-liberal, a la ‘europea’. Esa era la línea “correcta” de evolución histórica, la única ‘legitima’, la exclusivamente digna de atraer los empeños de un partido ‘científico’, identificado con ‘lo más avanzado de la humanidad’...  Lo que no encajaba en esa matriz tendía a ser rechazado o ignorado.

 

c)       El tipo de emplazamiento social que tuvo el partido  constituyó otro de los factores que confluyeron para delinear la política partidaria.

 

La alteración de la composición social del partido a partir de la década del cuarenta, con la gradual pérdida del peso minoritario pero significativo alcanzado en ámbitos obreros, y la progresiva ampliación de su espacio en las “capas medias” redunda en la estabilización de un modelo, no confesado pero eficaz, de acción política, que en la práctica funcionó como alternativa a una presencia más importante en el movimiento obrero y a la dificultad de operar en otros ámbitos populares: La inserción en organismos de capas medias, tanto profesionales como empresarios, y en ámbitos estatales (empresas públicas, poder judicial, organizaciones empresarias, FFAA), muchas veces en modalidades de actuación no pública, pero logrando a la postre una ubicación más fuerte y persistente que en ámbitos obreros y populares. Se desenvuelve así una suerte de “entrismo” en las instituciones burguesas, en la creencia de que los comunistas eran, en esos medios, “portadores de la ideología proletaria”. En los hechos, la influencia era bidireccional, y el PC recaía cada vez más en una disputa (en condiciones de marginalidad) del poder en el ‘arriba’ de la sociedad, con concepciones cada vez más influidas por el pensamiento más o menos oficial, mientras las raíces en los ámbitos populares se estancaban o agostaban progresivamente.  La dirección comunista se imaginaba la acción de sus militantes como un ingreso de las concepciones de un macizo “marxismo-leninismo” en el “campo burgués”, pero solía ocurrir lo contrario: La influencia del pensamiento oficial impulsaba gradualmente hacia la derecha a esos militantes que sólo tenían para defenderse de ella, los empobrecidos esquemas difundidos por el Partido. No se trata de que el PC no tuviera en su base muchos (quizás mayoría) de militantes de origen popular; obreros, empleados de baja jerarquía, trabajadores “por cuenta propia”, etc. Pero fronteras afuera de la organización, la influencia en las clases subalternas era más bien escasa, mientras que en las organizaciones de pequeñas y medianas empresas, el cooperativismo de crédito y ciertos ámbitos profesionales e intelectuales, los comunistas poseían mucha mayor capacidad de acción. Más allá del dato estadístico sobre la extracción de clase de sus afiliados, los de capas medias e incluso “altas” eran el sector más influyente y “visible” del partido, al menos desde los años sesenta.

 

d)      El prosovietismo acérrimo era otra característica principal de los comunistas argentinos. Es quizás el elemento más conocido, más obvio, más repudiado e incluso ridiculizado del partido[59], pero ello no implica que se lo haya analizado en todas sus implicancias.

 

La versión más codificada e inmutable del “marxismo soviético” fue erigida en el alimento “teórico” de sus cuadros y militantes. Los intereses de la URSS eran identificados sin reservas con los del socialismo a nivel mundial. La actuación de los PC nacionales (el argentino en primer lugar) tomada como una contribución al triunfo soviético en la ‘guerra fría’ contra EEUU y el mundo capitalista.

 

Se puede sostener con bastante razón que estos rasgos son comunes a cualquier PC prosoviético. Pero en el caso argentino, frente a su debilidad política y teórica y la pobre inserción social  e institucional, el prosovietismo se convirtió en una segunda identidad, cuando no en la primera, para la dirección comunista. Según Manuel Caballero, que intenta bucear los orígenes de esa orientación, el Partido Comunista de Argentina fue, durante un cuarto de siglo, el más confiable para la dirección internacional y de una forma u otra, el líder de las secciones latinoamericanas. Líder incluso de aquellas que probaron ser más importantes tanto por el número de sus miembros como por su propia significación en la vida política de sus respectivos países, como la chilena o la uruguaya.[60]

 

La posición frente a la URSS fue vara fundamental para medir el grado de “progresismo” de los personajes de la burguesía, y más todavía, la autenticidad o no de la condición “revolucionaria” de la gente de izquierda: Si esta era la ‘piedra de toque’ de un revolucionario, como le gustaba afirmar a Rodolfo Ghioldi , quienes eran críticos más o menos severos de la sociedad y la política soviéticas, no eran reputados tales, por más que lucharan de modo denodado por la transformación anticapitalista de las sociedades en que vivían.

 

Este criterio, llevó a resultados catastróficos cuando, desde los últimos años cincuenta, la crítica de izquierda al stalinismo y a la burocracia soviética se hizo cada vez más generalizada, y  fundamentada desde las categorías marxistas, hasta el punto de ser compartida por el grueso de las corrientes de la “nueva izquierda” que crecían en nuestro país y en el mundo, las que quedaban automáticamente descalificadas por los comunistas a causa de sus visiones críticas sobre la sociedad soviética y su dirigencia.

 

La organización partidaria

 

El Partido Comunista, durante más de medio siglo, se desenvolvió bajo la guía de una dirigencia “eterna”, que se ampliaba muy gradualmente por cooptación, pero no se renovaba. Tres dirigentes; Victorio Codovilla y los hermanos Rodolfo y Orestes Ghioldi pertenecían al partido casi desde su fundación[61], y se mantuvieron en la dirección partidaria desde 1928 en adelante, con interrupciones pasajeras. Gerónimo Arnedo Alvarez fue secretario general del Partido desde 1938 hasta su muerte en 1980. Rubens Iscaro fue durante décadas responsable sindical. Otros dirigentes, como Fernando Nadra y Oscar Arévalo, ingresaron más tardíamente en los máximos niveles de decisión, pero una vez allí también se volvieron “inamovibles”. Ese núcleo de conducción,  más algunos otros de menor relieve pero similar permanencia, eran la cara pública del partido, a la vez que mantenían en sus manos los hilos del poder organizativo. A más tardar en los primeros 60, había ya un fuerte quiebre generacional con las potenciales tendencias renovadoras, que ampliaba la brecha en cuanto a la posibilidad de un entendimiento; y una nula predisposición a transitar con actitud innovadora esos tiempos de cambios vertiginosos y cuestionamientos generalizados, y de participación más que activa de la juventud en la acción y el pensamiento.[62] Los cuestionamientos provenientes de dirigentes y cuadros más jóvenes, menos comprometidos con la trayectoria partidaria y los clichés  de la línea política, terminaba en expulsión o silenciamiento una vez tras otra, y si bien el número de militantes se recuperó una y otra vez, los cuadros perdidos no se reponen, y la incidencia y el prestigio comunista en diversos campos y en especial en los ligados al trabajo intelectual, desciende rápidamente. Uno de los mecanismos para ‘suplir’ el deterioro, era, al revés de lo indicado por la tan mentada dialéctica[63], saltar de la ‘calidad’ a la cantidad, y poner en primer lugar los logros cuantitativos: El partido se enorgullecía de las nuevas afiliaciones logradas[64], de las cuantiosas recaudaciones de las campañas financieras, del alto número de períódicos partidarios vendidos... sin detenerse a balancear el contenido real de esos ‘logros’, medidos con criterios más contables que políticos.  El PC convertía en “funcionarios” (personas rentadas, dedicadas a tiempo completo al trabajo partidario) a centenares de cuadros del partido y la juventud, repartidos desde la conducción nacional a comités locales o barriales. Esta ‘profesionalización’ en un partido minoritario, proscripto de la actividad legal durante largos períodos  y con una deficiente inserción en los medios obreros y populares, daba lugar a que buena parte de estos “funcionarios” fueran verdaderos exponentes de “aparato”, dedicados a tareas organizativas internas o propagandísticas, en un trabajo que en gran parte se desenvolvía puertas adentro de los locales partidarios, con un funcionamiento de “oficina” en el que recibir informes desde “arriba” y retransmitirlos hacia “abajo” era la tarea política más habitual.

 

Los dirigentes  máximos habían pasado, a esa altura, varias décadas de su vida como “funcionarios” partidarios, a menudo sin ninguna otra participación en ámbitos político-institucionales, laborales o académicos. Por añadidura, la mayoría de estos dirigentes no tenía una formación teórica sistemática mas allá de las “escuelas de partido” locales o internacionales, y por lo tanto sus instrumentos para analizar la realidad económica, social, política y cultural eran rudimentarios, sin que la experiencia directa en el movimiento de masas pudiera remediar siquiera en parte esa precariedad.

 

 Esta dirigencia era, sin embargo, objeto de una fuerte deferencia por parte de la institución partidaria[65], y asumida como incuestionable en cualquier campo de la actividad y el saber  en el que incursionaran, lo que producía un ‘achatamiento’ de todo debate serio, bajo la férula de un ‘centralismo democrático’ atento siempre al primer término de la fórmula y ampliamente despreocupado del supuesto componente de democracia, que hacía descender toda la discusión al mínimo común denominador marcado por lo más mediocre de la dirigencia. [66]

 

Los aparatos propagandísticos, organizativos y financieros del partido configuraban una maquinaria aceitada y eficaz... para todo lo que fuera previsible y calculable numéricamente, sobre todo si se podía resolver por medidas más bien administrativas, sin aventurarse demasiado al “exterior” del partido. En cambio se tendía a detestar lo espontáneo, lo no establecido, lo que no era conocido previamente. Las frecuentes condiciones de clandestinidad o semi-clandestinidad y la consiguiente brevedad e inestabilidad de los intervalos de libertad de actuación, contribuían a darle una razón de ser a esta maquinaria, sobre todo vista a la luz de la supervivencia y reproducción del propio partido.

 

El ‘aparato’ erigía a la preservación y crecimiento de la estructura partidaria en un objetivo válido por sí mismo, en el punto donde convergían todos los afanes, e incluso entraba en contradicción directa con las aspiraciones de desarrollar el partido en los movimientos de masas, al absorber gran cantidad de militantes para las tareas internas. Las anécdotas circulantes sobre cuadros obreros destinados a organizar la entrega de carnets a nuevos afiliados, o de activos militantes de barrios populares derivados a tareas de administración de los locales partidarios, señalaban casos extremos, pero reales, de toda una concepción administrativa  y “endógámica” de la política. [67]

 

Ello concluía por relegar la realidad social a un segundo plano. Cuando el partido fue perdiendo relevancia en los sindicatos y otras organizaciones autónomas, a partir de la aparición del peronismo y más acentuadamente desde los primeros 60, la dirigencia orientó la organización a una vida progresivamente más “endogámica”. Sectores enteros de la  militancia se sumían en una actividad que reconocía un tempo político más orientado hacia la vida interna del partido (un calendario donde, a intervalos más o menos regulares, se escalonaban la fiesta de la prensa, la campaña financiera, la colecta de recursos de fin de año) que hacia los acontecimientos de la sociedad. Cualquiera que haya conocido la vida partidaria desde adentro, puede testimoniar los importantes esfuerzos que debían hacer los dirigentes de los ‘frentes de masas’ (sindical, estudiantil, etc.), para  llevar atención hacia conflictos o acontecimientos en sus ámbitos, cuando estos coincidían, por ejemplo, con la “campaña financiera”. Centenares de militantes sindicales, estudiantiles, barriales, de las organizaciones culturales, deseosos  de oponerse al capitalismo y de luchar por una mejor suerte para las clases trabajadoras, se veían con frecuencia ‘tirados para atrás’ por un ‘aparato’ que tenía prioridades y tiempos diferentes a los de la fábrica o las calles. El desarrollo externo a la estructura partidaria apuntaba más bien a un “afuera” relativamente cercano y manejable, fortaleciendo organizaciones de alcance limitado pero que podía controlar de modo férreo, como la organización de mujeres UMA, el Consejo Argentino por la Paz, la Liga por los Derechos del Hombre, una gran cantidad de cooperativas urbanas y rurales, organizaciones de solidaridad con la URSS y otros países del bloque socialista, y un largo etcétera.

 

Los tiempos recientes: Progresiva agudización de la crisis

 

En  su XII° Congreso, celebrado en 1963, los comunistas habían desechado la opción por la lucha armada, a favor de lo que denominaban la “acción de masas” en sindicatos, barrios y ámbitos estudiantiles:

 

“(...) sobre el problema del camino a seguir para conquistar el poder, nuestro Partido tiene una posición tomada ya antes del XX Congreso del PCUS. Siempre consideró que había que desarrollar el movimiento de masas y sobre esta base, crear las condiciones favorables para la toma del poder por vía pacifica, sin excluir la acción parlamentaria; o por vía no pacífica, si los círculos dirigentes del país cierran todas las posibilidades democráticas para la conquista del poder.”[68]

 

La vía armada aparecía como una última ratio determinada por la actitud de las fuerzas enemigas,  y no una táctica a adoptar en lo inmediato, contra la opinión de sectores de la izquierda, a los que incluso se reconocía repercusión en las filas partidarias, que postulaban el de las armas como el único camino abierto a la transformación revolucionaria: (...) en los últimos tiempos (...) se expresa en algunos sectores cercanos al Partido, y, a veces, repercute en su seno, la idea de que en nuestro país se ha cerrado definitivamente la posibilidad del triunfo por la vía pacífica y que no queda otro camino que el de un levantamiento armado.” [69]

 

 Esa posición no cambiaría cuando, hacia fines de los años 60, las experiencias guerrilleras viraron del asentamiento rural a la actuación  urbana, y pasaron progresivamentede ser experiencias aisladas y poco duraderas[70] a desarrollar organizaciones numerosas, con amplio desarrollo de actividades sociales y políticas por fuera de la lucha armada, no exentas de simpatía popular y de inserción en el campo obrero, como fue el caso de Montoneros y del Ejército Revolucionario del Pueblo. El PC prosiguió apostando en primer lugar a la ampliación de los espacios institucionales y a la realización de acciones de masas, si bien no desdeñaba preparar a sus militantes para eventuales enfrentamientos violentos.[71]

 

Ante el golpe militar de 1966, los comunistas no vacilaron en pronunciarse en un tono condenatorio sin atenuantes acerca de la “Revolución Argentina”, sin los arrestos de expectativa o tolerancia exhibidos por otras fuerzas políticas:

 

“Ya se han ido acumulando suficientes elementos como para que nadie se llame a engaño sobre que representa el ‘nuevo orden comunitario’ prometido. No se trata de un gobierno dictatorial corriente, de los varios que han venido a cercenar tal o cual libertad. Se trata de un nuevo tipo de gobierno, basado en un Estado corporativo-fascista que arrasa con todas las libertades y conquistas obreras, populares y democráticas logradas luego de muchos años de lucha.”[72]

 

Ante la proscripción de los partidos políticos y la promulgación de legislación especial anticomunista,[73] el PC, más allá de la inadecuada caracterización como fascista de lo que era una dictadura militar reaccionaria  pero sin los rasgos de movilización social ni el nacionalismo belicista característicos del fascismo, se convirtió en una de las fuerzas abanderadas de la resistencia contra ella.

 

El alto nivel que la radicalización ideológica y la movilización de masas alcanzó a partir del año 1969 en Argentina, con hitos como el “Rosariazo” y el “Cordobazo”[74], conmovió a los comunistas, que participaron activamente en las rebeliones y “puebladas” que se desencadenaron en variados puntos del país. Los comunistas valorizaban en términos muy elevados “las grandes luchas obreras y populares de los últimos tiempos, sus exigencias de carácter antiimperialista y antioligárquico ... El giro a la izquierda se ha generalizado y alcanzó un nuevo nivel en su desarrollo.” Pero en el mismo momento, reiteraban recetas tradicionales: “Es en esta perspectiva que debemos ubicar nuestras tareas en el futuro inmediato, para impulsar la unidad de acción y la formación del gran frente democrático nacional de todas las fuerzas patrióticas, antioligárquicas y antiimperialistas.” [75]  

 

Algunos acciones contestatarias de la época contaron con presencia protagónica de cuadros comunistas, como la huelga de los trabajadores de la construcción de la represa  El Chocón, liderada por el dirigente Antonio Alac, o el propio Cordobazo, en el que militantes comunistas rodeaban a Agustín Tosco. La conducción comunista saludaba alborozada el avance de la movilización y los “combates masivos” y los interpretaba como la apertura de “un nuevo proceso político en el país, favorable a las fuerzas del progreso, de la libertad, de la independencia nacional.”[76] Pero estas evaluaciones no llevaron a modificar las orientaciones políticas fundamentales del partido, sus prácticas cotidianas, ni su visión estrecha y autocomplaciente del mundo político en general y de la izquierda en particular.

 

Siguieron procurando alianzas en los partidos tradicionales sin darle la dimensión suficiente a las nuevas corrientes, y ante la evidencia de que el peronismo resurgía con una fuerza incontenible e incluso estaba en condiciones de capitalizar el auge de las luchas populares mientras amplios sectores en su interior se radicalizaban, buscaron un acercamiento que terminaba por privilegiar al propio Perón y a su dirigencia más institucionalizada, en lugar de las corrientes volcadas hacia la izquierda, a las que en parte se cuestionaba como “ultraizquierdistas”. De ese modo, la posición frente al gobierno electo por voto popular que asumió la presidencia en 1973, tendió más al apoyo a sectores “reformistas” en su seno[77], que a apostar a los que, desde dentro y fuera del peronismo, apuntaban a su radicalización. El modo de posicionarse frente a la radicalización de un sector del peronismo, fue objeto de crítica y punto fundamental de la ruptura con el partido de Ernesto Giúdici, en 1973:

 

Con Cámpora asciende al gobierno lo más combativo, de aspiración revolucionaria, del peronismo...Un esquema liberal-burgués impuesto... (en la visión de la conducción partidaria) sobre el proceso histórico argentino real, no permitía pronunciar siquiera la palabra “Montoneros” y los montoneros surgían como una gran fuerza popular al lado de otras tendencias revolucionarias del peronismo. [78]

 

Un hombre del PC incluso, ocupaba nada menos que el ministerio de Economía durante buena parte del trienio abierto en 1973.[79] En momentos en que se producía algo similar al “giro a la izquierda” profetizado una década antes, la dirección comunista se mantenía a distancia de quienes lo protagonizaban efectivamente.

 

Los comunistas tendieron a visualizar tempranamente la efectiva amenaza de un nuevo golpe militar, y rápidamente pasaron a orientarse más a evitar esa contingencia que a la apuesta por un cambio revolucionario. Este posicionamiento tenía su base en la forma más bien “defensiva” de entender la acción social y política que venían adoptando desde hacía décadas. Junto con el repudio al posible golpe futuro, fueron desplazándose hacia cierto “acomodamiento” para el caso que éste se produjera, expresado en la consigna de “gabinete cívico-militar”, planteada ya tiempo antes del golpe. En una conferencia nacional del PC, el secretario general defendía la consigna en los siguientes términos: “Tiene en cuenta una realidad insoslayable, que es el peso de las Fuerzas Armadas en el quehacer nacional. Así como nos oponemos a que las Fuerzas Armadas constituyan un “poder paralelo” con funciones de “vigilancia”, consideramos necesaria su intervención en un gobierno democrático, al lado de los civiles.” [80]

 

Esa tendencia pasó a reflejarse plenamente en las primeras declaraciones posteriores al 24 de marzo de 1976. El 25 de marzo, el  CC del P.C emitía una declaración. En uno de sus párrafos se lee:

 

“El Partido Comunista está convencido de que no ha sido el golpe del 24 el método más idóneo para resolver la profunda crisis política y económica, cultural y moral. Pero estamos ante una nueva realidad. Estamos ante el caso de juzgar los hechos como ellos son. Nos atendremos a los hechos y a nuestra forma de juzgarlos: su confrontación con las palabras y promesas.” [81]

 

Como se ve, la toma castrense del poder  no era considerada el ‘método más idóneo’, pero se le reconocía el propósito de aportar soluciones, es decir que su finalidad última se consideraba válida, reduciendo la discrepancia a los medios aptos para obtenerla. Toda la declaración está impregnada de la aceptación de las condiciones impuestas por las Fuerzas Armadas, y por el reconocimiento de las justificaciones iniciales del pronunciamiento militar y los objetivos que la flamante dictadura se adjudicaba. Más adelante, sigue mostrándose de acuerdo con los postulados del naciente “Proceso de Reorganización Nacional”:

 

“Fidelidad a la democracia representativa con justicia social, revitalización de las instituciones constitucionales, reafirmación del papel de control del Estado sobre aquellas ramas de la economía que hacen al desarrollo y a la defensa nacional. El Partido Comunista, aunque no comparte todos los puntos de vista (subrayado nuestro) expresados en los documentos oficiales, no podría estar en desacuerdo con tales enunciados, pues coinciden con puntos de su Programa, que se propone el desarrollo con independencia económica, la seguridad con capacidad nacional de decisión, soberanía y justicia social.”[82]

 

Menos de dos meses después del golpe, se publica un trabajo más extenso, de autoría de Orestes Ghioldi, uno de los miembros más destacados de la dirección, que insiste y profundiza en este tipo de concepciones, llegando a considerar que los partidarios de las soluciones más violentas habían acelerado el golpe de estado pero no habían prevalecido en el gobierno resultante, y por tanto se alertaba contra aquellos que podían impulsar un “giro a la derecha”:

 

“... es justo comprobar que el movimiento del 24 de marzo tiene algunos rasgos que lo diferencian de los anteriores. Las fuerzas armadas, llegadas al poder de facto, en vez de disolver los partidos políticos suspenden sus actividades provisionalmente. Aunque no se puede ocultar que quienes consideran –a pesar de la trágica experiencia chilena- que la solución debe levantarse sobre una montaña de cadáveres, presionaron para precipitar el golpe, aunque no prevalecieron en él; y ahora presionan y actúan para provocar un viraje a la derecha.” [83]

 

Todo el planteo de la convergencia cívico-militar no nace de la nada en marzo del 76, ni en el descalabro ‘isabelino’ que precede al golpe. Trabajar sobre las contradicciones al interior de las Fuerzas Armadas para definirlas en un sentido progresista, es una idea que puede rastrearse en los documentos partidarios al menos desde comienzos de la década del 60´, alimentada sin duda por los procesos militares de tinte real o supuestamente progresista que se abren en países del Tercer Mundo.[84] Desde 1955, se repetiría la tendencia a reproducir en el campo militar lo que se hacía en los más variados terrenos: Delimitar la principal disputa ‘por arriba’ y tratar de influir a favor de uno de los bandos en lucha, con la mayor cantidad de herramientas que se tuviera al alcance,  sin proponerse una línea política propia, autónoma. En la cosmovisión del PC, que identificaba en la práctica el avance de las corrientes de la  burguesía políticamente liberales con cierta proyección hacia la “revolución democrática”, los militares de discurso cercano al liberalismo político, aparecían como una promesa de evolución positiva de la situación, por más que la reforma agraria o la nacionalización de las empresas monopólicas que supuestamente caracterizaban la ‘primera etapa’ de la revolución fueran no sólo ajenas sino contrarias a sus objetivos

 

A base de las resonancias “liberales” y “constitucionalistas” que acompañaban al discurso del dictador Videla, el partido optó por tomarlas al pie de la letra y reproducir una vez más la política de “apoyo crítico” al supuestamente menos dañino de los campos burgueses en pugna, al que se imaginaba como “democrático” en oposición al “pinochetismo”, identificado este último en exclusividad con la ideología abiertamente reaccionaria y las prácticas represivas más criminales. Era cierto que, como en casi cualquier gobierno, existían “duros” y “moderados” en el interior de la dictadura militar, pero todos coincidían en alentar la feroz represión contra las organizaciones populares, acompañadas por políticas económicas directamente orientadas a destruir el nivel de vida y el poderío social de los trabajadores.  Con reyertas secundarias entre verdugos, a falta de mejor material, el PC “dibujó” la enésima versión del enfrentamiento “democracia vs. Fascismo”, que creía estar librando desde la década de 1930. Ya se habían adoptado posiciones de ese tipo en momentos dictatoriales  recientes, como en 1955 y en 1962.[85] Por otro lado, y tal como lo mencionaba en sitio destacado Orestes Ghioldi, la no proscripción del partido permitía apuntar a la preservación de la estructura partidaria,  en medio de una represión que se descargaba con máxima intensidad sobre las organizaciones que sí habían sido declaradas ilegales, que eran casi todas las situadas a la izquierda del PC, estuvieran o no involucradas en la lucha armada.[86] Esa actitud de “prudencia” coexistió contradictoriamente con el hecho de que centenares de militantes comunistas fueron detenidos o desaparecidos por el régimen[87], y con los esfuerzos, a menudo heroicos, de los militantes comunistas por liberar a presos y desaparecidos, e impulsar acciones de resistencia antidictatorial en variados campos. Pese a ello, los documentos partidarios no alteraron esa postura, mantenida hasta bien avanzado el año 1982, sobre el final de la dictadura militar.

 

A la luz del derrumbe del régimen dictatorial  y del conocimiento más profundo y generalizado de sus crímenes, la política de la dirección partidaria frente a la dictadura pasó a ser un lastre frente al resto de la izquierda y a la sociedad en general, y una fuente de creciente descontento desde la militancia de base hacia la dirigencia que había tenido responsabilidades decisorias en aquella orientación, éticamente cuestionable y políticamente fallida. Ya en los albores de la restauración institucional, el tortuoso apoyo electoral al peronismo en las elecciones de octubre de 1983[88] y el forzado “blanqueo” de la escasa influencia electoral del partido y la persistente sobrevaluación de su masa de afiliados[89], sumaron factores de crisis.

 

Un recambio generacional en curso[90], unido a una revaloración del proceso político latinoamericano de los años recientes, y de las luchas, incluso armadas, desenvueltas en Argentina, fueron apuntando hacia un cambio que intentara  en alguna medida rendir cuentas de las políticas de los años anteriores. Un acto de homenaje al “Che” en Rosario en 1984, constituyó una novedad respecto a las liturgias partidarias al uso[91]. Poco después, el frente electoral pactado para la elección parlamentaria de 1985, constituía por sí solo una inusitada ruptura con las tradiciones partidarias: Los comunistas conformaron el Frente del Pueblo, con el MAS (Movimiento al Socialismo), el más numeroso entre los partidos trotskistas que actuaban en el país. Tal alianza, materializada en la presentación de listas en común en todo el país, constituía una “herejía” no ya  desde el punto de vista del PC argentino, sino en relación con la práctica de los partidos comunistas de todo el mundo.

 

1986 fue el año del llamado “viraje”, convertido en orientación partidaria “oficial” en el XVI° Congreso partidario celebrado durante ese año. Se realizó una “autocrítica” basada en caracterizar como grave desviación las posiciones frente a la dictadura:

 

“...caracterizamos como una grave desviación oportunista el no haber definido desde el principio,  y claramente, el carácter de clase de la dictadura militar fascista instaurada en marzo de 1976, lo que desmereció, desdibujó y orientó incorrectamente el abnegado y patriótico combate antidictatorial de los comunistas.” [92]

 

 En un plano más general se criticaba la política de alianzas persistentemente orientada a la “burguesía nacional”[93] y a los partidos políticos supuestamente ligados a la misma, pasándose a mencionar a “la izquierda” como eje de los entendimientos:

 

Cuando hablamos de viraje estamos diciendo que se restablece una línea revolucionaria, dejando atrás la desviación reformista y se levanta claramente ante las masas un proyecto propio.  (...)Nuestro proyecto político arranca de la necesidad de la izquierda de agrupar fuerzas y desplegar sus energías...” [94]

 

La misma caracterización estructural del país como “atrasada y dependiente” con resabios semifeudales, era dejada de lado, para reconocer la preeminencia de relaciones capitalistas en Argentina. Y por tanto se cuestionaba la concepción de “revolución por etapas”, visualizándose mayor cercanía entre las transformaciones democráticas y  las socialistas:

 

“Afirmamos de este modo nuestro objetivo socialista, como la culminación de un proceso revolucionario único, que transita por el camino de lucha de las transformaciones antiimperialistas y antioligárquicas, que saquen a la patria de la dependencia y el atraso...”[95]

 

También se otorgaba centralidad al tema del poder, en implícita crítica al anterior relegamiento de la cuestión:

 

“El problema fundamental no resuelto y que es el eje de todas las tareas que se plantean a las fuerzas revolucionarias es la cuestión del cambio del poder político. (...) De establecer, desde el punto de vista de clase, quién dominará los resortes claves de la economía y las finanzas, quién habrá de dirigir los destinos de la Nación.”[96]

 

 De allí se partía a un cuestionamiento que tendía a proyectarse incluso sobre el pasado no tan reciente, en especial en lo que respecta al alineamiento frente al primer peronismo. También se modificaba la visión hacia los movimientos de liberación nacional, la revolución cubana, y las experiencias guerrilleras de los 70, procurando identificar al partido con esas luchas y con sus figuras emblemáticas, comenzando por Ernesto “Che” Guevara, antes contemplado con cierta “distancia crítica” por el partido. La vieja visión del PC sobre las expresiones de la izquierda por fuera de él, que condenaba irremisiblemente a todas las expresiones políticas situadas a su izquierda bajo el rótulo de “ultraizquierda”, pasaba también a ser revisada al mismo tiempo que el “seguidismo”  del partido hacia las expresiones más o menos progresistas dentro de la política “burguesa”. Las políticas en el movimiento sindical y estudiantil se radicalizaron y llevaron a la formación de nuevas alianzas hacia la izquierda, al mismo tiempo que se adoptó una visión más crítica de la “transición democrática” en curso desde diciembre de 1983, y se adoptaron valoraciones más negativas sobre el gobierno del presidente Alfonsín.

 

Respecto a la casi simultánea iniciación de la “perestroika” soviética, el PC tuvo una relación ambivalente, sobre todo con el llamado “nuevo pensamiento”, que revisaba las posiciones antiimperialistas y el cuestionamiento frontal a las políticas estadounidenses por parte del partido soviético. Una tendencia, implícita pero clara, a referenciarse mayormente en Cuba se hacía evidente.

 

A partir de su alianza con el Movimiento al Socialismo en 1985; del atractivo ejercido  por los lineamientos del  XVI° Congreso, y en parte favorecido por el cuadro bastante disminuido en número y gravitación que ofrecían otras corrientes de la izquierda marxista, el PC comenzó a recibir una atención mayor de ciertos núcleos de la intelectualidad  y la militancia de izquierda, incluyendo algunos provenientes de la lucha armada de la etapa anterior, que abandonaban una actitud signada por el distanciamiento y hasta el repudio abierto de las orientaciones del partido de Codovilla y los Ghioldi, llegando en algunos casos a afiliarse al mismo. [97]

 

Esto era resultado de una apertura político-cultural cuyas limitaciones eran muchas, pero contrastaba con la rigidez de toda la etapa anterior, e incluso con la actitud de otras fuerzas de izquierda, negadas casi por completo a revisar concepciones sustentadas con anterioridad, o a admitir errores de importancia en sus evaluaciones y prácticas del proceso político y social.

 

De todas maneras el proceso orientado a la renovación partidaria resultó costoso y plagado de contradicciones. Al comienzo, el PC  sufrió el desgajamiento de dirigentes y militantes que defendían con mayor o menor decisión la línea política previa a 1986, incluyendo a algunos de los principales animadores de la conducción anterior.[98] Luego sobrevinieron algunas rupturas de signo diferente, que abarcaban sobre todo a militantes de base y cuadros intermedios, que más bien tendían a reprochar falta de profundidad o claridad teórica y política en la radicalización hacia la izquierda en curso, cuando no acusaban la reproducción de las prácticas burocráticas y autoritarias tradicionales en el partido, el que por cierto, no se había planteado la democratización interna como un objetivo central a alcanzar, manteniendo la férrea adhesión al “centralismo democrático”, sin demasiadas innovaciones respecto a cómo se lo entendía en la verticalizada tradición partidaria .

 

 El panorama se complicó aún más en 1989-90, cuando en el marco de los debates producidos por el derrumbe en marcha del “bloque socialista”, las divergencias se instalaron en el mismo sector de la dirigencia que había impulsado el “viraje” hacia la izquierda, quedando claramente delineadas tres corrientes, dentro de las cuales la encabezada por quien emergió después de 1986 como máximo líder partidario, Patricio Echegaray, ostentaba una mayoría no demasiado holgada ni estable. Las otras dos líneas se recostaban, una de ellas sobre una revalorización de lo institucional y de la integración en sus mecanismos, en el estilo del Frente Amplio uruguayo, mientras otra radicalizaba una crítica de sabor casi “postmoderno” hacia el conjunto de la izquierda revolucionaria y proponía directamente la disolución del partido. Las tres corrientes estaban encabezadas por dirigentes partidarios nuevos, que habían emergido desde la juventud del partido para encabezar el “viraje”.[99] A través del congreso partidario celebrado en 1990, el XVIII° la situación logró estabilizarse muy precariamente, en base a alianzas de diversos grupos internos que convergieron en  respaldar al secretario general, en una situación exterior e interior muy compleja.

 

La estabilización fue más que relativa, ya que la siguió un período de nuevas disidencias, una en dirección a posiciones de apariencia más próxima a la “ortodoxia” pre XVI° Congreso, y otra que terminó de desarticular al grupo promotor del “viraje”, encolumnada con la idea de disolver las organizaciones políticas preexistentes para fusionarse en el entonces llamado Frente Grande, luego Frepaso.[100] En esas circunstancias, el P.C quedó reducido a su mínima expresión, con unos pocos centenares de militantes y casi nula influencia en el movimiento social, si se excluyen algunos bastiones de capas medias, en general ligados al pequeño y mediano empresariado y al cooperativismo.

 

En términos de política electoral, se reforzó nuevamente en el partido una orientación hacia la izquierda, que llevó en las elecciones de 1997 a la alianza con el Movimiento Socialista de los Trabajadores, escisión del antiguo Movimiento al Socialismo, agrupación trotskista con la que se mantuvo una coincidencia electoral hasta 2005. Y en el plano de las luchas sociales coexistió el empeño por insertarse en las nuevas expresiones ligadas a la crisis cada vez más profunda e integral en que se sumergió la Argentina a fines de los años 90, incluyendo la aparición del movimiento “piquetero”, con presiones en otra dirección, tendientes a ampliar la política de alianzas hacia el “centro” y morigerar en parte las posiciones más radicalizadas.

 

A modo de conclusión

 

Recuento y pespectivas

 

Una visión de superficie podría poner en tela de juicio el interés histórico que puede despertar un partido siempre en minoría, de presencia más que escasa en las instituciones de gobierno, y cuya influencia en su ámbito esencial en tanto fuerza de izquierda marxista, el movimiento obrero, sólo tuvo unos años de auge tras los cuáles quedó remitido a una posición minoritaria, cuando no marginal. Sin embargo, los comunistas han mantenido presencia durante largas décadas en el escenario social, cultural y político de Argentina, y la historia del cooperativismo, las expresiones culturales contestatarias, el movimiento de los derechos humanos, las organizaciones vecinales e incluso el movimiento obrero, no  podrían escribirse sin tomar en cuenta su presencia y acción. Se proyectaron asimismo sobre campos poco previsibles para la acción de un partido comunista, como las organizaciones gremiales empresarias. Durante décadas mantuvieron una militancia activa y disciplinada distribuida por prácticamente todo el territorio nacional y en las más variadas áreas de actuación.

 

Se presenta para la mirada historiográfica el desafío de dar cuenta de esos variados campos de influencia, y  la de explicar a una organización compleja, que no puede ser comprendida a partir de un solo factor, como se ha intentado hacer, por ejemplo, reduciéndola a una completa alienación a las orientaciones emanadas de la Unión Soviética.

 

La visión general acerca del comunismo argentino quedó sin embargo impregnada más por  algunos de sus grandes fallos que por sus realizaciones, y a menudo tomada por una mirada teleológica y con acento“decadentista”, en la que al período de auge en el movimiento obrero de los treinta y primeros cuarenta seguiría un declive tan prolongado como inexorable.

 

La integración a la Unión Democrática en 1946 y la actitud “contemplativa” lindante con la complicidad durante un buen tramo de la última dictadura militar, son quizás los grandes hitos de esa cuenta negativa, pero no resultó menos gravitante, mirada en perspectiva, la cerrada persistencia en la matriz teórica y política del “marxismo soviético” que los comunistas mantuvieron contra viento y marea cuando esa visión del mundo ya se hallaba en su declive final. Lo mismo puede decirse de la consecuente negativa a dimensionar los enormes cambios que modificaban profundamente la fisonomía de la sociedad argentina en general y de las fuerzas de izquierda en particular. Con todo, no habría que caer en el esquematismo de suponer que una actitud distinta en todos o alguno de esos momentos hubiera significado por sí sola una evolución completamente diferente para el partido.

 

A partir de 1986, en un proceso de renovación de rasgos únicos en la izquierda argentina, pareció presentarse la oportunidad de que los comunistas levantaran las “hipotecas” de su propia historia. La actitud frente al llamado “Proceso de Reorganización Nacional” de 1976 fue la primera en ser objeto de crítica, la que luego se extendió hacia atrás, en dirección a los sesenta y los primeros setenta y al alineamiento de 1946. Fue un “viraje” realizado a contracorriente, un pronunciado giro a la izquierda en momentos en que se desenvolvía una ofensiva mundial del gran capital y se desplegaba el predominio de lo que por comodidad solemos llamar neoliberalismo, casi al mismo tiempo que comenzaba a derrumbarse el bloque soviético. En el proceso se combinaron contradictoriamente, de forma difícil de resolver, el impulso renovador con el anclaje en prácticas políticas no aptas para colocarse a la altura de los tiempos, y una forma de ver el mundo impregnada de esquematismo. Y el impacto sobre los sectores más tradicionales o menos propensos a un “giro” izquierdista de la militancia partidaria, no pudo ser absorbido y derivó en rupturas y deserciones.

 

Hoy, en una sociedad en la que todas las fuerzas políticas se hallan en entredicho, los partidos presentan síntomas de agotamiento, lo que incluye a las fuerzas de izquierda, y al Partido Comunista en particular, y difícilmente pueda esperarse el surgimiento de una perspectiva innovadora “desde adentro”. El conocimiento y comprensión analítica de la historia de los comunistas argentinos podría ser un insumo a la hora de pensar (y actuar) en la re-construcción de una izquierda capaz de romper en sentido progresivo y con capacidad de generar nuevas alternativas, con los paradigmas del pasado.

 

- Daniel Campione es Profesor Universidad de Buenos Aires (UBA)

 

* Esta es una versión corregida del trabajo presentado en el COLOQUIO INTERNACIONAL E comunismo: otras miradas desde América Latina, realizado en México D.F. en noviembre de 2005. México D.F.



[1] Orígenes del comunismo argentino (La fundación del Partido Socialista Internacional), de Emilio J. Corbiére, editado en 1984, fue el primer trabajo de alguna extensión que abarcó los años iniciales del PC argentino. Unos años después aparecerían trabajos de Alberto J. Plá en la misma dirección, como “La Internacional Comunista y el Partido Comunista de la Argentina”, en Cuadernos del Sur N° 7, 1988 y “El Partido Comunista de la Argentina (1918-1928) y la Internacional Comunista” en Anuario de la Universidad Nacional de Rosario, 2ª época, N° 12, 1986-1987. También en 1988, aparecería una nueva historia producida por el propio Partido, que intentaba tomar los aires renovadores del XVI° Congreso, de 1986, y fue escrita por un grupo de veteranos militantes, como Enrique Israel, Paulino González Alberdi y otros.

 

[3] Esbozo de Historia del Partido Comunista de la Argentina (Origen y desarrollo del Partido Comunista y del movimiento obrero y popular argentino). Redactado por la Comisión del Comité Central del Partido Comunista. Buenos Aires, Anteo, 1947. Esta obra está vaciada sobre el molde de la Historia del Partido Comunista (bolchevique) de la URSS, que se escribió y publicó en la URSS a fines de los 30’: El relato parte desde los inicios del movimiento obrero en Argentina, en las últimas décadas del siglo XIX, y llega hasta el momento de su publicación, informando sobre documentos partidarios del propio año de edición, 1947.

[4] Jorge Abelardo Ramos editó en varias ocasiones su obra denostando la trayectoria del PC, titulada El Partido Comunista en la política argentina  y en otras ediciones Historia del stalinismo en Argentina. De pluma afilada y propensa a la vena satírica, Ramos fue tal vez el más furibundo e integral crítico de la actuación de los comunistas argentinos.

[5] Algo diferente es el tratamiento de Rodolfo Puiggrós en las secciones “Las Izquierdas y el problema nacional” y “El peronismo. Sus causas” de su Historia crítica de los partidos políticos argentinos, pero de todas maneras lo tiñe el resentimiento contra el Partido del que fue excluido en 1946.

[6] Ver J. Cernadas, R. Pittaluga y H. Tarcus. “La historiografía sobre el PC Argentino. Un estado de la cuestión” en El Rodaballo, Revista de Política y Cultura. Año IVº. Nº 8, otoño-invierno 1998. Contiene un detallado análisis de la producción en torno al PC argentino generada hasta ese momento, y una propuesta de periodización y sugerencias para abordar algunos problemas principales. Y con un enfoque que abarca al conjunto de la izquierda socialista y comunista: H. Camarero, “La izquierda como objeto historiográfico. Un balance de los estudios sobre el socialismo y el comunismo en la Argentina.” Nuevo Topo. Revista de historia y pensamiento crítico. Nº 1. Septiembre/octubre 2005. pp 77-99.

[7] En 2002 se hizo un encuentro sobre historia de la izquierda en la Universidad Nacional de Quilmes, que tuvo una buena presencia de ponencias sobre el comunismo, presentadas por Saúl Amaral, Mirta Lobato, Julio Bulacio y Hernán Camarero. La mayoría de ellas se integraron a un dossier incluido en el número 6 de la revista Prismas, editado por esa universidad en el año 2002.

[8] Ver “Herejes y heterodoxos. Ernesto Giúdici y las diversas tradiciones culturales del comunismo argentino” Primera Parte; en Periferias Año 2. Nro 2, Primer Semestre 1997. E Idem. Segunda Parte en Periferias Año 2. Nro. 3. Segundo Semestre de 1997. Esos mismos trabajos fueron luego recogidos en el libro…

[9] Existe un trabajo de cierta extensión, hasta ahora inédito que sepamos, de Julio Bulacio, titulado “Intelectuales y Partido. Héctor P. Agosti y las políticas y prácticas culturales del PCA. 1950-1959”, que realiza un pormenorizado análisis del comunismo en el período del título.

[10]  José E. Schulman, “Algunos de los debates comunistas ante el surgimiento del peronismo y las elecciones de 1946.”, en Periferias. Revista de Ciencias Sociales. Año 6. N° 9. Segundo Semestre 2001.

[11]  Se ha publicado un extenso artículo de Omar Acha, sobre Puiggrós y su historiografía, titulado “Nación, peronismo y revolución en Rodolfo Puiggrós”, dividido en “Primera Parte: 1906-1955”, Periferias...  Nro. 9, Segundo Semestre 2001, , y “Segunda Parte: 1956-1980”, en Periferias...N° 11, Segundo Semestre 2003. El mismo autor se halla trabajando sobre la historiografía de Leonardo Paso, durante décadas suerte de ‘historiador oficial’ del Partido Comunista (que nunca se ocupó in extenso  de la trayectoria partidaria).     

[12] Cristina Mateu, “Expresiones de la cultura de clase en la cultura nacional” ponencia presentada en las 4as. Jornadas de Investigadores de la Cultura. Instituto Gino Germani. Facultad de Ciencias Sociales. UBA, 1998, donde referencia con alguna extensión la labor político-cultural de los comunistas durante los primeros años de existencia del partido.

[13] Samuel Amaral: "Peronismo y marxismo en los años fríos: Rodolfo Puiggrós y el Movimiento Obrero Comunista, 1947 -1955", en Investigaciones y Ensayos; Revista de la Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, 2000; Nº 50; pp. 167 -190.

[14] M. Lobato. “Rojos. Algunas reflexiones sobre las relaciones entre los comunistas y el mundo del trabajo en la década de 1930.”, Prismas. Revista de Historia Intelectual. UNQUI, N° 6, 2002, Nº 6. En el mismo Coloquio de la Universidad Nacional de Quilmes, titulado Cultura y política: nuevas aproximaciones a la historia de la izquierda en Argentina, se presentó el trabajo Debates y rupturas en los partidos Comunista y Socialista durante el frondizismo, de María Cristina Tortti.

[15] Lleva publicado un adelanto, a partir de una ponencia en un simposio sobre historia de la izquierda celebrado en la Universidad Nacional de Quilmes, ver Hernán Camarero “La experiencia comunista  en el mundo de los trabajadores 1925-1935.”  Prismas, Revista de historia intelectual, UNQUI, N° 6, 2002, pp. 189-203.  Es inminente la publicación en forma de libro de la tesis de maestría del mismo autor: A la conquista del proletariado. La experiencia comunista en el mundo de los trabajadores de Buenos Aires, 1925-1935, un trabajo respaldado en una vasta búsqueda documental y un rigor analítico que a nuestro juicio lo hacen encarnar por sí solo un salto cualitativo en la historiografía sobre los comunistas argentinos.

[16] A. Gurbanov y S. Rodríguez, “Revisando las posturas del partido comunista argentino frente al peronismo. 1943-1955)”ponencia presentada en X° Jornadas Interdepartamentales/Interescuelas de Historia, Rosario, 2005.

[17] A. Svarch ¿Comunistas judíos o judíos comunistas? La rama judía del PC en un contexto de crisis identitaria. 1920-1950.” Ponencia presentada en X° Jornadas Interdepartamentales/Interescuelas de Historia, Rosario, 2005. Silvia Schenkolewski-Kroll, “El Partido Comunista en la Argentina ante Moscú: deberes y realidades, 1930-1941”, en Estudios Interdisciplinarios de América Latina y el Caribe, X, 2, Tel Aviv University, julio-diciembre 1999.

[18] Los dos tomos han sido publicados con mucha distancia temporal entre ambos: El marxismo y la revolución argentina  I, Buenos Aires, Agora, 1990, cubre desde el origen de las corrientes socialistas hasta la fundación en 1918. El segundo, El marxismo y la revolución argentina II, Buenos Aires, Agora, 2000, llega hasta los 30.

[19]  Las corrientes trotskistas, por ejemplo, no se originaron en Argentina como escisión del P.C, por más que en distintas épocas recibieron en sus filas a numerosos comunistas disidentes. (ver al respecto O. Coggiola, Historia del trotskismo en Argentina, Buenos Aires, CEAL, 1985)

[20] El PCA es de creación temprana en relación a la mayoría de sus similares latinoamericanos, algunos de los cuáles se fundan más de una década después: Ecuador (1926), Bolivia (1926), Perú, Panamá, El Salvador, Colombia, Costa Rica, Haití (1930), Venezuela (1931), Puerto Rico (1934).

[21] El P.S. de la Argentina se fundó en 1896, agrupando sobre todo a obreros y profesionales liberales, siendo Juan B. Justo quien emergió como el dirigente más destacado. Con la implantación del sufragio universal obligatorio y secreto en 1912, el socialismo pasó a ser el partido mayoritario, en términos electorales, en la capital del país. Aunque todavía minoritario en el movimiento sindical, el P.S. obtenía vasto prestigio tanto del elevado nivel de sus dirigentes, ahora también brillantes parlamentarios, y de la vasta labor cultural, multiplicada en bibliotecas, centros educativos, salas de conferencias y numerosas ediciones de todo tipo. Predominaba en su seno una tendencia que puede caracterizarse como reformista, con influencias de Jean Jaures,; el partido obrero belga, e incluso del ideario de Woodrow Wilson y otros destacados liberal demócratas de la época. En el curso de la guerra europea el ingreso de EE.UU en la contienda y el cambio de régimen en Rusia, contribuyeron a inclinarlos del lado de las “democracias” y dejar de lado el neutralismo.

[22] El debate previo a la fundación del Partido Socialista Internacional lo hemos reseñado en El comunismo en Argentina. Sus primeros pasos, Buenos Aires, 2005.

[23] Figuras del socialismo como Juan B. Justo, Mario Bravo, Nicolás Repetto, Enrique del Valle Iberlucea, eran graduados universitarios en profesiones liberales, autores de numerosos libros y artículos, algunos de ellos ejercían o habían practicado la enseñanza universitaria, y desde hacía un tiempo, brillaban en el Parlamento por su oratoria y capacidad analítica. Entre el núcleo rector de los “internacionalistas” sólo podía contarse un profesional, el ingeniero Carlos Pascali, y un profesor, el después destacado historiador Alberto Palcos. Ninguno de ellos había ocupado bancas parlamentarias ni tenía aún una actuación intelectual de relieve, en lo que también tiene que ver el hecho de que varios de ellos apenas pasaban los veinte años.

[24] En 1921 se incorporaría una numerosa fracción del PS llamada “tercerista”, entre los que se contaba Orestes Ghioldi y otros futuros dirigentes partidarios.  En 1924 ingresaron parte de los integrantes del grupo editor de la revista Insurrexit, con algunas posiciones afines al anarquismo, luego decantadas en dirección al marxismo, entre ellos Hipólito Etchebehere, Micaela Feldman, Héctor Raurich, José Paniale y Alberto Astudillo. Algunos de ellos se alejarán un par de años después, junto a otros importantes dirigentes como Angélica Mendoza, Mateo Fossa, Cayetano Oriolo, Sebastián Loiacono, etc. fundando el periódico La Chispa y luego el Partido Comunista Obrero. (cf. H. Tarcus, “Insurrexit. Revista Universitaria. 1920-1921”, en Revista Lote N° 8, Santa Fe, diciembre de 1997) En 1928 se formaría un nuevo partido, en torno a la figura del hasta ese momento principal dirigente del partido argentino, José Fernando Penelón, en una disidencia que compartieron una gran parte de los dirigentes y militantes del campo sindical, algunos de los cuales, como Luis V. Sommi y Florindo Moretti, retornaron luego a las filas partidarias. Con las denominaciones sucesivas de P.C. de la Región Argentina, P.C. de la República Argentina y Concentración Obrera, esa agrupación actuó hasta fines de los años cuarenta.

[25] En el IVº Congreso de la IC, en septiembre de 1922 dos delegaciones concurren a Moscú invocando la representación de los comunistas argentinos. La delegación oficial, integrada por dos dirigentes de primera línea, José Penelón y Juan Greco y, y la de los ‘frentistas’, integrada por Cosme Givoje y Pedro Presas. Cada una de las delegaciones produce un informe en proceso de ruptura con la dirección partidaria, el  que culminaría con el reingreso de muchos de sus miembros al Partido Socialista, incluyendo a algunos fundadores del Partido, como Alberto Palcos, y a una buena parte de los que habían ingresado al PC desde el socialismo en el año 1920, a partir de la fracción socialista llamada ‘tercerista’.  En todos los congresos posteriores, hubo presencia de una delegación del P.C. argentino. Antes del IVº, Rodolfo Ghioldi habría participado en el tercer congreso de la IC, pero no hay pruebas fehacientes al respecto.

[26]  De la disidencia de 1925 surgirían el periodico La Chispa,  y luego el Partido Comunista Obrero, caracterizados por la conducción partidaria como “ultraizquierdistas”, con dirigentes como Francisco Loiácono, Cayetano Oriolo, Angélica Mendoza y Rafael Greco, muchos de ellos de origen obrero. El partido tendría una existencia breve, y algunos de sus integrantes se incorporarían luego a vertientes trotskistas. La escisión de 1927 se desenvolvió bajo el signo de la lucha contra desviaciones “derechistas” que comenzó a desatarse en el partido soviético y en la Internacional a partir de la catástrofe del proceso revolucionario chino y otros contrastes, y que iría a configurarse como la línea de “clase contra clase” del tercer período. Penelón, hasta ese momento principal dirigente partidario, fue acusado de seguir una política reformista y de prestar escasa atención a la solidaridad internacional con la URSS  y a las tareas internacionalistas en general. Alejado Penelón y sus seguidores fundarían el Partido Comunista de la República Argentina, luego llamado Concentración Obrera, que sobreviviría con cierta influencia en la ciudad de Buenos Aires, hasta la década de los 40’.

[27] Camarero destaca la fuerte afluencia de trabajadores industriales al Partido Comunista, en un proceso de proletarización  en curso a partir de 1925, como parte de una explícita política de aumento de la presencia borera en las filas partidarias (H. Camarero, op. cit.: 193.)

[28] En los trabajos arriba mencionados de Mateu y Camarero, , se encuentran referencias a esa labor. En la militancia femenina se destacaron tempranamente Julia Coral, Ida Bondareff  y Mica Feldman, las dos primeras provenientes de Europa y luego retornadas a sus tierras de origen. Las “secciones idiomáticas” (que agrupaban a los militantes que provenían de países de habla no hispánica), la forma de organizarlas y el trabajo político en ellas, fue una de las “piedras del escándalo” en la disidencia con Penelón en 1928. Las más importantes eran la “israelita” y la italiana.

[29] El “tercer período” era, de acuerdo a las Tesis del VIº Congreso de la IC, el del final de la “estabilización relativa” del capitalismo, signado por nuevas guerras interimperialistas, agresiones contra la URSS y una aguda agravación de la crisis del capitalismo. Dentro de ese enfoque, se postulaba un choque frontal entre burguesía y proletariado (“clase contra clase”), y un abandono en la práctica de la política de “frente único” con los partidos socialdemócratas, restando sólo el entendimiento con militantes socialistas de base. La dirigencia socialista pasaría a ser caracterizada como “socialfascista”.  (cf.  Milos Hayek, “La táctica de la lucha de ‘clase contra clase’ en el VIº Congreso”, Estudio Preliminar a VI Congreso de la Internacional Comunista. Primera Parte. Tesis, manifiestos y resoluciones, México, Pasado y Presente, 1977.) Existe un único articulo, que sepamos, expresamente dedicado a la repercusión de esa línea política en Argentina: Daniel Lvovich y Marcelo Fonticelli, “Clase contra clase. Política e historia en el Partido Comunista argentino (1928-1935)”, en Desmemorias. Revista de historia, VI, 23/24, julio-dicdiembre 1999, Buenos Aires, pp. 199-221.

[30] Estas iniciativas se desarrollaron al comienzo de los años 30’, por iniciativa del ministro del Interior, Matías Sánchez Sorondo. Cf. Silvia Schenkolewski-Kroll. El Partido Comunista en la  Argentina ante Moscú: deberes y realidades. 1930-1941, mimeo.

[31] Durante el transcurso de un importante conflicto en el gremio de la construcción, en 1935-36 fueron expulsados cinco italianos, dirigentes de la Federación de la Construcción, entre ellos su principal conductor, Guido Fioravanti

[32] Nicolás Iñigo Carrera le dedicó un extenso artículo a la Alianza Obrera Spartacus, agrupación anarquista de la cual algunos de sus principales cuadros sindicales, como Domingo Varone y Antonio Cabrera   se acercaron a los comunistas y luego se incorporaron al partido. N. Iñigo Carrera “La alianza obrera Spartacus”, en Pimsa, Documentos y Comunicaciones 2000. Acaba de publicarse un libro completo dedicado a esa agrupación, de Javier Benyo, La Alianza Obrera Spartacus, Buenos Aires, Anarre, Colección Utopía Libertaria, 2005. Las dos ramas más importantes en las que logran los comunistas convertirse en conducción, la construcción y la alimentación, venían de una predominante presencia de la militancia anarquista, en particular la primera.

[33] La FONC fue fundada en el mes de noviembre de 1936, luego de un proceso huelguístico en el que los albañiles y otros gremios de la construcción jugaron un rol protagónico. (cf. R. Iscaro. Historia del movimiento sindical. tomo II, Buenos Aires, Fundamentos, 1973. p. 228. Comenta Hugo del Campo: “Durante los años siguientes (a 1929)  -pese a ser el blanco predilecto de la represión a través de la famosa Sección especial de la policía- los comunistas lograrán organizar importantes sindicatos por industria, reuniendo a las organizaciones de oficio, y conducirán las huelgas más importantes del período. Su combatividad los llevará a atraer a los sectores más explotados y sumergidos de la clase obrera...” (H. del Campo, Sindicalismo y peronismo. Los comienzos de un vínculo perdurable, Buenos Aires. Clacso. 1983.  p. 95)

[34] La trayectoria de Peter se refleja en un escrito autobiográfico, Crónicas proletarias, e incluso en una novela de Raúl Larra, Sin Tregua, que lo tiene como protagonista.

[35] Codovilla, nacido en Italia, podía ser objeto de deportación y salió del país a inicios de los 30’, actuando luego en  España como representante de la IC ante el partido español, de 1932 a 1937, bajo el seudónimo de Medina. Ha sido acusado de participar en la represión contra el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista), que incluyó el asesinato de su máximo líder Andreu Nin.  En un trabajo reciente, basado en parte en el testimonio de otro cuadro de la IC en España, Gerö (“Pedro), se dan detalles sobre la actuación de V.C, que durante un buen tiempo habría sido el dirigente máximo “en las sombras” del PC. Español. (cf. A. Guillamón “La NKVD y el SIM en Barcelona. Algunos informes de Gerö ("Pedro") sobre la Guerra de España.” en Balance. Cuadernos de Historia del movimiento obrero internacional y de la Guerra de España.  (es.geocities.com/balance/2000).     Según Huber y Jeifets, en cambio, Codovilla no se habría adaptado a tiempo a la nueva política de Frente Popular, y fue marginado por otros consejeros internacionales, como Palmiro Togliatti y Serguei Minev, y finalmente “retirado” de España durante 1937. cf. P. Huber, L. Jeifets y V. Jeifetz, La Internacional Comunista y América Latina, 1919-1943-Diccionario Biográfico. Instituto de Latinoamérica de la Academia de las Ciencias (Moscú) e Institut pour l’histoire du communisme (Ginebra), p. 79.

 Ghioldi viajó a Brasil en 1935, para participar en un intento de insurrección avalado por la IC, junto a Luis Carlos Prestes, Olga Benario, Arthur Ewert y otros dirigentes de la I.C, luego de cuyo fracaso estuvo encarcelado en la isla de Fernando de Noronha. Volvió a Argentina en 1940. Sobre el episodio brasileño de la vida de Ghioldi se hallan amplias referencias, de tono más bien crítico, en Olga, del periodista brasileño Fernando Morais. Una versión favorable a la actuación de Ghioldi, al parecer concebida como réplica a la obra del brasileño, se encuentra en el libro de Jaime Marín,   Misión secreta en Brasil : el argentino Rodolfo Ghioldi en la insurrección nacional-liberadora de 1935 liderada por Prestes, Buenos Aires, 1988.   

[36] Entre otros libros, fue autor de La revolución del 90’  y Los capitales alemanes en la Argentina, ambos editados en los primeros años cuarenta.

[37] Del Partido Socialista Obrero provenían Manuel Aráoz Alfaro y Benito Marianetti. Ambos tuvieron destacada actuación política y como abogados, siendo Marianetti además un prolífico escritor en temas históricos y relacionados con su provincia, Mendoza, en la que fue durante buen tiempo el principal dirigente. Aráoz Alfaro también fue largo tiempo dirigente principal del partido en Tucumán. También de las filas del socialismo de izquierda, un par de años antes se incorporó Ernesto Giúdici, joven dirigente universitario que también pasaría a ser un destacado líder del PC durante hasta comienzos de la década del setenta.

[38] En el período anterior, los gremios conducidos por comunistas se habían mantenido al margen, en un nucleamiento exclusivamente dominado por ellos, el Comité de Unidad Sindical Clasista. (del Campo, op. Cit,  p. 95)

[39] Un vasto análisis de la huelga general de 1936 y su contexto se encuentra en Nicolás Iñigo Carrera, La estrategia de la clase obrera en 1936, Pimsa-La Rosa Blindada, 2001.

[40] Ese régimen militar comenzaría con todos los rasgos de una dictadura clerical y reaccionaria, con predominio de prácticas represivas de fuerte tinte anticomunista y antisemita. No fue hasta un tiempo después que emergió la figura de Perón, cada vez más vinculada a políticas sociales dirigidas al beneficio de los trabajadores asalariados, y proyectándose aceleradamente hacia un liderazgo político imaginado inicialmente como de base pluriclasista y de “unidad nacional”, pero que por el rechazo de sectores de poder tradicionales terminó enraizado principalmente en el movimiento obrero. Analizando las raíces, objetivos y conformación de la coalición peronista inicial, J. C. Torre, “Interpretando (una vez más) los orígenes del peronismo.”, en Desarrollo Económico, N° 112,  vol. 28, enero-marzo 1989.

[41] Un amplio estudio sobre los orígenes y trayectorias de los sindicalistas que apoyaron a Perón se encuentra en T. Di Tella, Perón y los sindicatos. El inicio de una relación conflictiva, Buenos Aires, Ariel, 2003, y con otro enfoque en Juan Carlos Torre, La vieja guardia sindical y Perón, Buenos Aires, Sudamericana, 1984. Todos los autores coinciden en que sólo pocos dirigentes sindicales comunistas (y ninguno de los de primera línea) se incorporaron al peronismo. La disciplina partidaria, mucho más fuerte que entre los socialistas, jugó seguramente su rol en esa renuencia, junto con la visión de independencia de clase frente al Estado, y el fuerte antifascismo, que hacía al grueso de los comunistas sospechar fuertemente de todo lo relacionado con el coronel Perón.

[42] La Unión Industrial Argentina, la Sociedad Rural Argentina y la Bolsa de Comercio, se pronunciaron contra las politicas de Perón como secretario de Trabajo y luego combatieron su candidatura presidencial. Hubo sectores empresarios que apoyaron a Perón, pero su influencia y visibilidad no puede equipararse a la de las grandes organizaciones que lo enfrentaron.

[43] En realidad se trataba de un informe del principal dirigente, Victorio Codovilla, ante  una Conferencia Nacional celebrada por el PC tres meses antes de las elecciones presidenciales, el 22 de diciembre de 1945. Se editó en forma de libro bajo el título Batir al nazi-peronismo para abrir una era de libertad y progreso. Buenos Aires, Anteo, 1946. Se afirma en el informe: “TODOS (subrayado en el original) los hechos de Perón, sin excepción, son fascistas. Que Perón lo niegue, no es una ‘equivocación’ suya, sino que es parte integrante de su demagogia fascista. Desde que la derrota del Eje nazi-fascista en los campos de batalla fue un hecho evidente, el nazi-peronismo ha ido haciendo esfuerzos cada vez mayores por disimular su verdadero carácter fascista bajo frases ‘democráticas’ y bajo una demagogia social de intensidad creciente.” V. Codovilla, op. cit. p 106. Puede apreciarse la cerrada lógica, que toma incluso las medidas de carácter popular  como una mera trampa destinada a encubrir el verdadero carácter del régimen.

[44]  Los dirigentes gremiales comunistas de mayor importancia en ese momento, se opusieron de modo unánime al peronismo, entre ellos Rubens Iscaro de la Construcción, el mencionado José Peter, Vicente Marischi, del gremio maderero, etc. Hubo gremialistas de origen comunista que pasaron a militar en el peronismo, como Aurelio Hernández, que llegó a conducir la CGT durante el primer gobierno de Perón, pero en general habían dejado la militancia años antes de su ingreso al nuevo movimiento.

[45] Se trata de Luis Gay, cuyas memorias dan una interesante imagen de los orígenes del peronismo y la relación con la izquierda socialista y comunista de la época: Luis Gay, El Partido Laborista en Argentina, Buenos Aires. Macchi. 1999.

[46] Sobre los orígenes del partido peronista, y su antecesor laborista, ha trabajado extensamente Moira Mackinnon, en su artículo “Sobre los Orígenes del Partido Peronista. Notas Introductorias”, de 1996, y el libro de su autoría Los años formativos del Partido Peronista. Buenos Aires, Siglo XXI, Instituto Di Tella, 2002.

[47] La política de los comunistas en el período 1946-1955 es tratada ampliamente en Gurbanov, Andrés y Rodríguez, Sebastián, “Revisando las posturas del Partido Comunista frente al peronismo. 1943-1955”. Ponencia presentada en las X° Jornadas Interescuelas/Interdepartamentales de Historia, septiembre 1955. Mímeo.

[48] PCA, Proyecto de tesis para discusión del segundo punto del orden del día del XI Congreso del Partido, mimeo reproducido por el Comité de la Capital, 1952.

[49] El principal expulsado fue Juan José Real, a la sazón secretario de organización del partido, que luego escribiría un libro de memorias en el que se ocupa de ese período, titulado Treinta años de historia argentina. También fue separado José Pedrolo, hasta ese momento principal dirigente de la juventud partidaria.

[50] Llamamiento del partido Comunista para poner fin a la guerra civil, 18 de septiembre de 1955, mímeo, sin numeración de páginas.

[51] La dictadura de 1955, autodenominada “Revolución Libertadora”, anuló por decreto la reforma constitucional producida en 1949, y convocó a su vez una convención reformadora, lo que sólo está habilitado para hacer el Congreso Nacional.

[52] V. Codovilla “El significado del giro a la izquierda del peronismo”. Informe rendido en la reunión del CC del PC realizada los días 21 y 22 de julio de 1962, Buenos Aires, Anteo, 1962, p. 20.

[53] El grupo trotskista más numeroso, encabezado entre otros por Nahuel Moreno, se había fundido en los primeros cincuenta en un partido filo peronista, el Partido Socialista de la Revolución Nacional, y por ello sufre la ilegalización junto con las entidades peronistas, lo que acentúa la marginalidad de esa corriente. (Existe una historia “oficial” de esa línea política, en varios  tomos: Ernesto González (coord.) El trotskismo obrero e internacionalista en la Argentina, Buenos Aires, editorial Antídoto, que se publicó durante los años 90’.)

[54] Las primeras expulsiones importantes se produjeron justamente en el campo intelectual y universitario. La primera fue la del grupo Pasado y Presente, conducido por José Aricó, y poco tiempo después la del grupo de la revista La rosa blindada, encabezado por José Luis Mangieri y en el que participaban Manuel Brocato, Juan Gelman y otros.. La primera experiencia es tratada en Raúl Burgos, Los gramscianos argentinos. Cultura y política en la experiencia de Pasado y Presente. Buenos Aires, Siglo XXI, 2004. La de La Rosa por Néstor Kohan en La Rosa Blindada. Una pasión de los 60, Buenos Aires, La Rosa Blindada, 2000.

[55] “Proyecto de los comunistas. Para una patria liberada.” Programa del Partido Comunista de la Argentina aprobado en el XIVº Congreso realizado en agosto de 1973. Buenos Aires, Anteo, 1974, p. 5.

[56] Ibídem.

[57] El conjunto de estas caracterizaciones se encuentra en el citado programa de 1973, el que a su vez era fruto de modificaciones parciales a los programas anteriores.

[58] El PS, desde los días de su fundación, denostaba como “política criolla”, caudillista, hecha de arreglos de conveniencia y manipulación de la voluntad popular, a las expresiones tradicionales en la política argentina, radicales y conservadores en primer lugar. La categoría fue expuesta sistemáticamente por el filósofo Carlos Octavio Bunge en Nuestra América (1903), dónde la analiza como una modalidad extendida a toda la América hispana, quien escribe allí: “Llamo política criolla, a los tejemanejes de los caciques hispanoamericanos, entre sí y para con sus camarillas. Su objeto es siempre conservar el poder, no para conquistarse los laureles de la historia, sino por el placer de mandar.”

[59] Las “antihistorias” que antes mencionábamos, en particular la de Jorge Abelardo Ramos hacían del invariable prosovietismo y del origen inmigratorio de buena parte de sus dirigentes, las “marcas de origen” de una fuerza profundamente antinacional, siempre alejada de los datos concretos de la realidad...

[60] Caballero conjetura que esa posición dirigente obedeció a algunos de los siguientes factores: a) para los líderes europeos del Comintern, Argentina era un país mas fácil de entender, ya que su situación o las formas que allí tomaba la lucha de clases no eran, en la superficie, diferentes de las europeas; b) el Partido Comunista de Argentina mostraba una particularísima continuidad en su liderazgo: Vittorio Codovilla y Rodolfo Ghioldi fueron sus jefes ininterrumpidamente no sólo hasta la disolución del Comintern, sino hasta la muerte de ambos, en avanzada edad, por los años sesenta; c) su absoluta obsecuencia hacia la política dictada por Moscú; d ) al menos en los primeros años, el envío de propaganda en los idiomas oficiales del Comintern (ruso, alemán, francés e inglés) era facilitada por el hecho  de la existencia de una enorme cantidad de inmigrantes europeos en el país; e) finalmente, la verdadera situación dirigente de Argentina en Sudamérica era generalmente reconocida por los otros  países y jugaba en favor de la primacía más o menos de este partido en el Comintern. (Cf. M. Caballero, La Internacional Comunista y la revolución latinoamericana, 1919-1943, Caracas, Nueva Sociedad, 1987. p. 77. Cabe señalar un error de Caballero en este párrafo: Codovilla murió a comienzos de los años 70’ y Ghioldi a mediados de los 80’, y no en los primeros sesenta como afirma el autor.

[61] Codovilla y R. Ghioldi fueron fundadores del Partido, O. Ghioldi se incorporó en 1921, junto con el grupo “tercerista” del socialismo.

[62] El tema generacional aparecerá en las disidencias del período que nos ocupa, desde Pasado y Presente, que plantea explícitamente el tema, hasta Ernesto Giúdici, que en su Carta diferencia una y otra vez a la juventud de la dirección partidaria, pasando por la disidencia que dio lugar al PCR, que hizo centro en los sectores juveniles.  Ver José Aricó, La Cola del diablo, Itinerario de Gramsci en América Latina, Buenos Aires, Puntosur,  1988, y Ernesto Giúdici, Carta a mis camaradas, Buenos Aires, Granica, 1973.

[63] Los manuales de filosofía marxista que compendiaban la versión soviética del materialismo histórico, enumeraban la transformación de la cantidad en calidad como una de las tres leyes básicas de la dialéctica. Ver, entre otros, Academia de Ciencias de la URSS, Fundamentos de filosofía marxista-leninista, Progreso, Moscú, 1977.

[64] Se cumple aquí la advertencia de Gramsci sobre la dificultad de generar “capitanes” frente a la relativa facilidad de reponer a los “soldados”. El PC blasonaba de sus logros en materia de reclutamiento de militantes: Primero la búsqueda de los 100.000 afiliados, luego de 200.000 y por fin de 300.000 eran metas a las que continuamente se hacía referencia. Para alcanzarlas, se mantenía en los padrones a afiliados que hacía años que no militaban o que habían pasado a otros partidos, que se habían ido del país, que habían muerto… El PC no retrocedía cuantitativamente, sino cualitativamente.

[65] El peso de esta actitud de deferencia (alentada desde arriba) es difícil de exagerar. El autor de estas líneas recuerda, avanzados los 80’, la presencia de grandes retratos al óleo de los principales dirigentes (tanto ya fallecidos como vivos y en plena actividad), ornando un salón que solía ser usado como ámbito de deliberaciones del Comité Central. Imagínese la libertad de discusión en un Comité del que parte de sus integrantes estaban tan explícitamente elevados a “próceres”.

[66] Las excepciones, por otra parte muy diferentes entre sí, son Héctor P. Agosti y Ernesto Giúdici. Ambos capaces de desarrollar un pensamiento propio y con una formación teórica no limitada al prisma del marxismo soviético, sin embargo se disciplinaron al partido durante décadas. Giúdici terminó con una ruptura de aspecto brusco pero meditada largamente,  en 1973 mientras que Agosti murió en la década de los 80’ formando parte del máximo nivel de dirección del partido, pero lejos ya de lo mejor de su producción. Uno de sus últimos trabajos en forma de libro, titulado Mirar hacia adelante, no pasaba de ser  una larga defensa de la línea partidaria oficial, muy por debajo de obras como Nación y Cultura y El mito liberal, que databan de tres décadas atrás.

[67] Tomamos el término “endogámico” de Aricó. Ver J. Aricó “El PC es un partido endogámico”. Reportaje en Todo es Historia, XXI, 250, abril 1988, Buenos Aires, pp. 42-47.

[68] V. Codovilla, “Informe del Comité Central sobre el primer punto del Orden del Día. Por la acción de masas hacia la conquista del Poder”, en XIIº Congreso del Partido Comunista de la Argentina. 22 de febrero de 1963. Informes e Intervenciones. Buenos Aires, Anteo. 1963, p. 59.

[69]  Ibidem.

[70] Como ejemplos de este tipo podrían citarse el Ejército Guerrillero del Pueblo, directamente ligado a Enersto “Che” Guevara, que rápidamente destruido en la provincia de Salta en los años 64-65 (Ver Daniel Avalos, La guerrilla del Che y Massetti en Salta, 1964. Ideología y mito del Ejército Guerrillero del Pueblo); o  Uturuncos, organización vinculada al peronismo en áreas rurales de la provincia de Tucumán, que actúa a caballo entre las décadas de 1950 y 1960. (ver Ernesto Salas, Uturuncos. Los orígenes de la guerrilla peronista (1959-1960), Buenos Aires, Biblos, 2003.

[71] Algunas referencias a la actividad “militar” del PC en los años 60 pueden encontrarse en Otto Vargas, Conferencias. Aportes al estudio de “El marxismo y la revolución argentina”, Instituto Marxista-Leninista-Maoísta de Argentina, 2005.

[72] En  V. Codovilla, Luchemos unidos para abatir la dictadura y por un gobierno verdaderamente democrático y popular. Informe de Victorio Codovilla rendido ante la VII Conferencia Nacional del Partido Comunista, realizada los días 14, 15 y 16 de abril de 1967.” Buenos Aires. Anteo, p. 10.

[73] La dictadura de Onganía dicta la Ley N° 17.401, la que habilitaba una amplia persecución contra los comunistas, que incluía desde inhabilitarlos para puestos públicos, cargos docentes y variadas profesiones hasta privar de la ciudadanía argentina a los extranjeros “naturalizados” que profesaran ideas comunistas. Las víctimas no fueron sólo afiliados y simpatizantes del PC sino también militantes de otras fuerzas de izquierda.

[74] En Jorge Berstein, El Cordobazo: Memorias, Testimonios, Reflexiones, Buenos Aires, Cartago, 1987, se relata la rebelión cordobesa desde el punto de vista comunista. El autor era secretario del PC de la provincia de Córdoba al producirse los hechos.

[75] Gerónimo A. Alvarez “La actualidad nacional y las tareas del partido en la preparación del XIV Congreso.” Informe ante el CC ampliado. 22/23 junio 1973. Buenos Aires. Anteo, p. 3.

[76] Ibidem.

[77] Ya antes de que las autoridades electas asumieran, el PC manifestó marcada complacencia hacia el triunfo peronista: “El 11 de marzo (fecha de los comicios), ha sido derrotada en las urnas la dictadura y su política antipopular y antinacional. La gran trampa (GAN) urdida por la reacción y las derechas de los partidos burgueses... ha recibido en las urnas un golpe demoledor.” Declaración del CC. Del Partido Comunista.  “El PC asumirá frente al nuevo gobierno una actitud positiva”, en Resoluciones y Declaraciones del P.C. de la Argentina. Año 1973, Buenos Aires, Anteo, 1973, p. 35. Luego de la asunción del nuevo gobierno y sus primeras medidas, seguirán manifestando predisposición favorable: “...en los primeros pasos de las nuevas autoridades hay decisiones que reflejan caros deseos de los sectores obreros y populares progresistas del país, (...) el hecho de que muchas de las medidas que mencionamos sean de carácter reformista-burgués... no significa que aquéllas carezcan de proyección.” Gerónimo A. Alvarez “La actualidad nacional ... p. 5.

[78] E. Giúdici, op. cit. p. 165.

 

[79] José Gelbard era un empresario del caucho, la metalurgia y otras ramas, vinculado de forma más o menos subterránea pero efectiva a la estructura partidaria, que logró ser dirigente empresarial de máximo nivel desde los primeros 50. Fue miembro del gabinete inicial del presidente Cámpora, asumido el 25 de mayo de 1973, y luego fue ratificado por los sucesivos presidentes Raúl Lastiri (provisional), Perón y María Estela Martínez de Perón, siendo desplazado por esta última, en octubre de 1974. Últimamente, la dirección partidaria ha levantado el “secreto” sobre la adscripción política de Gelbard y reivindica su figura: “En el último periodo y tercer gobierno de Perón (1973-1974) antes de su muerte, todo había cambiado tanto que tuvo un ministro comunista, José Bel Gelbard, quien rompió el bloqueo a Cuba y envió automóviles y créditos.” Reportaje a Fanny Edelman, por Stella Calloni, en La Jornada. México D.F. 28/9/2004. (Edelman es miembro de la conducción nacional del P.C.). Gelbard no dejó de encarnar en la práctica un programa de “capitalismo nacional” basado en la inversión local, la orientación hacia el mercado interior y la vasta protección estatal, que era propio de los sectores empresarios de capital nacional que representaba. Cuando su investidura gremial empresaria lo llevó a tener que colocarse enfrente de los intereses obreros, lo hacía, como ocurrió a comienzos de 1955, en el Congreso de la Productividad convocado por el gobierno peronista. Su proximidad al comunismo se manifestaba con más claridad en el campo internacional, a través de relaciones con la URSS e incluso con Cuba, y a los dirigentes partidarios parecía ( y parece) bastarles con eso para seguir considerándolo uno de los suyos.

[80]  Gerónimo A. Alvarez, “¡Unidad para afianzar la democracia y avanzar hacia la patria liberada¡ Informe rendido en la VIII Conferencia Nacional del Partido Comunista del 27 y 28 de noviembre de 1975”, en G. A. Alvarez, Por el Convenio Nacional Democrático. Escritos 1975-1980, Buenos Aires, Fundamentos, 1981.

[81] Comité Central del Partido Comunista. “Los comunistas y la nueva situación en la Argentina. Declaración del 25 de marzo de 1976”,  p. 4 (folleto sin mención de editorial).

[82] Ibidem.

[83]  O. Ghioldi “Democracia renovada o pinochetismo”, 8 de mayo de 1976. Edición del autor. p. 4

[84] Esto incluye desde el proceso encabezado por el general Gamal Abdel Nasser en Egipto, a las “revoluciones” militares latinoamericanas de Perú, Panamá y Bolivia, pasando por un período radical del proceso de Portugal.

[85] En ese último año, se llegó a propiciar el compromiso del partido con el triunfo de los sectores militares más “progresistas” en un eventual choque armado entre las distintas fracciones militares. Resolución del Comité Central Ampliado del Partido Comunista realizado el 21-22 de Julio de 1962, mímeo, p. 2.

[86] Habían sido ilegalizadas, además de Montoneros, ERP y otras organizaciones armadas (lo que databa del último lapso del gobierno anterior), partidos ajenos a esa opción como el Comunista Revolucionario, Vanguardia Comunista, el Partido Socialista de los Trabajadores, Política Obrera, entre otros.

[87] En un informe de los apoderados del Partido Comunista, se hace el siguiente recuento: “ a. Hemos padecido el asesinato de veinticinco dirigentes y afiliados (...). b) fueron secuestrados más de quinientos dirigentes y afiliados (...), de los cuáles continúan en la condición de desaparecidos ciento seis de ellos (...) c) Fueron privados de su libertad más de mil quinientos afiliados y puestos a disposición del Poder Ejecutivo Nacional.” Apoderados del Partido Comunista.  Comunistas Argentinos Desaparecidos, Buenos Aires, edición de los autores, 1982. Debe tenerse en cuenta, además, que la conducción comunista estaba minuciosamente al tanto de las bajas que la represión producía en sus filas desde los primeros días de la dictadura, y asi lo denunciaba en sus declaraciones. Puede leerse, a mediados de 1977: “hasta el 10 de mayo ppdo., el número de afiliados a nuestro Partido detenidos era de 156, y el de secuestrados, 54. A partir del 10 de mayo hasta la fecha, los detenidos suman 17 y los secuestrados 15; o sea, en total,: asesinado 1; detenidos, 173; secuestrados, 69.” Comunicado de Prensa, 8 de junio de 1977, reproducido en CC. del Partido Comunista. “Resoluciones y Declaraciones 1976-1977”.  Buenos Aires, Anteo, 1978, p. 58.

[88] El peronismo fue a las elecciones presidenciales de 1983 con una lista con predominio de dirigentes sindicales burocráticos y otros elementos conservadores. Mientras muchos militantes y simpatizantes peronistas dudaban de votar esa vez al Partido Justicialista, el PC. se entusiasmaba con “colgar” su lista de diputados de la peronista, cosa que finalmente el PJ no le permitió hacer, pese a lo cual realizó intensa propaganda a favor de la fórmula Luder-Bittel, a la postre derrotada por Raúl Alfonsín, que ofrecía una imagen más democrática y menos atada al pasado.

[89] En los últimos días de la dictadura se hablaba de llegar a un partido de “trescientos mil afiliados”. Esa cifra resultó bastante superior al total de votos obtenidos por los comunistas en todo el país. No se trataba necesariamente de una consciente falsificación de los dirigentes, sino más bien era el resultado de las prácticas burocráticas de las oficinas partidarias, siempre propensas a magnificar los éxitos y esconder las carencias. La cifra surgía de padrones no depurados por décadas, en una fuerza con elevada capacidad de afiliación pero baja aptitud de incorporación efectiva y sobre todo de retención prolongada de militantes.

[90] Vittorio Codovilla había muerto en 1970, G. A. Alvarez falleció en 1980, no mucho después Orestes Ghioldi, y finalmente Rodolfo Ghioldi, en 1985. El núcleo “eterno” de la dirección partidaria sólo se desarticuló por los imperativos de la biología. En esas circunstancias, emergían con creciente fuerza los dirigentes de la juventud partidaria, erigidos gradualmente en fiscales de al menos parte de los planteos y prácticas tradicionales.

[91] Un relato y análisis de las implicancias de ese acto, organizado por la juventud comunista, se encuentran en Claudia Korol, El Che y los argentinos, Buenos Aires, Dialéctica, 1988.

[92] Informe del Comité Central del Partido Comunista al XVI Congreso. “Frente y acción de masas por la patria liberada y el socialismo.” 1986, p. 11.

[93] “...a menudo quedamos reducidos a una fuerza de apoyo de los proyectos reformistas burgueses, resintiendo las propias alianzas tácticas en su alcance y efectividad...” .” Informe del Comité Central del Partido Comunista al XVI Congreso. “Frente y acción... p. 12.

[94] “Informe del Comité Central del Partido Comunista al XVI Congreso. “Frente y acción de masas por la patria liberada y el socialismo.” 1986, p. 9.

[95] XVI Congreso. “Resolución Política y otras declaraciones.” Mímeo, 1986. p. 1.

[96] Partido Comunista. “16º Congreso. Proyectos para el debate preparatorio. Tesis Política-Programa- Estatuto. Partido Comunista.” 1986. p. 6.

[97] En esos años se acercaron al Partido Comunista, en algunos casos incorporándose formalmente al mismo, ex dirigentes y militantes del PRT-ERP como Luis Mattini, María Seoane, Pedro Cazes Camarero, así como un grupo de integrantes de “Organización Comunista Poder Obrero”, una organización armada de envergadura menor.

[98] Inmeediatamente después del XVIº Congreso se alejaron Rubens Iscaro,  y Oscar Arévalo. Un tiempo después, Fernando Nadra, que había apoyado inicialmente el “viraje”.

[99] La que terminó predominando era conducida por Patricio Echegaray, ya convertido en el dirigente partidario más influyente,  y se identificaba con la orientación partidaria pos 1986. Eduardo Sigal y Ernesto Salgado encabezaban una tendencia de visión más “institucionalista” inspirada en parte en la experiencia del Frente Amplio uruguayo, mientras que Enrique Dratman y Francisco Alvarez enarbolaban una posición extremadamente crítica de los partidos de izquierda en general, postulando incluso la disolución partidaria.  La corriente conducida por Eduardo Sigal se incorporaría luego al Frente Grande-Frepaso, convirtiéndose aquél en un dirigente de cierto relieve, que años después se incorporaría al gobierno de Néstor Kirchner como subsecretario en el área de Relaciones Exteriores. La otra no tardaría en dispersarse en varias direcciones. El punto de coincidencia entre ambas es que se alejaron rápidamente de cualquier pretensión de identificarse con el marxismo y con transformaciones de sentido socialista.

[100] Así se formó, a partir de 1990-1991, una corriente que integraría varios grupos, y pasaría a denominarse “Partido Comunista-Congreso Extraordinario”, identificado con la ortodoxia partidaria y la reivindicación de la antigua dirigencia partidaria, con Jorge Pereyra, ex secretario general de la juventud comunista como figura más visible. Esa tesitura se compatibilizó, primero con una alianza de largo aliento con la corriente de izquierda nacional-populista llamada Patria Libre, y luego, en compañía de esta última, con un apoyo pleno a la gestión presidencial de Kirchner, posición en la que se mantiene actualmente. Existen otros grupos menores, también surgidos de escisiones del PC, y que mantienen la identificación comunista, como Refundación Comunista y Militancia Comunista, con actuación sobre todo en la provincia de Buenos Aires.

 En 1994 se configuró una corriente, encabezada en cambio por jóvenes de talante renovador, entre ellos Alejandro Mosquera, Oscar Laborde y Federico Soñez, bajo la denominación Alternativa y Liberación.  Al tiempo la agrupación se incorporó a la alianza Frente País Solidario, de la que permaneció como corriente interna, asimilándose al juego político tradicional.

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