Más allá del TLC

20/12/2006
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  • Opinión
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Oponerse al TLC no es lo mismo que construir nuevas alternativas políticas para el futuro de Costa Rica, aunque, sin duda, lo primero empuja hacia lo segundo. Recordemos que la oposición a ese Tratado nace del convencimiento de que este es contradictorio con ciertos valores fundamentales de justicia, democracia y soberanía. Esta convicción implica, en sí misma, la inquietud de “moverse” hacia algún lado, especialmente con el fin de contestar la inevitable pregunta ¿Qué hacer para dar nueva validez a esas aspiraciones una vez derrotado el TLC?

Esos valores que sirven de cemento a la lucha actual, son compartidos en su contenido básico, no necesariamente en sus múltiples derivaciones y complejidades. Y estas últimas son las que entran en juego a la hora de pensar alternativas. Habrá entonces que debatir acerca de qué entendemos por democracia, igualdad, participación o soberanía, y, con seguridad, diversos sectores y grupos formularíamos propuestas más o menos disímiles o coincidentes que, a su vez, contendrían ideas de cambio más o menos profundas o limitadas.

Es seguramente cierto que, en general, la gran mayoría estamos de acuerdo que la convocatoria ciudadana contra el TLC debe hacerse desde una plataforma amplia. Esa es una condición necesaria, en virtud de la pluralidad de sectores cuyos intereses y aspiraciones colisionan con este tratado. Aglutinar ese conjunto variopinto demanda un discurso de consensos muy amplios, y, por ello mismo, un tanto indefinidos. A ese imperativo de la realidad política responde, en líneas generales, el planteamiento que ofrece el Frente Nacional de Apoyo a la Lucha contra el TLC.

Ello no excluye, sin embargo, que esta lucha pueda ser aprovechada como una gran escuela para la educación política popular. Nuestro pueblo es inteligente, sensible y muy intuitivo. Ello concede cierto espacio de maniobra para comunicarnos de las formas y en los términos que resulten más persuasivos, sin renunciar a una cierta visión crítica que incentive a la gente a interpelarse sobre sí misma, sobre el país y la sociedad que tenemos, sobre el mundo que nos rodea. Ya se ha evidenciado que algunos querríamos que este fuera un proceso educativo cuestionador, que siembre la semilla de una conciencia popular autónoma. Otros enfrentan el TLC desde los discursos dominantes.

Esta distinta visión de lucha contra el TLC es un síntoma que anticipa los contenidos del posible debate –que ojalá lo realicemos- en búsqueda de alternativas para el futuro. Ahí quizá se sintetizan los que, me parece, son los dos ejes fundamentales a lo largo de los cuales tiende a articularse la gran diversidad que el movimiento contiene.

El primer eje corresponde a una corriente que enfatiza la restauración de los grandes valores y tradiciones de la historia de Costa Rica, considerando que estos han sido dañados durante dos decenios y tanto de neoliberalismo y en el convencimiento de que ese proceso de decadencia se profundizaría gravemente con el TLC. En general, el PAC podría ser un buen ejemplo de esto, ya que los elementos de novedad que aporta –discursivos más que prácticos- no alcanzan a interpelar críticamente los aspectos fundamentales propios del imaginario social y la cultura política dominantes, ni de las formas históricas de inserción y relación con el mundo. Estos sectores tienden a suscribir el consensualismo tradicional en nuestra cultura, es decir, la imaginación de un proceso armonioso que, suave y fluido, cancela y anula toda contradicción. Es, poco más o menos, el “igualiticos” tan caro a nuestro imaginario colectivo.

Esa racionalidad restauradora tiende a expresarse como una oposición al TLC que se resiste a otros cuestionamientos más amplios, la cual, además, intenta suavizarse mediante el recurso a diversas formas retóricas. Por ejemplo: “este” TLC es un problema pero los “tlc” son buenos; Estados Unidos son nuestros más grandes amigos en el mundo; el libre comercio, el mercado y la inversión extranjera son muy beneficiosos...

La segunda vertiente del movimiento tiende a ser más crítica y, por ello mismo, más propositiva Aquilata el valor de las tradiciones de democracia, pacifismo y justicia que nuestro pueblo ha construido, pero cuestiona también los lugares comunes de la cultura política dominante, en el convencimiento de que la construcción de un discurso popular autónomo y una ciudadanía plena, pasa, necesariamente, por un enjuiciamiento de los elementos ideológicos y las formas culturales que enmascaran la dominación y la inequidad en Costa Rica.

Esa corriente está dispuesta a reconocer que no es posible “abrazarse” con todo mundo por igual, porque los intereses de ese heterogéneo “todo mundo” no se hacen armónicos por la sola magia de un abrazo. Y esto no implica negarse a dialogar con quien decentemente pueda dialogarse. Pero sí conlleva que ese diálogo exige un posicionamiento no exento de compromiso con alguien.

Unos ejemplos a fin de ilustrar a qué me refiero. Yo no puedo defender a las clases trabajadoras si no defiendo el derecho a la organización sindical independiente. Dialogar sobre esto conlleva compromisos, en especial frente a una realidad de salvaje represión sindical. Tampoco es posible defender la equidad distributiva si al mismo tiempo cohonesto las masivas exenciones tributarias a favor de la banca o las empresas extranjeras de zona franca. Dialogar sobre equidad me obligará en algún momento a ensuciarme las manos. Al menos es así, si mi dicho es serio y si no se conforma con actos caritativos, loables, sin duda, pero siempre insuficientes. Un paso más allá, la defensa consecuente de una agenda ambiental, conlleva inevitablemente el cuestionamiento a las formas dominantes de producir y consumir. De otra forma tan solo estaremos disimulando, con grandes ramos de flores, la tumba de nuestro planeta. Por mucho que queramos dialogar, ese cuestionamiento disgustará a cierta gente, a la que no es posible contentar con un simple abrazo. De modo similar, resulta insostenible un discurso sobre derechos humanos que se desentiende de la discriminación por orientación sexual. Y tomar posición sobre esto último sin duda disgustará a la moral conservadora, incluidas algunas expresiones religiosas.

Aparte otras derivaciones menores, me parece que el pluralista movimiento del No al TLC fluye a lo largo de estas dos vertientes principales. Los tiempos exigen trabajar por conjuntarlas alrededor de lo que las une y respetar las diferencias de énfasis que, inevitablemente, surgirán en lo discursivo y en la praxis política. Conviene que, en su momento, propiciemos un debate de fondo, que dilucide posiciones y propuestas más fundamentales.
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