Hablar sobre el amor?

15/02/2007
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¿Por qué hablar sobre el “amor” cuando hay cuestiones que afectan la vida de las mujeres y parecen ser más importantes, como la participación política, la violencia genérica o la exclusión económica que enfrentan?

Las relaciones amorosas, me refiero a las de carácter sexual, es decir a las que desarrollamos con una pareja, esas que percibimos como singulares y distintas a las otras formas de amor, ya sea por la intimidad que producen o los compromisos que pueden implicar, son un aspecto de la vida poco analizado, pero esencial en la definición de muchas de nuestras prácticas tanto individuales como sociales.

El amor, resulta siempre difícil de definir, en primer lugar porque el mundo de los afectos ha sido calificado como algo poco relevante para el tratamiento de cuestiones “políticas” o “científicas”, consideradas como fundamentales para la vida en sociedad. Este prejuicio nace en el momento mismo de la separación de los ámbitos, público y privado, para el desarrollo vital de las personas, donde se asigna a este último, no sólo una menor importancia, sino la exclusividad para el perfeccionamiento de las capacidades y aspiraciones de las mujeres, tan caracterizadas por su inclinación a los “sentimientos” y el “apasionamiento”, impropios en el desarrollo del pensamiento racional, elaborado por los varones en el ámbito público.

Así, el amor, se convierte en un tema que no puede ser tratado de una forma “científica”, porque pertenece al nivel de las percepciones que no admiten un tratamiento “racional”, pero sobre todo, que no tiene ningún tipo de relevancia política o social, aún cuando los sentimientos siguen siendo, para todo ser humano, un componente esencial en el desarrollo de una vida satisfactoria. En este sentido, es importante destacar que hemos sido las mujeres, en la lucha por lograr el ejercicio pleno de nuestros derechos humanos, quienes hemos iniciado un proceso de análisis que busca develar cómo las relaciones de pareja están profundamente condicionadas por la cultura y la sociedad en cada contexto histórico, además de otorgar a la temática una mayor profundidad política, al destacar el carácter “político de lo personal”.

Esto significa, como pueden imaginar, que hace falta mucho tiempo y espacio para describir todas las formas en las que se estructura el amor, al mismo tiempo, que nos estructura el comportamiento; por lo que en esta ocasión, compartiremos únicamente algunas reflexiones que nos ayuden a entender como se expresan las desigualdades de género, también en el campo amoroso. Para intentar lograrlo de una forma sencilla partiremos de una pregunta simple: ¿Por qué las mujeres, en mayor o menor medida, seguimos considerando al amor y sus expresiones, como un motor central en nuestras vidas? Aunque no se puede dar una respuesta totalitaria y monolítica, porque el análisis de la realidad debe ser eminentemente dialéctico y respetar las particularidades, parte de la respuesta a esta pregunta, se encuentra en la centralidad del amor para la definición de la identidad genérica de las mujeres.

La identidad “femenina” ha sido construida desde múltiples dimensiones, una de ellas es la ubicación histórica del papel social de las mujeres a partir de la naturalización de su comportamiento. Asignar a las mujeres una tarea “natural” la de ser madres y esposas, requería no sólo la definición de un espacio también “natural” adecuado, como el doméstico, sino el desarrollo de un discurso coherente que justificará las grandes diferencias entre las aspiraciones de las mujeres en relación a las de los hombres, así surge la complementariedad entre los sexos, como condición indispensable para el armonioso funcionamiento social.

Los principales filósofos del siglo XIX, como Hegel, Shopenhauer o Nietzsche, cuyos nombres están rodeado de respeto, por la influencia que tuvieron en la formación de los nuevos discursos científico, técnico y humanístico, teorizaron sobre por qué las mujeres debían estar excluidas de la vida pública y el mundo político, y dedicadas al desarrollo de la vida sentimental y amorosa. La medicina, la biología, todas las ciencias nacientes que comenzaron a asentarse, así como la psicología, la historia, la literatura o las artes plásticas dieron por buenas sus argumentaciones. En particular diremos que fue el pensamiento de Schopenhauer el que rebasó el marco de la filosofía, dando ideas a la literatura, la política o la medicina, con la afirmación de que la naturaleza del sexo femenino expresada en la “feminidad”, es una estrategia de la naturaleza para impedir la extinción de la especie y por tanto la función social de las mujeres es, en todo momento, desarrollar cualidades como la entrega, la abnegación, la intuición intelectual, la incondicionalidad o el altruismo, expresados en modelos amorosos que las conjunten.

La ideología de la naturaleza femenina diferente pero complementaria en las relaciones amorosas, ha sido mantenida a lo largo de la historia y refuncionalizada hasta nuestros días. Las mujeres somos animadas, continuamente, a crear y mantener afiliaciones y relaciones, de forma que las necesidades de apego se convierten en las principales motivaciones para la organización de nuestras vidas, así una mujer sin pareja, no es vista como una persona plena, sino como un ser en busca de su realización, mediante la creación de un vinculo amoroso.

Como nos explica Clara Coria (1) , la única constante que se ha mantenido a lo largo de todas las formas de expresión de las relaciones de pareja, ha sido la ubicación de los lugares asignados a mujeres y hombres en la dinámica amorosa. En esa dinámica, el lugar asignado a las mujeres ha sido el del objeto amoroso, lo que de manera práctica significa ser el objeto del deseo de otro, convirtiéndose en espectadoras dependientes de las necesidades de la pareja, imprimiendo a las relaciones amorosas un elevado costo emocional que conlleva la insatisfacción, tanto para las mujeres como para los hombres, convirtiendo las relaciones amorosas en un espacio de conflictividad cargado de incomprensiones mutuas y juegos de poder inequitativos, pero asumidas como limitaciones de las mujeres para cumplir con su papel social, de mantener, aún a costa de su propia vida, la relación armoniosa en la pareja.

Aquí es donde radica nuestro interés para hablar del amor desde una perspectiva más analítica, sobre todo en estas fechas donde el consumo y los medios de comunicación, se empeñan en recalcar el carácter “mágico” del mismo, contribuyendo a mantener una idea, equivocada, acerca de que la forma en la que establecemos nuestras relaciones de pareja, no tiene ninguna relación con otros componentes del sistema social en el que vivimos; obstáculo importante para esclarecer muchos de los mecanismos que favorecen la permanencia de la subordinación social de las mujeres, ya que las emociones, y como las entendemos, contribuyen a construir y consolidar significados particulares sobre fenómenos tan distintos como los derechos y su ejercicio o el acceso y control que podemos tener sobre todo tipo de recursos; al mismo tiempo que impide el desarrollo de alternativas transformadoras que nos ayuden a establecer, relaciones amorosas menos dependientes, más libres y sobre todo más satisfactorias, tanto para las mujeres como para los hombres.

Nota

(1) Psicóloga Argentina, escritora y especialista en estudios de género, cuya publicación más relevante en este tema es “El amor no es como nos contaron… ni como lo inventamos”, editorial Paidós, Argentina, 2001.

- Josefina Tamayo- Analista invitadal de Incidencia Democrática

Fuente: Incidencia Democrática (Guatemala)
http://www.i-dem.org

https://www.alainet.org/en/node/119289?language=en
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