La nación-pueblo en la transnacionalización neoliberal
16/02/2013
- Opinión
En primer lugar, saludar la pertinencia de esta reunión de quienes firmamos la Proclama por el Rescate de la Nación, ante la situación de emergencia nacional que vive nuestra patria, partiendo del artículo 39 constitucional que otorga la soberanía al pueblo, y con base en un sentimiento patriótico expresado sintética y poéticamente por José Martí:
“El amor madre, a la patria/ no es el amor ridículo a la tierra / ni a las yerbas que pisan nuestras plantas / Es el odio invencible a quien la oprime / es el rencor eterno a quien la ataca…La patria es dicha, dolor y cielo de todos y no feudo ni capellanía de nadie…Patria es humanidad.”
Independientemente de la naturaleza especifica de nuestras luchas y de los espacios en los que damos la batalla cotidiana contra este sistema, es necesario analizar las formas, los mecanismos y las características del actual modelo de explotación y dominación, para a partir de este diagnóstico, sea posible vislumbrar centralidades, caminos comunes, convergencias y consensos, que articulen nacional e internacionalmente nuestras resistencias, todo ello, como sostienen los zapatistas, sin pretender hegemonismos y respetando la autonomía de cada proceso o esfuerzo organizativo.
El movimiento popular-nacional debe pasar de las meras denuncias, a una etapa de construcción de alternativas que otorguen direccionalidad a nuestros esfuerzos. Es importante reconocer la incapacidad de la izquierda social, hasta ahora, para encontrar formas organizativas que trasciendan los estrechos márgenes de un activismo defensivo y reactivo, sin perspectivas estratégicas, a la saga de las luchas espontaneas y sin la suficiente fuerza para contener agresiones directas, como la reforma laboral.
Es imprescindible e inaplazable reflexionar sobre las características de la coyuntura que vivimos en sus articulaciones globales, regionales y nacionales, con objeto de elaborar juntos una estrategia de resistencia contra el capitalismo, que vaya más allá de las alternancias electorales que permite la democracia acotada o tutelada que la globalización neoliberal impone.
Analistas, como Pilar Calveiro, sostienen que estamos ante una “reorganización hegemónica a nivel planetario”, que intensifica, masifica y globaliza las violencias de Estado a partir de la guerra anti-terrorista y la guerra contra el crimen como medios de control social y criminalización de las oposiciones. Esta autora mantiene que las guerras sucias del siglo XX, prefiguran ciertos modos represivos del mundo global actual, con Estados Unidos a la cabeza, y con la imposición de un estado de excepción que articula una red represiva legal con otra ilegal, y en la que se va conformando un Estado criminal.
“Ganar la guerra sucia –afirma Calveiro-- fue una precondición para tener alguna posibilidad en la nueva fase de acumulación. Así fue como se invirtieron todos los recursos necesarios para asegurar la derrota de cualquier proyecto alternativo en América, una derrota que fue no sólo militar sino también política. Se selló entonces el triunfo de una nueva forma de organización nacional, acorde con la reorganización hegemónica global, que supuso: el vaciamiento de las economías mediante la imposición del modelo neoliberal, el vaciamiento de la política con la implantación primero de dictaduras de shock, pero enseguida de democracias formales e incluso autoritarias, producto de la eliminación de todas las formas de organización y liderazgo alternativos, y por último el vaciamiento del sentido mismo de la nación y de la identidad Latinoamericana con la incrustación de nuevas coordenadas de sentido individualistas, mercantiles y apolíticas.”[1]
En esa dirección, he insistido en que las ideas en torno al desmantelamiento del Estado-nación, así como las referentes a los Estados “fallidos”, son parcialmente ciertas. Es verdad que todas sus obligaciones sociales (salud, educación, seguridad pública, pensiones, vivienda, etcétera) --y por ende, las instituciones a ellas relacionadas-- se deterioran o privatizan al desaparecer los elementos constitutivos del Estado Benefactor. Sin embargo, con el neoliberalismo se fortifican sus tareas represivas y de control social (sobre todo los aparatos mediáticos masivos) y, en consecuencia, toman preminencia política las fuerzas armadas, policiales y de inteligencia, locales y globales. Esto es, la violencia y el autoritarismo --intrínsecos del sistema estatal capitalista-- asumen un papel preponderante. Los Estados nacionales se trasforman lisa y llanamente en guardianes del orden y la reproducción del sistema mundial de explotación al trasnacionalizarse sus clases dominantes. Así, mientras el Estado “desmantela” algunos de sus aparatos, da fuerza a otros.
Particularmente después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos y como resultado de la llamada “lucha contra el terrorismo”, y ahora, “contra el narcotráfico” y la derivación de ambas, contra el “narcoterrorismo” --que se han continuado con redoblado vigor durante las presidencias de Obama--, se globalizan las condiciones de excepción a partir de las cuales los derechos civiles son virtualmente suspendidos para dar pie a procesos de militarización, control de fronteras, aeropuertos, persecución de población emigrante con y sin documentos, sobre vigilancia de la ciudadanía, detención de personas sin órdenes de arresto, criminalización de las luchas sociales, utilización masiva y “legitimada” de la tortura, secuestro de ciudadanos en cualquier parte del mundo y traslado a prisiones clandestinas, cambios en los marcos jurídicos para introducir el delito de “terrorismo” y otros derivados, que en la práctica pueden ser aplicados a un amplio rango de opositores y luchadores sociales.
Se instala lo que he denominado terrorismo global de Estado en el que el marco jurídico internacional deja de tener vigencia para dar paso a una extraterritorialidad de reformas jurídicas, programas operativos y prácticas administrativas que facilitan las tareas de los aparatos de inteligencia, militares y paramilitares. En los hechos, se da una especie de internacionalización de la represión y el control de las oposiciones anticapitalistas, democráticas, nacionalistas o de cualquier otro signo que se manifieste contra Estados Unidos y contra los gobiernos proclives a este nuevo orden mundial.
Pablo González Casanova asienta en esta dirección que toda crisis implica una agudización de luchas y reacomodos; una concentración de contradicciones nacionales y de clase, y éstas se manifiestan en la política y la economía, la ideología y la represión. Los gobiernos de Estados Unidos, y quienes los apoyan y se apoyan en ellos en América Latina, tienen por lo menos la política de la democracia limitada que imponen los poderes fácticos y la política de la represión selectiva y masiva, encubierta y abierta, con fuerzas y ejércitos especiales y convencionales. La represión encubierta corresponde al llamado terrorismo de Estado en sus distintas versiones[2].
Por ello, es vital entender el doble espacio de las luchas sociales de nuestro tiempo (en los ámbitos nacionales y mundiales), las transformaciones y crisis de los Estados nacionales (que no su desmantelamiento o desaparición) y el nuevo papel que esos Estados asumen en la lucha de clases contemporánea y, sobre todo, es ineludible identificar el carácter rector que adquiere el imperialismo estadounidense (y sus aliados europeos e Israel) como permanentes interventores y participantes activos en favor de sus intereses, y de los de esas burguesías trasnacionalizadas. Lejos de la desaparición de los ejércitos nacionales, para el caso de América Latina, lo que tenemos es su modernización en todos los órdenes, fortalecimiento de su capacidad de fuego, mayor tecnificación, entrenamiento intensivo en tareas contrainsurgentes, cambio en sus misiones para transformarse en fuerzas de ocupación interna de los pueblos con la justificación ideológica, como se ha dado en el ámbito global y, en particular, en México y Colombia, de “la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo”
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Por otra parte, autores como Leopoldo Mármora[3] y Ana María Rivadeo,[4] han insistido en la naturaleza contradictoria inherente al capitalismo. Rivadeo lo plantea de esta manera:
“Así, pues, ya en el concepto simple de capital anida una determinación doble y contradictoria: la tendencia a la universalización y la homogeneización de la vida social en todos sus aspectos, y la tendencia, contrapuesta y simultánea, a la desarticulación y la particularización. De modo tal que la primera se realiza por medio de la segunda: la matriz espacial presupuesta –producida y reproducida—por las relaciones de producción y la división social del trabajo capitalista, enhebra en su seno dos dimensiones: está hecha de cortes, de segmentaciones en serie. De límites y de fronteras; pero, al mismo tiempo, no tiene fin…Así, el espacio moderno es un espacio en el que es posible desplazarse indefinidamente, pero a condición de atravesar separaciones…De ahí que el imperialismo no pueda ser más que inter-nacional, o más exactamente, tras-nacional, y por ende consustancial a la nación…Esta contradicción del capitalismo entre su carácter social-universal, a la vez que privado-individual, condiciona la necesidad del estado nacional burgués.” (Pp. 84-91)
Teniendo un sustrato económico que abre las fronteras nacionales al capital transnacional y corporativa, para garantizarle condiciones óptimas de rentabilidad, la mundialización capitalista neoliberal se manifiesta en todos los espacios políticos, ideológicos y culturales de nuestras sociedades nacionales por medio de la intervención permanente y decisiva del Estado.
En este contexto, se da una doble determinación, por un lado, la explotación y la expoliación capitalistas se desarrollan sobre un horizonte mundial, y por el otro, los Estados nacionales controlan localmente los conflictos y las contradicciones de la fuerza de trabajo y de los grupos subalternos en general. Así, las condiciones de la dominación en cada país mantienen sus peculiaridades nacionales, la correlación de agrupamientos políticos, las alternancias, las formas de la resistencia y la lucha de clases. De ahí la necesidad de conocer a fondo nuestra realidad nacional.
También, el llamado “estado de derecho” en el capitalismo neoliberal ha sido quebrantado por la red represiva global en la que participan más de 80 países como cómplices de Estados Unidos y su entramado de prisiones clandestinas, donde sistemáticamente se practican la tortura y la desaparición forzada. Se encuentra también crecientemente determinado por los intereses generales del poder político-económico, en el contexto de la especificidad histórica del agravamiento de la lucha de clases y la exacerbación de las contradicciones entre ese carácter mundial de la acumulación y la forma nacional de la dominación burguesa, que siempre han sido inmanentes al capitalismo. [5]
A mayor conciencia y conflicto sociales, correlacionados con un mayor grado de expoliación de la fuerza de trabajo, mayor violación de los derechos humanos y deterioro del estado de derecho. La desestructuración permanente del derecho público, privado, civil y penal, y sobre todo del derecho constitucional, proviene fundamentalmente de los poderosos que pueden operar las leyes, tienen el control real del aparato judicial, orientan la actuación del “constituyente permanente” (los congresos o parlamentos) y detentan el monopolio de la violencia considerada legal. En la actual etapa neoliberal, destaca el quebranto por parte de los propios estados de los marcos jurídicos vigentes, tanto en el ámbito nacional como internacional. Por ello, el movimiento patriótico se convierte en garante de la Constitución y la soberanía del pueblo que emana del artículo 39 de la misma.
La violación al estado de derecho tiene un efecto hacia abajo y asume características corporativas y clientelares. Al ser el Estado, la clase política y empresarial en general, y los llamados poderes fácticos, los primeros en violar el estado de derecho, ciudadanos, grupos gremiales, sindicatos, instituciones, asumen con frecuencia una práctica de violación de la ley: ocupan espacios públicos para provecho propio, incumplen las disposiciones administrativas elementales para la convivencia citadina y rural, corrompen y son corrompidos.
La supremacía de los intereses privados por sobre los colectivos ocupa el lugar de la responsabilidad civil y el empoderamiento colectivo; se construye una cultura popular de la corrupción en la que honestidad es sinónimo de estupidez. Esta realidad inducida por el poder no tiene una intencionalidad moral sino política. Se trata de combatir a las resistencias a través no sólo de la represión sino también de la cooptación. Esta doble política busca que los movimientos populares anti neoliberales se atemoricen o se vuelvan cómplices y aliados menores en la ocupación de nuestros países. De ahí la necesidad de hacer de la ética, el principio básico de la lucha social.
Esta globalización neoliberal ha provocado también una degradación profunda de la política y un vaciamiento de la democracia representativa, reduciéndola a sus aspectos procedimentales, con la correspondiente crisis y descrédito de los procesos electorales mismos, las instituciones y los partidos políticos, incluyendo a los de la llamada “izquierda institucionalizada”, que devienen útiles y funcionales al poder capitalista; pierden toda capacidad contestataria y trasformadora, son incapaces de sustraerse a su lógica, y asumen finalmente un papel de legitimación del sistema político imperante, como se ha demostrado recientemente con la firma por parte del PRD del Pacto por México.[6] Esta democracia se encuentra acotada y bien podría ser calificada como democracia tutelada por los poderes fácticos, las corporaciones, los monopolios mediáticos e, incluso, cada vez mayor grado, por el narcotráfico y la delincuencia organizada.
Ana María Rivadeo plantea de esta manera la problemática de la democracia en la globalización neoliberal:
“El estado nacional actual se encuentra estructuralmente atravesado y dominado por la transnacionalización del capital, así como por la desarticulación, la exclusión y la violencia. Y en esta situación, el universalismo que se impone no es el de la democracia, sino el del capital que se globaliza.”[7]
En esa dirección, el Grupo Paz con Democracia en su Llamamiento a la nación mexicana, señalaba:
“A contracorriente de la propaganda neoliberal, la nación sigue siendo el espacio de nuestras luchas de resistencia, y la base estratégica de nuestra articulación con las resistencias de las naciones y los pueblos del mundo entero al capitalismo. La disputa por la nación pasa por la defensa de sus recursos naturales y estratégicos, por la lucha contra la ocupación neoliberal de nuestros países. La resistencia patriótica es fundamento de las transformaciones democráticas y sociales de largo aliento, que nuestro país requiere urgentemente”.[8]
Conclusiones
El capitalismo, desde su nacimiento y a lo largo de estos siglos, se ha constituido y desarrollado en dos dimensiones inseparables e interrelacionadas, indisolubles y contrapuestas: a).- Como estructura de clases dentro de los estados nacionales, dentro de la cual se establece un sistema de hegemonía y tienen lugar la dominación y la resistencia de las clases subalternas; y b).- Como sistema mundial entre naciones que da curso a las distintas estructuras de explotación colonial, neocolonial e imperialista.
De esta manera, si la acumulación de capital es universal, la forma nacional de dominación le da su particularidad histórica y su geografía; esto es, su matriz espacio temporal. Como Leopoldo Mármora expresó:
“El capital sólo puede existir en forma de muchos capitales individuales que sólo realizan su determinación interna cuando se encuentran y relacionan entre sí en el mercado libre. Esa contradicción entre el carácter universal de la temporalidad capitalista, por un lado, y la necesaria existencia del capital en forma de muchos capitales individuales, en relación de reciproca competencia y por lo tanto refractarios y hostiles entre sí, por el otro lado, condiciona la necesidad del estado nacional burgués. Solo en él y a través de él se logra la unificación y universalización definitiva de la temporalidad capitalista.” (p. 107).
En esta relación contradictoria y complementaria encontramos las tendencias universalistas, integracionistas, globalizadoras o mundialistas versus las tendencias particularistas, diferencialistas o segregacionistas del capitalismo que se expresan también al interior de las propias fronteras nacionales.
Los estados nacionales son el anclaje del capitalismo; la mediación entre estas dos tendencias contradictorias y complementarias. De aquí surgen, reitero, las contradicciones entre el carácter mundial de la acumulación y la forma nacional de la dominación. La forma de superar estas contradicciones, desde el capitalismo, son el colonialismo, el expansionismo militar, el imperialismo, las guerras sociales contra los pueblos y el terror de Estado, mientras que las clases subalternas asumen el conjunto de las rebeldías y transformaciones a partir de lo que Boaventura de Sousa Santos denomina una epistemología del sur, que se propone la construcción de Estados plurinacionales e interculturales contra hegemónicos que “significa la apropiación creativa por parte de las clases populares” de los aparatos de Estado “con el fin de hacer avanzar sus agendas políticas más allá del marco político-económico del Estado liberal y de la economía capitalista”, y añadiría, más allá del extractivismo depredador, y a partir de la puesta en marcha de procesos autonómicos de los pueblos indígenas y otros actores sociales.[9]
En la época actual, caracterizada por una profundización de las tendencias universalistas del capital, nos encontramos, paradójicamente, en el tránsito de una concepción nueva que logre disolver el vínculo entre nación y burguesía y que tome en cuenta el fracaso del socialismo real.
Los distintos agrupamientos políticos democráticos requieren plantearse los términos posibles de la existencia de una nación de nuevo tipo: una nación popular, pluralista y democrática. Desde el surgimiento de las sociedades nacionales, se configura un sujeto sociopolítico integrado por las clases explotadas y desposeídas, obreros, campesinos, sectores de la intelectualidad, las entidades socio étnicas subordinadas. Este conjunto de clases y grupos sociales subalternos, que forman el pueblo, va integrándose a los procesos de conformación de la nación en una permanente lucha por sobrevivir y desarrollarse, por romper con los esquemas de dominación y explotación capitalistas[10] He utilizado la categoría “nación-pueblo” para referirme al proceso de construcción de una nación alternativa a la hegemónicamente existente y en el cual pueden participar potencialmente todos aquellos sujetos socio-políticos que de una u otra forma están siendo explotados, marginados, excluidos o negados por el Estado globalizado.
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Es importante conocer a fondo el sistema al que nos enfrentamos, pero es también fundamental confiar en la capacidad y voluntad de los pueblos para desarrollar estrategias de lucha que combinen creatividad con eficiencia, centralidad con autonomía, principios éticos con construcción de alternativas.
La izquierda actual, después de las experiencias traumáticas de la burocratización del socialismo real, se define en función de que tanto es capaz de mantener una posición de congruencia ética y coadyuvar a construir poder popular en formas de democracia participativa que impidan la utilización de aparatos políticos para el encumbramiento y ascenso social de unos pocos.
Nuestros enemigos son poderosos pero no invencibles. Está en juego la sobrevivencia misma de la especie humana; las fuerzas de la vida y el valor de la dignidad prevalecerán por sobre la maquinaria capitalista de muerte y destrucción.
- Dr. Gilberto López y Rivas, Profesor-Investigador Instituto Nacional de Antropología e Historia Centro Regional Morelos, Matamoros 14, Colonia Acapantzingo, CP 62440, Cuernavaca, Morelos, México.
[1] Pilar Calveiro. Violencias de estado, la guerra antiterrorista y la guerra contra el crimen como medios de control global- México: Siglo XXI Editores, 2012, pp.45 y 46.
[2]Pablo González Casanova, “La crisis del Estado y la lucha por la democracia en América Latina: problemas y perspectivas”. De la sociología del poder a la sociología de la explotación. Pensar América Latina en el siglo XXI. Antología e introducción por Marcos Roitmann. CLACSO Coediciones-Siglo del Hombre Editores. Bogotá, 2009.
[3] El concepto socialista de nación. México: Cuadernos de Pasado y Presente, 1986 El concepto socialista de nación. México: Cuadernos de Pasado y Presente, 1986.
[4] Lesa Patria. Nación y globalización. México: UNAM, 2003
[5] Ver: Ana María Rivadeo. Lesa Patria, Nación y Globalización. Ob. Cit.
[6] Ver: Gilberto López y Rivas. “Los límites de la democracia neoliberal”. Rebelión. 17-06-2006 y “Democracia tutelada versus Democracia Autonomista” en Rebelión. 28-03-2006.
[7] Ana María Rivadeo. Ob. Cit., p. 37.
[9] Boaventura de Sousa Santos. Refundación del Estado en América Latina. Perspectivas desde una epistemología del sur. México: Siglo XXI Editores - Universidad de los Andes, 2010, p. 68.
[10] Gilberto López y Rivas, Nación y pueblos indios en el neoliberalismo, México, 2ª. Edición, Plaza y Valdés y Universidad Iberoamericana, 1996, p. xvi
https://www.alainet.org/en/node/164639
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