Enferma pero viva:

La OMC diez años después de Seattle

02/05/2010
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La séptima Conferencia Ministerial de la Organización Mundial del Comercio (OMC) finalizó como empezó: con una sensación de decaimiento e incertidumbre. Las declaraciones sobre la importancia de una conclusión rápida de la Ronda de Doha para el Desarrollo (RDD) por parte de varios ministros de comercio y en el Resumen del Presidente durante el cierre del plenario, no fueron convincentes. Por el contrario, fue palpable el nerviosismo entre los delegados de los gobiernos y el personal de la Secretaría de la OMC por la credibilidad y relevancia de la OMC y su programa de globalización liderada por las empresas transnacionales, ante la profundización de las crisis de la economía real, la agricultura y el clima. Cada palmadita en la espalda que los delegados y el personal le dieron a la OMC fue atemperada por declaraciones sobre la necesidad de que los miembros de la OMC respeten el multilateralismo, los compromisos asumidos anteriormente, el mandato de desarrollo de la Ronda de Doha, la transparencia, el criterio inclusivo y las necesidades especiales de los Países Menos Adelantados (PMA) y las Economías Pequeñas y Vulnerables (EPV).
 
Credibilidad, relevancia y visión son precisamente tres condiciones de las que carece la OMC en esta coyuntura. Desde su creación en 1995, muchas organizaciones de agricultores, sindicatos de trabajadores, funcionarios gubernamentales, académicos y analistas de la sociedad civil han señalado reiteradamente los peligros que entraña la liberalización impulsada por la OMC para las economías nacionales y el medioambiente.
 
Mientras la atención de la opinión pública mundial se centra en la urgencia de encontrar soluciones a las múltiples crisis que enfrentamos y decenas de miles de personas se reúnen en Copenhague para encontrar caminos para evitar una catástrofe climática, la OMC aparece como muy poco relevante, por cierto. En la medida en que la desregulación incontrolada, la liberalización y la producción destinada a la exportación -los callejones sin salida que impone la OMC- son ampliamente reconocidas como causas fundamentales de las crisis económica, alimentaria y climática que padecemos, ciertamente la OMC no es un ámbito creíble al cual recurrir por soluciones. No ofrece ninguna visión alternativa ni ningún paradigma del comercio fundado en criterios de desarrollo sustentable. Y si una de las instituciones mundiales más poderosas no es capaz de ofrecer soluciones creíbles para enfrentar las crisis más duras de nuestros tiempos ¿qué tan relevante puede ser?
 
La falta de confianza en que el sistema de comercio de la OMC y la Ronda de Doha sean capaces de sacar al mundo de las crisis fue expresada de diferentes maneras por delegados de los gobiernos, movimientos sociales y analistas de la sociedad civil. “Desde el punto de vista de la sustentabilidad ambiental, el comercio mundial se ha vuelto profundamente disfuncional”, señalaba Walden Bello de Focus on the Global South. “La OMC ha sido un factor central del aumento de las emisiones de carbono derivadas del sector de transporte...Concluir con éxito la Ronda de Doha nos llevaría más cerca de un cambio climático incontrolable”.(1)
 
Según Indra Lubis de La Vía Campesina, “La crisis económica y alimentaria fortalece la convicción de Vía Campesina de que la gobernanza mundial tiene problemas graves. Tenemos que cambiar el sistema imperante que nos ha gobernado a través de las Instituciones Financieras Internacionales y la OMC – es muy destructivo y es completamente errado”.
 
En la declaración de prioridades del sindicalismo mundial para la séptima reunión Ministerial, la Confederación Sindical Internacional señala que:
 
“Pese a las inquietudes expresadas por millones de trabajadores y trabajadoras reclamando justicia comercial en el mundo entero, sigue sin abordarse debidamente en la OMC el crecimiento, el desarrollo o la creación de un empleo pleno, decente y productivo, basado en el respeto de los derechos de los trabajadores/as y de otros derechos humanos. La crisis financiera y económica mundial ha planteado dudas adicionales respecto a los beneficios potenciales de la liberalización del comercio, generando temores bien fundados de que la liberalización, en un período de creciente desempleo, podría profundizar aún más la crisis e incrementar la penuria social”.(2)
 
Según Nathan Urumba, Director Ejecutivo del Southern and Eastern African Trade Information and Negotiations Institute (Instituto para la Información y Negociación Comercial de África del Sur y del Este - SEATINI) y Embajador de Uganda ante la OMC entre 1996 y 2004: “el comercio de la OMC no puede resolver la crisis económica con los acuerdos que se están negociando actualmente. Los países deben liberalizar el comercio después de haber llegado a cierto grado de desarrollo e industrialización: la liberalización es posterior al desarrollo y no viceversa. Para muchos países africanos, el desarrollo es una prioridad más importante que la conclusión de la RDD”. Los puntos de vista de Urumba coinciden con los de Hicham Badr, Embajador de Egipto y coordinador del grupo de África, quien declaró en una entrevista a IPS que “si tenemos que elegir entre una ronda (que concluya rápidamente) y una ronda exitosa, preferimos una ronda exitosa en la que el desarrollo siga siendo tema central del paquete”. (3)
 
Los países en desarrollo constituyen la mayoría de los 153 miembros de la OMC y representan al menos el 80 por ciento de la población mundial. Pero hasta hoy, la institución se ha demostrado incapaz de responder a sus diversas prioridades de desarrollo, tanto política como estructuralmente.
 
¿Continuismo?
 
En su blog, el último día de la Conferencia Ministerial, el Director General de la OMC Pascal Lamy escribió:
 
“Los miembros de la OMC querían una ministerial “normal” –la tuvieron. Esta conferencia fue diferente de las anteriores. No hubo sorpresas. No fue un evento grandioso y multitudinario, con miles de periodistas, disposiciones costosísimas y noches de insomnio”. (4)
 
Pues sí, en muchos sentidos la séptima Conferencia Ministerial fue “normal”. Poco es lo que parece haber cambiado en la sustancia, la política y el proceso de las negociaciones de la OMC desde que se la creó en 1995. Hay problemas relativos al desarrollo, pendientes desde hace largo tiempo y de importancia crítica para los países en desarrollo (algunos puestos sobre la mesa desde 1997) y que están incluidos en el programa de trabajo de Doha, pero que siguen siendo dejados de lado, en particular por Estados Unidos (EEUU) y la Unión Europea (UE). Entre ellos, la implementación de los compromisos tendientes a corregir los desequilibrios pasados y actuales, el trato especial y diferenciado, la resolución del tema de los subsidios y la política de precios del algodón, y las disposiciones particulares para los PMA y las Economías Pequeñas y Vulnerables. Por el contrario, los países en desarrollo afrontan demandas excesivas de las naciones ricas que quieren obtener de ellos mayor acceso a sus mercados para sus productos agrícolas e industriales y para sus empresas de servicios, sin ofrecerles prácticamente nada a cambio. En su comunicado Ministerial del 29 de noviembre, el G33 señala:
 
“Expresamos nuestra preocupación ante las tendencias recientes de retractarse de compromisos asumidos en el largo proceso de negociación del paquete equilibrado y duramente peleado que hoy está sobre la mesa. También señalamos que este paquete ya posee un énfasis en el acceso al mercado, en particular para aquellos países de los que se espera liderazgo pero que todavía siguen insistiendo en obtener un número desproporcionado de flexibilidades”. (5)
 
También fue “normal” quién estuvo a cargo de las negociaciones. Personas estrechamente vinculadas a la OMC señalaron que esta Ministerial no era de negociaciones debido a que Estados Unidos no está en condiciones de negociar; mientras tanto, no obstante, les sigue exigiendo a los países en desarrollo que brinden “acceso significativo al mercado” en todos los sectores, sin reducir como contrapartida sus propios subsidios agrícolas y a las exportaciones, ni recortar los enormes paquetes de rescate de sus entidades financieras privadas. La UE está haciendo más o menos lo mismo, y mientras Estados Unidos no regrese a la mesa de negociaciones, puede proseguir con sus demandas de acceso al mercado a través de los Acuerdos de Asociación Económica (EPA por sus siglas en inglés) y los Tratados de Libre Comercio (TLC).
 
Urumba enfatizó que la Secretaría de la OMC y su Director General (DG) han intentado también dirigir las negociaciones de comercio desde los tiempos del ex Director General Mike Moore, bajo cuya vigilancia se inició la Ronda de Doha. Los subsiguientes DG han querido asociarse a la conclusión de una Ronda o al inicio de una nueva. “La Secretaría de la OMC ha venido postergando esta reunión con la esperanza de que se pueda lograr un acuerdo sobre comercio y que la reunión Ministerial pueda utilizarse para concluir la Ronda de Doha. Pero eso no ocurrió, y por ello esta es una reunión ministerial “normal””. Los ministros tenían que reunirse. La carta fundacional de la OMC –el Acuerdo de Marruecos que estableció la creación de la OMC— estipula que la Conferencia Ministerial se debe reunir con una periodicidad de al menos una vez cada dos años.
 
Pero algunos analistas de la sociedad civil señalaron que esta Ministerial era necesaria para garantizar que los países en desarrollo no abandonasen las negociaciones cediendo a la presión popular interna de sus respectivas ciudadanías. Tony Clarke del Instituto Polaris observó que “La OMC tiene muy poco para exhibir, comparado con el entusiasmo con el cual fue iniciada por las elites económicas; ha fracasado en el logro de los objetivos que se suponía cumpliría. La razón de ser de esta Ministerial es simplemente reforzar la confianza de los gobiernos del Sur en la OMC en el escenario actual de profundización de las crisis. Lamy está intentando generar las defensas que la OMC necesita para mantener a los gobiernos alineados y dentro de la institución. Está intentando revivir y reconstruir los compromisos ideológicos de los países con el capitalismo y el neoliberalismo”.
 
Pero incluso si la Ministerial hubiese sido una reunión de negociaciones, los ministros de comercio de los países en desarrollo no habrían podido vender el paquete de la negociación actual al volver a sus países. Enfrentados hoy a tasas crecientes de desempleo y creciente inseguridad financiera, fluctuaciones en los precios de los alimentos, y a una profundización de la crisis agropecuaria, los delegados no pueden defender un nuevo acuerdo de comercio a menos que este proteja el ahorro nacional, el empleo, las fuentes de alimentos, los medios de vida y el medioambiente de sus propios países, contra los peligros de una liberalización y una desregulación incontroladas.
 
Los comunicados ministeriales del G20 y el G33 expresan la frustración ante el doble discurso que continúa imperando, uno para los países desarrollados y otro para los países en desarrollo en lo que respecta a las políticas financieras y económicas, y por la manera como los países desarrollados manipulan las reglas de la OMC para proteger sus economías, pese a que al mismo tiempo presionan por una mayor liberalización y desregulación en los países en desarrollo. Respecto de la agricultura el G33 sostuvo que:
 
“Instamos a los Miembros de la OMC a tener en cuenta que en la mayoría de los países en desarrollo predomina la agricultura de subsistencia, y que por eso es necesario asegurar los medios de sustento de la población rural. La crisis actual pone en evidencia la vulnerabilidad del sistema agrícola y la necesidad de salvaguardar en todo el mundo los medios de vida de los más pobres y vulnerables en la agricultura. La crisis también ha colocado al tema de la seguridad alimentaria en lo más alto de la agenda mundial de prioridades. El comercio de bienes agrícolas tiene que ser calibrado en vistas de la presión que ejercen las ayudas internas altamente distorsionantes y los subsidios a la exportación”. [6]
 
El G20 a su vez se refirió incisivamente a las enormes diferencias de capacidad que existen entre los países pobres y los países ricos para enfrentar la crisis económica.
 
“La crisis ha mostrado los riesgos que presentan todas las formas de prácticas proteccionistas, incluidos los abultados subsidios distorsionantes del comercio que aplican los países desarrollados. Sin los medios para brindar paquetes de estímulo o programas de respaldo financiero, los países en desarrollo resultan desproporcionalmente afectados y son quienes pagan las consecuencias de cualquier erosión de la confianza en la estabilidad del sistema multilateral de comercio”. (7)
 
Los representantes de la sociedad civil europea señalaron que los delegados de comercio de la UE también tendrían dificultades para promover un nuevo acuerdo de comercio en sus respectivos países. Según Alexandra Strickner de ATTAC Austria, “La gente está muy decepcionada con la falta de democracia imperante en nuestros países. En muy poco tiempo se destinaron miles de millones de euros para salvar a los bancos, pero los gobiernos sostienen que no hay dinero para resolver los problemas que realmente preocupan a la gente, como el desempleo y la inversión pública en salud y educación. La gente siente que los representantes electos no representan sus intereses, sino los intereses de las elites financieras. Más de un año después del inicio de la crisis financiera seguimos sin contar con una reglamentación operativa y práctica de las finanzas”.
 
Desarrollo: el eslabón perdido
 
Como una manera de rechazar las demandas de mayor acceso al mercado que tratan de imponerles los países desarrollados y capturar algunos beneficios de la ronda (aunque sean muy magros), los países en desarrollo insisten en que el desarrollo debe seguir siendo el elemento central de la Ronda de Doha y que las negociaciones deben tener “resultados equilibrados y favorables al desarrollo”. Pero no están dispuestos a reconocer que el desarrollo nunca estuvo realmente en el centro del llamado Programa de Doha para el Desarrollo.
 
Estados Unidos y la Unión Europea no pudieron lanzar una nueva ronda de liberalización del comercio en la tercera Conferencia Ministerial de la OMC en Seattle en 1999 debido a la rebelión tardía de los delegados de los países en desarrollo contra la Ronda Uruguay y por las manifestaciones masivas en las calles, con participación de campesinos, ambientalistas, trabajadores, activistas anti-VHI y otros movimientos de la sociedad civil. Los ataques al World Trade Centre del 11 de septiembre de 2001 proporcionaron a EE.UU. y la UE la oportunidad que necesitaban para presionar a los miembros de la OMC y conseguir su adhesión para una nueva ronda de negociaciones comerciales. Durante la cuarta Conferencia Ministerial de Doha en noviembre de 2001, los países en desarrollo fueron sometidos a una gran presión moral para colocarse hombro con hombro con Estados Unidos en su lucha contra las amenazas terroristas y por el rescate de la economía mundial; algunos países en desarrollo recibieron ofrecimientos de paquetes de ayuda masiva para aceptar el lanzamiento de una nueva ronda, mientras otros fueron amenazados con acciones punitivas si se resistían. El resultado fue la Ronda de Doha para el Desarrollo, que según Bello y Malig “poco tenía que ver con el desarrollo y todo que ver con expandir el acceso de los países desarrollados a los mercados de los países en desarrollo”. (8)
 
Según Clarke, “Doha fue una operación interna completamente controlada. El 11 de septiembre hizo más para aniquilar la resistencia masiva creciente contra la OMC que cualquier otra cosa”.
 
Los países en desarrollo también acordaron lanzar una nueva ronda a condición que los problemas del desarrollo fueran abordados como prioritarios frente a las negociaciones sobre nuevos compromisos de acceso a mercados y nuevas reglas. La amarga experiencia de haber sido presionados, chantajeados y amenazados con una nueva ronda de comercio en Doha llevó a muchos países en desarrollo a nuclearse en alianzas como el G20 y el G33, las que a su vez conformaron coaliciones con los países africanos y los PMA para generar una resistencia efectiva –al menos por un tiempo- contra las demandas excesivas y las tácticas intimidatorias de Estados Unidos y la Unión Europea. La Ronda de Doha se estancó en 2003 ante un nuevo fracaso de la quinta Conferencia Ministerial en Cancún a raíz de la rebelión de los delegados de los países en desarrollos dentro de la conferencia y de las masivas protestas populares afuera. Fue revivida con un nuevo paquete de negociación (el llamado ‘marco de julio’) y nuevas tácticas de negociación en el mes de julio de 2004 (donde India y Brasil tuvieron un papel de liderazgo), preparatorios de la Conferencia Ministerial de 2005 en Hong Kong.
 
El contenido del paquete de Doha ha venido empeorando desde sus inicios en 2001, con Estados Unidos y la UE negándose a realizar recortes significativos de sus subsidios agrícolas y a la exportación, bloqueando los intentos de los países en desarrollo de utilizar el Mecanismo de Salvaguardia Especial (MSE) y los Productos Especiales (PE) para proteger efectivamente sus sectores agrícolas de las avalanchas de importaciones, y, al mismo tiempo, exigiendo mayor acceso al mercado en agricultura, industria (NAMA) y servicios. Y a medida que las negociaciones avanzan, las nuevas reglas que se proponen para la OMC y las nuevas demandas de acceso al mercado han planteado nuevos problemas relacionados con el desarrollo, que se suman a la lista de temas pendientes asociados al desarrollo que no han sido resueltos y que los países en desarrollo hace tiempo vienen reclamando que se atiendan.
 
Según Afsar Jafri de Focus on the Global South, “las condiciones que se le han adosado al MSE en el texto de diciembre de 2008 están pensadas para que las salvaguardias resulten inútiles en caso de avalanchas de importaciones. El actual Mecanismo de Salvaguardia Especial constituye una “red de seguridad” extremadamente débil para millones de hogares rurales de bajos ingresos y pobres en recursos, que tienen muy escasa capacidad para absorber las fluctuaciones de precio y sobrevivir la inundación de sus mercados con productos agrícolas importados. Estas disposiciones condicionadas no responden a la demanda original del G33 que exigía un “mecanismo de salvaguardia especial “efectivo, práctico y operativo”. Pero los países desarrollados han elaborado disposiciones de salvaguardia especial (SGE) más flexibles y prácticas para ellos mismos, que no tienen ninguna de esas condiciones engorrosas que les impida su funcionamiento efectivo”.
 
Extrañamente, sin embargo, ningún país en desarrollo está dispuesto a señalar que no hay en los hechos ningún “desarrollo” en la Ronda de Desarrollo de Doha y a abandonar las negociaciones totalmente. Hacerlo sería arriesgarse a cargar con el peso de la culpa por el fracaso del comercio multilateral, una responsabilidad que ningún gobierno quiere asumir.
 
La gente vs la OMC
 
La creación de la OMC en 1995 fue anunciada por las elites políticas y económicas del mundo como el triunfo del capitalismo en la era de la pos-guerra fría, en la que las grandes empresas transnacionales podrían transformarse sin ningún tipo de trabas en mundiales, y en la que nada podría detener el movimiento de capitales a su antojo. La OMC tenía más herramientas de disuasión y coerción, más garra y más acuerdos que el GATT, y estaba pensada para funcionar a través de un sistema de toma de decisiones centralizado que podía ser puesto al servicio de los grandes actores del comercio. Pero la OMC ha sido por lejos menos efectiva que lo que previeron sus creadores, debido a las contradicciones internas y a las limitaciones del propio capitalismo, e igualmente, debido también a la oposición de la gente en todo el mundo que se resiste a dejar que el gran capital empresarial dicte el rumbo de sus vidas.
 
Según Lubis, “Cuando se creó la OMC, los países del Sur no sabían donde se metían. Muchos delegados del Sur (como los indonesios) no hablaban ni leían inglés y fueron incapaces de negociar a favor de sus pueblos. Hoy los delegados saben cómo son las cosas, saben cómo negocian los países del Norte para obtener lo que quieren”.
 
Lubis también destaca el nivel fortalecido de conocimientos que han acumulado los movimientos campesinos, que ha sido clave en la construcción de la resistencia popular contra la liberalización del comercio de los productos agrícolas y los alimentos. “Hace 10 años, Vía Campesina tenía la clara convicción de que algo estaba mal en el sistema mundial y empezó a reclamar “Fuera la OMC de la Agricultura y la Alimentación”. Luego, comenzó a autoeducarse en los temas del contexto mundial y en cómo inciden las políticas internacionales sobre las condiciones nacionales y locales. A medida que los impactos negativos del neoliberalismo comenzaron a sentirse en diferentes países, los temas que planteaba la Vía comenzaron a ser entendidos por las organizaciones de agricultores y otros grupos sociales en muchos países. La gente empezó a entender los vínculos entre lo que les estaba ocurriendo en sus propias vidas y el comercio de la OMC, y comprendieron que debíamos unirnos para luchar contra la OMC a nivel internacional. Juntos también resolvimos que no alcanzaba solo con luchar contra algo, que además debíamos pelear por algo, y elegimos el paradigma de la soberanía alimentaria”.
 
Según Clarke, la resistencia en América del Norte contra la OMC fue potenciada por el éxito de la campaña para derrotar el Acuerdo Multilateral de Inversiones (AMI) en el período 1997-1998. “El AMI fue una voz de alarma gigante, un llamado a despertar al hecho que la arquitectura de la economía mundial en el mundo pos-bipolar estaba cambiando y que teníamos que unirnos internacionalmente para atascar esa maquinaria. La gente uso la victoria contra el AMI como base y se unió para derrotar a la OMC en Seattle”.
 
Estas experiencias se reflejan en los movimientos sociales y en las coaliciones de la sociedad civil en todo el mundo. No sólo fueron los propios actores de la sociedad civil y los movimientos sociales los que se educaron en materia de OMC, capitalismo, neoliberalismo y globalización dirigida por las empresas transnacionales, sino que además comenzaron a educar a la opinión pública, a los representantes electos, legisladores, elaboradores de políticas y delegados a las negociaciones comerciales. Hoy la resistencia social contra la OMC y la globalización dirigida por las empresas transnacionales ocurre a múltiples niveles, atraviesa diferentes sectores, es informada y es estratégica.
 
Entre los elementos particularmente importantes de la resistencia popular contra la OMC y la hegemonía del capital se cuentan las acciones de los grupos sociales y ciudadanos que construyen alternativas democráticas y sustentables a los sistemas económico-financieros dominantes. Las organizaciones de agricultores y trabajadores, las asociaciones de la sociedad civil, los estudiantes, las comunidades indígenas y los movimientos sociales han entendido que no pueden confiar en sus gobiernos para que resuelvan las crisis que hoy enfrenta el mundo. Deben involucrarse de manera directa en la identificación y la puesta en práctica de soluciones, y en hacer el trabajo político que garantice que estas soluciones sean sistémicas, sustentables y justas.
 
Para Lubis es urgente que los movimientos sociales comiencen a construir alternativas sistemáticas en cada nivel. “No podemos simplemente esperar que las instituciones mundiales cambien. La gente también debe cambiar. Por eso, en muchos lugares, los miembros de Vía Campesina ya están trabajando en estructuras y procesos políticos y económicos alternativos, como por ejemplo, cooperativas comunitarias integradas por productores y consumidores. En Ecuador, hay miembros de Vía que ocupan cargos oficiales a nivel local y sub-regional y están intentando poner en práctica los principios de justicia económica y social”.
 
Según Strickner, hay conciencia creciente entre diversos sectores de Europa de que la gente en el Norte consume en exceso y derrocha recursos que no les pertenecen por derecho, y que al hacerlo les están negando a otras personas y comunidades en otras partes del mundo la posibilidad de sobrevivir. La gente, en particular la gente joven y los estudiantes, analizan de manera crítica su estilo de vida, su consumo de energía y alimentos, e intentan generar prácticas alternativas. “La gente en Europa ansía un sistema político y económico diferente, democrático, un sistema que les permita participar en la toma de decisiones. La construcción de alternativas desde las bases ayuda a que las personas entiendan cómo pueden cambiar los sistemas y no volver a la edad de piedra –también pueden contrarrestar la falsa propaganda que difunden los defensores del sistema actual”.
 
Pero muchos activistas de la sociedad civil argumentan que los niveles y las formas de resistencia existentes deben pasar a niveles superiores, ampliar su espectro sectorial y ciudadano e intensificarse en función de los nuevos desafíos y amenazas. Según Clarke, “este es un momento histórico increíble y la resistencia de los pueblos debe estar a la altura de los acontecimientos. Hoy estamos en una etapa en que el capitalismo está en graves problemas y, en consecuencia, también lo están sus instituciones como la OMC. El capitalismo está en crisis debido a las crisis que él mismo ha provocado; no hay ninguna posibilidad de que el capitalismo de la talla frente a la crisis climática. Si se desata una resistencia como la que vimos en 1999, podríamos hallarnos frente a la posibilidad de un nuevo orden mundial”.
 
Por más ineficaz que sea y a pesar que apenas se mantiene a flote, la OMC seguirá siendo una amenaza para el bienestar de los pueblos del mundo y el medioambiente, siempre que nuestros gobiernos sigan sosteniendo el mito de que la OMC puede ofrecer una salida a las crisis actuales y dar lugar al desarrollo. El sistema de la OMC no sólo es incapaz de promover el pensamiento creativo necesario para enfrentar los desafíos del momento, sino que, lo que es peor aún, suprimirá el surgimiento de otros sistemas, espacios y procesos más adecuados para dar pie a nuevas formas de producción, de consumo y de vida. Es tiempo de que nuestros gobiernos le cierren las puertas a la OMC y la dejen descansar para siempre.
 
- Shalmali Guttal trabaja con Focus on the Global South y estuvo en Ginebra en la reunión ministerial de la OMC. Para contactarse con ella, escribir a s.guttal@focusweb.org
Enfoque Sobre Comercio, No. 150, Focus on the Global South, enero 15 de 2010. http://www.focusweb.org
Traducción: Alicia Porrini y Alberto Villarreal (comercioredes@gmail.com) para REDES-Amigos de la Tierra Uruguay (www.redes.org.uy)
Notas
https://www.alainet.org/en/node/141090
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