La crisis tras bambalinas

06/11/2008
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Las dimensiones excepcionales de la actual crisis financiera, las formas particulares como ésta se ha manifestado, así como el impacto que ya está teniendo en la economía real, saca a la luz algunos de los rasgos más contradictorios del actual capitalismo neoliberal. El tema no es –como superficialmente lo plantea cierta corriente nostálgica de la socialdemocracia- si esto marca un "retorno del péndulo", como si fuera posible volver a los regímenes de Estados de bienestar e intervención de cuarenta años atrás. Son igualmente apresuradas las conclusiones –como la del prestigiado señor Stiglitz- que dan por sentada la muerte del neoliberalismo. La crisis por sí misma no garantiza nada: ni la derrota del neoliberalismo ni mucho menos la caída del capitalismo ¿Acaso no podría traer más bien una involución neofacista y autoritaria? Lo cierto es que ese tipo de razonamientos incurren en un rasgo típico del pensamiento pre-científico: simplemente mitifican la crisis y la imaginan dotada de poderes mágicos.
 
1) Deuda y especulación
 
Ha salido a la luz un edificio de deuda y especulación de dimensiones planetarias, el cual, a semejanza del cerdito pequeño en el cuento de los tres cerditos y el lobo, en realidad estaba construido de paja muy ligera. Para el caso, esa paja la aportaba la confianza. Pero, a decir verdad, más que confianza se trataba de fe en sentido religioso. Al fallar ésta el edifico se desmorona, igual que cuando el lobo sopla sobre la casa del cerdito desprevenido.
 
En su mayor parte el edificio era una pura ficción y precisamente por ello necesitaba de esa fe ciega para sostenerse. En su base estaban las créditos hipotecarios, incluso, y de forma particularmente importante, las llamadas hipotecas basura. El único componente de realidad en todo esto estaba dado por la gente que debía cumplir con las obligaciones asociadas a su crédito. De ahí en más, los paquetes de hipotecas puestos en los mercados y, enseguida, el caleidoscopio de los derivados financieros, engendraron un monstruo de mil cabezas. Pero el monstruo –como los de las películas de Hollywood- tenía una existencia estrictamente virtual: era una cascada infinita de anotaciones contables y de registros electrónicos. Una pura ilusión, como al modo de un espejismo de riqueza.
 
Claro que esto tenía consecuencias en la economía real, es decir, en la producción. Cierto que sí, puesto que la ficción financiera volvía sobre sus orígenes para alimentar y agigantar el río del crédito y la deuda. De hecho, ese era el objetivo primero del empaquetamiento de las hipotecas: captar capital fresco que permitiera generar nuevos créditos hipotecarios. Pero el resto del monstruo se alimentaba y crecía de forma similar: en un juego alucinante de deuda e inversiones especulativas que se reforzaban en círculo vicioso.
 
De esa forma se dio impulso al mecanismo de la economía y ello seguramente explica, en proporción significativa, el alto crecimiento económico mundial del período posterior a la recesión de 2001. Pero eso también pone en evidencia el carácter endeble de ese crecimiento: en gran medida era fruto del envión que le proporcionaba la deuda y la especulación.
 
 Esto último nos lleva directo a lo que probablemente sea, sino el corazón del problema, algo muy cercano a éste: lo que estamos viendo es un capitalismo que se volvió incapaz de sostenerse y caminar si no es gracias a las muletas que le proporcionan la deuda y la especulación financiera. Estos dos aspectos son componentes de un mismo todo contradictorio; se refuerzan y alimentan mutuamente y, a la vez, cumplen funciones complementarias, pero su funcionamiento es intrínsecamente perverso y, por ello mismo, insostenible.
 
O sea, los engranajes se mueven gracias a la deuda y la especulación cosa que, a su vez, pone en evidencia los límites que el sistema enfrenta y el carácter inestable y desequilibrado de las respuestas que intenta. Dos son los problemas fundamentales que se evidencian: la sobreproducción y el retroceso en los índices o tasas de rentabilidad en la producción. La deuda es un intento de respuesta ante lo primero; la inversión especulativa lo es en relación con lo segundo. Mas, en todo caso, hay que tener claro que ambos componentes de la ecuación se refuerzan mutuamente.
 
2) La sobreproducción
 
La sobreproducción, que según muestra la evidencia histórica es rasgo intrínseco al capitalismo, se ha agudizado precisamente porque es una opción activamente promovida por la ideología neoliberal y la globalización de los capitales transnacionales durante los últimos 30 años. Está inscrita a profundidad en la ofensiva antiestatista y la reducción de la fiscalidad; en la persecución sindical y el debilitamiento de las organizaciones autónomas de la clase trabajadora; en la restricción salarial y la creciente informalidad y precariedad laboral; en la automatización creciente de los procesos productivos y la elevación sustancial de la productividad del trabajo. El sistema se mueve así al borde la irracionalidad absoluta: quiere elevar su capacidad productiva hasta las estrellas y, al mismo tiempo, recortar el gasto de los gobiernos y la capacidad de compra de los grupos medios y las clases trabajadoras hasta el nivel del suelo ¿Quién se supone que compraría esas correntadas inacabables de cosas que las industrias globalizadas lanzan al mercado mundial? El puñado de los mega-archimillonarios, por mucho que quieran insultar al resto del mundo con su despilfarro alucinante, en todo caso no podrá llenar el hueco que se abre cuando el sistema prohíbe consumir a las masas empobrecidas alrededor del mundo.
 
En los mercados mundiales no hay capacidad de compra que proporcione salida a la producción. Se recurre entonces al atajo de la deuda para suplir, por vías ficticias, ese poder adquisitivo ausente. Y en el proceso los grupos medios y las clases trabajadoras del mundo entero son arrastradas en una ilusión peligrosa: la de que sí es posible entregarse al remolino alienante del consumismo desbocado, recurriendo para ello al crédito y evadiendo la realidad de que llegará un momento cuando habrá que dar cuenta por la deuda asumida.
 
Es decir, el capital quiere llevarse todo: no pagar impuestos ni salarios decentes pero sí disfrutar de un mercado boyante. La deuda le sirve como varita mágica. El problema es que, sin embargo, esto no pasa de ser un sueño, y nada más que un sueño. Y ello especialmente por una razón: porque no se trata del crédito que pone en marcha los procesos productivos en su normal desenvolvimiento, sino que es deuda lanzada al infinito como único y último recurso para dar salida a las masas inmensas de mercancías arrojadas al mercado mundial.
 
3) La caída en las tasas de ganancia
 
La caída en las tasas de ganancia es una conclusión a la que se llega por defecto, ya que, de no ser ese el caso, ¿qué justificaría la apuesta desbocada en la especulación financiera? Sobre todo cuando esto último es algo que no es atributo exclusivo de bancos y demás tipos de empresas financieras. En el juego están involucradas todas las grandes corporaciones, cualquiera sea el giro dominante de sus negocios. Lo están, en primera instancia, a través del juego accionario en bolsas, una pura apuesta orientada a valorizar las acciones y generar ficticias ganancias de capital, cosa que se hace por vías puramente especulativas. Pero, además, es muy frecuente que, de forma directa, también estén involucradas en el juego especulativo de la deuda y la apuesta financiera.
 
Se recurre a la especulación financiera para obtener ahí la rentabilidad que no encuentran en el ámbito productivo. Es, en consecuencia, una fuga al vacío. Los capitales huyen de la producción hacia lo financiero a fin de valorizarse, pero una vez instalados en la esfera de lo ficticio se reproducen y agigantan en un juego de apuestas que va creando, de la pura nada, nuevos capitales. Justo eso son las burbujas especulativas: un movimiento de creación de capitales que engendran nuevos capitales, en una espiral ascendente que se alimenta de sí misma, y que se sostiene solo gracias a una fe religiosa y dogmática alimentada por la avaricia, o quizá por la ignorancia. Pero justo porque es pura ficción siempre, e invariablemente, se da el estallido. Se ratifica entonces que la burbuja era pura aire y, finalmente, a aire queda reducida.
 
¿Por qué las tasas de ganancia en la producción se reducen y provocan esta fuga hacia lo especulativo? Creo que habrá que retornar a Marx para encontrar una respuesta que tenga sentido. Aunque no les guste a los economistas socialdemócratas o liberales (en sentido gringo), pero lo cierto es que ni en Keynes o Galbraith –con todo lo valioso de su legado teórico- será posible encontrar esa respuesta. En breve: el acelerado desarrollo técnico por el que ha optado el capitalismo viene a significar otra salida en falso. Justo ahí reside la explicación del descenso en las tasas de rentabilidad en la producción, frente a lo cual resultan finalmente vanas todas las contorsiones que, desde lo financiero y especulativo, se intentan hacer a fin de ocultar esa realidad.
 
Y, a fin de cuentas, y sobre este telón de fondo, la crisis viene siendo, en primera instancia, un poner sobre la tierra las cosas que, infladas, andaban dando saltos en la estratosfera. Es, en cierto modo, un retorno a la sensatez, aunque esa sensatez dure tan solo un instante. Porque la crisis esencialmente implica una destrucción masiva de capitales, que difumina en el aire las hipertrofias creadas mediante las apuestas especulativas. En el proceso, las deudas se precipitan sobre la cabeza de quienes se endeudaron y, muy dolorosamente, los lanza de vuelta a su propia y limitada realidad.
 
Claro está, algunos saben sacar rico provecho de todo esto; como verdaderos zopilotes se abalanzan sobre los cadáveres y, entonces, engordan con la carroña. El último mes y medio ha sido generoso en ejemplos de tal cosa, con los inmensos movimientos de fusión bancaria que, con patrocinio estatal, han tenido lugar.
 
Mas, por otro lado, hay que prevenirse frente a las interpretaciones de la crisis que quieren ver en esto una inmensa conspiración. Una de las conclusiones fundamentales del análisis marxista precisamente tenía que ver con el carácter anárquico del sistema. Y no obstante que este se encuentra hoy día dominado por grandes monopolios, es terreno complejísimo cuyas evoluciones no son susceptibles de ser controladas por nadie. A tal punto es esto así, que ha sido necesaria la intervención concertada de todas las potencias capitalistas principales para medio controlar la fiera desatada. Y si de momento parece que contuvieron el derrumbe financiera (solo el tiempo dirá si realmente lo lograron), en todo caso ya nada parará la recesión, ni nadie está seguro de cuán prolongada y aguda pueda ser.
 
4. ¿La resurrección de Marx?
 
Así pues, Marx se puso nuevamente de moda ¿Resucitó? No lo creo, por una sencilla razón: jamás estuvo muerto. Quizá anduvo de vacaciones, que es cosa bien distinta. Otros, en cambio, se corren el riesgo de quedar definitivamente sepultados: Friedman, Hayek, von Mises, Fukuyama, Huntington, Drucker, entre otros. Ya veremos.
 
Pero creo que la cosa debería ser apropiadamente dimensionada. No me cabe duda de que Marx es indispensable para entender el capitalismo, pero no es suficiente. La razón de ello no tiene que ver con la genialidad de Marx, que sin duda lo convierte en uno de los gigantes absolutos de la historia del pensamiento y la ciencia. El caso, sin embargo, es que Marx era científico, no brujo ni adivino. Y por ello no pudo prever las transformaciones que el capitalismo ha experimentado en los 125 años transcurridos desde su fallecimiento.
 
Este es un sistema sumamente dinámico. Aún si sus bases más fundamentales siguen siendo las que Marx sacó a la luz, el sistema ha ganado en complejidad, al punto que las sociedades del capitalismo han dado lugar a desarrollos que trascienden el capitalismo mismo. Los movimientos sociales alrededor del mundo –cuya pluralidad y riqueza de manifestaciones sobrepasan ampliamente la fórmula binaria clasista que Marx viera en su época- son el mejor ejemplo de ello.
 
Similar a la dogmática neoliberal que hace del mercado la personificación terrena de la divinidad, hay también una dogmática marxista que, en su exaltación de Marx, hace de éste un recetario con respuestas a la medida para cada situación o problema imaginables. Sin duda, Marx merece más respeto. Por lo demás, no creo que por esa vía se logre jamás transformar el mundo.
 
5. ¿Caerá el capitalismo?
 
Y hablando de transformaciones, vamos de vuelta a la crisis: ¿Implicará ésta la caída del capitalismo o, al menos, el inicio de la construcción de un mundo mejor? No necesariamente.
 
Como dije al inicio de este artículo, las frases exaltadas que atribuyen a la crisis un poder arrasador de refundación del mundo, son nada más que una burda mitificación de la crisis. Y ello también vale –dicho con el debido respeto- para la célebre frase del célebre Stiglitz, según la cual esta crisis es al capitalismo neoliberal lo que la caída del Muro de Berlín al socialismo real. Pamplinas. Lo cierto es que el capital no va a dejar de ser tan voraz y desalmado como ha venido siendo y de buen gusto no va a aflojar ni una décima.
 
Si de ellos se trata seguirán en lo que han venido: evitando impuestos; presionando para que se reduzca el gasto social de los gobiernos; persiguiendo sindicatos; debilitando normas laborales; socavando y burlando legislaciones ambientales; haciendo expoliación del ambiente; comprimiendo salarios. Y, claro que sí, especulando y apostando en grande. No nos quepa duda: son como el perro que come huevos. No es fácil que deje el mal hábito.
 
Ni el neoliberalismo ha muerto ni el capitalismo neoliberal se ha derrumbado. Solo los pueblos; los movimientos ciudadanos organizados alrededor del mundo podrían traérselos abajo. Sin duda, la crisis es una oportunidad para el cambio, pero lo es en tanto la gente la convierta en tal cosa. Por si sola, y dejada a su sola dinámica de destrucción, la crisis provocará mucho dolor, pero no necesariamente cambio. Y, en todo caso, el cambio que pueda traer consigo, no necesariamente ha de ser de signo democrático.
 
Tanto en Estados Unidos como en Europa, y por ya largos 30 años, ha predominado el neoliberalismo. Más cruel y descarnado en el primero que en la segunda, pero en ambos casos las tendencias básicas son similares y se resumen en una cosa: el retroceso en las condiciones de vida y en las posibilidades a disposición de los grupos medios y las clases trabajadoras. Con la crisis el deterioro se profundizará agudamente, puesto que será sobre las espaldas de la gente donde caiga el costo inmenso del salvamento de los especuladores y todas las furias de la recesión. Sin duda, crecerá el descontento y la frustración ¿Es eso anticipo de revolución? Quizá si, quizá no. También podría involucionar hacia el fortalecimiento del neofascismo, la xenofobia, la intransigencia y el odio, en especial contra las minorías.
 
La crisis podría poner en marcha un proceso de cambio. O quizá no. Y en caso de que se de un cambio, éste podría ser de signo positivo. O quizá no. Nada en la crisis garantiza a priori ninguna de esas posibilidades. Afirmar lo contrario es imaginar que las sociedades se mueven a partir de una inercia mágica y automática. En realidad, a la sociedad la mueve la gente, es decir, la gente que se organiza, los movimientos sociales, los actores sociales –no solo las clases sociales- que entran en relaciones de choque y conflicto, y también, en otras ocasiones, en relación de negociación y colaboración. Solo así surgirá el cambio, y solo a través de esa compleja dialéctica se podría lograr que el cambio sea de signo positivo, democrático, humanizado.
 
América Latina, en particular Suramérica, está mejor apertrechada que Europa y Estados Unidos, para hacer de la crisis una oportunidad para acelerar cambios positivos. Y ello es así gracia a la vitalidad de los movimientos sociales de avanzada. En los centros imperiales, las perspectivas son inciertas. Obama quizá introduciría una dosis de sensatez. No es tan claro que la sociedad estadounidense en su conjunto esté en capacidad de ponerse a la altura de la situación. Es cosa, simplemente, de tomar nota de la agresividad del neoconservadurismo gringo. La crisis debería contribuir a desinflarnos, pero en lo que a esos movimientos compete, probablemente la respuesta que quieran ensayar es una agudización de su intransigencia y una radicalización de sus agendas neofacistas. Solo el fortalecimiento de movimientos democráticos y alternativos podría frenarlos ¿Existen estos movimientos en Estados Unidos? Sobre todo ¿poseen esos movimientos la fortaleza suficiente para lograr que la crisis abra espacio para cambios de signo positivo? No estoy seguro.
 
Similares son las preguntas que uno se puede plantear en relación con Europa. Con el paso del tiempo, ésta se ha vuelto más intransigente. Los neonazis que infectan, aquí y allá, la geografía europea, son, a estos efectos, la expresión extrema de un movimiento subterráneo de viraje hacia la derecha. También aquí habría que reiterar las mismas preguntas que he hecho en relación con Estados Unidos.
 
En ambos casos, además, el poderosísimo capital transnacional seguirá presionando para lograr que las respuestas a la crisis se diseñen a la medida de sus intereses y conveniencias. Justo así se han hecho las cosas a propósito de los famosos "paquetes de salvamento", que claramente lanzan sobre las espaldas de la gente el costo de la crisis, mientras salvaguardan los intereses corruptos de los especuladores.
 
De tal forma, y en contra de las entusiastas ilusiones de alguna gente, quizá estemos a la puerta de un período de oscuridad política o, cuanto menos, de conflicto social de signo autodestructivo. Que esto no sea así, no dependerá de los liderazgos políticos del mundo rico, escasamente dispuestos a provocarle ningún disgusto al capital transnacional. Solo los movimientos sociales democráticos y de avanzada podrían imprimirle un signo distinto a los procesos de cambio que se desaten a partir de la crisis.
 
- Luis Paulino Vargas Solís es autor de un libro en dos tomos titulado "El verdadero rostro de la globalización" (San José, Costa Rica: Editorial UNED, 2008). El tomo uno se subtitula "La globalización sin alternativas" y el segundo "Los amos de la globalización".

https://www.alainet.org/es/articulo/130695

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