El alineamiento del Libro Blanco

06/11/2006
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  • Opinión
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La primera víctima en las campañas electorales es la verdad. Hay una forma especial de evadirla: los temas principales pasan a segundo término.

En agosto del 2006, una semana antes de irse del Gobierno, el Ministro de Defensa, General (r) Oswaldo Jarrín, Profesor de la FLACSO, publicó la nueva versión del Libro Blanco. Inmediatamente se destapó una breve preocupación en los mass media por el retroceso en las definiciones de la seguridad. La Cancillería reclamó por la versión unilateral al no haber recogido las propuestas de la institución diplomática. Y luego el silencio. No es un tema para campaña.

El propósito

El objetivo planteado en el Libro Blanco de Jarrín es la “revisión de la política de defensa nacional (… ante) la necesidad de la sociedad y del Estado ecuatorianos de responder a los retos que genera el proceso de globalización, en lo económico, social, político y cultural.” (p.7).

El Libro Blanco es definido como “un proceso de evaluación y actualización de la política de defensa nacional,” asumida por el Ministerio de Defensa Nacional. (p.9) El sujeto es el Ministerio de Defensa, no son las Fuerzas Armadas en su conjunto, y aún menos la sociedad.

Los silencios

A menudo el sentido de los textos está en los silencios,
en las ausencias, sobre todo cuando se refiere a temas conflictivos, como sucede con los temas del poder militar. En el Libro Blanco hay varias autocensuras y silencios. La neurosis empieza por la represión de las amenazas a la integridad del yo, dice el psicoanálisis.

En el Libro Blanco versión 2006, hay tres silencios elocuentes: (i)
Se nombran innumerables Tratados, Convenios, Acuerdos militares, pero no existe el Tratado, Convenio, Acuerdo de la Base de Manta. (ii) Se proclama que uno de los objetivos centrales es la defensa de la unidad nacional, pero no se menciona la amenaza inminente de la secesión del país con los proyectos de autonomías, como el impulsado por el proyecto de Ley Nebot-Moncayo. (iii) Se denuncia el Plan Colombia, pero reduciéndolo a un peligro de violencia en la frontera, sin que exista la proyección geopolítica de control de la Amazonía. No existe la palabra Amazonía, toda la preocupación se centra en “la frontera norte (que) constituye la prioridad estratégica” (p 82); y a pesar de la contigüidad, el teatro del conflicto queda reducido al Río San Miguel o a las instalaciones petroleras.

Estos silencios muestran un desplazamiento del problema central.  La complicación empieza en la propia definición del objetivo por el lado de la generalización de “los contextos”, “la” globalización, sin establecer la forma histórica que ésta asume, la forma capitalista y, por tanto, su consecuencia fundamental para la seguridad nacional. El cambio político principal de nuestra época es la transformación del sentido y la práctica de la soberanía de los estados nacionales periféricos (o dependientes). La “actualización del Libro Blanco debe empezar por la definición de este tema.

La estrategia del discurso

El documento corre un velo de formalismo y lugares comunes, para no designar los problemas reales. El lenguaje del Libro Blanco es oblicuo: la repetición de una serie de fórmulas generales vacías, aunque de moda.
La estrategia central es la progresiva disolución del enunciado general.

En los principios se proclama una visión de la seguridad con “énfasis en la seguridad humana, el desarrollo social y económico y el respeto a los derechos humanos” (p. 15). Se recoge el principio de la OEA de que “cada Estado tiene el derecho soberano de identificar sus propias prioridades nacionales de seguridad” ( p 37)

Pero en el momento de las decisiones se termina en la negación de esos principios proclamados y en el alineamiento con la estrategia imperial.
El dominio del pensamiento único se extiende a las doctrinas sobre la seguridad y a las visiones sobre la guerra. El dispositivo pasa por la expansión de las visiones oficiales en los centros universitarios vinculados, se institucionaliza en una red de tratados internacionales y se  materializa en una red de bases militares norteamericanas en nuestro Continente, dentro de la cual hay que buscar el sentido de la Base de Manta.

El discurso se organiza en torno a la segurización de la realidad.  El problema teórico central de Libro Blanco es la aceptación de la definición de los temas de la defensa nacional desde la visión de las doctrinas de la seguridad nacional; sin buscar una alternativa de tratamiento desde la visión de la soberanía nacional, que es definida en la Constitución como el objetivo estratégico del papel de las Fuerzas Armadas.

Desde la visión de las doctrinas de seguridad nacional, e
l objetivo central de la defensa nacional es la definición de las amenazas y de las políticas y estrategias para enfrentarlas. Y aquí está el juego central de evasión. El dispositivo es la definición teórica de amenaza, como la categoría jerárquica primera, y la reducción de la importancia de todos los otros “factores”.

Se empieza por colocar “entre los factores que inciden en la seguridad, sin ser definidos como amenazas… aquellos que se derivan de las asimetrías económicas, las tensiones sociales y las crisis políticas e institucionales, en tanto generen situaciones de inestabilidad del Estado y la sociedad en su conjunto; los riesgos de desastres naturales y otras preocupaciones o desafíos, como la pobreza, pandemias, deterioro ambiental y tráfico de personas.” (p 54) De esta manera queda confirmada la definición ampliada de la seguridad.

El alineamiento

Y luego se establece que “en la actualidad, las amenazas a la seguridad más significativas son aquellas que se derivan del riesgo de extensión de situaciones de violencia más allá de las fronteras, con acciones de fuerza, proveniente de grupos ilegales armados; y con diverso grado de incidencia, el narcotráfico, el tráfico ilícito de armas, el crimen organizado y el terrorismo.” (p 54) Con lo cual el resultado real es el alineamiento con la visión imperial de la seguridad.

Una vez definido el núcleo, el papel de las Fuerzas Armadas se reordena a esta visión. Los “factores” desaparecen subsumidos en las “amenazas”.

Pero con ello, se inicia una cadena de contradicciones o al menos de ambigüedades. La más importante es la relacionada con el tema definido como la prioridad estratégica: la cuestión de la frontera Norte. Se define una diferencia entre la política de seguridad del Ecuador frente a la política de seguridad de Colombia, pues las amenazas ubicadas por cada país son diferentes. A partir de allí se elabora la tesis del no-involucramiento y de la no-participación en acciones conjuntas. Estas tesis, a pesar de la justeza, aparecen como defensivas y sin el sustento suficiente, cuando en las premisas se coloca el principio que invoca Uribe para requerir la participación del Ecuador: la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico. El otro punto límite para no caer en el involucramiento es la negativa a declarar a las fuerzas irregulares guerrilleras, en particular, a las FARC, como fuerzas terroristas; aunque tampoco se atreve a calificarlas como fuerzas en conflicto. Desde allí, bajo la cobertura del principio de subordinación del poder militar al poder civil, se puede dejar en la oscuridad el tema espinoso de la Base de Manta, aunque es precisamente allí en donde está en juego la soberanía territorial.

La globalización de las amenazas, las nuevas guerras

Después de caída del Muro, una
vez desaparecido el antiguo símbolo del mal, la amenaza comunista, el imperio necesitaba construir un nuevo adversario, creado a su imagen y semejanza, como una amenaza global y ubicua. La designación final recayó en el terrorismo, después de un largo camino de construcción. En 1982, por primera vez los documentos norteamericanos proclaman la amenaza del narcotráfico, identificado como la producción de la coca en Colombia. A mediados de los 80 se proclama la amenaza del terrorismo, identificado como la presencia de la guerrilla colombiana y de la resistencia de los países de Medio Oriente. El viraje definitivo se opera después del 11 de septiembre del 2001: la guerra de la justicia infinita contra un enemigo infinito, el terrorismo. Luego hay una fusión: la guerra al narcoterrorismo, sobre todo en el área Andina.

Vivimos no sólo una época de cambios, sino un cambio de época en todos los niveles, también en el tratamiento de la guerra. A partir de dos procesos: uno tecnobélico, la proliferación de armas de destrucción masiva y, en particular de las armas termonucleares; y otro, geopolítico, la caída del excampo socialista, ha cambiado el concepto de la guerra. De la guerra fría ordenada a la contención de un adversario localizable y localizado, en lugar de avanzar en dirección de la paz mundial, el mundo pasa a una nueva fase de guerras desterritorializadas. El tiempo bélico, así como el económico, salta al vacío, hacia delante: la guerra preventiva, la especulación del terror, la escalada especulativa de la violencia, la burbuja de la conflagración.

Desde la lógica económica, aquí se recoge una necesidad del capital: ante la crisis de exceso, de sobrevaloración, que sustenta la reproducción ampliada especulativa del capital financiero, se requiere formas de “consumo” de ese exceso: las guerras adoptan esta función. Aunque ese propósito se diluye en el agujero negro de la crisis del capital productivo, sobre todo en la potencia unilateral.

E
n el documento de Seguridad Nacional de Bush, un año después de la caída de las Torres Gemelas, se traza un nuevo orden mundial: la diferenciación está en la redefinición de la soberanía, ya no como derecho de los Estados, sino como capacidades. El nuevo orden mundial tiene una jerarquía de países fuertes, países débiles y países basura: el eje del mal.

Los países fuertes son los que tienen capacidad para poder enfrentar por sí mismos las amenazas definidas: el terrorismo, el narcotráfico, el crimen organizado y el tráfico de armas de destrucción masiva. Los países débiles son los que no tienen esta capacidad por sí mismos, y por tanto, necesitan la tutela de los países fuertes. El destino manifiesto de Estados Unidos es ejercer esta tutela a nivel global. Los países “basura” son los que favorecen y amparan al terrorismo y al narcotráfico.

El terrorismo y el narcotráfico

La estrategia de seguridad nacional de Estados Unidos define como las amenazas estratégicas el terrorismo y el narcotráfico, y extiende esta definición a todo el orbe: la globalización de la seguridad bajo predominio norteamericano.

Introduce categorías que no se definen en relación a  una realidad objetiva, sino que dependen del poder para su definición: el dominio preformativo del lenguaje, controlado, no desde el poder de la hegemonía, sino desde el poder del dominio y la coerción.  En la Región, este poder se ejerce en la presión sobre Ecuador y los demás países, para calificar a las fuerzas guerrilleras de Colombia, en particular, a las FARC, como terroristas, para forzar a un involucramiento en el conflicto colombiano.

Las ambigüedades en este punto límite crean amenazas, no sólo desde afuera, sino también desde el interior. En la actual campaña electoral, la negativa de Correa a aceptar esta calificación es manejada como un signo de su “comunismo”; y al mismo tiempo, la radicalización del alineamiento de Noboa con la visión imperial desemboca en la aceptación de la calificación exigida por el poder constituido.  

Este dominio preformativo del lenguaje se muestra con mayor fuerza en el tratamiento del problema del narcotráfico. En lugar de mostrar el proceso integral, el problema se reduce a la producción de la hoja de coca, la culpa recae sobre los campesinos y sobre las economías periféricas. El narcotráfico mueve en el mundo 900 mil millones de dólares anuales; de los cuales alrededor del 5% se realiza en los países “productores” y periféricos; el grueso del negocio pasa por las economías centrales y, en particular por el manejo del capital financiero transnacional, amparado por los paraísos fiscales, aupados precisamente por el nuevo poder mundial basado en la alianza de los países centrales, los organismos financieros multilaterales y las transnacionales. Mientras se trata de controlar el primer eslabón de la oferta, se deja un amplio campo permisivo al resto de la cadena de la oferta, y no se ejerce control efectivo sobre la demanda, a los millones de drogadictos que se ubican en los países centrales, particularmente en Estados Unidos.

Este tratamiento muestra que no hay voluntad de resolver el problema del narcotráfico; y que es más bien un instrumento-pretexto de control y disciplinamiento de nuestros países.

Aunque los pueblos de nuestra América han construido un contrapoder que afecta las bases civilizatorias del imperio: precisamente allí en donde el poder norteamericano ha querido construir el signo del mal, en la hoja de coca, el pueblo boliviano, a base de una costosa lucha, ha recuperado el sentido sagrado de la vida. Ha devuelto al lenguaje su poder de verdad: ha diferenciado entre la hoja de coca, como el alimento sagrado y la fuente de la vida, y la cocaína, como la mercancía codiciada por el capital, empezando por el doble manejo de transnacionales como la Coca Cola.

L
as ambigüedades en este punto abren el paso a graves renuncias a la soberanía: en nombre de la lucha contra el narcotráfico, la Comisión de Asuntos Internacionales del Congreso, liderada por el socialcristiano Heinz Möeller, con el aval del Gobierno de Mahuad, y la complicidad de todos los Gobiernos posteriores, entregó, en forma inconstitucional, territorio ecuatoriano para el asentamiento de una Base extrajera. Y sin embargo, el Libro Blanco de Jarrín prefiere callar este asunto.


El retroceso

El alineamiento del Documento Blanco de Oswaldo Jarrín significa un retroceso. En primer lugar porque n
o se receptan las propuestas y los acuerdos desde la sociedad civil e incluso de otras instituciones públicas; y también porque se silencia la voz de la propia institución armada. Se renuncia a la orientación asumida en la VI Cumbre de Ministros de Defensa, realizada en Quito, en noviembre del 2004: la derrota de la visión norteamericana de seguridad, que trató de imponer como las amenazas principales al terrorismo y al narcotráfico, pero que contó apenas con el apoyo obsecuente de Uribe. Pero sobre todo porque implica una renuncia al derecho a la soberanía

La soberanía

El cambio político clave en época de globalización está en la modificación de la visión y práctica de la soberanía. Durante tres siglos y medio, el mundo se había organizado en torno a la relación de los estados nacionales. La existencia de los estados nacionales se fundamentaba en la soberanía, entendida como el derecho y la capacidad de los estados a decidir autónomamente sobre un territorio y una población.

La globalización capitalista transforma este contexto. Abre una nueva contradicción a escala planetaria. La humanidad ha creado las condiciones para actuar, por primera vez, como sujeto de la historia: en lo económico los resultados de la tercera revolución científico-técnica permitirían superar el límite de la escasez; en lo jurídico-político se abren las condiciones para la ciudadanía, el derecho y la comunicación universales. Al realizarse la globalización bajo la forma capitalista, estas potencialidades son apropiadas monopólicamente por el capital, bajo la forma de capital financiero y rentista: se instituye un poder mundial en la alianza de las transnacionales, los Estados centrales y los organismos multilaterales.

El resultado es fortalecimiento de los Estados centrales y el debilitamiento de los Estados periféricos. De la debilidad se puede llegar al peligro de la inviabilidad de los Estados “débiles”. Un juego perverso: desde la doctrina económica neoliberal, secretada a través de los organismos financieros internacionales, se impone como pensamiento único el “consenso del Estado débil”; y luego desde la doctrina de la seguridad nacional se proclama esa debilidad como la razón del tutelaje del “Gran Hermano”.

La seguridad de los Estado “débiles” es asediada por la relación asimétrica con el nuevo poder mundial. La seguridad tiene que ser definida en el marco de esta nueva relación.

El contrapoder

Los pueblos de nuestra América resisten a estas nuevas formas de colonialismo global. El mapa político de América Latina se ha modificado: surgen gobiernos “indisciplinados” desde la ribera atlántica.

En la Región Andina se define la frontera del conflicto, aquí se resuelve el disciplinamiento, el alineamiento con las visiones imperiales o la insubordinación del Continente, la frontera de la soberanía o del control geopolítico y de los recursos naturales estratégicos, sobre todo energéticos, biodiversidad y agua. El Ecuador es el eslabón decisivo en este trazado.

La estrategia imperial se plantea en términos militares: el Plan Colombia marca la frontera geopolítico para contener la insubordinación y controlar los recursos estratégicos de la Amazonía. Los viejos conflictos limítrofes ya no son funcionales: el Tratado de Paz del 98 cierra el largo conflicto en el Sur. La frontera se desplaza al Norte; aunque la Base de Manta define la frontera geopolítica real.

La estrategia política de la dominación se basa en el debilitamiento del Estado nacional, en un doble proceso económico-político: privatizaciones y dolarización, para luego acceder al golpe final del TLC, un sistema de neocoloniaje, y la amenaza del desmembramiento con las autonomías planteadas por el proyecto de la ciudad-Estado de Guayaquil. Aquí podemos empezar a ubicar la lista de las amenazas estratégicas contra la seguridad nacional, en la fase de transición que atravesamos. Aunque esto es imposible ver desde el esquema teórico político construido por los centros de inteligencia del poder dominante, que empieza por invisibilizar los intereses económicos y geopolíticos del poder internacional.

La resistencia de los pueblos ha encontrado en la soberanía su escuela. Una nueva visión que fundamenta la soberanía nacional en la soberanía popular, en el poder constituyente del “soberano”; y en la soberanía subjetiva. La soberanía personal empieza por la capacidad de rebasar la lógica de acumulación del capital para construir la ética de la reciprocidad, por la capacidad de rebasar la lógica de la competencia impulsada por el capital, para construir la ética de la solidaridad: “la vida soberana comienza cuando, asegurado lo necesario, la posibilidad de la vida se abre sin límite… El más allá de la utilidad es el dominio de la soberanía… Más allá de la necesidad, el objeto del deseo es, humanamente, el milagro, es la vida soberana más allá de lo necesario que el sufrimiento define.” (1)
Una fase de transición

La fase actual en nuestro país se caracteriza por la crisis del Estado liberal y de la democracia representativa. La hegemonía oblicua fundada en una mayoría parlamentaria, liderada por el PSC para capturar el estado de derecho, bloquea el funcionamiento de la democracia como un sistema para resolver los conflictos de poder en paz. En este límite surge un doble proceso: un reordenamiento desde arriba, con la presencia de un nuevo eje de poder, en torno al grupo Noboa; y un reordenamiento desde abajo, con la posibilidad de un nuevo poder constituyente, a partir del rechazo al sistema político.

El eslabón para pasar del rechazo al poder constituyente es la soberanía basada ya no sólo en la defensa del Estado nacional, sino fundamentalmente en la soberanía del pueblo. La soberanía es a la vez el eslabón del fortalecimiento del Estado nacional ante la ofensiva del poder transnacional, como también el eslabón de aprendizaje de poder de los pueblos.

En este sentido, vivimos una época de transición que combina los dos procesos: el ocaso del estado liberal y el surgimiento de un nuevo poder constituyente. Las amenazas están en el bloqueo de las salidas pacíficas a este paso.

Las amenazas parten del peligro de involucramiento en el conflicto de Colombia, a través de dos estrategias: el yunque o el ejército internacional.

El nuevo papel de las Fuerzas Armadas

El nuevo papel de las Fuerzas Armadas tiene que ser definido ante los cambios de nuestra época y ante esta nueva visión  de la soberanía: la soberanía nacional fundada en la soberanía popular; y la soberanía popular fundada en la soberanía subjetiva, en la soberanía humana.

El nuevo papel, entonces, se redefine ante la democracia, entendida como la distribución del poder. Por lo cual el tema de la soberanía ya no puede ser asumido sólo frente al estado nacional, sino frente al estado democrático nacional; lo que implica relacionar la soberanía ya no sólo con el aparato de Estado, sino con los actores, con los ciudadanos que integran el Estado.

El punto de partida es recuperar la plenitud de la soberanía: el reconocimiento del territorio del país como “inalienable e inembargable”, en el mismo sentido en que lo proclama la Constitución de los Estados Unidos respecto a su propio territorio. Recuperar, sin concesiones, el sentido del Ecuador como territorio de paz y, por tanto, sin bases extranjeras. Recuperar el sentido militante del principio de autodeterminación de los pueblos  y de las soluciones políticas de los conflictos nacionales y regionales. Para este viraje se requiere el poder de una Asamblea Nacional Constituyente originaria.

El Ecuador como país soberano se funda en una política militar soberana, que empiece por rechazar los alineamientos. El alineamiento del Libro Blanco es un signo
del ocaso del Estado liberal. Las Fuerzas Armadas están ante la disyuntiva de seguir en el derrotero de ese final o ser parte del compromiso patriótico para abrir las anchas alamedas de una nueva República.

Frente a un Libro Blanco de renuncias y alineamientos, hay que escribir el Libro de la soberanía, la dignidad y el no-alineamiento.

Quito, 30 de septiembre de 2006

(1)  BATAILLE Georges, Lo que entiendo por soberanía, Ediciones Paidós, Barcelona, 1996, pp 64 – 65.

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