Del capitalismo salvaje al buen vivir

03/06/2008
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El tipo y calidad de desarrollo que ha habido en el país no es el que quiere y merece la sociedad ecuatoriana. Sus ideas fundamentales, sus teorías científicas (que se revelan como ideologías) y las prácticas sociales traducidas en una diversidad de políticas públicas, en general, han fracasado para la mayoría de la población y no han logrado garantizar el Buen Vivir para todas las personas.

Por muchas décadas, el desarrollo fue interpretado como sinónimo de crecimiento económico, y éste como motor de la modernización y remedio para aliviar la pobreza. Esta visión vino maquillada de poderosos discursos que consideraban que el desarrollo solo se conseguía mediante crecientes inversiones externas y maximizando las exportaciones.

Se alentó un mundo competitivo cuyo objetivo no fue la felicidad de la gente sino el Producto Interno Bruto.

En nombre de un crecimiento indiscriminado se profundizaron las desigualdades, se excluyeron, social, económica y políticamente, a millares de ecuatorianos y se agredió a la naturaleza y a sus ecosistemas, en algunos casos de forma irreversible. Esta concepción vino acompañada de un debilitamiento del Estado, de una estrategia financiera egoísta y de una democracia donde la representación fue monopolizada por un puñado de partidos.

El resultado dio, por un lado, una creciente concentración de la riqueza, y, por otro, millones de ecuatorianos que actualmente no tienen libertad para garantizar a sus familias los derechos humanos básicos: vida, salud, alimentación, educación, trabajo, vestido y vivienda, y que están apartados de cualquier acceso a las oportunidades de entendimiento, protección, creación y participación.[1]

Continuar por la misma senda, dentro de los mismos modelitos de desarrollo,[2] reproduciendo pasados que causan dolor y vergüenza colectiva, es una insensatez. Somos testigos de los más funestos efectos de este dogmatismo en su perversa destrucción del empleo y de la calidad de vida de la población. Miles de ecuatorianos han sido sumergidos en la vulnerabilidad, la precariedad y el sufrimiento, sometidos a una asistencia que hiere la autoestima [3].

Un orden social que reproduce las desigualdades es injusto por naturaleza, y no debe permanecer vigente en un mundo ético e inteligente.

El Buen Vivir

Desarrollo, en su sentido original, significa salir hacia la luz, abrir las potencialidades escondidas, emanciparse de los bloqueos, liberar lo que tienen los pueblos, sus sueños, sus proyectos colectivos.[4]

En la creación de la armonía social, los pueblos indígenas incluyen en la ecuación del desarrollo elementos que transcienden la dimensión económica, como la relación con la naturaleza, la solidaridad con los otros, la pertenencia comunitaria, la necesidad de encontrar espacios de participación para la formulación de nuevas políticas públicas y promoción de los derechos humanos. Para los indígenas, la finalidad de un auténtico desarrollo radica en construir gradual y democráticamente las condiciones materiales y espirituales para alcanzar el alli káusai, o sea, el Buen Vivir.

Un nuevo desarrollo social, que inspire confianza, paz, solidaridad, entendimiento, sentido de pertenencia, vitalidad y alegría, solo puede germinar, ser una MIES, si es nutrido por valores éticos vividos y sentidos por la ciudadanía. Esos valores tienen que ser distintos a los del capitalismo salvaje, que nos colocan a uno frente al otro, separándonos por causas de género o condición social, en un juego de ganar o perder, individualista, competitivo y excluyente. La ética es parte integral de la ecuación del desarrollo social y económico. El imperativo ético esencial para construir el Buen Vivir en sociedad es la conquista y la expansión de las libertades. La libertad de estar incluido en la economía, de disfrutar de una vida saludable, la libertad para alimentar con capacidades nuestro desarrollo humano y de participar políticamente.

La paradoja de nuestro país está entre vivir polarizados y fragmentados, o articulados en torno a un proyecto compartido llamado Ecuador. Si se desea lo segundo, debemos emanciparnos, promover una ruptura en las relaciones sociales y en las instituciones que nos impiden llegar a ser humanos en trascendencia.

Hemos vivido sin tener una clara imagen de futuro, de porvenir, sin comprender el real sentido de nuestros esfuerzos. Nos hemos reducido a imitar, a seguir la imagen de los triunfadores del histórico proceso capitalista de modernización. Y al hacerlo, hemos aceptado ingenuamente la homogeneización de modos de producción, de consumo y de culturas. Hemos apagado la luz de nuestra imaginación, la posibilidad de construir otros desarrollos.

Ante esto, surge la utopía sentida y posible del Buen Vivir, para construir realidades incluyentes. El Buen Vivir parte de nuestros sueños de alcanzar una vida saludable, tranquila, bien alimentada, con empleo, alfabetizada y con una educación de calidad, sin discriminación.

Un auténtico desarrollo social – radicalmente humano – no tiene nada que ver con el “vivir mejor” que propone la comodidad del “american way of life”. El “vivir mejor” implica competencia: ¿mejor que quién?, que los otros que viven peor. El “vivir mejor” es una idea consumista, mercantilista e individualista que genera falsas necesidades que nos llevan a la ansiedad y hasta a la violencia. El Buen Vivir supera al “vivir mejor” en el sentido de que amplía las capacidades y las oportunidades para la emancipación de todas y todos, no sólo para disfrutar de un ingreso digno y sostenible, sino para dar rienda suelta al amor social, a la solidaridad, a la confianza y el respeto por el otro, por el distinto, por el que no es igual a uno.

El Buen Vivir pone a funcionar las energías ciudadanas para la defensa o conquista de derechos y libertades.

El Buen Vivir es la visión de una nueva conciencia democrática, de una revolución ciudadana que afirma el cumplimiento de los derechos humanos, económicos y sociales de todas las personas, comunidades y grupos que integran nuestra sociedad.

Septiembre 26 de 2007.

Notas

[1] Manfred A. Max-Neef, Desarrollo a Escala Humana, Nordan Comunidad, Montevideo, 1993.

[2] Programas de exclusión y sostener las brechas de desigualdad debe ser juzgado como delito.

[3] Conforme Alberto Minujin

[4] Joost Kuitenbrouwer, Entre el Terror y la Ternura , ISS –CEAAL, Chile, 1992.

https://www.alainet.org/en/node/127936

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